Si
Benedicto XVI inició su pontificado abriendo fuego contra curas
pedófilos, sacudiendo el árbol para que cayeran los frutos podridos, es
posible que el Papa Francisco pase a la historia por abrir fuego contra
el Instituto para las Obras de Religión -IOR por sus siglas-, mejor
conocido, aunque mal llamado, Banco del Vaticano.
"Jesús llama a los pobres y sencillos pastores por medio de los ángeles para manifestarse a ellos. Llama a los sabios por medio de su misma ciencia. Y todos, movidos por la fuerza interna de su gracia, corren hacia él para adorarlo." (San Pío de Pietrelcina)
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viernes, 5 de julio de 2013
El Banco del Vaticano
Nota original: Roberto O'Farrill para Ver y Creer
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Revista Fides et Ratio
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sábado, 29 de agosto de 2009
Apóstoles y Caballeros
Es, pues, cierto que hay hoy día un número creciente de hombres decididos a enseñar a sus hermanos que no hay Dios, que no hay otra vida, y que lo único por lo que se debe bregar, es para conseguir una sociedad próspera y feliz en este mundo. "El cielo se lo dejamos a los ángeles y a los gorriones" —blasfemaba Heine—. Todo lo que impida fabricar un Edén en la tierra y un Rascacielos que efectivamente llegue hasta el cielo, debe ser combatido con la máxima fuerza y por todos los medios —según estos hombres. Los que desde cualquier modo atajen o estorben la creación de esa Sociedad Terrena Perfecta y Feliz deben ser eliminados a cualquier costo. Todas las inmensas fuerzas del Dinero, la Política y la Técnica Moderna deben ser puestas al servicio de esta gran empresa de la Humanidad, que un gran político francés, Viviani, definió con el tropo bien apropiado de "apagar las estrellas". Estos hombres no son solamente los herejes; ni tampoco son ellos todos los judíos y todos los herejes; aunque es cierto que a esa trenza de tres se pueden reducir como a su origen todos los que hoy día están ocupados —¡y con qué febril eficiencia a veces!— en ese trabajito de pura cepa demoníaca.
¿Cómo pueden prédicas de tal sulfurosa olfación obtener audiencia? Muy fácilmente. Primero, porque debido al género de educación que recibe la mayoría de la gente de este santo país, las nuevas generaciones crecen en una increíble ignorancia y más todavía en una terrible confusión religiosa, que les convierte a Dios y a su Hijo Divino en unas cosas más bien lejanas y extranjeras, a las cuales ciertamente no hay por qué irritar por las dudas —no sea el diablo que de veras sean así como los curas dicen— pero que en definitiva no sabemos, y si las supiéramos, no te sacan de ningún apuro. Por otro lado las cosas de esta vida apuran, y el mundo aparece bien real, bien existente, y bien sólido y magnífico para el que tiene plata, y el que no la tiene se muere de hambre como dos y dos son cuatro, como he visto días pasados en el cine. Y la prueba es que los frailes mismos —que son los que dicen que se puede vivir sin plata— tienen unos conventos regios, como he visto también en el cine. Esto no todos lo dicen así, pero está implicado en esta común conducta de carrera furiosa a la plata de que todo el ambiente nuestro nos brinda tantos ejemplos; ¡y qué altos ejemplos de tanto en tanto! Esta conducta general y por lo mismo contagiosa, a menos no estar contrarrestada por los más sólidos principios, implica con respecto al prójimo el siguiente apotegma: Cada cual mire por sigo y al más débil, contra un poste. Y como los débiles son los más en la humanidad, he aquí que una minoría más astuta, activa y enérgica, usando tal filosofía llega a apoderarse de los medios de producción y de los resortes del poder de una manera enorme, y llega a tener en sus manos, como ha dicho el papa Pío XI, junto con enormes caudales, un poder ingente de explotación de las masas humanas, poder tanto más terrible cuanto más incontrolado, oculto, invisible: un poder tentacular invisible, que de hecho es mayor a veces —dice el papa— que el poder político de los gobernantes visibles, como nuestro presidente, poder con el que pueden, por ejemplo, enviar a una nación medio a ciegas a una guerra. Esa minoría no puede desear la gloria del nombre de Dios; Dios es la única arma que tiene contra ella el inmenso ejército del Desheredado. Esa minoría no puede ser muy amiga de Dios; y de hecho, en forma más o menos explícita y formal, es enemiga de Dios.
No es extraño que al otro extremo de este fenómeno del dominio del demonio Plutón en el mundo moderno, exista otra pequeña banda de hombres muy listos, cabezas claras, violentos, entusiastas, luchadores, enérgicos, que tienen como ideal supremo y fortísimo, que vibra en ellos con una vibración casi religiosa, la destrucción de tan horrible estado de cosas, la liberación de las masas humanas de esta fuerza inhumana e implacable que es la Moneda, la destrucción del actual orden social, que les aparece como algo infernal, odioso, insoportable. Estos hombres saben lo que es el Odio y saben de su embriagadora sed de destruir. Quieren hacer una nueva sociedad, un nuevo mundo, un Nuevo Hombre y, para eso, destruir hasta las raíces el actual, que les parece —en una especie de visión maniquea— radicalmente inficionado por las esencias del Mal, infinitamente odiable. Y entre esas raíces y esos sostenes del orden actual topan la religión, la Iglesia, el Cristianismo, Jesús de Nazaret que dijo que Él era Dios... El paso es perfectamente lógico. “La Religión es el Opio del Pueblo”, dice Marx. “Dios es la Humanidad hacia una Súper-Humanidad”, dice Bernard Shaw. “Dios ha muerto”, dice Nietzsche. “¡Muera Dios!”, dice Lenin.
¿Cómo pueden prédicas de tal sulfurosa olfación obtener audiencia? Muy fácilmente. Primero, porque debido al género de educación que recibe la mayoría de la gente de este santo país, las nuevas generaciones crecen en una increíble ignorancia y más todavía en una terrible confusión religiosa, que les convierte a Dios y a su Hijo Divino en unas cosas más bien lejanas y extranjeras, a las cuales ciertamente no hay por qué irritar por las dudas —no sea el diablo que de veras sean así como los curas dicen— pero que en definitiva no sabemos, y si las supiéramos, no te sacan de ningún apuro. Por otro lado las cosas de esta vida apuran, y el mundo aparece bien real, bien existente, y bien sólido y magnífico para el que tiene plata, y el que no la tiene se muere de hambre como dos y dos son cuatro, como he visto días pasados en el cine. Y la prueba es que los frailes mismos —que son los que dicen que se puede vivir sin plata— tienen unos conventos regios, como he visto también en el cine. Esto no todos lo dicen así, pero está implicado en esta común conducta de carrera furiosa a la plata de que todo el ambiente nuestro nos brinda tantos ejemplos; ¡y qué altos ejemplos de tanto en tanto! Esta conducta general y por lo mismo contagiosa, a menos no estar contrarrestada por los más sólidos principios, implica con respecto al prójimo el siguiente apotegma: Cada cual mire por sigo y al más débil, contra un poste. Y como los débiles son los más en la humanidad, he aquí que una minoría más astuta, activa y enérgica, usando tal filosofía llega a apoderarse de los medios de producción y de los resortes del poder de una manera enorme, y llega a tener en sus manos, como ha dicho el papa Pío XI, junto con enormes caudales, un poder ingente de explotación de las masas humanas, poder tanto más terrible cuanto más incontrolado, oculto, invisible: un poder tentacular invisible, que de hecho es mayor a veces —dice el papa— que el poder político de los gobernantes visibles, como nuestro presidente, poder con el que pueden, por ejemplo, enviar a una nación medio a ciegas a una guerra. Esa minoría no puede desear la gloria del nombre de Dios; Dios es la única arma que tiene contra ella el inmenso ejército del Desheredado. Esa minoría no puede ser muy amiga de Dios; y de hecho, en forma más o menos explícita y formal, es enemiga de Dios.
No es extraño que al otro extremo de este fenómeno del dominio del demonio Plutón en el mundo moderno, exista otra pequeña banda de hombres muy listos, cabezas claras, violentos, entusiastas, luchadores, enérgicos, que tienen como ideal supremo y fortísimo, que vibra en ellos con una vibración casi religiosa, la destrucción de tan horrible estado de cosas, la liberación de las masas humanas de esta fuerza inhumana e implacable que es la Moneda, la destrucción del actual orden social, que les aparece como algo infernal, odioso, insoportable. Estos hombres saben lo que es el Odio y saben de su embriagadora sed de destruir. Quieren hacer una nueva sociedad, un nuevo mundo, un Nuevo Hombre y, para eso, destruir hasta las raíces el actual, que les parece —en una especie de visión maniquea— radicalmente inficionado por las esencias del Mal, infinitamente odiable. Y entre esas raíces y esos sostenes del orden actual topan la religión, la Iglesia, el Cristianismo, Jesús de Nazaret que dijo que Él era Dios... El paso es perfectamente lógico. “La Religión es el Opio del Pueblo”, dice Marx. “Dios es la Humanidad hacia una Súper-Humanidad”, dice Bernard Shaw. “Dios ha muerto”, dice Nietzsche. “¡Muera Dios!”, dice Lenin.
Más hondo que estas dos bandas de capitalistas y comunistas, existe una más horrible y secreta; pero esa yo ya no la conozco, por suerte. Ha hablado de ella misteriosamente monseñor D'Herbigny en un trabajo filosófico sobre la persecución a la Iglesia en el mundo moderno. En un informe presentado al Vaticano sobre la persecución religiosa de los Sin-Dios en Rusia y Méjico, este ilustre prelado y sabio francés decía: “Imaginemos un hombre de empresa y de presa, como ese mister Heythorp, tan maravillosamente pintado por Galworsthy en su novela A stoic, dotado de las viejas cualidades de audacia, decisión, tenacidad y brío del pirata anglosajón trasladadas al mundo de las finanzas, con la aventurería del explorador aliada a la precisión del matemático, como hay tantos en el mundo moderno; imaginemos a uno o muchos de estos hombres fríos y poderosos, posesionados por una violenta pasión contra el catolicismo, por una razón o por otra; o por haber sido educados así, o por haber topado contra la religión en algunas de sus magnas empresas de lucro y logrería. Hombres así aislados o unidos, dentro de la Masonería o fuera de ella, constituyen un poder persecutorio, tanto más temible cuanto menos visible, y explican muchos fenómenos sociológicos contemporáneos, porque se convierten como en el alma y en los jefes de los movimientos anticristianos más o menos informes o instintivos. Un hombre así fue el barón de Rotschildd, el que pagó la Vida de Jesús del apóstata Renán. Otro fue Calmann-Lévy, el que financió toda la obra venenosa de Anatole France. Otros fueron los banqueros Morgan, que suministraron a Lenin los fondos necesarios para la revolución de Octubre”. Hasta aquí monseñor D'Herbigny. Contra estas demoníacas fuerzas ocultas, la Iglesia tiene primero de todo dos armas, que son los brazos levantados al cielo de la oración, y los brazos en cruz de los mártires, los brazos del padre Pró que cae acribillado de balas con la sonrisa en los labios; y después, todo el arsenal de las virtudes cristianas, de la palabra de Dios que es espada bífida, y también de la inteligencia y el pensamiento, sobre todo en los que gobiernan, porque Cristo Nuestro Señor nos ha mandado ser simples, pero nos ha prohibido ser sonsos, al menos los que gobiernan. Y en su vida nos dejó grande e inestimable ejemplo, que no debe ser suprimido del evangelio, del uso que se ha de hacer de la ira y la indignación —que son pasiones humanas ciertamente refrenables, pero no suprimibles—, cuando se levantó como un león y como un nuevo Moisés contra los que deshonraban e injuriaban directamente a Dios con sus palabras y acciones, haciendo una demostración violenta contra ellos que le puso en peligro, y más tarde de hecho le costó la vida. Porque A Dios rogando y con el mazo dando es también un refrán cristiano.
Nuestra intención dice: "Rogar por la conversión de los que injurian a Dios", y reflexionando sobre ella hemos llegado a un punto que parece más cerca de la inquisición que de la conversión. No es así sin embargo, Es que los que han llegado a cierta clase de pecados no se convierten con cualquier clase de sermones, ni siquiera con cualquier clase de oraciones. Por eso arriba hemos nombrado el martirio. No obra en ellos el sermón de palabra sino solamente el sermón de obra. Cristo sabía perfectamente, cuando arrojó a los mercaderes del templo, que con su látigo Él no iba a derrotar a los soldados de Caifás ni a la legión de Pilatos; pero sabía también que era parte de su misión hacer aquel gesto de indignación en defensa de la honra de su Padre y después sostener con su vida la autoridad de aquel gesto. Y eso es lo que hacían los mártires cuando volteaban un ídolo y después se dejaban atar para las fieras. No hay Cruzada verdadera sin la opción del Martirio; y éste es un pensamiento absolutamente necesario para hoy, en que varios movimientos de espada se adjudican el nombre de Cruzada. San Pedro tenía espada y le cortó la oreja a Malco; pero después fue y negó a Cristo, a pesar de sus buenas intenciones, solamente porque, teniendo en efecto alma de Cruzado, no había en su alma preparación de mártir. Se había dormido durante la Oración.
Roguemos, pues, porque Dios vuelva a unir en un haz esas dos grandes creaciones de la Iglesia, hoy desunidas por el liberalismo: el espíritu de Caballería y el espíritu de Apostolado. Los católicos liberales dicen: “transijan, transijan, transijan; al fin y al cabo estos masones que gobiernan nos dejan predicar, y eso es lo principal, porque predicando nosotros se convertirán todos, incluso esos mismos masones”. Creen que es posible el Apostolado sin la Caballería, que es como decir la Gracia sin la Natura. En cambio, el católico totalitario cree todo lo contrario: “Usted dice que no hay Dios y yo digo que hay Dios. ¿Cómo lo prueba? Lo pruebo estando dispuesto a morir por esta creencia. Pero le prevengo que si usted, confiado en eso, vino a matarme, yo la voy a pegar un tiro primero, porque una cosa es ser santo y otra cosa es ser sonso, y morir por morir, es mejor vivir.”
Cada uno tiene una parte de la verdad cristiana. Roguemos porque se encuentren esas dos hermanas, y veremos entonces maravillas en la tierra.
Padre Leonardo Castellani †
"Seis ensayos y Tres Cartas", Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1973
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lunes, 1 de septiembre de 2008
La Condena Inicial de la Masonería
La Santa Iglesia Católica ha condenada desde sus inicios históricos a la Masonería, institución rodeada de misterio y dedicada de modo implícito y explícito a preparar el camino para la manifestación del último y personal Anticristo que nos mencionan San Pablo y San Juan en sus textos.
La primera mención sobre la Masonería fue formulada en la encíclica In eminente, del papa Clemente XII, el 28 de abril de 1738. Transcribimos la traducción castellana oficial a continuación:
“Habiéndonos colocado la Divina Providencia, a pesar de nuestra indignidad, en la cátedra más elevada del Apostolado, para vigilar sin cesar por la seguridad del rebaño que Nos ha sido confiado, hemos dedicado todos nuestros cuidados, en lo que la ayuda de lo alto nos ha permitido, y toda nuestra aplicación ha sido para oponer al vicio y al error una barrera que detenga su progreso, para conservar especialmente la integridad de la religión ortodoxa, y para alejar del Universo católico en estos tiempos tan difíciles, todo lo que pudiera ser para ellos motivo de perturbación."
Clemente XII (Papa entre 1730 y 1740)
"Nos hemos enterado, y el rumor público no nos ha permitido ponerlo en duda, que se han formado, y que se afirmaban de día en día, centros, reuniones, agrupaciones, agregaciones o conventículos, que bajo el nombre de Liberi Muratori o Francmasones o bajo otra denominación equivalente, según la diversidad de lengua, en las cuales eran admitidas indiferentemente personas de todas las religiones, y de todas las sectas, que con la apariencia exterior de una natural probidad, que allí se exige y se cumple, han establecido ciertas leyes, ciertos estatutos que las ligan entre sí, y que, en particular, les obligan bajo las penas más graves, en virtud del juramento prestado sobre las santas Escrituras, a guardar un secreto inviolable sobre todo cuanto sucede en sus asambleas."
"Pero como tal es la naturaleza humana del crimen que se traiciona a sí mismo, y que las mismas precauciones que toma para ocultarse lo descubren por el escándalo que no puede contener, esta sociedad y sus asambleas han llegado a hacerse tan sospechosas a los fieles, que todo hombre de bien las considera hoy como un signo poco equívoco de perversión para cualquiera que las adopte. Si no hiciesen nada malo no sentirían ese odio por la luz."
"Por ese motivo, desde hace largo tiempo, estas sociedades han sido sabiamente proscritas por numerosos príncipes en sus Estados, ya que han considerado a esta clase de gentes como enemigos de la seguridad pública."
"Después de una madura reflexión, sobre los grandes males que se originan habitualmente de esas asociaciones, siempre perjudiciales para la tranquilidad del Estado y la salud de las almas, y que, por esta causa, no pueden estar de acuerdo con las leyes civiles y canónicas, instruidos por otra parte, por la propia palabra de Dios, que en calidad de servidor prudente y fiel, elegido para gobernar el rebaño del Señor, debemos estar continuamente en guardia contra las gentes de esta especie, por miedo a que, a ejemplo de los ladrones, asalten nuestras casas, y al igual que los zorros se lancen sobre la viña y siembren por doquier la desolación, es decir, el temor a que seduzcan a las gentes sencillas y hieran secretamente con sus flechas los corazones de los simples y de los inocentes."
"Finalmente, queriendo detener los avances de esta perversión, y prohibir una vía que daría lugar a dejarse ir impunemente a muchas iniquidades, y por otras varias razones de Nos conocidas, y que son igualmente justas y razonables; después de haber deliberado con nuestros venerables hermanos los Cardenales de la santa Iglesia romana, y por consejo suyo, así como por nuestra propia iniciativa y conocimiento cierto, y en toda la plenitud de nuestra potencia apostólica, hemos resuelto condenar y prohibir, como de hecho condenamos y prohibimos, los susodichos centros, reuniones, agrupaciones, agregaciones o conventículos de Liberi Muratori o FrancMassons o cualquiera que fuese el nombre con que se designen, por esta nuestra presente Constitución, valedera a perpetuidad."
"Por todo ello, prohibimos muy expresamente y en virtud de la santa obediencia, a todos los fieles, sean laicos o clérigos, seculares o regulares, comprendidos aquellos que deben ser muy especialmente nombrados, de cualquier estado grado, condición, dignidad o preeminencia que disfruten, cualesquiera que fuesen, que entren por cualquier causa y bajo ningún pretexto en tales centros, reuniones, agrupaciones, agregaciones o conventículos antes mencionados, ni favorecer su progreso, recibirlos u ocultarlos en sus casas, ni tampoco asociarse a los mismos, ni asistir, ni facilitar sus asambleas, ni proporcionarles nada, ni ayudarles con consejos, ni prestarles ayuda o favores en público o en secreto, ni obrar directa o indirectamente por sí mismo o por otra persona, ni exhortar, solicitar, inducir ni comprometerse con nadie para hacerse adoptar en estas sociedades, asistir a ellas ni prestarles ninguna clase de ayuda o fomentarlas; les ordenamos por el contrario, abstenerse completamente de estas asociaciones o asambleas, bajo la pena de excomunión, en la que incurrirán por el solo hecho y sin otra declaración los contraventores que hemos mencionado; de cuya excomunión no podrán ser absueltos más que por Nos o por el Soberano Pontífice entonces reinante, como no sea en articulo mortis. Queremos además y ordenamos que los obispos, prelados, superiores, y el clero ordinario, así como los inquisidores, procedan contra los contraventores de cualquier grado, condición, orden, dignidad o preeminencia; trabajen para redimirlos y castigarlos con las penas que merezcan a titulo de personas vehementemente sospechosas de herejía."
"A este efecto, damos a todos y a cada uno de ellos el poder para perseguirlos y castigarlos según los caminos del derecho, recurriendo, si así fuese necesario, al Brazo secular."
"Queremos también que las copias de la presente Constitución tengan la misma fuerza que el original, desde el momento que sean legalizadas ante notario público, y con el sello de una persona constituida en dignidad eclesiástica."
"Por lo demás, nadie debe ser lo bastante temerario para atreverse a atacar o contradecir la presente declaración, condenación, defensa y prohibición. Si alguien llevase su osadía hasta este punto, ya sabe que incurrirá en la cólera de Dios todopoderoso y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo."
"Dado en Roma, en la iglesia de Santa María la mayor, en el año de 1738 después de la Encarnación de Jesucristo, en las 4 calendas de mayo de nuestro octavo año de pontificado”.
La primera mención sobre la Masonería fue formulada en la encíclica In eminente, del papa Clemente XII, el 28 de abril de 1738. Transcribimos la traducción castellana oficial a continuación:
“Habiéndonos colocado la Divina Providencia, a pesar de nuestra indignidad, en la cátedra más elevada del Apostolado, para vigilar sin cesar por la seguridad del rebaño que Nos ha sido confiado, hemos dedicado todos nuestros cuidados, en lo que la ayuda de lo alto nos ha permitido, y toda nuestra aplicación ha sido para oponer al vicio y al error una barrera que detenga su progreso, para conservar especialmente la integridad de la religión ortodoxa, y para alejar del Universo católico en estos tiempos tan difíciles, todo lo que pudiera ser para ellos motivo de perturbación."

"Nos hemos enterado, y el rumor público no nos ha permitido ponerlo en duda, que se han formado, y que se afirmaban de día en día, centros, reuniones, agrupaciones, agregaciones o conventículos, que bajo el nombre de Liberi Muratori o Francmasones o bajo otra denominación equivalente, según la diversidad de lengua, en las cuales eran admitidas indiferentemente personas de todas las religiones, y de todas las sectas, que con la apariencia exterior de una natural probidad, que allí se exige y se cumple, han establecido ciertas leyes, ciertos estatutos que las ligan entre sí, y que, en particular, les obligan bajo las penas más graves, en virtud del juramento prestado sobre las santas Escrituras, a guardar un secreto inviolable sobre todo cuanto sucede en sus asambleas."
"Pero como tal es la naturaleza humana del crimen que se traiciona a sí mismo, y que las mismas precauciones que toma para ocultarse lo descubren por el escándalo que no puede contener, esta sociedad y sus asambleas han llegado a hacerse tan sospechosas a los fieles, que todo hombre de bien las considera hoy como un signo poco equívoco de perversión para cualquiera que las adopte. Si no hiciesen nada malo no sentirían ese odio por la luz."
"Por ese motivo, desde hace largo tiempo, estas sociedades han sido sabiamente proscritas por numerosos príncipes en sus Estados, ya que han considerado a esta clase de gentes como enemigos de la seguridad pública."
"Después de una madura reflexión, sobre los grandes males que se originan habitualmente de esas asociaciones, siempre perjudiciales para la tranquilidad del Estado y la salud de las almas, y que, por esta causa, no pueden estar de acuerdo con las leyes civiles y canónicas, instruidos por otra parte, por la propia palabra de Dios, que en calidad de servidor prudente y fiel, elegido para gobernar el rebaño del Señor, debemos estar continuamente en guardia contra las gentes de esta especie, por miedo a que, a ejemplo de los ladrones, asalten nuestras casas, y al igual que los zorros se lancen sobre la viña y siembren por doquier la desolación, es decir, el temor a que seduzcan a las gentes sencillas y hieran secretamente con sus flechas los corazones de los simples y de los inocentes."
"Finalmente, queriendo detener los avances de esta perversión, y prohibir una vía que daría lugar a dejarse ir impunemente a muchas iniquidades, y por otras varias razones de Nos conocidas, y que son igualmente justas y razonables; después de haber deliberado con nuestros venerables hermanos los Cardenales de la santa Iglesia romana, y por consejo suyo, así como por nuestra propia iniciativa y conocimiento cierto, y en toda la plenitud de nuestra potencia apostólica, hemos resuelto condenar y prohibir, como de hecho condenamos y prohibimos, los susodichos centros, reuniones, agrupaciones, agregaciones o conventículos de Liberi Muratori o FrancMassons o cualquiera que fuese el nombre con que se designen, por esta nuestra presente Constitución, valedera a perpetuidad."
"Por todo ello, prohibimos muy expresamente y en virtud de la santa obediencia, a todos los fieles, sean laicos o clérigos, seculares o regulares, comprendidos aquellos que deben ser muy especialmente nombrados, de cualquier estado grado, condición, dignidad o preeminencia que disfruten, cualesquiera que fuesen, que entren por cualquier causa y bajo ningún pretexto en tales centros, reuniones, agrupaciones, agregaciones o conventículos antes mencionados, ni favorecer su progreso, recibirlos u ocultarlos en sus casas, ni tampoco asociarse a los mismos, ni asistir, ni facilitar sus asambleas, ni proporcionarles nada, ni ayudarles con consejos, ni prestarles ayuda o favores en público o en secreto, ni obrar directa o indirectamente por sí mismo o por otra persona, ni exhortar, solicitar, inducir ni comprometerse con nadie para hacerse adoptar en estas sociedades, asistir a ellas ni prestarles ninguna clase de ayuda o fomentarlas; les ordenamos por el contrario, abstenerse completamente de estas asociaciones o asambleas, bajo la pena de excomunión, en la que incurrirán por el solo hecho y sin otra declaración los contraventores que hemos mencionado; de cuya excomunión no podrán ser absueltos más que por Nos o por el Soberano Pontífice entonces reinante, como no sea en articulo mortis. Queremos además y ordenamos que los obispos, prelados, superiores, y el clero ordinario, así como los inquisidores, procedan contra los contraventores de cualquier grado, condición, orden, dignidad o preeminencia; trabajen para redimirlos y castigarlos con las penas que merezcan a titulo de personas vehementemente sospechosas de herejía."
"A este efecto, damos a todos y a cada uno de ellos el poder para perseguirlos y castigarlos según los caminos del derecho, recurriendo, si así fuese necesario, al Brazo secular."
"Queremos también que las copias de la presente Constitución tengan la misma fuerza que el original, desde el momento que sean legalizadas ante notario público, y con el sello de una persona constituida en dignidad eclesiástica."
"Por lo demás, nadie debe ser lo bastante temerario para atreverse a atacar o contradecir la presente declaración, condenación, defensa y prohibición. Si alguien llevase su osadía hasta este punto, ya sabe que incurrirá en la cólera de Dios todopoderoso y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo."
"Dado en Roma, en la iglesia de Santa María la mayor, en el año de 1738 después de la Encarnación de Jesucristo, en las 4 calendas de mayo de nuestro octavo año de pontificado”.
Publicado en formato 1.0 en septiembre de 2008
martes, 1 de mayo de 2007
La Homeopatía
Como otras disciplinas pseudocientíficas, la homeopatía ha ganado terreno y respeto en la sociedad. Esta ¿ciencia? data del siglo XIX y se ha desarrollado en forma paralela a la medicina oficial, la cual se ha visto visiblemente impactada desde principios del siglo XX por los grandes cambios que representaron la radiología, los antibióticos, la vacunación, el uso de insulina y un largo etcétera.
Desde su nacimiento, esta «disciplina» ha buscado diferenciarse de la medicina tradicional (que técnicamente llamamos alopática) en forma cada vez más acentuada. Esta profunda división contrasta con la sorprendente difusión de la homeopatía entre los profesionales de la salud, en esencia entre médicos y farmacéuticos. Basta mencionar que en algunas universidades francesas se enseña homeopatía en las facultades de medicina. En nuestro medio local, alcanza con recorrer la mayoría de las farmacias de Buenos Aires para encontrarnos con relucientes luces de neón que anuncian la producción de «remedios» homeopáticos.
Quizás uno de los aspectos fundamentales de los partidarios de la homeopatía es que, a raíz de la explosión tecnológica y, sobre todo, de la creciente impersonalidad de la consulta médica actual (tema que merecería toda una monografía independiente), muchos pacientes perciben en el médico homeópata una atención más personal y acaso de mayor confianza.
Para comprender mejor el ideal pseudocientífico de la homeopatía, es prudente recordar que el propio Hipócrates, en el siglo V aJC, hacía mención a la existencia de dos principios terapéuticos: por similitud o por oposición. Este último fue tomado en tiempos del Imperio Romano por Galeno, constituyendo la raíz de la terapéutica actual de la medicina alopática (se trata una infección con un antimicrobiano, por ejemplo).
Desde el punto de vista estrictamente histórico, acaso el primer homeópata haya sido Paracelso, conocido médico y alquimista del siglo XVI, quien intentó retomar la idea hipocrática de similitud. Sin embargo, el sistematizador de la homeopatía tal como la conocemos en la actualidad fue Samuel Hahnemann, médico alemán nacido en 1755, quien profundizó sus estudios en Viena pero ejerció su profesión fundamentalmente en Leipzig.

Samuel Hahnemann (daguerrotipo, 1841)
Sin dudas, el punto de partida de su teoría nació con la traducción del libro Substances in Medicine del médico escocés Cullen. Le llamaron la atención los efectos que provocaba la quinina, uno de los primeros fármacos descubiertos para el tratamiento de la malaria. Gran parte de los efectos adversos de este medicamento, sobre todo en dosis altas, se asemejan a los de la propia malaria. Hahnemann incluso verificó estas reacciones probando en sí mismo la quinina, aún viviendo en una región de Europa libre de la enfermedad.
Tras este «descubrimiento», Hahnemann intensificó sus pruebas y formuló un principio que sería la piedra angular de la homeopatía: Similia similibus curantur (lo parecido cura a lo parecido, un análogo del principio de similitud de Hipócrates). En 1810 se produjo la primera edición de la obra fundamental de la homeopatía: «Órgano del Arte de Curar», en el cual se pusieron los cimientos de la ruptura con los principios tradicionales de la medicina clásica. Llamativamente (o no), en la página inicial de la obra original puede leerse aude sapere («atreverse a saber», en latín), una de las frases de cabecera de la masonería.
Lejos de ser fruto del azar, esta asociación entre los principios de la homeopatía y los «conocimientos» masónicos (incluyendo los de otras organizaciones como la antroposofía) obedece a conceptos ideológicos y, en el fondo, esotéricos desde el principio mismo de las actividades de esta pseudociencia.
Como describíamos antes, el basamento fundamental de esta línea de pensamiento mágico es similia similibus curantur, el principio de similitud, según el cual el tratamiento destinado a curar un enfermo es aquel que, aplicado a una persona sana, produciría trastornos y alteraciones semejantes a los sufridos por el paciente. Así, a un individuo con vómitos se le debería prescribir una sustancia (nux vomica, en este ejemplo) muy diluida, capaz de inducir vómitos en un persona sana.
Según el «Órgano en el arte de curar» de Hahnemann, el hombre es considerado una entidad tripartita, formada por el cuerpo (materia), el «pensamiento» (u hombre interior) y la «energía vital» (nótese la aterradora semejanza con múltiples grupos esotéricos y sectarios). Siempre de acuerdo con esta doctrina, tras el impacto de una noxa sobre el cuerpo físico, sólo se desarrollará enfermedad en caso de que se comprometa la «energía vital». En consecuencia, sólo es posible para curar al paciente actuar sobre la citada energía, asemejándose en todo lo posible al agente enfermante.
Los homeópatas clásicos sostienen que, en lugar de tratar una enfermedad orgánica, se busca personalizar la terapéutica, esto es, afirman buscar un tratamiento específico para el individuo puntual que los consulta. Sostienen que lograr este objetivo (siempre en función de los principios fundacionales establecidos por Hahnemann), deben basarse en 3 aspectos: el interrogatorio del paciente, por un lado; los hallazgos del examen físico, por otro... y a «síntomas olvidados» (morfología, astrología y un pavoroso etcétera). Debemos destacar en este aspecto que, si bien es absolutamente cierto que un correcto interrogatorio y un mejor examen físico llevan al diagnóstico en más del 80% de los enfermos, los citados «síntomas olvidados» se aproximan más a la charlatanería que a la ciencia.
Desde el punto de vista farmacéutico, los tratamientos en cuestión se realizan mediante diluciones de distintos productos, muchos de ellos de origen vegetal. Retomando el ejemplo de la nux vomica, se inicia en general con una dilución de 1 en 10 (solución decimal), colocando una gota de la tintura vegetal original en nueve gotas de agua.
El siguiente paso suele ser colocar una gota de esa nueva solución en otras 9 gotas de agua. Esta nueva solución decimal se identifica en homeopatía tradicional como D2, por ejemplo. Existen también soluciones centesimales (1 gota de tintura en 99 de agua, representadas en general con la letra «C» en lugar de la «D»)
Bastan una serie de cálculos simples y de algunos conocimientos básicos de fisicoquímica para notar que, sobre todo ante el uso de grandes moléculas orgánicas de origen vegetal, bastan unas pocas diluciones para que no exista siquiera un rastro del producto original en la solución brindada al paciente, pese a que hemos podido observar teóricas “C30” ó “D10” en más de una preparación homeopática, lo cual, por supuesto, no es más que agua pura.
Dado que esta simple explicación matemática echa por tierra cualquier superchería, muchos homeópatas se escudan en que el solo hecho de la agitación mecánica de estas soluciones muy diluidas les permite el fluir de cierta “energía vital” contenida en ellas. Basta recordar brevemente para notar que se trata del mismo «principio» de prácticas como el rei ki, el feng shui, la antroposofía y otras doctrinas esotéricas. De hecho, la homeopatía se vincula ideológica y metodológicamente con la auriculoterapia, la iridiología, la cura con cristales y otras actividades afines.
Además de carecer de bases científicas, muchos enfermos, creyendo con inocencia en esta disciplina, terminan por empeorar gravemente de su condición al no estar recibiendo el tratamiento adecuado. No en vano, resulta interesante notar que no existen modelos de medicina homeopática de emergencia, como la asistencia de la enfermedad coronaria aguda o de los enfermos politraumatizados...
Para incrementar aún más la confusión, muchos profesionales denominados «homeópatas» recurren en realidad a medicamentos alopáticos (con aval científico), los cuales son prescriptos en forma irregular a personas que desconocen en realidad lo que están recibiendo, violando la esencial libertad del paciente para participar en el tratamiento. En general, estos fármacos se indican en formulaciones magistrales con nombres de fantasía, afirmando que se trata de «medicamentos naturales» (la ya conocida estrategia de confundir natural con seguro...)
Quienes hemos practicado tanto la medicina general como la de emergencia nos hemos topado con pacientes desgraciadamente fallecidos o gravemente enfermos debido al uso de estos tratamientos, sobre todo indicados en aquellas áreas donde muchas personas han perdido la confianza en la ciencia (obesidad, psoriasis, depresión, alopecia y un largo etcétera).
Es harto probable que la despersonalización de la profesión médica (fruto en muchos casos de considerar a la salud un negocio y de olvidar el juramento hipocrático por amor al dinero) permita el florecimiento de prácticas mágicas, entre las cuales la homeopatía merece estar incluida. Lamentablemente, los únicos perjudicados con el derrumbe mercantilista de la medicina tradicional y con el crecimiento dantesco de las pseudociencias son los pacientes, el principio y el fin indudable de la profesión más noble de la tierra.
El texto original de este artículo se publicó en formato 1.0 en 2 partes entre mayo y junio de 2007.
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Publicado por
Revista Fides et Ratio
en
8:00


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