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sábado, 13 de julio de 2013

Historia de una Conversión ¿Estamos Formados en la Fe?

Autor: Padre José Martínez Colin

1)  Para saber

           Cada año se publica el Anuario Pontificio en que se recogen la información sobre la Iglesia Católica desde un punto de vista cuantitativo, pues los bienes espirituales son invaluables. Entre sus datos más sorprendentes y esperanzadores es que en lo que va de este siglo XXI la Iglesia ha crecido casi en un 20 por ciento, lo cual es considerable, pues significa que ahora hay cerca de 200 millones más de católicos que en el año 2000. 

          Muchos de ellos han sido de conversiones de otras religiones. Hace poco, en un Congreso de Conversos al Catolicismo, varias personas contaban su testimonio. A continuación, uno de ellos.

miércoles, 1 de agosto de 2012

¿Por Qué en Brasil los Católicos Disminuyen?

Nota original: Piero Gheddo (sacerdote italiano del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras)
Versión en castellano: Zenit

El 29 de junio de 2012, un comunicado del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IGBE) suscitó un amplio eco en la prensa brasileña e internacional. Según el censo de 2010, el porcentaje de católicos sobre los 190 millones de brasileños es hoy del 64.6% (123 millones). En el primer censo brasileño de 1872, los católicos eran 99.7%; en 1972, el 91.8%; en 2000, el 73.6% y en 2010, el 64.6%. Brasil corre el riesgo de dejar, dentro de no muchos años, la palma de "primer país católico del mundo" a México, que tiene 112 millones de habitantes, el 88% de los cuales, en el censo de 2010, se declararon católicos.


martes, 1 de junio de 2010

División de la Cristiandad: Pecado y Escándalo

Más de dos mil cristianos de la región inglesa de Merseyside participaron en la celebración ecuménica de la fiesta de Pentecostés, recorriendo, por la unidad, la calle que une las dos catedrales -católica y anglicana- de Liverpool.

jueves, 1 de abril de 2010

¿Católicos intolerantes?

VER



Con frecuencia salen notas periodísticas en que se acusa a católicos de ser intolerantes contra protestantes o evangélicos. Dejan la impresión de que éstos son blancas palomas, perseguidos sólo por su decisión de cambiar de religión, como si en el fondo no hubiera otras causales. No se toma en cuenta la historia, la identidad cultural de un pueblo, los acuerdos comunitarios, las ofensas de que son objeto los católicos, los problemas agrarios, las tradiciones religiosas, etc.



La Comisión Nacional de los Derechos Humanos pidió al gobierno estatal que proporcione "medidas cautelares" a los evangélicos de algunos de nuestros municipios, como si estuvieran en peligro constante, como si los católicos los hubieran amenazado casi de muerte, o no los dejaran vivir en paz. ¡Qué fácil es dejarse presionar y actuar desde lejos, sin conocer a fondo la realidad! En Chiapas, no hay guerra religiosa. Nuestra Iglesia no alienta la intolerancia. En general, hay armonía entre las diferentes confesiones, pues nuestro Estado es el más plurirreligioso. Son muy pocos los conflictos sólo por religión, pero por intolerancias de ambas partes.





JUZGAR



Los integrantes del Consejo Interreligioso de Chiapas, en que compartimos presbiterianos, bautistas, adventistas, nazarenos, mormones, Buen Pastor, asambleas de Dios, algunos otros y los obispos católicos, emitimos hace poco esta declaración:



1. Nuestro Dios en quien creemos, es un Dios de amor y de libertad (cf Jn 3,16-18). A todos los seres humanos nos ha hecho a su imagen y semejanza (cf Gén 1,27), independientemente de nuestras razas, culturas, ideologías y religiones. Por tanto, toda persona es digna de respeto y de amor, sin hacer exclusiones por motivos religiosos o de otra naturaleza (cf 1 Jn 3,14).



2. Jesucristo reprocha a su amigo más cercano, el apóstol Juan, cuando éste le dice que prohibió a una persona expulsar demonios en nombre de Jesús, porque no era del grupo de los doce. Ordena que no se lo impidan (cf Mc 9,38-40). Por ello, debemos respetar a quienes pertenecen a otras confesiones religiosas y no son de la nuestra. Como dice el apóstol Pablo, lo que importa es que Cristo sea predicado, y esto es lo que nos debe alegrar, aunque algunos lo hagan con intenciones no puras (cf Flp 1,15-18).



3. Apoyados en esta luz de la Palabra de Dios, exhortamos a las comunidades de nuestro Estado a respetar la libertad religiosa de todas las personas. Cada quien es libre de profesar la religión que le parezca mejor, y a nadie se puede expulsar de una comunidad por practicar una religión distinta a la de la mayoría. Son muy respetables los acuerdos que se toman por consenso en las asambleas, pero ante todo se debe respetar la libertad de cada persona y de cada familia. No puede haber armonía social y cristiana, sin el respeto de los individuos a la comunidad, y de la comunidad a cada persona y a cada familia.



ACTUAR



4. Por tanto, no es justo ni válido exigir cuotas de cooperación para fiestas o celebraciones de una religión diferente a la propia, ni ofender con juicios y frases bíblicas a quienes sinceramente viven su religión. En concreto, una asamblea comunitaria no puede obligar a los que se declaran evangélicos o de otras confesiones a pagar una cuota para una fiesta católica, mucho menos a quemar sus casas y templos o expulsarlos de la comunidad. Por su parte, los evangélicos y los de otras confesiones han de respetar a los católicos y sus fiestas, y no calificarlos como idólatras, pues estos confiesan que no adoran imágenes, sino sólo las veneran y respetan, como un medio para llegar a Dios, encarnado en Jesucristo.



5. Pedimos a nuestro Padre Dios que nos conceda su Espíritu, para que todos nos esforcemos por vivir en unidad y amor, y así hagamos realidad la petición de Jesús: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). Si seguimos divididos y enfrentados, impedimos que los incrédulos acepten el Evangelio. Si nos respetamos y nos amamos, demostraremos que en verdad somos discípulos de Jesús (cf Jn 13,35).





Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel


San Cristóbal de las Casas, México (6 de marzo de 2010)

miércoles, 1 de abril de 2009

Libre Interpretación de la Biblia: un Error Cardinal

Fuente: extracto de la obra "¿Dónde dice la Biblia que...?" del padre Miguel Fuentes, disponible en este enlace.


Según la doctrina del protestantismo en general y también de las sectas derivadas de él, no es la Iglesia ni ninguna otra autoridad externa, sino cada individuo, el que tiene que interpretar la Biblia. Esto se denomina “libre examen”: cada uno interpreta privadamente la Escritura con la ayuda del Espíritu Santo.

En la Declaración de Fe bautista se lee: “Cada ser humano tiene el derecho de estudiarla (a la Biblia) para sí y está en el deber de seguir sus sacrosantas enseñanzas”. “El protestantismo —leemos en otro escrito protestante— es un testimonio histórico en favor del derecho de libre examen y libre interpretación de las Sagradas Escrituras”. “Solamente el libre examen debe interpretar la Biblia”, escribía un Pastor protestante.

Debido a este principio, las Biblias protestantes se publican sin notas, dejando al lector la interpretación de lo que lee.


Es el Espíritu Santo –dicen— el que tiene que enseñar al que la lee lo que dice la Biblia. En vez de la autoridad de la Iglesia, la inspiración privada. Sin embargo, este principio es falso e insostenible por varios motivos muy fuertes.

En primer lugar, no es bíblico. ¿Dónde dice la Biblia que cada uno debe interpretar la Biblia por sí solo sin ayuda de ningún magisterio? En ninguna parte; y si –basados en el principio de la “sola Escritura”– los protestantes sólo aceptan lo que dice la Biblia, entonces deberían rechazar este principio porque no se encuentra formulado en ningún lugar. Por el contrario, hay que decir que el principio es antibíblico, puesto que si vamos a lo que dice la Biblia vemos que en ella no se dice que cada uno lea la Biblia y la interprete por sí solo, sino que les sea predicado y explicado lo que ella contiene. Es lo que hace Jesús con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13 y ss). Más aún, en este episodio Jesús critica a sus discípulos por no entender lo que dicen las Escrituras: ¡Oh, insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! (Lc 24,25). O sea, que los discípulos, habiendo leído (u oído en la Sinagoga) la Palabra de Dios, no les había bastado con su sola interpretación para entender la verdad. A los apóstoles se les manda, antes de la ascensión de Cristo a los cielos, que vayan y prediquen la Buena Nueva –el Evangelio– a todas las gentes, diciéndoles que quienes les crean se salvarán (cf. Mc 16,16); quienes crean la predicación de los apóstoles; no se les manda escribir Biblias y repartirlas y dejar a cada fiel a solas con el Espíritu Santo.


Este principio es también antibíblico porque contradice lo que señala San Pedro en su segunda carta hablando de las cartas de Pablo: “en las cuales [epístolas] hay algunas cosas difíciles de entender, las cuales los indoctos y poco asentados tuercen, lo mismo que las demás escrituras, para su propia perdición” (2Pe 3,16). Pedro reconoce explícitamente que los poco preparados (“amatheis” en griego significa estúpidos, rústicos, groseros; y “astêriktoi” inestables y mal afirmados; la Neo Vulgata traduce “indocti et instabiles”) la tuercen y mal interpretan; por tanto la libre interpretación que hacían estos tales de los escritos paulinos no provenía del Espíritu Santo sino del diablo, puesto que desembocaba en “su propia perdición” (“tên idían autôn apôleian”). San Pedro califica estos escritos paulinos como “dusnoêtos”, es decir, difíciles. “Dus” en griego es un prefijo peyorativo indicando que no son fáciles de entender.

También es testimonio de Pedro el que toda profecía de la Escritura no se hace por propia interpretación (2Pe 1,20). Pedro desconfía de los autodidactas incompetentes que entienden y comentan los textos a su manera (¿pero cómo podría tacharse así a cualquier persona si el Espíritu Santo realmente guiase a cada cual en la interpretación personal de la Biblia?). El término “epilusis”, usado por Pedro quiere decir “solución de un enigma, interpretación” (cf. su uso en Gn 40,8; 41,16), “respuesta a una investigación” (cf. Hch 19,39). Por este motivo Jesús explicaba las parábolas a sus discípulos (cf. Mc 4,34) y no los dejaba a solas con el Espíritu Santo (como hubiera hecho si se hubiese guiado por los principios protestantes). Este versículo de Pedro como señala Spicq en su comentario a las cartas petrinas (1), opone “Escritura” a “interpretación personal”, y recuerda que “idios” (= propia; el texto griego dice “ídias epilúseos”) puede significar “por su propia cuenta”, “por sí mismo”; es la acusación que Clemente hace a Simón el Mago, a saber: que quiso “alegorizar las palabras de la Ley a su propia manera (“idia prolépsei”)(2); esta acepción está confirmada por el verbo con un genitivo: “ginesthai tinos” (= convertirse en propiedad de alguien, apropiarse de algo) de tal modo que la traducción literal del versículo sería: “ninguna profecía puede ser interpretada como algo propio de cada uno”. San Pedro no va más allá indicando quién debe interpretar las palabras de Dios con autoridad, pero el texto es suficiente para manifestar que proclamar un principio de interpretación privada (o libre examen, que es igual) es contrario a su pensamiento. Pensar que el Espíritu Santo inspira acertada y autoritativamente a todo el que lee por su cuenta la Escritura, es responsabilizar al Espíritu Santo de toda fantasía personal y ¡va contra lo que dice el mismo texto bíblico! Todo esto dicho de modo positivo equivale a postular la necesidad de una interpretación oficial (de la cual no se habla en el texto de Pedro).

Este principio, además, destruye la unidad de la Iglesia porque produce anarquía doctrinal y caos teológico, puesto que cada fiel puede interpretar como “el Espíritu le inspire”, pero de hecho, muchos cristianos –de buena fe, pensamos– se creen inspirados con interpretaciones diversas y contradictorias, como se ve por el permanente desmembramiento de las iglesias protestantes en nuevas sectas y movimientos. “Resulta que, dice el P. Colom, al leer un mismo pasaje de la Biblia, unos entienden una cosa, y otros otra, aunque sea contradictoria de la primera. Leyendo la misma Biblia, unos dicen que hay un solo Dios, y otros, que hay varios dioses; unos creen que Jesucristo es Dios, y otros lo niegan; unos dicen que hay infierno, y otros que no lo hay; unos entienden que hay que bautizar a los niños, y otros que sólo a los adultos; y así en tantas cosas en que difieren entre ellas los centenares de sectas protestantes. Ahora bien, ¿puede el Espíritu Santo, que es Dios, inspirar cosas contradictorias? ¿Puede decirle a uno que hay un solo Dios y a otro que hay varios dioses? ¿A uno, que Jesucristo es Dios, y a otro, que no lo es? El Espíritu Santo no puede mentir, ni puede decir la Biblia —palabra de Dios— cosas contradictorias. Entonces, el principio del libre examen, defendido por las sectas como norma inmediata de fe, que les señala lo que han de creer, es falso, y falsa también, por consiguiente, la religión que lo enseña”.

Incluso vemos que importantes autores han dado, en el curso de su vida, interpretaciones diversas de algunos pasajes de la Biblia. Si el Espíritu Santo inspira a quien la lee, ¿es que el Espíritu Santo se ha desmentido de sus anteriores inspiraciones?


Igualmente, este principio es falso porque puede ser mal usado (y de hecho ha sido mal usado) por nuestras pasiones desordenadas que, en muchos casos, tienden a buscar interpretaciones que no exijan un cambio de vida sino que sean proclives a la indulgencia moral. Así, entre algunas de las primeras sectas protestantes se buscó justificar la poligamia (con el “creced y multiplicaos” de Gn 1,28); el Parlamento inglés justificó el casamiento de Enrique VIII con Ana Bolena porque en 1Sam 1,5 se encuentra el texto “amaba a Ana” (se refiere al padre de Samuel), y así podría justificarse cualquier cosa.

Este principio es también impracticable porque muchos tienen imposibilidad física (no saben o no pueden leer), como niños, analfabetos, ciegos, incultos, etc.; y otros tienen imposibilidad moral (quienes cuentan con poco tiempo o poca capacidad mental).


Es tan impracticable este principio que los protestantes mismos lo practican sólo cuando les conviene (muchas veces sin ninguna mala voluntad). Por ejemplo, muchos de ellos se enojarán al leer estas cosas y tratarán de refutarlas, pero ¿con qué derecho? Si son fieles a su principio, ¿por qué no me dejan tranquilo interpretando por mi cuenta la Biblia? ¿Acaso el Espíritu Santo no puede ser quien me inspira a mí estas cosas al leer la Biblia? Y si me las inspira a mí, ¿qué tienen ellos que venir a enseñarle a mi Maestro interior? Todo protestante que intenta enseñarnos algo o corregirnos en alguna cuestión bíblica, traiciona el principio de libre examen.

Cuando un miembro de una secta nos pregunta: “¿dónde dice la Biblia tal o cual cosa?”, si uno le respondiera: “me lo inspiró el Espíritu Santo al leer una carta de San Pablo”, él debería callarse, respetando su principio. Si no respondemos así, es por honestidad y porque no se debe mentir y nosotros sabemos que ese principio es falso. Tal vez algún miembro de una secta piense que el Espíritu Santo lo inspira a él o a los miembros de su iglesia o secta y no a nosotros. En tal caso, ¿con qué derecho? ¿dice la Biblia en algún lugar que sólo inspirará al Pastor Jiménez o al Ministro Bermúdez, o a tal o cual persona y no a las demás? El principio del libre examen es, por eso, el principio del antimagisterio: no hay maestros en cuestiones de fe. Pero esto, vale para todos, empezando por los pastores protestantes, quienes deben limitarse a imprimir Biblias y regalarlas callándose la boca.

Este principio además es desmentido por todos (¡t-o-d-o-s!) los protestantes y miembros de sectas, pues todos ellos reparten, regalan y leen traducciones de la Biblia, y no los textos originales. Y toda traducción es una versión, es decir, una interpretación. Basta leer las interminables discusiones filológicas y exegéticas entre escuelas y profesores del mismo ambiente protestante (tómese el trabajo de ir a una Biblioteca y pida algunos ejemplares de revistas bíblicas protestantes y verá que se discute sobre el sentido de innumerables pasajes bíblicos). Por eso, toda traducción es una interpretación dada por un autor determinado (incluso en versiones en lenguas originales, pues hay muchas variantes en los diversos manuscritos y los exegetas deben elegir; véase, por ejemplo, la versión del Nuevo Testamento griego de Nestlé-Aland –protestante– con todas sus notas conteniendo diversas variantes del texto. Si cada uno debe leerla e interpretarla solo, con la ayuda del Espíritu Santo, ¿por qué la lee en una traducción que es ya una interpretación dada por otro autor? Y si la interpretación de ese autor es válida y me sirve, entonces ¿por qué la Iglesia católica no puede enseñar a interpretar la Biblia si cualquier traductor lo hace? ¿Acaso no aceptan el magisterio interpretativo de Reina-Valera los protestantes que leen su versión, o los que usan la King James Version? ¿Acaso Lutero no tradujo –o sea, interpretó– y enseñó sus interpretaciones al legar a sus fieles su versión de la Biblia? ¡Cierto que lo hizo, incluso anulando pasajes que a él no le parecían inspirados! Y si Lutero podía ser maestro de los demás, entonces no respetó su propio principio. Al menos ¿con qué derecho se quita esta autoridad a los obispos, papas y sacerdotes católicos pero se concede a los traductores y pastores? Me parece que ésta es una variante de la ley de “la regla para tí, y no hay regla para mí”.

El principio del libre examen encierra una gigantesca contradicción. Los protestantes niegan que la Iglesia católica sea infalible, pero luego aceptan que cada uno de ellos es infalible en su interpretación de la Biblia. Si ellos son infalibles, ¿por qué no puede ser infalible el Papa? Y si el Papa es infalible (y todo el que lee la Biblia es infalible en su interpretación de la Biblia, al menos en lo personal según el principio protestante) ¿por qué no puede enseñar a otros algo en lo cual él es infalible?

Si ellos (los protestantes) no son infalibles, ¿por qué se ponen a objetarnos a los católicos las cosas que creemos? Si no son infalibles, los equivocados pueden ser ellos. ¿Por qué tenemos que ser nosotros los equivocados? Y si todos somos infalibles pero todos creemos cosas diversas, entonces, ¿qué es la infalibilidad?


Lamentablemente, con estos principios no cae la infalibilidad sino la Iglesia y la misma Biblia.

Los principios protestantes conducen a la negación de la autoridad divina de la Biblia, como lamentablemente ha ocurrido a muchos estudiosos y teólogos protestantes que han terminado en el racionalismo negando todo valor histórico –primero– y revelado –al fin– a los textos revelados.

Quiero terminar con el testimonio de un ex pastor protestante, Bob Sungenis: “Al hojear la pila de libros católicos que (unos amigos ex protestantes convertidos al catolicismo) me habían enviado, lo primero que examiné fue la idea protestante de sola scriptura, la noción que sólo la Biblia tiene autoridad. Fue como una cachetada en la cara cuando me di cuenta de la verdad de la reivindicación católica que sola scriptura es una doctrina falsa, una tradición de los hombres. La Biblia (y por extensión sola scriptura) fue la doctrina a la que dediqué mi vida. Al estudiar la enseñanza católica contra sola scriptura me di cuenta, instintivamente, de que todo el debate entre el catolicismo y el protestantismo podría resumirse en el concepto de la autoridad. Cada doctrina que uno cree está basada en la autoridad que uno acepta. Decidí comprobar esta teoría de los Reformadores pidiéndole a muchos estudiosos y pastores protestantes que me ayudaran a encontrar sola scriptura en la Biblia. En esta etapa, no me sorprendió que ninguno pudiera darme una respuesta convincente.”

“Me citaban versículos que hablaban de la veracidad e imposibilidad del error en la Biblia, pero no me podían citar una frase que dijera explícitamente que las Escrituras son las únicas que tienen formalmente autoridad suficiente.


Curiosamente, algunos de estos protestantes tuvieron la honestidad de admitir que en ningún sitio de la Biblia se enseña sola scriptura, pero compensaban esta laguna diciendo que la Biblia no tiene que enseñar sola scriptura para que la doctrina sea cierta. Pero yo me di cuenta de que esta posición era insostenible. Porque si la sola scriptura –la idea que la Biblia es formalmente suficiente para los cristianos– no es enseñada en la Biblia, la sola scriptura es una propuesta falsa y contradictoria en sí.”

“Al estudiar las Escrituras a la luz del material que me había sido enviado, empecé a ver que la Biblia señala a la Iglesia –y no a sí misma– como la máxima autoridad en asuntos doctrinales y espirituales (cf. 1Tim 3,15; Mt 16,18-19; 18,18; Lc 10,16).


(...) Reconocí que la Biblia, aunque contiene la revelación inspirada por Dios, no puede ser la ‘autoridad’ máxima, pues depende de personas que razonan para observar lo que dice y, más importante aún, para interpretar lo que significa. Además, sabía que la Biblia nos advierte que contiene información difícil y confusa que puede ser (si no tiende a ser) tergiversada en un sinfín de interpretaciones falsas e imaginarias (cf. 2Pe 3,16). Durante los años que anduve perdido en el desierto teológico del protestantismo, siempre supe que había algo equivocado, pero no sabía exactamente qué. Ahora empezaba a enfocar el problema y a discernir las partes del rompecabezas. Mientras más profundizaba, más me daba cuenta del daño que la teoría de sola scriptura había hecho a la cristiandad. La más evidente en este sentido era el protestantismo mismo: una enorme masa de denominaciones en conflicto y desacuerdo, ocasionado por su propia naturaleza de ‘protesta’ y desafío, una interminable proliferación de caos y controversia.”

“Mis diecisiete años de estudios bíblicos protestantes me aclararon una cosa: sola scriptura era un eufemismo para ‘sola ego’. Lo que quiero decir es que cada protestante tiene su propia interpretación de las Escrituras, y, claro está, cree que la suya es superior a la de los demás. Cada uno da su punto de vista, asumiendo que el Espíritu Santo le ha guiado a esa interpretación personal”(3).


Notas del autor:


(1) Cf. C. Spicq, Les Épitres de Saint Pierre, Gabalda Ed., Paris 1966, pp. 224-226.


(2) Ps. Clemente, Homilia 2,22. No se trata de Clemente Romano sino de otro Clemente, denominado “Pseudo” Clemente para diferenciarlo del pontífice del mismo nombre.


(3) Bob Sungenis, De la controversia a la consolación, en: Patrick Madrid, Asombrado por la verdad, Basilica Press, Encinitas, Estados Unidos 2003, p. 135-137.