domingo, 1 de julio de 2007

La Casa de la Virgen Santísima en Éfeso

Ana Catalina Emmerich nació en Alemania en 1774 en el seno de una familia muy humilde. Fue bendecida por Dios de una manera particular, ya que se sabe que poseía uso de razón desde su mismo nacimiento y que podía comprender el latín litúrgico desde su primera Misa.

Ingresó en la Orden Agustina en Dulmen en su país natal; sin embargo, numerosas enfermedades limitaron su capacidad física, hasta llevarla a su real postración. Durante los últimos 12 años de su vida sólo ingería agua y, como único alimento, la Sagrada Eucaristía.

Acaso además de su conocida condición de estigmatizada, el dato más sorprendente de la hermana Emmerich haya sido sus visiones místicas. En los últimos años de su vida y hasta su muerte en 1824, Catalina recibió visiones de la vida de Cristo, de la Virgen María, de los patriarcas del Antiguo Testamento, e incluso de acontecimientos para ella futuros (el Muro de Berlín, el Concilio Vaticano II, los ataques de la masonería contra la Iglesia, etc.)

El componente histórico de sus visiones permitió, entre otros, el descubrimiento del sitio exacto de la antigua Ur, en la Mesopotamia asiática, o de los pasadizos bajo el templo de Jerusalén.

Más allá de los aspectos biográficos de Catalina, narrados en otro de nuestros artículos, transcribiremos a continuación lo concerniente a la casa donde María Santísima vivió en Éfeso después de la Resurrección de Jesús. Recordemos que estas visiones son de principios del siglo XIX y que el sitio fue confirmado por arqueólogos más de 100 años después.


« ... María no moraba en Éfeso, sino en las cercanías, donde se habían establecido ya varias mujeres. Su casa estaba situada a tres leguas y media de ahí, en la montaña que se veía a la izquierda viniendo de Jerusalén, y que descendía en pendiente hacia la ciudad. Cuando se viene del sureste, Éfeso parece reunida al pie de la montaña; pero a medida que se avanza, se la ve desplegarse todo alrededor. Ante Éfeso se ven hileras de árboles bajo los cuales frutos amarillos se encuentran por el suelo. Un poco hacia el mediodía, estrechos senderos conducen sobre la montaña, cubierta de un verdor agreste. La cumbre presenta una planicie ondulada y fértil de una media legua de contorno: es ahí donde se estableció la Santa Virgen. Es un lugar muy solitario, con muchas colinas agradables y fértiles, y algunas grutas excavadas en la roca, en medio de pequeños lugares arenosos. El país es agreste, sin ser estéril; hay por aquí y por allí muchos árboles en forma piramidal, cuyo tronco es liso y cuyas ramas dan una amplia sombra.

Antes de conducir a la Santa Virgen a Éfeso, Juan había hecho construir para ella una casa en ese lugar, donde ya muchas santas mujeres y varias familias cristianas se habían establecido, antes incluso de que la gran persecución estallara. Permanecían en tiendas o en grutas, hechas habitables con la ayuda de algunos entablados. Como se habían utilizado las grutas y otros emplazamientos tal y como la naturaleza los ofrecía, sus habitáculos estaban aislados, y a menudo alejadas un cuarto de legua unas de otras; esta especie de colonia presentaba el aspecto de una villa cuyas casas estuvieran dispersas a grandes intervalos. Tras la casa de María, la única que era de piedra, la montaña no ofrecía hasta la cumbre, más que una masa de rocas desde donde se veía, más allá de las copas de los árboles, la villa de Éfeso y el mar con sus numerosas islas (...). El lugar estaba más cercano al mar que Éfeso mismo, que estaba a una cierta distancia. El entorno era solitario y poco frecuentado. Había en las cercanías un castillo donde residía un personaje que era, si no me equivoco, un rey desposeído. San Juan lo visitaba a menudo, y él le convirtió. Este lugar fue más tarde un obispado. Entre esta residencia de la Virgen y Éfeso, serpenteaba un río que hacía innumerables meandros.

La casa de María era cuadrada; la parte posterior se terminaba en redondo o en ángulo; las ventanas estaban hechas a una gran altura; el tejado era plano. Estaba separada en dos partes por el hogar que se situaba en medio. Se encendía el fuego frente a la puerta, en la excavación de un muro, terminado por los dos lados por una especie de escalones que se elevaban hasta el tejado de la casa. En el centro de este muro, corría, a partir del hogar hasta arriba, una excavación semejante a un medio cañón de chimenea, donde el humo subía y se escapaba después por una apertura practicada en el tejado. Encima de esta apertura, vi un tubo de cobre oblicuo que sobrepasaba el tejado.

Esta parte anterior de la casa estaba separada de la parte que estaba tras el hogar por cortinas ligeras en encañado. En esta parte, cuyos muros estaban bastante groseramente construidos y un poco ennegrecidos por el humo, vi a los dos lados pequeñas celdas formadas por tabiques hechos de ramas entrelazadas (cuando se quería hacer una gran habitación, se deshacían estos tabiques que eran poco elevados y se los ponía a un lado. Era en esas celdas en cuestión donde dormían la sierva de María y otras mujeres que le visitaban.

A derecha y a izquierda del hogar, pequeñas puertas conducían a la parte posterior de la casa, que estaba poco iluminada, terminada circularmente o en ángulo, estaba muy limpia y agradablemente dispuesta. Todos los muros estaban revestidos de madera, y el techo formaba una bóveda. Las vigas que la sostenían, unidas entre ellas por otros solivos y recubiertas de follaje, tenían una apariencia simple y decente.

La extremidad de esta pieza, separada del resto por una cortina, formaba la habitación de dormir de María. En el centro de la pared se encontraba, en un nicho, una especie de tabernáculo que se hacía girar sobre si mismo por medio de un cordón, según se quisiera abrir o cerrar. Había una cruz de la largura aproximada de un brazo, con la forma de una Y, así he visto yo siempre la cruz de Nuestro señor Jesucristo. No tenía ornamentos particulares, y a penas estaba entallada, como las cruces que vienen hoy en día de Tierra Santa. Creo que san Juan y María la habían dispuesto ellos mismos. Ella estaba hecha de diferentes especies de madera. Se me dijo que el tronco, de color blanquecino era ciprés; uno de los brazos, de color oscuro, en cedro; el otro brazo tirando a amarillo, en palmera; finalmente, la extremidad, con la tablilla, en madera de olivo amarilla y pulida. La cruz estaba plantada en un soporte de tierra o en piedra, como la cruz de Jesús en la roca del Calvario. A sus pies se encontraba un escrito en pergamino donde estaba escrito algo: eran, creo yo, palabras de Nuestro Señor. Sobre la cruz misma, estaba la imagen del Salvador, trazada simplemente con líneas de color oscuro, con el fin de que se la pudiera distinguir bien. Tuve también conocimiento de las meditaciones de María sobre las diferentes especies de madera de la cual estaba hecha esta cruz. Desgraciadamente, he olvidado estas bellas explicaciones. No sé tampoco si la cruz de Cristo estaba realmente hecha de estas diversas especies de madera; o si esta cruz de María había sido hecha así para proveer un alimento a la meditación. Estaba situada entre dos vasos llenos de flores naturales.

Vi también un paño posado cerca de la cruz, y tuve la sensación de que era aquel con el que la Virgen, tras el descendimiento de la cruz, había limpiado la sangre que cubría el sagrado cuerpo del Salvador. Tuve esta impresión, porque a la vista de ese paño, este acto de santo amor maternal me fue presentado ante mis ojos.

Sentí, al mismo tiempo, que era como el paño con el que los sacerdotes purifican el cáliz cuando han bebido la sangre del Redentor en el Santo Sacrificio; María, limpiando las heridas de su Hijo, me pareció que hacía algo semejante; y, por lo demás, en esta circunstancia ella había tomado y plegado de la misma manera el paño con el que se servía. Tuve la misma impresión viendo este paño cerca de la cruz.

A la derecha de este oratorio, estaba la celda donde reposaba la santa Virgen y, frente a esta, a la izquierda del oratorio, otro pequeño reducto donde estaban dispuestos sus vestidos y sus enseres. De una a otra de las celdas, se había extendido una cortina que ocultaba el oratorio situado entre ellas. Era ante esta cortina donde María tenía la costumbre de sentarse cuando leía o trabajaba.

La celda de la santa Virgen se apoyaba por detrás en un muro recubierto de un tapiz; los tabiques laterales eran de encañado ligero, que semejaba a una obra de marquetería. En medio del tabique anterior, que estaba cubierto de una tapicería, se encontraba una puerta liviana, con dos batientes, que se abrían hacia el interior. El techo de esta celda era también un encañado que formaba como una bóveda en el centro de la cual se hallaba suspendida una lámpara con varios brazos. La cama de María era una especie de cofre vacío, de un pie y medio de altura, de la largura y anchura de una cama ordinaria de pequeñas dimensiones. Los lados estaban cubiertos de telas que descendían hasta el suelo y que estaban bordadas con franjas y borlas. Un cojín redondo servía de almohada, y un paño marrón con cuadros de cubierta. La casita estaba al lado de un bosque y rodeada de árboles con forma piramidal. Era un lugar solitario y tranquilo. Los habitáculos de otras familias se encontraban a alguna distancia. Estaban dispersados y formaban como un pueblo.

La santa Virgen vivía sola con una persona más joven, que la servía y que iba a encontrar los pocos alimentos que les eran necesarios. Ellas dos vivían en el silencio y en la paz profunda. No había hombres en la casa. A menudo, un discípulo de viaje venía a visitarlas.

Vi frecuentemente entrar y salir a un hombre que siempre he creído que se trataba de san Juan; pero ni en Jerusalén ni aquí, él no estaba durante mucho tiempo entre esas personas. Él iba y venía. Se vestía de distinta manera que cuando vivía Jesús. Llevaba una túnica con largos pliegues, de un tejido ligero de un color blanco grisáceo. Era muy esbelto y muy ágil, tenía una bella figura alta y delgada; su cabeza iba desnuda, y su largo cabello rubio caía tras las orejas. Por comparación con los otros apóstoles, tenía algo de femenino y de virginal.

Vi a María, en los últimos tiempos de su vida, cada vez más silenciosa y más recogida; ya casi no tomaba alimento. Parecía que sólo su cuerpo estuviera sobre la tierra, y que su espíritu estuviera habitualmente fuera. En las semanas que precedieron a su fin, la vi débil y envejecida; su sirvienta la sostenía y la conducía en la casa...»



Publicado en formato 1.0 en julio de 2007

El Control de la Desinformación

El papel de los medios de comunicación en los vanos y desoladores intentos del mal por imponerse a la voluntad de Dios es cada vez mayor y más poderoso. De la propaganda nazi o el control de la información por los soviéticos se ha llegado a este dislate permanente de los medios de comunicación de la globalización de la dictadura del dinero.

Acaso una interesante sinopsis de este vasto tema sea el extraordinario artículo que el filósofo y escritor Hervé Pascua escribiera para el no menos fantástico sitio www.iglesia.org, y que reproducimos a continuación.


LOS DESINFORMADORES DESENMASCARADOS

(1) La libertad y la verdad

Un temblor de tierra ha tenido lugar en un gran país. Nadie ha sabido nada, salvo algunos lectores privilegiados de revistas especializadas que han conocido la noticia gracias a la pluma de un vulcanólogo sagaz. Esta noticia no ha sido difundida por los medios de comunicación; motivo: en una sociedad perfecta no puede haber temblores de tierra. Muchas sacudidas sísmicas pasan inadvertidas de esta manera. Pero no estamos hablando de los seísmos habituales. La mayoría de las veces se trata de seísmos espirituales que hacen resquebrajarse la costra de prejuicios, ideas recibidas, hábitos mentales y abren una vía de acceso a la libertad. Así vemos lo que ésta llegaría a ser en una sociedad en la que un partido, o un clan cualquiera, controlaran totalmente el poder de informar.

Desde el momento en que se manipula la verdad, la libertad está en peligro. Vivir libre, en efecto, más que en elegir, consiste en ser lo que se es. Cuando de un individuo o de una institución se dice lo que no son, o no se dice lo que son, algo grave está ocurriendo: su libertad ha sido lesionada. La libertad está indisociablemente unida a la verdad; por eso, todos los medios para suprimirla conducen a uno solo: la mentira.

El Diccionario define la mentira como «una afirmación, a sabiendas, contraria a la verdad, hecho con la intención de engañar». Mentir, precisa, es «afirmar lo que se sabe falso, callar o negar lo que se debería decir».

(2) Arma mortal

La difusión instantánea y universal de la palabra, gracias a los medios de comunicación, puede estar al servicio de la libertad difundiendo la verdad, o puede esclavizar las conciencias inculcándoles la imagen engañosa de un mundo que corresponde al designio de los tiranos. Sin embargo, los hijos de las tinieblas son más hábiles que los hijos de la luz. ¿Es que vamos a asistir al dominio de los primeros sobre los medios de comunicación, en detrimento de los segundos? Nos tememos que esto es posible en la medida en que la ley del más fuerte es siempre la mejor...

La sociedad totalitaria gusta especialmente de los medios de comunicación. Es otra manera de ejercer el poder, pues en ellos encuentra la forma de imponerse sin derramar sangre. La destrucción de las conciencias se revela mucho más rentable que la del cuerpo, este último de gran utilidad en caso de escasez de máquinas. «La verdadera guerra moderna, escribe Vladimir Volkoff en su novela Le montage, provocará pocas muertes, alguna tortura y ninguna destrucción material. Será totalmente económica y permitirá al vencedor ampararse de territorios y de pueblos de más cerca que lo que haya podido hacerlo rey alguno. Todos nosotros nos hallamos involucrados en la aurora del despliegue de una nueva arma tanto más eficaz cuanto menos mortal». Ha habido que crear una nueva palabra para designar esta nueva arma: «la desinformación». De ella se ha propuesto la siguiente definición: «Técnica que permite abastecer a terceros de las informaciones generales erróneas, conduciéndoles a cometer actos colectivos o a difundir juicios deseados por los desinformadotes» (ídem). Entre los medios de comunicación que se disponen a este proyecto encontramos a la radio y la televisión en cabeza.

(3) La técnica es bien conocida

Esta técnica, magistralmente analizada por el autor de Le montage, recupera la palabra orden de Mao: «Haced un molde para la conciencia de las masas adversas». Para preparar y orientar la opción a través de la información tendenciosa hay numerosos medios: la contra verdad no verificable, la mezcla falso verdadero, la deformación de la verdad, la modificación del contexto, la difuminación de la idea, las verdades seleccionadas, el comentario autorizado, la ilustración, la generalización, las partes desiguales, las partes iguales. Es necesario buscar un adversario para desviar la atención del público, habrá que buscar o inventar un chivo expiatorio. Ya que la mentira se alimenta del odio, sobre todo del odio a la verdad. Una vez encontrada su víctima, resulta fácil proporcionarle palabras ficticias creadas para disgustar. Un buen medio para este fin es el dar un valor peyorativo a las palabras cuyo sentido no lo es o, a la inversa, dar un sentido positivo a una realidad odiosa como en la expresión: «Liberalización» o «despenalización» del aborto. La devaluación lingüística, puesta al servicio de la intoxicación ideológica, se revela siendo fulgurantemente eficaz. Pero antes de instaurar el nuevo orden hay que saber esperar. Hay que sugerir antes, al adversario, las intenciones que él seguidamente intentará realizar. Por ejemplo, ¿quiere asegurar su superioridad militar? Sugiérale sentimientos pacifistas. ¿Quién no desea la paz? Para derribar mejor al enemigo, no proponga nada preciso en lugar del orden combativo e instaure una nueva orden en cuanto la antigua se convierta en incapaz de ser defendida.

(4) Lo que no se debe olvidar

En resumen, el buen desinformador debe seguir estos mandamientos:

1. Desacredita el bien.

2. Compromete a los jefes.

3. Haz vacilar la fe de los hombres.

4. Utiliza hombres viles.

5. Desorganiza a las autoridades.

6. Siembra la discordia entre los ciudadanos.

7. Pon a los jóvenes en contra de los viejos.

8. Ridiculiza las tradiciones.

9. Perturba el avituallamiento.

10. Haz escuchar a músicos lascivos.

11. Extiende la lujuria.

12. Paga.

13. Sé informado.


(5) De la opinión particular a la mentira general

La radio y la televisión sirven formidablemente como «caja de resonancia» para los objetivos de la desinformación. Basta escuchar la radio o ver la televisión para darse cuenta de ello. Los responsables de estos organismos, verdaderos agentes de su partido o del poder reinante, pretenden ser objetivos. Y en efecto, son objetivos, lo son, pero cara a un número de personas cada vez más restringido, que piensa cada vez menos como todo el mundo. El desinformador se encuentra sólo, con la nariz pegada al objetivo de la cámara, que es el único testigo, y nadie más puede afirmarlo. Se acaba al final por no creer nunca a los mentirosos y sólo ellos pueden creer sus mentiras. En verdad, su drama íntimo es tomar sus palabras por realidades y pensar que, informando, nos enseñan.

Platón distinguía entre el saber y la opinión. El desinformador los confunde, toma la opinión como fuente del saber. Su espíritu, fácilmente satisfecho, convierte un sondeo de opinión en el criterio de la verdad. ¡La estadística obliga! Sin embargo, tantear una opinión es, habitualmente, sinónimo de propagar un rumor. La opinión, de suyo, es versátil, superficial, influenciable, refleja el devenir y pasa con el tiempo. Pero esto le importa muy poco al desinformador, porque a sus ojos la verdad es puro devenir. Él se «las arregla» muy bien llamando mentira a la verdad de ayer y verdad a la mentira de hoy. Todo valor eterno se excluye en provecho del valor de uso. La imposición del desinformador es tanto más competente entre los espectadores cuanto que ninguno de ellos puede responderle. Se haría, aunque fuera demasiado tarde: «Los desmentidos pasan, las mentiras permanecen». El dictador dicta a las masas lo que tienen que pensar. Tiene la facultad de ponerse en el lugar del otro, «de asaltar la conciencia, e incluso el inconsciente de los otros de la misma manera que uno se hace con los mandos de un vehículo».

(6) Sólo la verdad

Ante tal amenaza para la libertad del espíritu, hay que afirmar con fuerza que sólo la verdad nos hará libres. Nunca lo repetiremos bastante: vivir libre es vivir sin mentir. El mentiroso vive encadenado a su mentira. Pero la verdad resiste al flujo de las palabras y tarde o temprano acaba emergiendo, sumergiendo en la confusión a aquel que la ha negado. ¡Las cosas son lo que son!

Hervé Pascua (http://www.iglesia.org)
Publicado en formato 1.0 en julio de 2007

Logaritmos


Continuando con la seguidilla de ensayos sobre conceptos matemáticos aplicados con frecuencia en el lenguaje científico, ha llegado el turno de repasar las operaciones con logaritmos.
Para ello, volvemos a la idea de la potenciación, que hemos detallado con mayor extensión en otros textos de Fides et Ratio. De hecho, el primero de los ejemplos que utilizáramos en esa ocasión fue:

24 = 2 x 2 x 2 x 2 = 16 (se lee «dos a la cuarta»)

El número en superíndice se conoce con el nombre de exponente, y nos indica la cantidad de veces que ha de multiplicarse por sí mismo el otro número, llamado base. En otro ejemplo:

210 = 2 x 2 x 2 x 2 x 2 x 2 x 2 x 2 x 2 x 2 = 1024 (se lee «dos a la décima»)

contamos con una base («2») y un exponente («10»)

La logaritmación es una de las operaciones inversas de la potenciación, y consiste en obtener el valor del exponente conociendo la base y el resultado. Retomando los mismos ejemplos:

log2 1024 = 10 (porque debemos elevar 210 para obtener 1024)

log2 16 = 4 (porque debemos elevar 24 para obtener 16)

log10 1000 = 3 (porque debemos elevar 103 para obtener 1000)

Cuando trabajamos con logaritmos en base 10, puede no escribirse el número base porque se da por sobreentendido. En consecuencia, si leemos:
log 1000000 = 6 (ya que 106 es un millón)

Si hasta aquí no hay dificultades, debemos avanzar entonces sobre estos logaritmos en base 10. Tomemos puntualmente los primeros tres evidentes:

log 10 = 1 (dado que 101 = 10)

log 100 = 2 (dado que 102 = 100)

log 1000 = 3 (dado que 103 = 1000)

Ustedes se preguntarán... ¿cual es el logaritmo, por ejemplo, del número 200? Parecería que debe tratarse de un número comprendido entre 2 y 3. De hecho, eso es real. En el siglo XVIII, el matemático y físico Howell calculó manualmente durante años estos valores para expresarlos en las tablas que llevan su nombre. Hoy día, las calculadoras científicas permiten su cálculo inmediato.

En efecto, si nos planteamos:

log 200 = ¿?

... nuestro razonamiento ha de ser:

10¿? = 200

Ya sea por medio de las tablas o de la calculadora, el resultado que obtendremos es:
102.30301 = 200

Notaremos enseguida que, al igual que la notación científica, el uso del logaritmo nos permite expresar grandes cantidades con números más simples. Supongamos que tengo interés en describir cuantos ejemplares («copias») del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) hay en un mililitro de la sangre de un enfermo. Un estudio especializado intentará decirme que, quizás, el paciente tenga 400 000 copias en ese milímetro cúbico. Sin embargo, es común que el resultado nos diga que la «carga viral» de esta persona es de 5.606 unidades-log. Si repetimos los razonamientos previos, entenderemos que:

105.606 = 400 000

Ahora bien, imaginemos que este enfermo es tratado con uno de los actuales esquemas antivirales de alta eficacia, y regresa a los 3 meses con un nuevo resultado que nos cuenta que su carga viral es de 2.803 unidades-log. A primera vista, parecería que el número de copias del VIH se ha reducido a exactamente la mitad. Sin embargo, al aplicar este logaritmo nos encontramos que:

102.803 = 635

Como vemos, en realidad la cantidad de virus se ha reducido de un modo absolutamente dramático... ¿qué es lo que ocurre? Sucede que la escala de unidades logarítmicas no es decimal, sino que al pasar de 2 a 3, por ejemplo, existe un cambio de decenas a centenas, esto es, un cambio «de a 10» niveles. Dicho de otro modo, 2 unidades-log equivalen a 100 mientras que 3 unidades-log equivalen a 1000 (hay un salto de «10 niveles»); 4 unidades-log equivalen a 10 000 (hay un salto de «10 niveles» con respecto a las 3 unidades-log y de «100 niveles» con respecto a las 2 unidades-log).

¿Complejo? Pues bien, las escalas logarítmicas son de uso cotidiano en muchas disciplinas científicas, como en nuestro ejemplo relacionado con el tratamiento de la enfermedad por VIH. Complementando los conceptos, veremos una aplicación usual en física para los "temidos" logaritmos.

Para ello intentaremos recordar en un lenguaje coloquial de que se trata el fenómeno de la radiactividad. Es prudente que, a tal fin, repasemos que la materia está formada por átomos, los cuales en su núcleo presentan pequeñísimas partículas llamadas nucleones, los cuales incluyen:

- protones (con carga positiva)

- neutrones (sin carga)

En "órbita" a ese núcleo, los átomos presentan una "nube" de electrones, partículas aún más pequeñas (casi 2000 veces menores a un nucleón) de carga negativa. En condiciones habituales, un átomo tiene exactamente la misma cantidad de protones y de electrones, por lo cual la suma total de partículas con carga positiva y carga negativa equivale a cero, por lo cual el átomo es electroneutro.

Un buen ejemplo de esta situación es el átomo de carbono, presente en todas las moléculas que constituyen a los seres vivos. El 99% de los átomos de carbono en el planeta Tierra tiene:
- 6 protones en su núcleo (el número de protones es denominado por los físicos "número atómico". El hecho de que el átomo sea "carbono" se debe al número de protones; este concepto es aplicable a cualquier otro elemento de la naturaleza)

- 6 neutrones en su núcleo
- 6 electrones en sus "órbitas"

Entonces, el átomo de carbono tiene en total 12 nucleones, y por ello se lo llama C12. Sin embargo, algunos átomos de carbono están constituidos de la siguiente manera:

- 6 protones (como todo átomo de carbono)
- 8 neutrones
- 6 electrones

Como es entendible, estos átomos se denominan C14. Ocurre que este pequeño porcentaje de átomos de carbono son inestables, ya que uno de los neutrones "sobrantes" tiende a liberar energía y convertirse en un protón. Como se pueden imaginar, el núcleo pasa a contar con 7 protones... por lo cual ya NO es carbono.

Esto que impresiona absolutamente alquímico es el fenómeno conocido como radiactividad, por el cual el núcleo de un átomo "inestable" tiende a una forma de mayor estabilidad a costa de emitir energía en forma de partículas o de radiación electromagnética. Lo concreto es que se ha determinado que, si se cuenta con un número de átomos inestables, puede calcularse en que tiempo probable "decaerán" a un forma más estable.

En el caso particular del C14, se conoce que la mitad de los átomos de carbono presentes en una masa dada decaerán en C12 en exactamente 5760 años. Esto significa que la "vida media" del C14 es de 5760 años.

¿Dónde entran los logaritmos en todo esto? Existe una fórmula conocida por los físicos que permite estimar la antigüedad de la materia orgánica (abundante en carbono) en base a la actividad de C14 presente en ella. Esa ecuación incluye logaritmos:

At = Ao . e–lambda . t

Siendo "At" la actividad radiactiva de la muestra, "Ao" la actividad inicial, "lambda" la constante de decaeimiento (los 5760 años en nuestro ejemplo) y "t" el tiempo transcurrido. Aplicando logaritmos, a través de una serie de operaciones nos encontraríamos que el citado tiempo "t" podría calcularse merced a:

- lambda
t = ---------------------
log At - log Ao

Así, hemos visto una de los múltiples aplicaciones en la física de la logaritmación. Podríamos continuar con múltiples ensayos más, pero excede a los objetivos de esta divulgación.

La Lepra


En otro artículo podemos deleitarnos con la formidable tarea del Beato Damián de Molokai, y su apostolado para con los enfermos de lepra. La sola mención de la enfermedad parece remontarnos a tiempos ignotos, relatando una plaga del pasado que sólo habita en los libros de Historia. Nada más lejos de la realidad.

En muchos países, la lepra es bastante más frecuente de lo que las personas, incluidos los profesionales médicos, pueden sospechar. La OMS estima que, a nivel mundial, una de cada cuatro personas está al menos expuesta a la enfermedad, con mayor prevalencia en áreas tropicales y con un número total de casos mundiales cercano a los 15 millones. En el caso de la Argentina, las regiones del Litoral y del Chaco son las que reportan mayor número de casos.

El diagnóstico de la lepra no es difícil de establecer; la mayoría de los casos se presentan bajo patrones clínicos que permiten su reconocimiento, siempre que se conozcan los signos clínicos y el laboratorio que permiten confirmar su diagnóstico… y que se recuerde que la enfermedad existe.

La lepra, también llamada enfermedad de Hansen, es una entidad infecciosa, crónica, que afecta de forma casi exclusiva al género humano atacando sobre todo los troncos nerviosos periféricos y la piel, si bien potencialmente puede afectar cualquier órgano. En el siglo XXI es posible su curación sin lesiones permanentes si el diagnóstico es precoz. De lo contrario, puede causar mutilaciones, deformidades e invalidez, razones del estigma que ha acompañado a la lepra a lo largo de la historia y de todas las culturas.

La causa de la lepra es una bacteria llamada Mycobacterium leprae, descubierta en 1873 y emparentada biológicamente con el bacilo de la tuberculosis. La fuente de contagio del germen es un paciente portador de la enfermedad y a través del tracto respiratorio, más que de la propia piel. Un dato fundamental para comprender a esta enfermedad es que un importante componente de la misma consiste en la predisposición de cada persona para adquirir o no lepra; un viejo adagio de la medicina dice que «no se contagia lepra quien quiere, sino quien puede».

Izquierda: paciente afectada de lepra lepromatosa. Derecha: el bacilo de Hansen en una biopsia

Ocurre que la predisposición de cada individuo y su estado inmunitario (fuertemente relacionado con aspectos sociales y económicos) son claves para que ese individuo adquiera o no lepra tras exponerse a la bacteria. Incluso esto se vincula con la forma de evolución de la enfermedad en cada persona en particular.

Gran parte de las lesiones deformantes son fruto de la afectación neurológica, ya que a consecuencia de la misma se altera la sensibilidad de manos, pies y rostro, sufriendo inadvertidos traumatismos, quemaduras y heridas… así se altera la arquitectura natural de los dedos y de la cara

Sin embargo, el tratamiento de la lepra según las pautas expuestas de hoy día es muy efectivo: la capacidad de contagio desaparece en pocas semanas y la mejoría clínica se hace evidente en pocos meses. Más allá de esta información, la asociación entre la pobreza socioeconómica y esta enfermedad se ha manifestado a lo largo de los siglos, y la mayor parte de los enfermos afectados no llega jamás a la consulta o bien accede a ella tardíamente.

Acercarse a estos pacientes, evitando su marginación y ofreciendo verdaderas chances de tratamiento integral (médico, psicológico y sobre todo social) es un desafío más cercano a lo ético y moral que a lo realmente sanitario. Acaso el ejemplo de hombres como el Beato Damián pueda servirnos de guía para el auxilio de nuestros hermanos enfermos de modo integral y cristiano.

«El afán de dinero es la raíz de todos los males del mundo» (1 Tim; 6,10)

La Fotosíntesis

Uno de los mecanismos más sorprendentes de la Creación toda es sin dudas el de la fotosíntesis, acaso la maquinaria que permite la existencia de todos los ecosistemas del planeta tal como lo conocemos.

Se llama fotosíntesis a un proceso por el cual algunos organismos (específicamente todas las plantas verdes, la mayoría de las algas y un gran número de bacterias) son capaces de transformar la energía lumínica en energía química. En términos sencillos, convierten los rayos del Sol en alimentos.

El color verde de estas formas de vida se debe a la presencia de un pigmento llamado clorofila, el cual es capaz de “captar” la luz del Sol para utilizar la energía allí presente. Este pigmento está contenido, en las plantas y algas, en unas estructuras presentes dentro de las células llamadas cloroplastos. Puntualmente, la clorofila y otros pigmentos emparentados se encuentran integrados en un grupo de proteínas que se conocen en Biología con el nombre de fotosistemas (PS I y PS II, por sus siglas en inglés).

Estos 2 sistemas necesitan, además de la necesaria presencia de luz, una sustancia capaz de aportar átomos de carbono. Esta molécula no es otra que el CO2, presente en la atmósfera de nuestro planeta y producto de desecho de nuestro proceso de respiración.

Puntualmente, el CO2 es “fijado” durante la noche por algas y plantas por medio de una serie de enzimas. Además, se logra incorporar otros átomos básicamente por el aporte de sustancias presentes en el suelo o en el agua. La más importante de ellas es la misma agua, captada por las raíces de las plantas superiores. Como recordamos, cada molécula de agua está formada por H2O, por lo cual existe aporte de hidrógeno.

Así, mediante el uso del CO2 procedente del aire que nosotros exhalamos y del H2O, algas y plantas “capturan” la energía presente en la luz del Sol mediante la siguiente ecuación simplificada:

6 CO2 + 6 H2O >>>>>>>>>>>>>>>>>> C6H12O6 + 6 O2

dióxido de carbono + agua >>>>>>>>> glucosa + oxígeno

energía lumínica >>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>> energía química

Como puede observarse, las moléculas inorgánicas se convierten, en este caso, en glucosa y como “desecho”… se obtiene oxígeno, esencial para la vida de aquellos seres vivos que no somos capaces de efectuar fotosíntesis. Es por ello que esta forma de fotosíntesis se denomina “oxigénica” (existe por parte de otros organismos una forma “anoxigénica” de fotosíntesis que detallamos líneas abajo).

En este detalle harto simplificado del proceso de fotosíntesis, advertimos como es posible obtener energía química, estable y de reserva, a partir de la energía lumínica producida por el sol a decenas de millones de kilómetros de distancia. Por otro lado, debemos destacar que la fotosíntesis es la gran productora de oxígeno en nuestro mundo (por ello se menciona a las grandes extensiones selváticas y boscosas de la Tierra como “pulmones del planeta”).

Es digno de mencionarse que los cloroplastos, presentes en las células de plantas verdes y algas, al igual que las mitocondrias, contienen su propio ADN, lo que ha suscitado especulaciones evolucionistas, según las cuales los cloroplastos han sido otrora organismos independientes, ahora en simbiosis con las plantas superiores.

De acuerdo a la hipótesis evolucionista, las condiciones iniciales de la atmósfera del planeta habrían sido muy diferentes a las actuales. Se utiliza el término «atmósfera reductora» para hacer referencia a un mundo casi sin oxígeno. Este elemento, cardinal para la vida en la Tierra, habría empezado a producirse con la aparición de los organismos fotosintéticos, puntualmente algunas bacterias y algas unicelulares. Los organismos multicelulares como nosotros requieren mayor cantidad de energía para permanecer vivos, con lo cual la demanda de oxígeno es mucho mayor que la de aquella presunta «atmósfera reductora» de la Tierra primitiva.

Las citadas bacterias, en teoría, contarían solamente con la posibilidad de realizar fotosíntesis oxigénica; ¿cómo fue posible entonces la «mutación» que desembocó en un segundo sistema?

Por otro lado, hemos citado la hipótesis según la cual los cloroplastos de las células vegetales modernas habrían sido alguna vez organismos independientes que en algún momento de la historia se convirtieron en simbiontes para vivir por siempre en armoniosa unidad con las plantas superiores.

Esta idea se fundamenta en que los cloroplastos cuentan con su propio ADN y se los homologa con pequeñas bacterias. Sin embargo, las cianobacterias y otros microorganismos similares son capaces de realizar fotosíntesis a través de organelas llamadas mesosomas. Dicho de otro modo, formas de vida radicalmente diferentes (las plantas superiores como los árboles; las algas como el sargazo; las diatomeas de nuestros mares; las bacterias fotosintéticas) tienen capacidad de convertir la luz del Sol en energía química y paralelamente producir oxígeno en abundancia.

Sin embargo, la teoría de la evolución de las especies separa a estos organismos en el abismo de los tiempos y (curiosamente) no ha habido cambios en el genoma necesario para la fotosíntesis a lo largo de los milenios. Este fenómeno es explicado con el concepto de “evolución convergente”, el mismo paradigma por el cual se intenta explicar que organismos “evolutivamente” diferentes tengan “adaptaciones” similares (el delfín y el tiburón, por ejemplo).

¿Cómo surgieron los genes de ambos fotosistemas, el oxigénico y el anoxigénico? Duplicación de uno de ellos seguido de mutación del copiado, es la explicación del caso. Sin embargo… ¿cómo puede una mutación agregar información, cuando en realidad lo que genera es pérdida de la misma?

Una explicación alternativa es el fenómeno conocido como transferencia lateral de genes o pasaje de plásmidos, un mecanismo conocido en microbiología por el cual una bacteria puede “transferirle” ADN a otra (este mecanismo explica muchos casos de resistencia a antibióticos).
Sin embargo, la “supervivencia del más apto”, fruto de la presión de selección, parecería no cumplirse en este punto, ya que en el contexto de la atmósfera reductora no habría resultado más útil contar con ambos fotosistemas en lugar de uno solo.

¿No resulta más claro concebir que ambos sistemas fueron creados en un único acto y dispuesto para que organismos completamente diferentes compartan su utilidad? Un marco así no requiere explicaciones alternativas ni necesita hipótesis ad hoc y no satisfactorias. Basta acaso contemplar la naturaleza con otros ojos para darnos cuenta de su asombrosa complejidad, diseñada por la gran Inteligencia de un Creador soberano.

El texto original fue publicado en formato 1.0 en 2 partes (julio y agosto de 2007)

Casa de la Virgen María en Éfeso

Ana Catalina Emmerich nació en Alemania en 1774 en el seno de una familia muy humilde. Fue bendecida por Dios de una manera particular, ya que se sabe que poseía uso de razón desde su mismo nacimiento y que podía comprender el latín litúrgico desde su primera Misa.

Ingresó en la Orden Agustina en Dülmen en su país natal; sin embargo, numerosas enfermedades limitaron su capacidad física, hasta llevarla a su real postración. Durante los últimos 12 años de su vida sólo ingería agua y, como único alimento, la Sagrada Eucaristía.

Acaso además de su conocida condición de estigmatizada, el dato más sorprendente de la hermana Emmerich haya sido sus visiones místicas. En los últimos años de su vida y hasta su muerte en 1824, Catalina recibió visiones de la vida de Cristo, de la Virgen María, de los patriarcas del Antiguo Testamento, e incluso de acontecimientos para ella futuros (el Muro de Berlín, el Concilio Vaticano II, los ataques de la masonería contra la Iglesia, etc.)

El componente histórico de sus visiones permitió, entre otros, el descubrimiento del sitio exacto de la antigua Ur, en la Mesopotamia asiática, o de los pasadizos bajo el templo de Jerusalén.

Más allá de los aspectos biográficos de Catalina, que se detallan en otro artículo de Fides et Ratio, transcribiremos a continuación lo concerniente a la casa donde María Santísima vivió en Éfeso después de la Resurrección de Jesús. Recordemos que estas visiones son de principios del siglo XIX y que el sitio fue confirmado por arqueólogos más de 100 años después.

« ... María no moraba en Éfeso, sino en las cercanías, donde se habían establecido ya varias mujeres. Su casa estaba situada a tres leguas y media de ahí, en la montaña que se veía a la izquierda viniendo de Jerusalén, y que descendía en pendiente hacia la ciudad. Cuando se viene del sureste, Éfeso parece reunida al pie de la montaña; pero a medida que se avanza, se la ve desplegarse todo alrededor. Ante Éfeso se ven hileras de árboles bajo los cuales frutos amarillos se encuentran por el suelo. Un poco hacia el mediodía, estrechos senderos conducen sobre la montaña, cubierta de un verdor agreste. La cumbre presenta una planicie ondulada y fértil de una media legua de contorno: es ahí donde se estableció la Santa Virgen. Es un lugar muy solitario, con muchas colinas agradables y fértiles, y algunas grutas excavadas en la roca, en medio de pequeños lugares arenosos. El país es agreste, sin ser estéril; hay por aquí y por allí muchos árboles en forma piramidal, cuyo tronco es liso y cuyas ramas dan una amplia sombra.

Antes de conducir a la Santa Virgen a Éfeso, Juan había hecho construir para ella una casa en ese lugar, donde ya muchas santas mujeres y varias familias cristianas se habían establecido, antes incluso de que la gran persecución estallara. Permanecían en tiendas o en grutas, hechas habitables con la ayuda de algunos entablados. Como se habían utilizado las grutas y otros emplazamientos tal y como la naturaleza los ofrecía, sus habitáculos estaban aislados, y a menudo alejadas un cuarto de legua unas de otras; esta especie de colonia presentaba el aspecto de una villa cuyas casas estuvieran dispersas a grandes intervalos. Tras la casa de María, la única que era de piedra, la montaña no ofrecía hasta la cumbre, más que una masa de rocas desde donde se veía, más allá de las copas de los árboles, la villa de Éfeso y el mar con sus numerosas islas (...). El lugar estaba más cercano al mar que Éfeso mismo, que estaba a una cierta distancia. El entorno era solitario y poco frecuentado. Había en las cercanías un castillo donde residía un personaje que era, si no me equivoco, un rey desposeído. San Juan lo visitaba a menudo, y él le convirtió. Este lugar fue más tarde un obispado. Entre esta residencia de la Virgen y Éfeso, serpenteaba un río que hacía innumerables meandros.

La casa de María era cuadrada; la parte posterior se terminaba en redondo o en ángulo; las ventanas estaban hechas a una gran altura; el tejado era plano. Estaba separada en dos partes por el hogar que se situaba en medio. Se encendía el fuego frente a la puerta, en la excavación de un muro, terminado por los dos lados por una especie de escalones que se elevaban hasta el tejado de la casa. En el centro de este muro, corría, a partir del hogar hasta arriba, una excavación semejante a un medio cañón de chimenea, donde el humo subía y se escapaba después por una apertura practicada en el tejado. Encima de esta apertura, vi un tubo de cobre oblicuo que sobrepasaba el tejado.

Esta parte anterior de la casa estaba separada de la parte que estaba tras el hogar por cortinas ligeras en encañado. En esta parte, cuyos muros estaban bastante groseramente construidos y un poco ennegrecidos por el humo, vi a los dos lados pequeñas celdas formadas por tabiques hechos de ramas entrelazadas (cuando se quería hacer una gran habitación, se deshacían estos tabiques que eran poco elevados y se los ponía a un lado. Era en esas celdas en cuestión donde dormían la sierva de María y otras mujeres que le visitaban.

A derecha y a izquierda del hogar, pequeñas puertas conducían a la parte posterior de la casa, que estaba poco iluminada, terminada circularmente o en ángulo, estaba muy limpia y agradablemente dispuesta. Todos los muros estaban revestidos de madera, y el techo formaba una bóveda. Las vigas que la sostenían, unidas entre ellas por otros solivos y recubiertas de follaje, tenían una apariencia simple y decente.

La extremidad de esta pieza, separada del resto por una cortina, formaba la habitación de dormir de María. En el centro de la pared se encontraba, en un nicho, una especie de tabernáculo que se hacía girar sobre si mismo por medio de un cordón, según se quisiera abrir o cerrar. Había una cruz de la largura aproximada de un brazo, con la forma de una Y, así he visto yo siempre la cruz de Nuestro señor Jesucristo. No tenía ornamentos particulares, y a penas estaba entallada, como las cruces que vienen hoy en día de Tierra Santa. Creo que san Juan y María la habían dispuesto ellos mismos. Ella estaba hecha de diferentes especies de madera. Se me dijo que el tronco, de color blanquecino era ciprés; uno de los brazos, de color oscuro, en cedro; el otro brazo tirando a amarillo, en palmera; finalmente, la extremidad, con la tablilla, en madera de olivo amarilla y pulida. La cruz estaba plantada en un soporte de tierra o en piedra, como la cruz de Jesús en la roca del Calvario. A sus pies se encontraba un escrito en pergamino donde estaba escrito algo: eran, creo yo, palabras de Nuestro Señor. Sobre la cruz misma, estaba la imagen del Salvador, trazada simplemente con líneas de color oscuro, con el fin de que se la pudiera distinguir bien. Tuve también conocimiento de las meditaciones de María sobre las diferentes especies de madera de la cual estaba hecha esta cruz. Desgraciadamente, he olvidado estas bellas explicaciones. No sé tampoco si la cruz de Cristo estaba realmente hecha de estas diversas especies de madera; o si esta cruz de María había sido hecha así para proveer un alimento a la meditación. Estaba situada entre dos vasos llenos de flores naturales.

Vi también un paño posado cerca de la cruz, y tuve la sensación de que era aquel con el que la Virgen, tras el descendimiento de la cruz, había limpiado la sangre que cubría el sagrado cuerpo del Salvador. Tuve esta impresión, porque a la vista de ese paño, este acto de santo amor maternal me fue presentado ante mis ojos.

Sentí, al mismo tiempo, que era como el paño con el que los sacerdotes purifican el cáliz cuando han bebido la sangre del Redentor en el Santo Sacrificio; María, limpiando las heridas de su Hijo, me pareció que hacía algo semejante; y, por lo demás, en esta circunstancia ella había tomado y plegado de la misma manera el paño con el que se servía. Tuve la misma impresión viendo este paño cerca de la cruz.

A la derecha de este oratorio, estaba la celda donde reposaba la santa Virgen y, frente a esta, a la izquierda del oratorio, otro pequeño reducto donde estaban dispuestos sus vestidos y sus enseres. De una a otra de las celdas, se había extendido una cortina que ocultaba el oratorio situado entre ellas. Era ante esta cortina donde María tenía la costumbre de sentarse cuando leía o trabajaba.

La celda de la santa Virgen se apoyaba por detrás en un muro recubierto de un tapiz; los tabiques laterales eran de encañado ligero, que semejaba a una obra de marquetería. En medio del tabique anterior, que estaba cubierto de una tapicería, se encontraba una puerta liviana, con dos batientes, que se abrían hacia el interior. El techo de esta celda era también un encañado que formaba como una bóveda en el centro de la cual se hallaba suspendida una lámpara con varios brazos. La cama de María era una especie de cofre vacío, de un pie y medio de altura, de la largura y anchura de una cama ordinaria de pequeñas dimensiones. Los lados estaban cubiertos de telas que descendían hasta el suelo y que estaban bordadas con franjas y borlas. Un cojín redondo servía de almohada, y un paño marrón con cuadros de cubierta. La casita estaba al lado de un bosque y rodeada de árboles con forma piramidal. Era un lugar solitario y tranquilo. Los habitáculos de otras familias se encontraban a alguna distancia. Estaban dispersados y formaban como un pueblo.

La santa Virgen vivía sola con una persona más joven, que la servía y que iba a encontrar los pocos alimentos que les eran necesarios. Ellas dos vivían en el silencio y en la paz profunda. No había hombres en la casa. A menudo, un discípulo de viaje venía a visitarlas.

Vi frecuentemente entrar y salir a un hombre que siempre he creído que se trataba de san Juan; pero ni en Jerusalén ni aquí, él no estaba durante mucho tiempo entre esas personas. Él iba y venía. Se vestía de distinta manera que cuando vivía Jesús. Llevaba una túnica con largos pliegues, de un tejido ligero de un color blanco grisáceo. Era muy esbelto y muy ágil, tenía una bella figura alta y delgada; su cabeza iba desnuda, y su largo cabello rubio caía tras las orejas. Por comparación con los otros apóstoles, tenía algo de femenino y de virginal.

Vi a María, en los últimos tiempos de su vida, cada vez más silenciosa y más recogida; ya casi no tomaba alimento. Parecía que sólo su cuerpo estuviera sobre la tierra, y que su espíritu estuviera habitualmente fuera. En las semanas que precedieron a su fin, la vi débil y envejecida; su sirvienta la sostenía y la conducía en la casa...»
Publicado en formato 1.0 en julio de 2007