jueves, 1 de marzo de 2007

La Importancia del Consejo

(1) Para saber

«Quien no oye consejos, no llega a viejo», dice un dicho popular con mucha razón. En ocasiones, no son suficientes nuestros conocimientos y experiencias para decidir acertadamente. La historia nos lo enseña, por ejemplo, en la conocida Batalla de Waterloo. Cuando Napoleón regresó de Elba, las principales potencias se le opusieron. Napoleón sabía que si el ejército inglés y el prusiano se unían, estaba perdido. Por ello decide atacar antes de verlos juntos. Para evitar que se ayuden, envía al mariscal Grouchy para que persiga a los prusianos. Después de varios días de lluvias torrenciales, en cuanto se despeja un poco el cielo, Napoleón ataca a Wellington, de Inglaterra, en Waterloo. Ambos ejércitos luchan bravíamente hasta la fatiga. Los generales saben que ganará quien reciba refuerzos.

Grouchy, sin saberlo, tiene en sus manos el destino de Europa. Está cerca del campo de batalla. Mientras desayuna oye el ruido de los cañones. Sus oficiales le aconsejan que regrese para apoyar a Napoleón. Pero Grouchy, aunque le insisten, no les hace caso. Francia sería salvada si Grouchy oyera los consejos, pero no lo hace; es tímido e indeciso. En el campo de batalla Napoleón ve acercarse un ejército y piensa que es Grouchy. Pero no, es el ejército prusiano que, al fin, se une al inglés. Napoleón es derrotado. Mueren muchísimos de sus soldados. Ha terminado así el Imperio con su emperador. Grouchy actuó imprudentemente al no oír los consejos.

La virtud de la prudencia nos lleva a saber cómo actuar en los diferentes casos de nuestra vida. Si para conseguir metas humanas es importante saber aconsejarnos, cuánto más lo es para nuestra vida espiritual. Para ello acude el Espíritu Santo con su ayuda a través del Don de Consejo.

(2) Para pensar

La Sagrada Escritura nos dice que “los pensamientos de los mortales son tímidos e inciertos”. No basta la virtud humana para conducirnos a las alturas de la gloria. En cambio, si ese obrar humano está dirigido por los Dones del Espíritu Santo, tiene un “sello divino”, que lo hace perfecto.

En nuestro actuar diario, si no logramos decidirnos, acudimos a alguna persona que pueda aconsejarnos al respecto. Dejarnos aconsejar por alguien competente no es menospreciarnos, al contrario, es ganar en prudencia y humildad.

(3) Para vivir

El camino de la vida no es fácil. Sobre todo tratándose de acciones morales, aquellas que nos pueden alejar de nuestra última meta, de la vida eterna.

Para no extraviarnos, Dios nos proporciona una gran ayuda sobrenatural, “esa prudencia que es fruto de una moción del Espíritu Santo, es lo que se llama el Don de Consejo” (Monseñor Luis M. Martínez, “El Espíritu Santo y Sus Dones”, p.90). Importa querer escuchar al Señor, y para lograrlo, procuremos tener un momento durante el día para ponernos en presencia de Dios, hacer un rato de oración y pedirle consejo sobre nuestras decisiones.

Importa mucho estar dispuestos a querer hacer siempre la voluntad divina, aunque a veces sea diferente a la nuestra. Jesucristo nos lo enseña cuando hizo su oración, antes de su muerte. Al dirigirse a Dios Padre, pidiéndole que apartara de Él el sufrimiento, termina diciéndole: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42).

El Genocidio de La Vendée

El lector sin dudas recuerda que el 14 de julio de 1789 es señalado como el inicio de la Revolución Francesa, acontecimiento que modificó el curso de la historia de la Humanidad y que incluso marca el inicio de la llamada “Edad Contemporánea”.

No es casual, también sin dudas, la escasa difusión que alcanzó el genocidio perpetrado por los revolucionarios en La Vendée, que sirvió incluso como verdadero “globo de ensayo” para los métodos que el nazismo aplicaría un siglo y medio después.

Habían pasado cuatro años desde el estallido revolucionario. Corría el 4 de marzo de 1793; el campesinado del oeste francés (liderado entre otros por J.Cathelineau, G.Bourdic y J.Stofflet), con el apoyo de un sector de la nobleza promonárquica, inició un movimiento contrarrevolucionario, motivado fundamentalmente por las fuertes presiones del gobierno jacobino sobre la Iglesia Católica.

La región de Cholet fue la primera en sublevarse; en número de aproximadamente 30 mil, los rebeldes lograron ocupar Saumur y Angers y difundir sus ideas incluso a las distantes Lyon y Marsella. Bajo el lema Dieu et le Roy, debieron enfrentarse al ejército de la revolución en la propia Cholet, en Le Mans y Savenay.




Las masacres para con los milicianos y la población civil fueron dantescas. Gran parte de la documentación al respecto fue destruida por los propios perpetradores de la masacre; sin embargo, conservado por muchas familias, parte de ese material vio la luz hacia mediados del siglo XX. Según información rescatada, se instituyó como plan la destrucción sistematizada de 10 mil hogares civiles, además de arrasar con la producción agropecuaria de la zona. El objetivo era el exterminio por el hambre de todo aquel sobreviviente en la región. En palabras del jefe del operativo, el General Carrier: «No nos hablen de humanidad hacia estas fieras de La Vendée: todas serán exterminadas. No hay que dejar vivo a un solo rebelde». De acuerdo al informe final escrito por carta del General Westermann, «¡La Vendée ya no existe, ciudadanos republicanos! Ha muerto bajo nuestra libre espada, con sus mujeres y niños. Acabo de enterrar a un pueblo entero en las ciénagas y los bosques de Savenay. Ejecutando las órdenes que me habéis dado, he aplastado a los niños bajo los cascos de los caballos y masacrado a las mujeres, que así no parirán más bandoleros. No tengo que lamentar un solo prisionero. Los he exterminado a todos.»

Se discute aún hoy cuantos fueron los muertos de esa población que no aceptaba la “Declaración de los Derechos del Hombre.” Los cálculos, por cierto aproximados, involucran unas 120 mil personas, cerca del 15% del total de habitantes de la Francia del siglo XVIII. A título comparativo y en escalas, resultó más sangrienta para la nación francesa que la propia Primera Guerra Mundial.

Por otra parte, dado el número aterrador de víctimas, fue necesario discutir el modus operandi. Dado que el consumo de balas necesario para la masacre implicaba una alta carga para el erario público, se propuso el uso de sables y bayonetas, pero se estimó que perderían filo por el desgaste. Otra opción era el envenenamiento de las aguas, pero se temía que el alcance del mismo comprometiera otros territorios.

Las propuestas aceptadas finalmente fueron la del General Turreau:
- abarrotar lanchones con prisioneros atados en grupos hasta verlos hundirse en el Loira, para después, por supuesto, recuperar las barcas
- la de encerrar víctimas en las iglesias para demolerlas a cañonazos
- la idea sugerida por Saint–Just: utilizar hornos, donde se aprovecharía la grasa de los cadáveres... previo despellejamiento para permitir el uso de la piel en la confección de botas y guantes (cabe destacar que el Museo de Historia Natural de Nantes aún se conserva una piel curtida de ese entonces). Probablemente, el nombre de colonnes infernales que adoptaron las tropas de Turreau no fue fortuito...

La Revolución Francesa fue pues, como describíamos más arriba, una buena maestra del nazismo. No en vano San Juan en su Apocalipsis relata, durante el soplido de la Quinta Trompeta, el surgimiento de las langostas infernales que acosarían a la humanidad durante cinco meses (según muchos exegetas, forma simbólica de expresar 5 x 30 = 150 años... tiempo exacto transcurrido entre 1789, año de la Revolución Francesa –pionera del nazismo– y 1939, año en que estalló la Segunda Guerra Mundial –primer intento del nazismo en dominar a la Humanidad hecha a imagen y semejanza de Dios–).