"Jesús llama a los pobres y sencillos pastores por medio de los ángeles para manifestarse a ellos. Llama a los sabios por medio de su misma ciencia. Y todos, movidos por la fuerza interna de su gracia, corren hacia él para adorarlo." (San Pío de Pietrelcina)
miércoles, 24 de septiembre de 2014
Viaje a las Estrellas
¿Nos hemos detenido ante un niño observando a las estrellas? Cuando los adultos tengamos la docilidad inocente de uno de ellos, probablemente Dios permitirá que emprendamos el gran viaje a las estrellas que nos tiene programado para conocerlo y amarlo más. Quizá no vaya a haber necesidad de contaminantes y aparatosas naves interestelares ruidosas y hasta peligrosas. La fe nos llevará físicamente más allá de las estrellas que alcanzamos a vislumbrar desde nuestro pequeño planeta azul maravilloso. La Fe lo puede todo (Mt 17,20).


domingo, 22 de junio de 2014
Kepler, la Ciencia y Dios
1) Para saber
Otro de los dones del Espíritu Santo que el Papa Francisco ha desarrollado es el Don de Ciencia.
Al hablar de ciencia tal vez pensamos en los descubrimientos de las leyes que regulan la naturaleza y el universo. Pero la ciencia del Espíritu Santo es otra, es un don especial que nos lleva a entender a través de lo creado, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada criatura, señaló el Papa.


jueves, 18 de julio de 2013
Albert Einstein en 7 Pensamientos
"Cuando las leyes de la matemática se refieren a la realidad, no son ciertas. Cuando son ciertas, no se refieren a la realidad."
"El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir."


jueves, 1 de octubre de 2009
Una Ciencia con Conciencia
El profesor Artigas fue miembro de la Academia Internacional de Filosofía de las Ciencias de Bruselas y de la Academia Pontificia de Santo Tomás de la Santa Sede.
- Zenit: Galileo, ¿sigue siendo un problema sin resolver?
- Artigas: Cuando hablo del caso Galileo como un problema sin resolver me refiero al valor de las teorías científicas. El cardenal Belarmino decía a Galileo que no tendría problemas si presentaba su teoría como un modelo hipotético, útil para calcular los fenómenos.
El Papa Urbano VIII dijo que no se podía saber si su modelo era verdadero, porque Dios es todopoderoso y quizás los efectos que observamos se deban a causas que no coinciden con nuestra teoría.
Galileo pensaba que la nueva ciencia buscaba la verdad y podía conseguirla: era un realista. Yo también lo soy. Pero en la actualidad está ampliamente difundida la idea contraria. El caso Galileo es muy largo y complicado, muy poca gente lo conoce bien.
Hace poco he publicado, junto con William Shea, uno de los mejores especialistas de Galileo, «Galileo en Roma» (Ediciones Encuentro, Madrid), que también se ha publicado en New York y se está vendiendo bien («Galileo in Rome», Oxford University Press, New York). En ese libro proporcionamos todos los datos para saber exactamente qué sucedió, tomando como esquema los seis viajes que Galileo hizo a Roma.
- Zenit: ¿Cuáles son los «nuevos casos Galileo» de hoy?
- Artigas: No ha habido ningún otro caso como el de Galileo. Las autoridades de la Iglesia aprendieron la lección. Lo más parecido sería el evolucionismo. Hubo actuaciones en contra; precisamente ahora estoy preparando un libro en el que utilizo los documentos, hasta ahora desconocidos, del archivo del Santo Oficio. Pero nunca se produjo una condena del evolucionismo por parte de las autoridades de Roma.
Problemas actuales como el aborto, la ética sexual o la bioética no tienen nada que ver con el caso Galileo: la Iglesia acepta todos los datos de la ciencia, simplemente no está de acuerdo en que sea moralmente correcto hacer todo lo que nos permiten las técnicas disponibles.
Yo diría que en la actualidad el peligro es más bien que existan casos Galileo al revés. O sea: científicos o filósofos que utilizan la autoridad de la ciencia para pontificar sobre cuestiones religiosas o morales que caen fuera del ámbito de la ciencia.
- Zenit: ¿Cuál es la posición de la Iglesia ante el evolucionismo, en palabras simples?
- Artigas: En 1950 el Papa Pío XII, en la encíclica «Humani generis», dijo que el evolucionismo era una hipótesis, que se podía discutir el origen del organismo humano con tal que se admita que Dios crea en cada ser humano el alma espiritual.
En 1996 el Papa Juan Pablo II se refirió al evolucionismo como algo más que una hipótesis, que está avalado por un conjunto de pruebas independientes, y afirmó que los problemas no surgen de la ciencia, sino de ideologías materialistas que no son científicas.
En «Ciencia, razón y fe» he incluido un capítulo donde se resume la problemática del evolucionismo, y ahí cito los correspondientes textos del Magisterio de la Iglesia.
Además, la misma editorial Eunsa, de Pamplona, va a publicar muy pronto una edición actualizada de mi libro «Las fronteras del evolucionismo», donde trato estos temas con más amplitud, con toda la claridad posible.
-Zenit: ¿Cómo ayuda la fe a la ciencia, y viceversa?
- Artigas: La ciencia ocupa un lugar central en nuestra civilización, y dado su enorme prestigio, existe un peligro semejante al de las mayorías absolutas en política: no hacer caso de otros enfoques. La fe muestra que existe un mundo espiritual al que la ciencia no llega, y ayuda a dar sentido auténtico a la ciencia como búsqueda de la verdad y servicio a la humanidad, de acuerdo con los planes de Dios.
A su vez, la ciencia proporciona muchos medios para mejorar la calidad de la vida humana.
Con una adecuada combinación de sentido religioso y de conocimientos científicos y técnicos, se podrían resolver muchos de los problemas más graves que sufre hoy día la humanidad.
- Zenit: ¿Dependemos totalmente de la ciencia, o tenemos un cierto margen de autonomía?
- Artigas: La ciencia es un producto humano. Somos nosotros quienes la hacemos. Es absurdo que, a veces, seamos las víctimas de nuestro propio producto. Ya he dicho que soy un realista: existe un orden en la naturaleza que está ahí y no lo podemos inventar, mediante la ciencia intentamos lo conocemos cada vez mejor y aprendemos a utilizarlo de modo controlado.
sábado, 1 de agosto de 2009
La Inteligibilidad de la Naturaleza
Desde la perspectiva finalista, la actividad de la naturaleza aparece como obra de una "inteligencia inconsciente": la naturaleza no delibera, pero actúa como si realmente poseyera una capacidad racional.
La expresión "inteligencia inconsciente", si se la interpreta literalmente, es contradictoria, porque contiene dos términos incompatibles. Por tanto, sólo puede ser utilizada como una metáfora. Pero la metáfora tiene una base real: las operaciones de la naturaleza son direccionales y, además, cooperan en la producción de resultados que, en muchos aspectos, sobrepasan ampliamente lo que puede conseguirse mediante la tecnología más sofisticada. En ese sentido, la naturaleza sobrepasa a la razón humana que, por otra parte, sólo puede producir artefactos en la medida en que conoce y utiliza las leyes naturales.
A veces se intenta explicar la naturaleza tomando en cuenta exclusivamente su composición y sus leyes: el orden sería el resultado de combinaciones aleatorias de procesos, y la finalidad sería sólo aparente. Bajo esta perspectiva, y partiendo de la oposición entre el azar y la finalidad, cuanto más se acentúa la función del azar queda menos espacio para la finalidad. Sin embargo, la oposición entre azar y finalidad no es absoluta, porque el azar exige la finalidad. En efecto, ni siquiera podría hablarse de azar si no existiera una direccionalidad, como tampoco tendría sentido hablar de desorden si no existiese ningún tipo de orden.
Las críticas contra la teleología suelen suponer que existe una contradicción absoluta entre el azar y la finalidad; en consecuencia, las explicaciones en las que interviene el azar se valoran como argumentos contra la finalidad. Pero no existe tal contradicción absoluta entre azar y finalidad. Al afirmar la finalidad, no se excluye cualquier tipo de azar. Simplemente se subraya que el azar y, en general, cualquier combinación de fuerzas ciegas, no puede ser considerado como una explicación total.
Por ejemplo, para explicar el origen de una frase que tiene sentido en un determinado lenguaje, no basta probar que existe alguna probabilidad de que se haya producido mediante combinaciones de letras al azar: si no existe previamente un lenguaje, con su alfabeto, su diccionario y sus reglas gramaticales, ninguna combinación de letras podrá formar términos con significado. En el origen tiene que haber inteligencia. Esto es igualmente válido con respecto a la naturaleza. La afirmación de la finalidad equivale a afirmar que la inteligibilidad de la naturaleza se fundamenta, en último término, en una actividad inteligente. La inteligencia inconsciente debe basarse en una inteligencia consciente.
Al comentar las ideas de Aristóteles sobre la finalidad natural, Tomás de Aquino propuso una especie de definición de la naturaleza, contemplada desde su fundamento metafísico radical, que es muy original y aventaja en profundidad a las ideas de Aristóteles, además de ser sorprendentemente coherente con la cosmovisión actual. Dice así: "la naturaleza es, precisamente, el plan de un cierto arte (concretamente, el arte divino), impreso en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado: como si el artífice que fabrica una nave pudiera otorgar a los leños que se moviesen por sí mismos para formar la estructura de la nave" (Tomás de Aquino, Comentario a la Física de Aristóteles, libro II, capítulo 8, lectio 14).
Tres aspectos de esta cuasi-definición merecen una atención especial: la racionalidad de la naturaleza, su conexión con el plan divino, y el énfasis que se pone en la auto-organización.

En primer lugar, se subraya la racionalidad de la naturaleza al identificar la naturaleza con el plan de un arte (en el original latino, "ratio cuiusdam artis"). De hecho, el progreso científico pone de manifiesto, hasta extremos antes insospechados, la eficiencia y sutileza de la naturaleza. El éxito de la ciencia amplía cada vez más nuestro conocimiento de la racionalidad de la naturaleza. Aunque los productos de la tecnología superen en algunos aspectos a la naturaleza, siempre se basan en los materiales y las leyes que la naturaleza pone a nuestra disposición; y, desde luego, la naturaleza siempre nos aventaja, a gran distancia, en muchos aspectos de gran importancia.
En segundo lugar, la conexión de la naturaleza con el plan divino expresa el fundamento radical de la racionalidad de la naturaleza: es una manifestación del plan divino; por tanto, de un plan sumamente sabio. Además, la acción divina no se limita a dirigir desde fuera la actividad natural: el plan divino se encuentra inscrito en las cosas (se dice en el original latino: "ratio cuiusdam artis, scilicet divinae, indita rebus"). Lo natural posee modos de ser, con las correspondientes tendencias, que conducen hacia resultados óptimos. Se comprende, por tanto, que no existe oposición entre la acción natural y el plan divino; por el contrario, el plan divino incluye el dinamismo tendencial de lo natural y se realiza a través de su actualización.
En tercer lugar, se alude a la auto-organización como una característica básica de la naturaleza. El ejemplo es muy gráfico: como si se pudiera otorgar a los trozos de madera que se moviesen por sí mismos para construir una nave. Esa idea corresponde, de un modo que no podía sospecharse cuando fue escrita hace más de siete siglos, a los conocimientos actuales acerca de la auto-organización de la naturaleza, que implica, además, un gran nivel de cooperatividad entre sus componentes, sus leyes, y los diferentes sistemas que se producen en los sucesivos niveles de organización. Queda subrayada, de este modo, la direccionalidad de la naturaleza, también en su aspecto sinergético, y se insinúa la emergencia de nuevos sistemas y propiedades como resultado de la acción sinergética o cooperativa.
Por otra parte, también merecen especial atención las implicaciones de la caracterización tomista de la naturaleza. En efecto, se pone de manifiesto el valor positivo de la naturaleza como resultado del plan divino. Se explica también la articulación de la necesidad y la contingencia porque, de una parte, la naturaleza es contingente por ser el resultado de la acción libre de Dios, y de otra, posee una fuerte consistencia de acuerdo con el modo de ser que Dios ha inscrito en lo natural. Asimismo, se pone de relieve la articulación entre la unidad y la multiplicidad, porque la perfección del universo se consigue a través de la cooperación de sus componentes y, en último término, se ordena hacia la vida humana, ya que la naturaleza constituye el ámbito que hace posible la existencia de la persona humana y el desarrollo de sus capacidades. Por fin, se comprende la articulación entre el ser y el devenir, porque Dios ha puesto en la naturaleza unas virtualidades que hacen posible su progresiva evolución, y cuenta con la cooperación del hombre, a través de su trabajo, para llevar a la naturaleza hacia un estado cada vez más perfecto. En definitiva, esa definición tomista expresa el núcleo de la perspectiva metafísica y finalista de la naturaleza, y tiene gran importancia para determinar su valor en el contexto de la cosmovisión actual.
Padre Mariano Artigas (1938-2006)
Texto original: Universidad de Navarra (accesible desde aquí)


lunes, 1 de junio de 2009
Apolo XI
Esto es irrepetible, porque es la primera vez que el hombre ha puesto el pie en la Luna. Por eso, este hecho no se olvidará jamás.
Lo mismo que el viaje de Colón ha pasado a ser un hecho histórico.
Hoy el ir a América no es noticia. Es un viaje rutinario. Pero el viaje de Colón consta en la Historia.
Pues lo mismo. Este alunizaje del Apolo XI constará para siempre en la Historia, mientras otros viajes de otros "Apolos" quizás se olviden.
Ustedes recordarán que los últimos viajes que se hicieron a la Luna ya no eran noticia. Estaban los cosmonautas paseándose por la Luna, y aquí en la Tierra ni se hablaba de ellos. Quizás se avisaba: «que ya regresan». Y habían estado a lo mejor una semana en la Luna. El viaje del Apolo XI siempre será noticia, aunque el viaje a la Luna termine por ser un viaje rutinario, como es hoy el viaje a América.
Los astrónomos están interesados en montar en la Luna un observatorio astronómico. Porque en la Luna se pueden observar las estrellas con muchísima claridad, con muchísima más nitidez que desde la Tierra. La Tierra está envuelta por la atmósfera, que enturbia el estudio de las estrellas. Y en la Luna, como no hay atmósfera, se ve todo mucho más claro y con mayor nitidez.
Si se llega a instalar un observatorio astronómico en la Luna, entonces el viaje a la Luna será puramente rutinario, dejará de tener interés.
Pues a pesar de la proeza del Apolo XI, que vamos a ver hoy, yo creo que mayor proeza fue la del Apolo XIII. Aunque apenas se habla de él. Mucha gente ni se acuerda, y otros ni han oído hablar. Creo que el Apolo XIII ha sido la mayor proeza de todos los viajes espaciales. Ustedes recordarán que, estando en la Luna, al Apolo XIII le reventó un depósito de oxígeno, y se quedaron en la Luna sin instrumentos de navegación. Pues estos hombres volvieron a la Tierra orientándose con un sencillo sextante, como nuestros antiguos navegantes.
A pesar de esto, pudieron entrar en la atmósfera con la inclinación precisa para no desintegrarse. Porque si el Apolo XIII hubiera entrado muy perpendicularmente a la Tierra, se desintegra en el choque con la atmósfera. Como pasa con los meteoritos, esas piedras que con el roce de la atmósfera se desintegran. La gente dice: «He visto correr una estrella. Es una estrella fugaz». No, eso es una piedra del espacio que, al entrar en la atmósfera, con el roce, se pone incandescente y se desintegra.
Esto le hubiera pasado al Apolo XIII, si entraba demasiado perpendicular. Y si hubiera entrado demasiado tangencial hubiera rebotado en la atmósfera y se hubiera perdido en el espacio. Lo mismo que cuando tiramos una piedra plana sobre un estanque, que rebota en el agua y vuelve a elevarse. Eso le hubiera pasado al Apolo XIII, si no entraba exactamente con la inclinación precisa. Hubiera rebotado en la atmósfera y nunca más hubiéramos sabido de ellos.
Y esto lo hicieron aquellos cosmonautas sin instrumentos de navegación, con un sencillo y primitivo sextante. Por eso digo «la gran proeza del Apolo XIII». Con razón aquellos cosmonautas, cuando son izados a bordo del portaviones que los recogió, lo primero que hacen es quitarse el gorro, y dar gracias a Dios por estar sanos y salvos en la Tierra. Porque podemos comprender el estado de ánimo de estos hombres cuando estaban en la Luna, y se quedan allí sin aparatos de navegación. Por lo tanto, digo, gran proeza del Apolo XI, pero más la proeza del Apolo XIII.
Con todo, hoy vamos a analizar el Apolo XI. Vamos a ver primero las dificultades técnicas que ha tenido que superar el hombre para llegar a la Luna. Después veremos lo que es el cosmos, y sacaremos una conclusión: si nos quedamos boquiabiertos ante la técnica del Apolo XI, ¡qué boca tenemos que abrir ante la técnica del cosmos, obra de Dios!
Soy jesuita y soy apóstol. Si hablo de Astronomía, es porque la Astronomía lleva a Dios. Me gusta la Astronomía. Me he leído más de cien libros de Astronomía, para sacar los datos que voy a dar aquí. Ojala me hubiera encontrado todos los datos en una paginita. Me hubiera ahorrado centenares de horas de estudio.
La Astronomía lleva a Dios porque viendo la grandeza del cosmos, caemos en la cuenta de la sabiduría de Dios, y de la grandeza de Dios, y del Poder de Dios. Por eso dice la Biblia: «Los cielos cantan la Gloria de Dios». Porque contemplando los cielos admiramos la ciencia, la sabiduría y la técnica de Dios. Nosotros le llamamos Dios. Hay gente que tiene alergia al nombre de Dios, y buscan otros nombres. Hablan de una energía preexistente. Me es igual. Ese Ser Inteligente, Autor del cosmos, es Dios. La palabra es lo de menos. Lo importante es que al final conozcamos a ese Ser maravilloso, a esa Inteligencia maravillosa, a ese Gran Matemático que ha hecho el cosmos. Ésa será la conclusión de esta conferencia.
Vamos primero a ver las dificultades técnicas que ha tenido que superar el hombre para llegar a la Luna. Primero lanzar al espacio un proyectil, el Saturno V, de 110 m de altura, como la Giralda de Sevilla. De estos 110 m de altura, casi todo era combustible para escapar del campo gravitatorio de la Tierra. A la Luna sólo llegó el cono de la punta. Lo demás era combustible. Una vez que se vacían los depósitos, se desprenden. Lo aprovechable es el cono de la punta.
Yo estuve dando conferencias sobre la Sábana Santa en los Estados Unidos, y entre otros sitios hablé en la Base Aérea de Andrews a los jefes y oficiales de la aviación americana. Aproveché que estaba en Washington y me fui al Smithsonian Institution, que es un Museo del Aire y del Espacio, donde están las principales aeronaves de la Historia de la Aviación americana. Allí está el avión de los hermanos Wrigth, los primeros que volaron a principios de siglo. Allí está el avión de Lindbergh, el primero que cruzó el Atlántico en solitario. Allí está el avión de Willy Post, que fue el primero que dio la vuelta al mundo en avión en solitario. Allí están, por supuesto, todas las naves espaciales americanas. Hay un gemelo del Skylab, que se desintegró en el espacio. Yo he estado dentro de ese gemelo del Skylab. Hay otro gemelo del módulo lunar, que se quedó en la Luna, etc.
Están también los Apolos. Yo tuve la dicha de acariciar cariñosamente al Apolo XI, que estaba allí. Es emocionante estar acariciando la misma nave que estuvo en la Luna. Por cierto, que es muy pequeña. Llama la atención cómo en una nave tan pequeña, tres hombres han ido a la Luna y han vuelto. Está cubierta de plástico para que la gente, al tocarla, no la deteriore más de lo que está. Está muy chamuscada, porque entró en la Tierra a 40.000 kilómetros por hora, y el roce con la atmósfera la puso a 3.000 grados centígrados.
Como digo, primera proeza. Haber mandado a la Luna el Apolo XI.
Segunda proeza. Haber llegado a la Luna. Nunca nadie había llegado tan lejos. El hombre que ha hecho el viaje más largo en la Tierra, ha sido Juan Sebastián Elcano, que dio la vuelta a la Tierra. Entonces, como no estaban abiertos los canales de Panamá y Suez, tuvo que rodear el Cabo de Hornos y el Cabo de Buena Esperanza. Dio una vuelta enorme. Si el perímetro de la Tierra, el meridiano, es de 40 000 km, con la vuelta que tuvo que dar, pongamos el doble, 80 000 km. Nadie en la Tierra había hecho un viaje tan largo: 80 000 km. Pues a la Luna hay 384 000 km. Es decir 300 000 más. Nunca nadie había llegado tan lejos. El Apolo recorrió 800 000 km.
Tercero. Velocidad: había que volar a 40 000 km por hora. Nunca nadie había volado a tal velocidad. Los grandes aviones comerciales de líneas aéreas, estos «Jumbos», van alrededor de mil km por hora. El «Concorde» a 2 mil km por hora. El avión más rápido del mundo es el «X-l5» americano, que es un prototipo, no es un avión hecho en serie, va a 6 000 km por hora. Es el récord de velocidad: 6 000 km por hora.
Había que volar a 40 000 km por hora para escapar del campo gravitatorio de la Tierra. La gravedad de la Tierra atrae. Por eso las cosas caen. Cuando tiro una piedra con la mano, el impulso que le doy a la piedra se combina con la atracción de la gravedad que va atrayendo a la piedra. Ésta describe una parábola, y termina por caer a tierra. Si en lugar de ser una piedra tirada con la mano, es un proyectil de cañón, sale con más velocidad y la parábola es más larga; pero termina por caer a tierra. Si el proyectil sale a 8 km por segundo, entonces la parábola es tan larga que cae detrás del horizonte, y se queda en órbita terrestre. Ahí tenemos un satélite artificial. Los satélites artificiales se ponen en órbita con proyectiles que salen a 8 km por segundo. El Saturno V tenía que salir a 11 km por segundo, que son 40 000 km por hora, para escapar del campo gravitatorio.
Entonces, la parábola es tan larga que se sale del campo gravitatorio práctico. El campo gravitatorio teórico es infinito. Pero prácticamente, llega un momento en que la atracción de la Tierra es tan débil que no influye en el proyectil. Por eso, como dije antes, estos grandes depósitos de combustible del Saturno V son para escapar del campo gravitatorio; porque fuera del campo gravitatorio, y fuera de la atmósfera, se va sin motores, por inercia. Se va a base de matemáticas. Menudos depósitos de combustible harían falta para ir a la Luna a fuerza de combustible. No, a la Luna se llega a base de matemáticas, como después diré. Había que volar a 40 000 km por hora. Nunca nadie había volado tan rápido.
Y cuarto: Precisión. Tengamos en cuenta que el Apolo ha ido a la Luna y ha vuelto. Ha hecho un viaje de 800 000 kilómetros y se pone en contacto con el agua 30 segundos después de la hora prevista. Una precisión fenomenal, extraordinaria. Don Emilio Novoa, Director de la Escuela Superior de Ingenieros de Telecomunicación, en un artículo de una revista científica que yo leí, decía: «El hombre ha ido a la Luna gracias a la cibernética». Sin ayuda de las computadoras, nosotros no hubiéramos ido a la Luna. Porque hemos ido a la Luna a base de matemáticas. Hay que hacer tal cantidad de cálculos, que el hombre es incapaz de hacerlos, y necesita de la máquina: el hombre se ayuda de la máquina. En esto como en todo.
Urtain, aquel famoso boxeador, en sus buenos tiempos, al primer minuto dejaba knockout al contrincante. Creo que levantaba 100 kilos de peso. Muy bien, Urtain con su fortaleza física levanta 100 kilos. Pero ni Urtain ni nadie es capaz de levantar con su brazo diez toneladas. Y lo que no puede hacer el hombre con su brazo, lo hace con la cabeza: inventa una grúa y mueve diez toneladas.
Un corredor creo que puede correr a 36 km por hora. Creo que ésa es la marca de los cien metros lisos. Pero no hay corredor en el mundo que con sus piernas corra a 100 km por hora. Lo que el hombre no puede hacer con las piernas lo hace con la cabeza: inventa una máquina, que se llama automóvil, y puede correr a 100 km por hora.
Lo mismo: con el cerebro podemos calcular con un límite de velocidad y un margen de error. Pero inventamos una máquina que calcula más aprisa, y además no se equivoca. Esto es la cibernética: los ordenadores, las computadoras y las calculadoras. Pues gracias a la cibernética hemos ido a la Luna; porque sin ayuda de las máquinas nunca hubiéramos sido capaces de ir a la Luna, por la cantidad de datos que había que calcular.
Una vez dicho esto, vamos a compararlo un poco con el cosmos.
Hemos ido a la Luna. Pero, ¿qué es eso de ir a la Luna? ¿Qué proeza hemos hecho yendo a la Luna? Hemos visitado a nuestra vecina del primero derecha, viviendo nosotros en el primero izquierda. Nuestra vecina de puerta. Porque, ¿dónde está la Luna? A 384 000 kilómetros de distancia.
Vamos a citar estrellas muy lejanas: Andrómeda, está a dos millones de años de luz. Coma de Virgo, a doscientos millones de años de luz. Y la Luna está a un segundo. La luz de la Luna a la Tierra tarda un segundo. Conocemos estrellas que están a doscientos millones de años-luz. ¿Qué hemos hecho al llegar a la Luna que está a un segundo de luz? ¿Hay alguien que piense darse un paseo por Andrómeda o por Coma de Virgo? Doscientos millones de años de viaje de ida. Y eso si logramos volar a la velocidad de la luz: 300.000 kilómetros por segundo, que es velocidad tope, como demostró matemáticamente Einstein; pues según su fórmula matemática en ese caso la masa sería infinita, lo cual es imposible.
Voy a seguir dando datos porque esto es interesantísimo. Hemos hablado de distancias. Ahora voy a hablar de velocidades.
El Apolo ha salido a 40 000 km por hora, es decir 11 km por segundo. La Tierra va a más del doble por el espacio. Va a 100 000 km por hora, que son 30 km por segundo.
El Sol va a 300 km por segundo. Y por poner la más rápida que hemos detectado: hay estrellas que van a 145 000 km por segundo. Esto lo ha hecho Milton Humason en Monte Palomar (California), donde hay un gran observatorio con un telescopio que tiene un espejo de 5 metros de diámetro que pesa catorce toneladas y su campo de observación alcanza mil millones de años luz. Milton Humason ha captado estrellas que van por el espacio a 145 000 km por segundo. ¿Y cómo se mide esto? Analizando la luz. El único correo que llega de las estrellas es la luz. El científico descompone la luz en el prisma óptico; en los colores del arco iris: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violado. Y en esta banda de colores del arco iris hay unas rayas características. Por estas rayas se sabe qué cuerpo se quema en la estrella, a qué temperatura está, a qué velocidad se desplaza, etc.
Estudiando las rayas del espectro, por el corrimiento hacia el rojo, se han detectado estrellas que se alejan por el espacio a 145 000 km por segundo. Estas estrellas no son corpúsculos, no son partículas, no son fotones, son monstruos del tamaño que ahora veremos.
La Tierra, ya lo dije antes, tiene 40 000 kilómetros de perímetro. El Sol es un saco de garbanzos donde caben 1.300.000 garbanzos del tamaño de la Tierra: de 40 000 kilómetros de perímetro cada garbanzo. Y el Sol es una estrella pequeña. Antares, es una estrella anaranjada que sale por el sur en verano -en invierno no se ve-, de la constelación de Escorpión. Es 115 millones de veces mayor que el Sol.
Os digo que el Sol es 1.300.000 veces mayor que la Tierra, y decís: ¡Qué grande! Os digo que Antares es 115 millones de veces mayor que el Sol: ¡Qué grande! Pues hay diferencia. Para que entendamos bien esto, lo voy a ejemplificar de una manera plástica. Se entenderá muy bien: Antares es de un tamaño tan colosal que dentro de Antares cabe el Sol y la Tierra girando alrededor del Sol a 150 millones de kilómetros de distancia.
La Tierra describe una órbita cuyo diámetro es de 300 millones de kilómetros. Para que caigamos en la cuenta de lo que es una órbita de 300 millones de kilómetros de diámetro, hemos de saber que eso es el año. El año es lo que la Tierra tarda en darle la vuelta al Sol, en recorrer su órbita de 300 millones de kilómetros de diámetro a 100.000 km por hora. Pues estos 300 millones de kilómetros, diámetro de la órbita de la Tierra, es el radio de la estrella Antares. Dentro de la estrella Antares, cabe el Sol, la Tierra dándole vueltas, y sobra media estrella. ¡Tamaño de Antares!
Voy a dar otro dato más impresionante. Alfa de Hércules, la mayor de las estrellas conocidas, es ocho mil billones -con B de Barcelona- de veces mayor que el Sol. Y lo voy a ejemplificar como antes. Resulta que el diámetro de la órbita de Plutón, que son doce mil millones de kilómetros, es la décima parte del radio de Alfa de Hércules. ¡Unos tamaños descomunales!
Pues estas estrellas con estos tamaños, con estas velocidades, se mueven con una precisión admirable. Hoy los relojes de cuarzo son de más precisión; pero hasta hace poco los relojes, ¿con quién se ponían en hora? Con el Sol. ¿Quién daba las doce? El Sol. Y cuando el Sol pasaba por el meridiano, todos los relojes poniéndose en hora con el Sol. Porque el movimiento de las estrellas es matemático.
Yo tengo muchos amigos astrónomos que me hacen los cálculos que les pido. Uno de ellos, que es observador, me dijo un día hablando de estas cosas:
-Mire, Padre, el movimiento de las estrellas es tan exacto que a mí me bastan cinco segundos para que mi ayudante me avise. Él está en la mesa tomando los datos que yo le doy. Me avisa cinco segundos antes, para que yo apague el cigarrillo y ponga el ojo en el aparato. A la hora, al minuto y al segundo, calculado en las efemérides, una estrella que está a miles de años de luz pasa por el meridiano. El almanaque astronómico, se ha hecho hace varios años. Porque en los almanaques astronómicos hay que hacer muchos cálculos y muchos números, mandar a la imprenta, corregir pruebas, volver a mandar y volver a corregir: se hacen con varios años de antelación. Pues en un almanaque que se ha hecho hace varios años, se dice a qué hora, a qué minuto y a qué segundo, una estrella que está a miles de años de luz, va a pasar por el meridiano. Y eso es tan exacto, que me avisa cinco segundos antes, pongo el ojo en el aparato, y a la hora, al minuto y segundo previsto, una estrella que está a miles de años de luz pasa por el meridiano. ¡Exactitud matemática del movimiento de las estrellas!
Miren ustedes, en lo único que se puede ser profeta es en Astronomía. En ninguna otra cosa. ¿Me quieren decir quién sabe el campeón de liga del año que viene? ¡Ni siquiera los catorce resultados de los partidos del domingo! Por eso el que acierta por casualidad se lleva 60 millones ó mucho más. Pero, ¿quién puede profetizar los 14 resultados? ¡Nadie! ¡No podemos ser profetas en nada! En Astronomía, sí.
Voy a hacer una profecía. Miren ustedes, dentro de tres años ustedes se van a acordar de mí. Seguro. Porque dentro de tres años recordarán que hoy les digo que en marzo de 1986 el cometa Halley pasará junto a la Tierra. Y ustedes se enterarán, aunque no quieran, pues estoy seguro que la tele, la radio, los periódicos, las revistas, a todas horas, hablarán de este acontecimiento que estamos esperando desde el año 1910, que también pasó junto a la Tierra, como se había predicho el siglo pasado. Porque en el cielo todo se mueve con precisión matemática. ¡Exactitud de las estrellas en el cosmos!
Por eso dice James Jeans, un astrónomo americano: «EI cosmos es obra de un Gran Matemático. Porque en el cosmos resplandecen leyes matemáticas». Leyes matemáticas que formularon Newton y Kepler. Pero Newton y Kepler, que formularon las leyes matemáticas que rigen el movimiento de las estrellas, no hicieron esas leyes. Las leyes matemáticas estaban en las estrellas muchísimos años antes que nacieran Newton y Kepler. El hombre descubre las leyes matemáticas que rigen el movimiento de las estrellas. Las formula, pero no las hace.
Hay otro que ha hecho esas leyes matemáticas. Por eso dice Borman desde la Luna: «Nosotros hemos llegado a la Luna gracias a unas leyes matemáticas que no las ha hecho el hombre».
Mirad. Acaba de morir un Premio Nobel de Física, que se llamaba Paul Dirac. Este periódico de Bilbao, «EI Correo Español», hablando de él, dice una frase muy bonita. Leo: «Es uno de los astrónomos más sobresalientes de nuestro tiempo». Pues Paul Dirac, que acaba de morir, Premio Nobel de Física, uno de los astrónomos más sobresalientes de nuestro tiempo dice en una revista científica llamada «lnvestigación y Ciencia»: «Dios es un Matemático de alto nivel». Hay un Matemático que ha puesto las leyes que rigen el movimiento de las estrellas.
A esto voy. Estos hombres, astrónomos, comprenden que el cosmos es obra de un Matemático. Las leyes matemáticas que se reflejan en la Naturaleza nos hablan del Matemático. Lo mismo que una obra de arte me habla del artista. Cuando nosotros vemos la belleza de la cara de la Virgen de la Piedad, de Miguel Ángel, pensamos en el artista. Pero, ¡qué artista, Miguel Ángel, que de un bloque de mármol saca esta belleza de mujer! ¡Qué artista!
La obra me hace pensar en el artista. Cuando contemplamos el cosmos, pensamos en el Matemático que ha hecho esta obra maravillosa. Porque comprendemos que ni la cara de la Virgen de la Piedad salió por casualidad, ni este maravilloso orden con que se mueven las estrellas puede ser fruto de la casualidad. El orden no es fruto de la casualidad. Un ejemplo muy claro: mi libro «Para salvarte» tiene un millón de letras. Para que este millón de letras se ordene formando palabras, y las palabras formando frases, hace falta una inteligencia ordenadora. Pero a nadie se le ocurre que para escribir un libro, se echen en un recipiente un millón de letras, se tiren, y sale un libro. Ni siquiera saldrían derechas ni en línea recta.
Evidentemente, el orden que las letras tienen en el libro es uno de los órdenes posibles. Pero la probabilidad de que caigan las letras en este orden es una contra un número que tiene tres millones de cifras. El cálculo se ha hecho con computadora. El número es tan grande que si lo nombramos por su nombre propio, pocas personas lo entenderán: el número de permutaciones es de quinientos milillones (500.000 grupos de seis cifras). Para escribirlo con números del tamaño de las letras de este libro se necesitaría una tira de papel de seis kilómetros de larga.
Es decir, la probabilidad de que salga el libro al tirar las letras del recipiente al suelo es prácticamente nula. Y mucho menos que al tirarlo 40 veces seguidas, salgan las 40 ediciones que lleva este libro.
¡Esto es ridículo! Es ridículo pensar que el orden es fruto de la casualidad. El orden es fruto de la inteligencia Y cuando yo veo una técnica, un orden, pienso en una inteligencia, no pienso en la casualidad. «Hombre, mira que casualidad, eché en un recipiente un millón de letras, las tiré y me salió un libro. Oye, y lo tiré 40 veces seguidas, y me salieron 40 ediciones».
¡Es ridículo! Esto con un millón de letras. ¿Y con los millones y millones de estrellas que hay en el cosmos? Nuestro sistema solar tiene diez planetas: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Los nueve que todo el mundo conoce, y el décimo que acabamos de descubrir. El Sol, tiene diez planetas en equilibrio. (*)
Soles como el nuestro, en nuestra galaxia, la Vía Láctea, nuestro barrio del cosmos, hay cien mil millones de soles. Y galaxias como la nuestra, diez mil millones de galaxias. Y todos estos miles de millones de estrellas, moviéndose con precisión matemática; hasta el punto, como dije antes, que podemos predecir con años de antelación, el día, la hora, el minuto y el segundo que una estrella, que está a miles de años de luz, pasa por el meridiano. Por eso dice la Biblia: «Los cielos cantan la gloria de Dios». Porque cuando sabes lo que es el cosmos, no tienes más remedio que caer de rodillas, admirando la grandeza, el poder, la sabiduría y la técnica de Ése, que llamo Dios, Autor del cosmos. Pues éste es el fruto de esta conferencia.
Padre Jorge Loring (España)
(*) La conferencia data de 1985. Hoy se admite la existencia de 8 planetas.


viernes, 1 de mayo de 2009
Plutón y su Atmósfera
Por medio del VLT, se han conseguido nuevos y valiosos datos acerca de la atmósfera de Plutón, el que actualmente no es considerado un planeta convencional sino un plutoide o “planeta enano”. Si bien la existencia de una atmósfera tenue en ese cuerpo celeste se conoce desde principios de la década de 1980, se ha descubierto que está conformada por cantidades notablemente elevadas de metano. Según Emmanuel Lellouch, autor principal de una carta al editor publicada en Astronomy & Astrophysics, esta particular composición atmosférica se asocia con una temperatura notablemente mayor que la de la superficie de Plutón.
Esta característica sólo es explicable por la presencia de pequeñas extensiones de metano puro o por una capa rica en esta sustancia que cubra a este planeta enano. De hecho, después del nitrógeno, el metano parece ser el segundo componente en importancia de la atmósfera plutoniana. Sin embargo, basta recordar que la forma pronunciadamente elíptica de la órbita de Plutón lo aleja a casi 5 000 millones de kilómetros del Sol, por lo cual durante períodos prolongados esta atmósfera se sublima como “hielo” de metano sobre la superficie planetaria.
En contraste con el aire de la Tierra, la atmósfera de Plutón presenta un fenómeno de inversión térmica, dado que a mayor altura, más elevada es la temperatura que se observa en la atmósfera. En cambio, en nuestro planeta, a medida que se asciende en la atmósfera la temperatura va disminuyendo cerca de 6ºC por kilómetro. Así, en condiciones normales, el aire cercano a la superficie de la Tierra es más caliente que el aire que está por encima, en gran parte porque la atmósfera es calentada desde abajo en la medida que la radiación solar calienta la superficie de la Tierra la que, a su vez, eleva la temperatura de la capa de aire que se encuentra directamente sobre ella.
Basta recordar que Plutón tiene un diámetro equivalente al de la quinta parte de la Tierra, con condiciones climáticas glaciales (la temperatura media es de unos -180ºC) y envuelto en tinieblas perpetuas, ambos frutos de su gran distancia al Sol. Indudablemente nuestro mundo fue adecuadamente “diseñado” para la vida tal como la conocemos…


miércoles, 1 de abril de 2009
La Búsqueda del Orden: ¿Milagros sin Autor?

Una de las cuestiones que más interés suscitan hoy día en el ámbito científico es la auto-organización de la materia. Estamos ante una auténtica revolución en nuestra concepción de la naturaleza, que tiene importantes implicaciones filosóficas y teológicas.
La importancia del tema se refleja en una obra colectiva publicada en 1989 por Paul Davies (The New Physics. Cambridge University Press, Cambridge), que ofrece una síntesis de los temas punteros de la física actual. Sus 18 capítulos se pueden dividir en tres bloques. El primero se refiere a la astrofísica y a la cosmología, o sea, al universo en su conjunto; se trata de la frontera de lo muy grande. El tercero trata temas de física fundamental, o sea, de las partículas y fuerzas básicas que componen la materia; se trata de la frontera de lo muy pequeño. El segundo se refiere a diferentes aspectos de la auto-organización; se trata de una nueva frontera, que es la de la complejidad.
La experiencia de auto-organización en la naturaleza no es algo nuevo. En el mundo de los vivientes impera la auto-organización. Si el tema de la auto-organización cobra hoy día un interés especial, ello no se debe a que se haya descubierto sin más su existencia. Se debe a que, por primera vez en la historia, estamos alcanzando una cierta comprensión de los mecanismos físicos implicados en los fenómenos de la auto-organización.
Superfluidez y superconductividad
Los fenómenos físicos donde se manifiesta más espectacularmente la aparición espontánea de un comportamiento ordenado son la superfluidez y la superconductividad. Tienen un gran interés tecnológico y económico; por ejemplo, las industrias avanzadas siguen con interés los avances en la fabricación de superconductores, que permiten el transporte de energía sin disipación.
La superfluidez tiene lugar a muy bajas temperaturas, cerca del cero absoluto, que es el límite en el que cesa toda actividad. Un inconveniente es que casi todos los elementos se congelan a esas temperaturas. Pero hay una excepción: el helio. Existen dos isótopos estables del helio: el helio 4, que es el común, y el helio 3, que es raro y se produce en la desintegración beta del tritio en reactores nucleares. Los dos isótopos se comportan de modo muy diferente, lo cual sirve para examinar los efectos de las dos estadísticas cuánticas: la de Fermi-Dirac, a la que obedecen las partículas de espín semientero, y la de Bose-Einstein, seguida por las partículas de espín entero.
La superfluidez se da a temperaturas enormemente bajas: a partir de 2,17º Kelvin para el helio 4, y de 2,6 x 10-3 grados Kelvin para el helio 3. En esas condiciones, un enorme número de átomos se comporta colectivamente de modo que se da un flujo sin fricción alguna. El helio líquido sube por las paredes de un recipiente, y existen otros fenómenos igualmente llamativos.
La física de bajas temperaturas
Que el descenso de temperatura provoca fenómenos de orden es bien conocido. Existen muchos fenómenos en los que se da una transición de desorden a orden al disminuir la temperatura. Uno muy familiar es la congelación del agua. Otros fenómenos bien conocidos se refieren al magnetismo: a temperaturas suficientemente bajas, los átomos de una pieza de hierro, que se comportan como pequeños imanes, se alinean paralelamente, y la pieza se comporta como un imán.
Sin embargo, si toda la naturaleza se encontrara a esas temperaturas, presentaría un elevado grado de orden, pero se trataría de un infierno congelado en el que no habría lugar para la vida. ¿Por qué, entonces, se da tanta importancia a estos avances de la física?
En pocas palabras, lo que sucede es que, por primera vez, disponemos de teorías que nos permiten conocer los detalles microfísicos de unos fenómenos que tienen manifestaciones macrofísicas. La física de bajas temperaturas permite relacionar la mecánica cuántica, que trata acerca de los componentes minúsculos de la materia, con el mundo de lo observable; por tanto, permite explicar cómo surgen configuraciones macrofísicas a partir de los componentes microfísicos. Ahí radica su importancia.
Conocemos también transiciones del desorden al orden que se dan en otros tipos de fenómenos. Las condiciones físicas en que se producen esos fenómenos constituyen el tema de importantes estudios dirigidos por científicos como Ilya Prigogine y Hermann Haken. La termodinámica de procesos irreversibles de Prigogine y la sinergética de Haken son dos perspectivas centradas en el tema de la auto-organización.
¿Qué significa la auto-organización?
En pocas palabras, la situación es la siguiente. En primer lugar, se han formulado nuevas teorías físico-matemáticas que explican fenómenos en los que se forman nuevos tipos de orden. En segundo lugar, se han conocido nuevos fenómenos que responden a las características de la auto-organización; algunos de ellos sólo tienen lugar en condiciones de laboratorio. En tercer lugar, las explicaciones alcanzadas relacionan el nivel de los componentes microfísicos (partículas, átomos) con el nivel observable. En cuarto lugar, esto hace posible que se tiendan puentes que conectan los niveles básicos de la física y la química con el nivel biológico.
En el nivel de la biología, se utilizan conceptos tomados de la cibernética y de la teoría de la información. Estos conceptos, junto con las teorías acerca de la auto-organización, proporcionan una base para el estudio de los mecanismos físicos implicados en los fenómenos biológicos.
El conocimiento de los procesos en los que se origina el orden pone de manifiesto la importancia, en el ámbito científico, de las configuraciones y de las tendencias. Y es fácil advertir que estas dos nociones se encuentran muy relacionadas con los conceptos clásicos de formas y fines, que parecían haber sido borradas del mapa por el progreso científico. La ciencia actual muestra que en el nivel físico básico existen tendencias reales hacia configuraciones bien determinadas.
El dinamismo de la materia
Parece necesario proceder a una reevaluación del concepto de materia. Quizás no sería del todo inapropiado hablar, en este contexto, de un retorno a una noción dinámica de la materia que ya se encontraba en los presocráticos.
Si se exceptúan Leucipo y Demócrito, las ideas de los presocráticos se encuentran muy alejadas de la idea de materia que prevaleció cuando, dos mil años más tarde, la física naciente parecía entrelazarse con una concepción mecanicista. Materia y fuerza formaban una unidad indivisible. Como subrayó Jaeger, Platón cita la frase de Tales todo está lleno de dioses como si fuera la quintaesencia misma de toda filosofía. Parece significar que todo está lleno de misteriosas fuerzas vivas. Anaxímenes parece compartir con Tales esta idea, y Heráclito se hizo eco de ella cuando, según se cuenta, estando al lado del hogar de su casa calentándose, advirtió que unos visitantes vacilaban en entrar, y les dijo: Entrad. También aquí hay dioses.
Estas ideas de los presocráticos acerca de la materia han sido a veces desechadas como correspondientes a una mentalidad primitiva deudora de un pasado mítico. Sin embargo, el dinamismo de la materia es un aspecto claramente afirmado por las ideas científicas contemporáneas.
Ciencia, filosofía y teología
Davies enmarca este tema con estas palabras: "Los sistemas complejos dejan de ser meramente complicados cuando despliegan un comportamiento coherente que implica la organización colectiva de un amplio número de grados de libertad. Es uno de los milagros universales de la naturaleza que enormes reuniones de partículas, que sólo están sometidas a las fuerzas ciegas de la naturaleza, sin embargo son capaces de organizarse a sí mismas en configuraciones (patterns) de actividad cooperativa".
La referencia a "milagros universales", "fuerzas ciegas" y "auto-organización" muestran a las claras que el tema resulta fascinante porque conecta con problemas perennes de la filosofía natural e incluso de la teología. Y muestra que, cuando se adopta una posición naturalista, hay que admitir que la naturaleza realiza "milagros universales". Se trata de un milagro continuo, sólo que sin autor.
La reflexión acerca del fundamento del orden apunta hacia problemas que están tan vivos ahora como siempre, y que, llevados hasta sus últimas consecuencias, constituyen parte del objeto de la teología natural.
Así como el ser necesita de un fundamento, el orden, que puede ser concebido como un despliegue del ser, también lo requiere. El ser y el obrar se encuentran vinculados e incluso como fundidos en una misma realidad. Pues bien, la reflexión acerca de una naturaleza que manifiesta un dinamismo propio, que tiende hacia nuevas estructuras de orden, conduce fácilmente a admitir que debe existir una causa superior a la naturaleza.
La auto-organización de la naturaleza, lejos de excluir la exigencia de una ulterior fundamentación, puede ayudar a replantearla desde unas bases que, comparadas con la imagen mecanicista de la naturaleza, resultan mucho más auténticas y sugerentes. A menos que uno esté dispuesto a dejar de pensar, o a afirmar que existen milagros continuos que no tienen autor.
Publicado en formato 1.0 en abril de 2009


domingo, 1 de marzo de 2009
La Capa de Ozono
El ozono está presente en muy pequeñas cantidades en la atmósfera. Una de las modalidades más utilizadas para expresar su concentración son las unidades Dobson (UD). Aproximadamente, una UD equivale a un parte por billón en volumen de gas (1 / 1 000 000 000 000). En promedio, en la atmósfera terrestre se encuentran entre 250 y 500 UD, aunque de modo no uniforme; se reconoce que casi el 90% de todo el ozono se encuentra en una mal llamada “capa” a unos 20 km de altura sobre el nivel del mal.
La capa de ozono en septiembre de 2004 (imagen NASA)
La “capa” es capaz de de absorber gran parte de la radiación solar conocida como rayos ultravioleta B (UVB). Este espectro de ondas electromagnéticas puede provocar alteraciones graves en los tejidos, inducir mutaciones y cáncer, además de matar al fitoplancton y, con ello, acabar con la mayor parte de la vida marina.
Sin embargo, a partir de 1970, se ha denunciado que los clorofluorocarbonos (CFC), gases contenidos sobre todo en aerosoles y circuitos de refrigeración, se vinculan con la disminución del contenido atmosférico de ozono. En resumidas cuentas, el cloro liberado por estos gases es capaz de destruir las moléculas de ozono, para liberar un átomo de oxígeno y reducirla a la forma O2. De este modo, el contenido de ozono atmosférico disminuye progresivamente.
No obstante, sólo desde fines de la década de 1980 este problema fue dimensionado en su importancia real, cuando se demostró el llamado “agujero de la capa de ozono” sobre el territorio antártico. Por otra parte, debido a sus características físicas, los CFC pueden permanecer en la atmósfera por un promedio de 100 años, durante los cuales continúan liberando cloro y, en consecuencia, convirtiendo al ozono en oxígeno convencional.
Dadas las graves implicancias para todos los seres vivos, es nuestro deber preservar la maravillosa armonía de la Creación, donde cada forma de vida, sustancia y molécula cumple una función precisamente diseñada por Dios: no es correcto olvidar que debemos a la Creación un respeto análogo al que corresponde al Creador.
domingo, 1 de febrero de 2009
La Relatividad y George Lemaître
Todo el mundo sabe algo de Galileo, Newton o Einstein, por citar tres nombres especialmente ilustres de la física. Pero pocos han oído hablar de Georges Lemaître, el padre de las teorías actuales sobre el origen del universo.
Una trayectoria singular
Lemaître nació en Charleroi (Bélgica) el 17 de julio de 1894, y murió el 20 de junio de 1966. No fue un sacerdote que se dedicó a la ciencia ni un científico que se hizo sacerdote: fue, desde el principio, las dos cosas. Desde muy joven descubrió su doble vocación, y lo comentó con su familia. Su padre le aconsejó estudiar primero Ingeniería, y así lo hizo, aunque su trayectoria se complicó porque se pasó a la física y además porque, en mitad de sus estudios, estalló la primera guerra mundial.
En 1911 fue admitido en la Escuela de Ingenieros. En verano de 1914 pensaba pasar sus vacaciones yendo al Tirol en bicicleta con un amigo, pero tuvo que cambiar las vacaciones por la guerra en la que se vio envuelto su país hasta 1918. Después volvió a la Universidad de Lovaina y cambió su orientación: se dedicó a las matemáticas y a la física. Como seguía con su idea de ser sacerdote, tras obtener el doctorado en física y matemáticas ingresó en el Seminario de Malinas y fue ordenado sacerdote por el Cardenal Mercier, el 22 de septiembre de 1923. Ese mismo año le fueron concedidas dos becas de investigación, una del gobierno belga y otra de una Fundación norteamericana, y fue admitido en la Universidad de Cambridge (Inglaterra) como investigador de astronomía.
El observatorio astronómico de Cambridge estaba entonces dirigido por Sir Arthur Eddington, uno de los astrofísicos más importantes del siglo XX. Eran unos años muy importantes para la física. Einstein había formulado la relatividad especial en 1905, y en 1915 la relatividad general, que por vez primera permitía estudiar científicamente el universo en su conjunto. Lemaître siguió las enseñanzas de Eddington y también las de Rutherford, padre de la física nuclear. En junio de 1924 volvió a Bruselas, pero ese mismo año volvió a viajar por motivos científicos, esta vez a Canadá y Estados Unidos. En América, además de encontrar a Eddington, tuvo la oportunidad de conocer directamente a algunos físicos que, en aquellos momentos, estaban realizando trabajos pioneros en las observaciones astronómicas, y pasó el curso 1924-1925 trabajando en Harvard con uno de ellos, Harlow Shapley.
Desde octubre de 1925, Lemaître fue profesor de la Universidad de Lovaina. Abierto y simpático, tenía grandes dotes para la investigación y era un profesor nada convencional. Ejerció una gran influencia en muchos alumnos y promovió la investigación en la Universidad. Además, en 1930 se hizo famoso en la comunidad científica mundial y sus viajes, especialmente a los Estados Unidos, fueron ya una constante durante muchos años.
Lemaître se hizo famoso por dos trabajos que están muy relacionados y se refieren al universo en su conjunto: la expansión del universo, y su origen a partir de un «átomo primitivo».
La expansión del universo
Las ecuaciones de la relatividad general, formuladas por Einstein en 1915, permitían estudiar el universo en su conjunto. El mismo Einstein lo hizo, pero se encontró con un universo que no le gustaba: era un universo que cambiaba con el tiempo, y Einstein, por motivos no científicos, prefería un universo inalterable en su conjunto. Para conseguirlo, realizó una maniobra que, al menos en la ciencia, suele ser mala: introdujo en sus ecuaciones un término cuya única función era mantener al universo estable, de acuerdo con sus preferencias personales. Se trataba de una magnitud a la que denominó «constante cosmológica». Años más tarde, dijo que había sido el peor error de su vida.
Otros físicos también habían desarrollado los estudios del universo tomando como base la relatividad general. Fueron especialmente importantes los trabajos del holandés Willem de Sitter en 1917, y del ruso George Friedman en 1922 y 1924. Friedman formuló la hipótesis de un universo en expansión, pero sus trabajos tuvieron escasa repercusión en aquellos momentos.
Lemaître trabajó en esa línea hasta que consiguió una explicación teórica del universo en expansión, y la publicó en un artículo de 1927. Pero, aunque ese artículo era correcto y estaba de acuerdo con los datos obtenidos por los astrofísicos de vanguardia en aquellos años, no tuvo por el momento ningún impacto especial, a pesar de que Lemaître fue a hablar de ese tema, personalmente, con Einstein en 1927 y con de Sitter en 1928: ninguno de los dos le hizo caso.
Para que a uno le hagan caso, suele ser importante tener un buen intercesor. El gran intercesor de Lemaître fue Eddington, quien le conocía por haberle tenido como discípulo en Cambridge el curso 1923-1924. El 10 de enero de 1930 tuvo lugar en Londres una reunión de la Real Sociedad Astronómica. Leyendo el informe que se publicó sobre esa reunión, Lemaître advirtió que tanto de Sitter como Eddington estaban insatisfechos con el universo estático de Einstein y buscaban otra solución. ¡Una solución que él ya había publicado en 1927! Escribió a Eddington recordándole ese trabajo de 1927. A Eddington, como a Einstein y por motivos semejantes, tampoco le hacía gracia un universo en expansión; pero esta vez se rindió ante los argumentos y se dispuso a reparar el desaguisado. El 10 de mayo de 1930 dio una conferencia ante la Sociedad Real sobre ese problema, y en ella informó sobre el trabajo de Lemaître: se refirió a la «contribución decididamente original avanzada por la brillante solución de Lemaître», diciendo que «da una respuesta asombrosamente completa a los diversos problemas que plantean las cosmogonías de Einstein y de de Sitter». El 19 de mayo, de Sitter reconoció también el valor del trabajo de Lemaître que fue publicado, traducido al inglés, por la Real Sociedad Astronómica. Lemaître se hizo famoso.
La fama de Lemaître se consolidó en 1932. Muchos astrónomos y periodistas estaban presentes en Cambridge (Estados Unidos), en la conferencia que Eddington pronunció el día 7 de septiembre en olor de multitud, y en esa conferencia Eddington se refirió a la hipótesis de Lemaître como una idea fundamental para comprender el universo (Lemaître estaba presente en la conferencia). El día 9, en el Observatorio de Harvard, se pidió a Eddington y Lemaître que explicasen su teoría.
El átomo primitivo
Si el universo está en expansión, resulta lógico pensar que, en el pasado, ocupaba un espacio cada vez más pequeño, hasta que, en algún momento original, todo el universo se encontraría concentrado en una especie de «átomo primitivo». Esto es lo que casi todos los científicos afirman hoy día, pero nadie había elaborado científicamente esa idea antes de que Lemaître lo hiciera, en un artículo publicado en la prestigiosa revista inglesa Nature el 9 de mayo de 1931.
El artículo era corto, y se titulaba «El comienzo del mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica». Lemaître publicó otros artículos sobre el mismo tema en los años sucesivos, y llegó a publicar un libro titulado «La hipótesis del átomo primitivo».
En la actualidad estamos acostumbrados a estos temas, pero la situación era muy diferente en 1931. De hecho, la idea de Lemaître tropezó no sólo con críticas, sino con una abierta hostilidad por parte de científicos que reaccionaron a veces de modo violento. Especialmente, Einstein encontraba esa hipótesis demasiado audaz e incluso tendenciosa.
Llegamos así a una situación que se podría calificar como «síndrome Galileo». Este síndrome tiene diferentes manifestaciones, según los casos, pero responde a un mismo estado de ánimo: el temor de que la religión pueda interferir con la autonomía de las ciencias. Sin duda, una interferencia de ese tipo es indeseable; pero el síndrome Galileo se produce cuando no existe realmente una interferencia y, sin embargo, se piensa que existe.
En nuestro caso, se dio el síndrome Galileo: varios científicos (entre ellos Einstein) veían con desconfianza la propuesta de Lemaître, que era una hipótesis científica seria, porque, según su opinión, podría favorecer a las ideas religiosas acerca de la creación. Pero antes de analizar más de cerca las manifestaciones del «síndrome Galileo» en este caso, vale la pena registrar cómo se desarrollaron las relaciones entre Lemaître y Einstein.
Einstein y Lemaître
El artículo de Lemaître de 1927, sobre la expansión del universo, no encontró mucho eco. Desde luego, Lemaître no era un hombre que se quedase con los brazos cruzados. Convencido de la importancia de su trabajo, fue a explicárselo al mismísimo Einstein.
El primer encuentro fue, más bien, un encontronazo. Del 24 al 29 de octubre de 1927 tuvo lugar, en Bruselas, el famoso quinto congreso Solvay, donde los grandes genios de la física discutieron la nueva física cuántica. Lemaître buscó hablar con Einstein sobre su artículo, y lo consiguió. Pero Einstein le dijo: «He leído su artículo. Sus cálculos son correctos, pero su física es abominable». Lemaître, convencido de que Einstein se equivocaba esta vez, buscó prolongar la conversación, y también lo consiguió. El profesor Piccard, que acompañaba a Einstein para mostrarle su laboratorio en la Universidad, invitó a Lemaître a subir al taxi con ellos. Una vez en el coche, Lemaître aludió a la velocidad de las nebulosas, tema que en aquellos momentos era objeto de importantes resultados que Lemaître conocía muy bien y que se encuentra muy relacionado con la expansión del universo. Pero la situación se volvió bastante embarazosa, porque Einstein no parecía estar al corriente de esos resultados. Piccard decidió huir hacia adelante: para salvar la situación, ¡comenzó a hablar con Einstein en alemán, idioma que Lemaître no entendía!
Las relaciones de Lemaître con Einstein mejoraron más tarde. La primera aproximación vino a través de los reyes de Bélgica, que se interesaron por los trabajos de Lemaître y le invitaron a la corte. Einstein pasaba cada año por Bélgica para visitar a Lorentz y a de Sitter, y en 1929 encontró una invitación de la reina Elizabeth, alemana como Einstein, en la que le pedía que fuera a verla llevando su violón (tocar el violón era una afición común a la reina y a Einstein): esa invitación fue seguida por muchas otras, de modo que Einstein llegó a ser amigo de los reyes. En una conversación, el rey preguntó a Einstein sobre la famosa teoría acerca de la expansión del universo, e inevitablemente se habló de Lemaître; notando que Einstein se sentía incómodo, la reina le invitó a improvisar, con ella, un dúo de violón. Ya llovía sobre mojado.
Otra aproximación se produjo en 1930, en una ceremonia en Cambridge, donde Einstein encontró a Eddington. De nuevo salió en la conversación la teoría del sacerdote belga, y Eddington la defendió con entusiasmo.
Einstein tuvo varios años para reflexionar antes de encontrarse de nuevo personalmente con Lemaître, en los Estados Unidos. Lemaître había sido invitado por el famoso físico Robert Millikan, director del Instituto de Tecnología de California. Entre sus conferencias y seminarios, el 11 de enero de 1933 dirigió un seminario sobre los rayos cósmicos, y Einstein se encontraba entre los asistentes. Esta vez, Einstein se mostró muy afable y felicitó a Lemaître por la calidad de su exposición. Después, ambos se fueron a discutir sus puntos de vista. Einstein ya admitió entonces que el universo está en expansión; sin embargo, no le convencía la teoría del átomo primitivo, que le recordaba demasiado la creación. Einstein dudó de la buena fe de Lemaître en ese tema, y Lemaître, por el momento, no insistió.
En mayo de 1933, Einstein dirigió algunos seminarios en la Universidad Libre de Bruselas. Al enterarse de que Hitler había sido nombrado Canciller de la República Alemana, fue a la Embajada alemana en Bruselas para renunciar a la nacionalidad alemana y dimitir de sus puestos en la Academia de Ciencias y en la Universidad de Berlín. Einstein permaneció varios meses en Bélgica, preparando su porvenir de exiliado. En esas circunstancias, Lemaître fue a verle y le organizó varios seminarios. En uno de ellos, Einstein anunció que la conferencia siguiente la daría Lemaître, añadiendo que tenía cosas interesantes que contarles. El pobre Lemaître, cogido esta vez por sorpresa, pasó un fin de semana preparando su conferencia, y la dio el 17 de mayo. Einstein le interrumpió varias veces en la conferencia manifestando su entusiasmo, y afirmó entonces que Lemaître era la persona que mejor había comprendido sus teorías de la relatividad.
De enero a junio de 1935, Lemaître estuvo en los Estados Unidos como profesor invitado por el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. En Princeton encontró por última vez a Einstein.
Ciencia y religión
Volvamos al síndrome Galileo. A Einstein le costó aceptar la expansión del universo, aunque finalmente tuvo que rendirse ante ella, porque sus ideas religiosas se situaban en una línea que de algún modo podría calificarse, con los debidos matices, como panteísta. Por tanto, al otorgar de algún modo un carácter divino al universo, le costaba admitir que el universo en su conjunto va cambiando con el tiempo. Los mismos motivos le llevaron a rechazar la teoría del átomo primitivo. Un universo que tiene una historia y que comienza en un estado muy singular le recordaba demasiado la idea de creación.
Einstein no era el único científico que sufría los efectos del síndrome Galileo. El simple hecho de ver a un sacerdote católico metiéndose en cuestiones científicas parecía sugerir una intromisión de los eclesiásticos en un terreno ajeno. Y si ese sacerdote proponía, además, que el universo tenía un origen histórico, la presunta intromisión parecía confirmarse: se trataría de un sacerdote que quería meter en la ciencia la creación divina. Pero los trabajos científicos de Lemaître eran serios, y finalmente todos los científicos, Einstein incluido, lo reconocieron y le otorgaron todo tipo de honores.
Lamaître jamás intentó explotar la ciencia en beneficio de la religión. Estaba convencido de que ciencia y religión son dos caminos diferentes y complementarios que convergen en la verdad. Al cabo de los años, declaraba en una entrevista concedida al New York Times: «Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión».
Un hecho resulta especialmente significativo en este contexto. El 22 de noviembre de 1951, el Papa Pío XII pronunció una famosa alocución ante la Academia Pontificia de Ciencias. Algún pasaje parece sugerir que la ciencia, y en particular los nuevos conocimientos sobre el origen del universo, prueban la existencia de la creación divina. Lemaître, que en 1960 fue nombrado Presidente de la Academia Pontificia de Ciencias, pensó que era conveniente clarificar la situación para evitar equívocos, y habló con el jesuita Daniel O'Connell, director del Observatorio Vaticano, y con los Monseñores dell'Acqua y Tisserand, acerca del próximo discurso del Papa sobre cuestiones científicas. El 7 de septiembre de 1952, Pío XII dirigió un discurso a la asamblea general de la Unión astronómica internacional y, aludiendo a los conocimientos científicos mencionados en el discurso precedente, evitó extraer las consecuencias que podían prestarse a equívocos.
Lemaître dejó clara constancia de sus ideas sobre las relaciones entre ciencia y fe. Uno de sus textos resulta especialmente esclarecedor: «El científico cristiano debe dominar y aplicar con sagacidad la técnica especial adecuada a su problema. Tiene los mismos medios que su colega no creyente. También tiene la misma libertad de espíritu, al menos si la idea que se hace de las verdades religiosas está a la altura de su formación científica. Sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe también que Dios no sustituye a sus creaturas. La actividad divina omnipresente se encuentra por doquier esencialmente oculta. Nunca se podrá reducir el Ser supremo a una hipótesis científica. La revelación divina no nos ha enseñado lo que éramos capaces de descubrir por nosotros mismos, al menos cuando esas verdades naturales no son indispensables para comprender la verdad sobrenatural. Por tanto, el científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe.
sábado, 1 de noviembre de 2008
Los Fractales en la Creación

Un fractal natural
En la operación n-ésima la curva estará formada por 3·4 de N trozos, de perímetro 4N /3N-1. Cuando n tiende a infinito, el perímetro de la curva es infinito... ¡pese a que ocupa un área limitada del espacio!
¿Acaso el Universo creado responde a una descripción fractal? Un ejemplo interesante propuesto por los matemáticos son los perfiles de los ríos. Una alternativa empírica es cubrir el contorno geográfico con rectángulos (“conteo de cajas”, por el calco en la traducción del inglés box counting) y cuantificar el número de las mismas para cada escala de tamaño.

Medición por "cajas" de la longitud y la dimensión geométrica de un río
Por métodos técnicos que exceden el objetivo de este artículo, la aplicación de las propiedades de la potenciación y la función logarítmica nos permite deducir que la costa de un río tiene dimensiones fraccionarias, lo cual no parece encajar con facilidad en nuestra concepción del Universo.
Como puede apreciarse, esta apreciación de la realidad no es un patrimonio de las Ciencias Exactas o de la Informática, sino que en tanto en la Geografía como en los fenómenos meteorológicos y los seres vivientes encontramos ejemplos múltiples de fractales. La estructura misma de la Creación, fruto de la Máxima Inteligencia y del Máximo Amor, nos permite ver como la sorprendente simpleza de un árbol parte de una hoja morfológicamente similar a la rama que integra, la cual a su vez es semejante al árbol… pese a la contundente diferencia cualitativa entre la hoja y el árbol.

Fiordos noruegos (imagen satélite): otro ejemplo de fractal natural
Nuestra limitada capacidad requiere del apoyo de sistemas informáticos y modelos teóricos para simplemente aproximarnos a la comprensión de la Creación. “La Ciencia nunca resuelve un problema sin crear otros diez más”, decía George Bernard Shaw. A medida que avanza nuestro conocimiento de la realidad, podemos percibir como la distancia que nos separa intelectualmente de nuestro Creador es tan infinita como el perímetro de un fractal, pero también debemos lamentarnos ya que la soberbia en ignorar a Dios nos aleja de Él con la misma intensidad.


viernes, 1 de agosto de 2008
Galileo, Lavoisier y Durham
Dentro de su frondosa obra, hemos seleccionado para nuestros lectores un artículo que esclarece la desfigurada visión sobre Galileo que nos ha llegado con el sesgo intencional de algunos historiadores seculares.
Introducción
Cuando hablo de Galileo en mis clases y conferencias, suelo recordar que el sabio italiano murió de muerte natural cuando tenía 78 años. Seguramente, muchos oyentes piensan que Galileo fue quemado por la Inquisición. Casi siempre, al terminar, algunos me dicen: es verdad, yo creía que a Galileo lo quemaron.

La hoguera inexistente
En 1633 tuvo lugar en Roma el famoso proceso contra Galileo. No fue condenado a muerte, ni nadie lo pretendió. Nadie le torturó, ni le pegó, ni le puso un dedo encima; no hubo ninguna clase de malos tratos físicos. Fue condenado a prisión y, teniendo en cuenta sus buenas disposiciones, la pena fue inmediatamente conmutada por arresto domiciliario. Desde el proceso hasta que murió, vivió en su casa. Siguió trabajando con intensidad, y publicó en esa época su obra más importante.
Por tanto, se han cumplido ya 350 años desde la muerte natural de Galileo. Estoy de acuerdo con mi oyente de Roma: parece mentira que, a estas alturas, casi todo el mundo, curas católicos incluidos, estén seriamente equivocados sobre importantes aspectos de un caso que se utiliza continuamente para atacar a la Iglesia y para afirmar, como si fuera un hecho histórico, que la religión en general y la Iglesia católica en particular siempre han estado en contra del progreso científico.
Una gran cabeza guillotinada
¿Quién sabe algo, en cambio, acerca del caso de Lavoisier, que tuvo bastante peor suerte que Galileo?
Antoine Laurent Lavoisier, nacido el 26 de agosto de 1743 en París, realizó muchos trabajos científicos importantes. En la Academia de Ciencias se publicaron más de 60 comunicaciones suyas. Fue uno de los protagonistas principales de la revolución científica que condujo a la consolidación de la química, por lo que se le considera, con frecuencia, como el padre de la química moderna.
Su gran pecado consistió en trabajar en el cobro de las contribuciones. Por este motivo, fue arrestado en 1793. Importantes personajes hicieron todo lo que pudieron para salvarle. Parece que Halle expuso al tribunal todos los trabajos que había realizado Lavoisier, y se dice que, a continuación, el presidente del tribunal pronunció una famosa frase: «La República no necesita sabios». Lavoisier fue guillotinado el 8 de mayo de 1794, cuando tenía 51 años. Joseph Louis Lagrange, destacado matemático cuyo apellido es bien conocido por todos los matemáticos y físicos dijo al día siguiente: «Ha bastado un instante para segar su cabeza; habrán de pasar cien años antes de que nazca otra igual».
Evidentemente, Lavoisier no fue guillotinado por la fe. Y no estoy empeñado en atacar a la Revolución, ni a la República, ni a nadie. Simplemente, me sorprende mucho que exista tanta desproporción entre lo que llega a la opinión pública acerca de los casos de Galileo y de Lavoisier.
En este vida se dan curiosas coincidencias. Cuando acababa de escribir el párrafo anterior, vino a verme un amigo, profesor de biología y buen católico. Comentamos lo que yo estaba escribiendo y me dijo que un colega suyo de otro país le había comentado poco tiempo antes: «¿Eres biólogo y católico a la vez?, ¡qué raro! ¡es el primer caso que conozco!».
El sucedido viene como anillo al dedo. Resulta un poco extraño, pero es real. Probablemente, por motivos que los historiadores y sociólogos podrían investigar, durante mucho tiempo se ha pensado, en muchos ambientes, que la ciencia y la religión son cosas opuestas. La verdad es que eso no es verdad. Los grandes pioneros de la ciencia moderna eran cristianos. Galileo siempre fue católico. Entre los científicos de todas las épocas no son pocos los cristianos convencidos. En la actualidad, los científicos no creyentes suelen reconocer que su agnosticismo no tiene nada que ver con la ciencia, y que no existe ninguna dificultad objetiva para ser buen científico y buen cristiano a la vez.

Duhem: físico, filósofo, historiador y católico
Esto nos lleva de la mano al caso de Duhem. Se trata de un personaje muy conocido, aunque no siempre bien interpretado, en el ámbito de la filosofía de la ciencia, y totalmente desconocido para la opinión pública. Sin embargo, vale la pena saber qué hizo.
Pierre Duhem fue un físico francés de gran talla intelectual. Nació en 1861 y murió en 1916. La lista de sus artículos y libros ocupa 17 páginas de un libro de buen tamaño. Escribió mucho sobre temas científicos muy especializados, y también se ocupó de filosofía e historia de la ciencia. Algunas de sus obras son libros en varios volúmenes, y una de ellas tiene 10 volúmenes de 500 páginas cada uno. Sin duda, fue uno de los físicos más importantes de su época. Fue un católico convencido y llevó una vida realmente ejemplar en todos los aspectos.
Que yo sepa, ninguna obra de Duhem, al menos de las más importantes, está traducida al castellano. Hay, en cambio, algunas traducidas a otros idiomas; incluso una de ellas, «La teoría física», fue traducida al alemán dos años después de su aparición, con un prefacio muy favorable de Ernst Mach, otro importante físico-filósofo, cuyas ideas tenían poco de católico.
Duhem es el pionero de los estudios históricos acerca de la ciencia medieval, tema que tiene una importancia cada vez mayor en la actualidad. Este es el aspecto en el que me voy a detener.
Duhem era un trabajador infatigable que, a pesar de su gran talla, no llegó a ser profesor en París, quizá debido a obstáculos ideológicos. Esto le permitió trabajar mucho por su cuenta. Estaba interesado en la historia de la ciencia y se puso a investigar en el pasado. Ante su sorpresa, fue encontrando en los archivos franceses muchos manuscritos antiguos nunca publicados, que arrojaban nuevas luces acerca del nacimiento de la ciencia moderna.
Según el cliché generalmente admitido, la ciencia moderna parecía haber nacido en el siglo XVII prácticamente de la nada. La Edad Media habría sido una época oscurantista, dominada por la teología y enemiga de la ciencia. El nacimiento de la ciencia moderna se habría producido sólo cuando el librepensamiento se emancipó de la Iglesia y de la teología. Pues bien, Duhem encontró una documentación abundantísima que deshacía ese cliché, y la fue publicando, comentada, en los 10 grandes tomos de su obra «El sistema del mundo».

Para comprender la situación, conviene tener en cuenta que la imprenta no existió hasta el siglo XVI. Las obras anteriores, y por lo tanto, las obras de los medievales, eran manuscritos. Cuando se descubrió la imprenta, muchos manuscritos quedaron en el olvido de los archivos. Los pioneros de la nueva ciencia no se preocuparon de señalar sus deudas intelectuales con los autores anteriores, sino más bien de subrayar la novedad de sus trabajos. La Edad Media quedó en la penumbra.
Duhem trabajó directamente con muchos manuscritos medievales inéditos. Su trabajo le llevó al convencimiento de que la Edad Media, especialmente en la Universidad de París, pero también en la de Oxford y en otros centros intelectuales, fue una época en la que paulatinamente se fueron desarrollando los conceptos que permitieron el nacimiento sistemático de la ciencia experimental moderna en el siglo XVII.
La matriz cultural cristiana
Los trabajos de Duhem abrieron un enorme campo de investigación que ha sido continuado por importantes historiadores de todo tipo de países e ideologías.
Uno de ellos es Stanley Jaki. Nacido en Hungría en 1924, se estableció en los Estados Unidos en 1951. Es doctor en física y en teología, profesor de la Universidad de Seton Hall (Nueva Jersey), y ha sido invitado a dar cursos en las Universidades de Edimburgo, Oxford, Princeton, Sidney y otras muchas de todo el mundo. Ha publicado cerca de 30 libros sobre las relaciones de la ciencia con la filosofía y la cultura. En 1987 recibió de manos del príncipe Felipe de Gran Bretaña el premio Templeton, como reconocimiento a sus publicaciones.
Jaki escribió la primera biografía amplia sobre Pierre Duhem, que fue publicada en 1984 por la Editorial Nijhoff de La Haya. Ha continuado y ampliado los trabajos de Duhem sobre el nacimiento de la ciencia moderna y sus relaciones con la religión.
Jaki afirma que en las grandes culturas de la antigüedad (Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, India, China, etc.), la ciencia experimental no encontró un terreno propicio. Más bien, los escasos intentos de nacimiento acabaron en sucesivos abortos. Un factor determinante fue que en esas culturas se representaba la naturaleza como sometida a unas divinidades caprichosas, o se pensaba en ella de modo panteísta. Jaki examina estos problemas desde el punto de vista histórico y concluye que el nacimiento de la ciencia moderna sólo fue posible en la Europa cristiana, cuando se llegó a dar lo que llama la «matriz cultural cristiana».
Esa matriz cultural incluía la creencia en un Dios personal creador, que ha creado libremente el mundo. Porque la creación es libre, el mundo es contingente, y sólo lo podemos conocer si lo estudiamos con ayuda de la observación y la experimentación. Porque Dios es infinitamente sabio, el mundo es racional y sigue leyes; como afirma repetidamente la revelación cristiana, el mundo está lleno de orden. Porque Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, el hombre participa de la inteligencia divina y es capaz de conocer el mundo.
De hecho, es fácil comprobar que los grandes pioneros de la ciencia moderna compartían estas convicciones, que las tenían porque eran cristianos y vivían dentro de una matriz cultural cristiana, y que en algunos casos ellos mismos afirmaron la importancia que esas ideas tenían para su trabajo científico.
Por ejemplo, Kepler hizo muchos intentos durante años hasta que encontró sus famosas leyes, convencido de que tenían que existir en un universo creado por la sabiduría divina, y que tenían que estar de acuerdo con los datos observacionales establecidos por el astrónomo danés Tycho Brahe.
Desde luego, no basta ser cristiano para hacer ciencia; la ciencia se hace con matemáticas y experimentos. Pero la ciencia moderna nació y se ha desarrollado durante siglos en un occidente cristiano que le ha proporcionado una matriz adecuada.
Comprendo que estas afirmaciones puedan extrañar a algunos. Las obras de Duhem, las de Jaki y otros autores semejantes, no suelen estar traducidas al castellanos. Además, durante mucho tiempo se ha presentado a la ciencia como si estuviera en perpetua lucha con la religión, aunque esto no se corresponda con la realidad. Pero si algo nos enseña la ciencia es a atenernos a los hechos y a superar los prejuicios.
El compromiso personal
Llegamos, por fin, a una tercera diferencia entre la fe y la razón. En concreto, las verdades de la fe cristiana comprometen seriamente la vida personal, el modo de comportarse.
Quizás sea ésta la dificultad principal que experimentamos frente a las verdades de la fe. El cristianismo no es una simple teoría, sino algo que afecta directamente a la vida.
Los primeros cristianos que vivían en un mundo pagano, cuando se convertían al cristianismo se veían obligados a cambiar no pocas de sus costumbres. Y lo hacían.
No puede extrañar que en la actualidad suceda algo semejante. En realidad, siempre ha sido así. Ser buen cristiano siempre ha supuesto un esfuerzo serio. No es compatible con una vida fácil. Exige obrar en conciencia y, con frecuencia, ir contra corriente. Jesucristo lo advirtió con gran claridad en varias ocasiones. Pero sigue siendo cierto lo que Él prometió: quien pierda su vida por amor suyo, la encontrará, y quien le siga de cerca tendrá el ciento por uno en esta vida y después la vida eterna.
El amor auténtico, la rectitud de corazón, la generosidad, llevan consigo ciertos sacrificios. Pero se consiguen bienes muy superiores, que son los únicos que llenan realmente la vida humana. El conocimiento profundo de la fe cristiana reserva muchas sorpresas agradables. Y no es tan difícil. Si pusiéramos en este asunto un poco del esfuerzo que dedicamos con toda naturalidad a muchas cosas que tienen una importancia mucho menor, comprobaríamos que vale la pena de verdad.

