sábado, 1 de abril de 2006

El Concepto de Especie

Como hemos mencionado en otro ensayo, la Teoría de la Información constituye un obstáculo para la hipótesis de la evolución. Sin embargo, no es ese el único impedimento a destacar a la luz de los actuales conocimientos.

La taxonomía es la rama de las Ciencias Biológicas que se encarga de la clasificación de los organismos vivos. Desde nuestra infancia hemos oído hablar de los «reinos» animal y vegetal, sesgando a los seres vivos en 2 grandes grupos. Esos «grupos» fueron sistematizados en el siglo XVIII por Carl von Lineo, naturalista sueco creador de la nomenclatura de clasificación binómica que, con algunas modificaciones ulteriores, aún se utiliza en nuestros días. Lineo inició sus trabajos en botánica, haciendo extensivo sus métodos a los animales.

En términos simples, el sistema de clasificación actual divide a los formas de vida en 5 reinos (Animales, Vegetales, Protistas, Moneras y Hongos). Cada uno de estos reinos se divide a su vez en categorías menores (taxones), siendo estas en forma sucesiva la de Tipo (Phylum), Clase, Orden, Género y Especie (estos dos últimos constituyen el llamado «nombre científico»). En algunos casos se cuenta con categorías intermedias.

Así, por ejemplo, si quisiéramos clasificar científicamente a nuestro perro, lo ubicamos primero dentro del Reino, en este caso, Animales. Dentro de esta categoría existen distintos Tipos: Artrópodos, Anélidos, Moluscos, Celenterados... uno de estos numerosos phyla es el de los Cordados.

A su vez, el phylum Cordados incluye numerosas clases: Anfibios, Reptiles, Aves... siguiendo nuestro ejemplo del perro, entraremos en la clase de los Mamíferos.

La clase de los Mamíferos se divide en Órdenes: Cetáceos, Primates, Marsupiales... nuestro perro se incluye en el Orden de los Carnívoros.

Ese orden incluye varias Familias: Félidos, Otáridos, Prociónidos... el mejor amigo del hombre es catalogado en la Familia de los Cánidos.

La Familia es repartida entre varios géneros, cada uno de los cuales incluyendo un número determinado de "especies". El género y especie en el cual nuestro perro queda nominado es el de Canis familiaris.

Impresiona complejo, sin dudas. Cada especie viviente es clasificada internacionalmente con este esquema, de modo tal que en todo el planeta identificamos a los perros como Canis familiaris, evitando barreras idiomáticas.

Sin embargo, lo que resulta particularmente incómodo para las ciencias es el concepto de especie. La hipótesis de Darwin, de hecho, es la de «evolución de las especies» (el título original de su libro de 1859 fue «Origin of Species»). Cuando intentamos definir lo que es una especie, o sea, que es lo que hipotéticamente debería evolucionar, nos topamos con una serie de graves inconvenientes.

Uno de los primeros en intentar brindar una definición fue Aristóteles, quien, milenios antes de Darwin nos transmitía en su «Física» que en realidad sólo existen individuos (él los llamaba «sustancias») que se presentan en forma de tipos naturales fijos (las «especies»).


Así, Aristóteles sostenía que, si bien la ciencia tiende al estudio de estos tipos naturales, estos encuentran su real existencia en cada individuo puntual. En síntesis, para el gran pensador de la Grecia clásica (la cuna de nuestro pensamiento científico), el concepto de especie es lisa y llanamente filosófico y no biológico.

Esta línea de pensamiento influyó sin dudas en los círculos científicos, y por sólo citar ejemplos de envergadura pueden destacarse:

* el conde de Buffon, contemporáneo de Lineo, quien sostenía que todos los taxones son sólo fruto de la imaginación de los hombres de ciencia

* Lamarck, considerado por muchos el primer evolucionista, quien a principios del siglo XIX escribía en su Filosofía zoológica que «he pensado que había especies constantes en la naturaleza y que estaban constituidas por individuos que pertenecían a cada una de ellas. Ahora estoy convencido de que estaba en el error y que en la naturaleza no hay más que individuos»

* y... ¡el propio Darwin!, quien afirmaba en su obra cumbre que «el término especie llega, así, a no ser más que una abstracción mental inútil que implica un acto de creación distinto».

¿Cómo podemos hablar de especies que evolucionan si ni siquiera estamos en condiciones de definir lo que es una especie?

A posteriori, y merced a la creciente influencia del ecologismo, las ciencias intentaron adoptar una definición «biosocial» de las especies. El concepto actual, presente en los libros de texto de nuestros alumnos de secundaria, se orienta hacia considerar que las especies son poblaciones de individuos capaces de reproducirse entre sí con descendencia fértil.

Esto es, definimos como perros a aquellos seres vivos capaces de reproducirse sexualmente y tener como descendientes a nuevos perros, los cuales a su vez pueden reproducirse entre sí.

El primer reparo a plantearse es que casi el 20% de los seres vivos conocidos no se reproducen sexualmente. Basta mencionar para ello a las bacterias, a los hongos unicelulares (levaduras), a los protozoarios (amebas, paramecios) y un largo etcétera, por lo cual una quinta parte de la Creación se queda fuera de esta definición. Estos seres, microscópicos y formados por una sola célula, se reproducen por división, o sea, duplicando su ADN y lisa y llanamente partiéndose en dos, repartiendo en cada mitad ese material genético.



Una bacteria en fase de fisión binaria




El segundo inconveniente son los híbridos, esto es, los frutos de la unión sexual entre individuos de distintas “especies”. El ejemplo más conocido por todos nosotros es la mula, resultado del apareamiento entre un caballo y una burra.

La gran mayoría de los híbridos son estériles (entre ellos, la citada mula, el burdégano, el ligre [descendiente de un león y una tigresa], y otro largo etcétera). Sin embargo, es bien conocida la existencia de híbridos fértiles, de los cuales la mejor referencia es el cátalo o bífalo, fruto del entrecruzamiento entre el bisonte (el «American buffalo» de los estadounidenses, Bison bison para los científicos) y nuestras vacas (Bos taurus para la biología).

La legislación de Estados Unidos y Canadá prefiere llamarlos cátalos (del inglés cattle, ganado) cuando su aspecto exterior se asemeja más al del bisonte que al de las vacas domésticas. Ya desde 1965 se los cría activamente a fines agropecuarios, destacándose el bajo contenido de colesterol de su carne, que sin embargo resulta de alto costo.

Cátalos (macho, hembra y ternero)

¿Es que acaso el hombre ha «creado» nuevas especies? No, en absoluto. ¿O acaso no resulta claro que ni siquiera sabemos lo que es una especie? Siendo concluyentes... ¿por qué seguimos aceptando a la evolución darwiniana de las especies como una teoría validada, cuando se aproxima más bien a una sola conjetura, plagada de hipótesis ad hoc, en la cual ni siquiera existe una definición contundente de especie?
Publicado en formato 1.0 en abril de 2006

La Batalla de Lepanto


En otro artículo hemos recordado el primer 11 de septiembre, en la batalla de Viena de 1673. Sin embargo, continuando con la misma línea de diálogo, corresponde recordar otro episodio que probablemente haya cambiado la historia de la humanidad toda.

Debemos situarnos un siglo antes, en 1571. Hacía menos de cien años que España y Portugal habían retomado sus raíces cristianas tras centurias de dominación árabe. Felipe II gobernaba toda la Península Ibérica, los puertos italianos de Venecia y Génova, la actual Holanda y avanzaba en la colonización de América.

Sin embargo, el poderoso rival otomano dominaba todo el Mediterráneo Oriental. De hecho, lograron en aquel año invadir la isla de Chipre con el objetivo de avanzar posteriormente hacia el actual territorio italiano.

En un intento de unificación de tropas, se gestó la llamada Santa Liga, precedida por el papa de entonces, Pío V. Reuniendo huestes españolas, venecianas, genovesas y pontificias se reunió una flota de 212 buques de diversa envergadura, 12 mil marinos y alrededor de 20 mil soldados, entre los cuales se encontraba Miguel de Cervantes Saavedra.

"La batalla de Lepanto" (Paolo Veronese)


El encuentro con la armada turca ocurrió el 7 de octubre de aquel 1571. Las fuerzas rivales estaban formadas por 300 buques (230 de ellos eran galeones), 25 mil soldados (incluyendo 5 mil guerreros especialmente entrenados) y un número aún mayor de marinos, contando entre ellos con corsarios de la talla de Uluj Ali.

La línea de combate abarcaba casi 3 kilómetros de extensión. La batalla duró más de 10 horas, iniciándose en horas de la mañana y concluyendo hacia la noche. Según describe la crónica, en un principio los otomanos avanzaron en forma contundente con viento y oleaje a favor, dispuestos a una victoria rápida y concreta.

Sin embargo, súbitamente el vendaval se extinguió, dando paso a un viento de sentido contrario que desvió humo y fuego sobre los barcos turcos. La sangrienta batalla terminó para los otomanos con la pérdida de 240 buques, 30 mil bajas (entre muertos y heridos) y la liberación de al menos 9 mil prisioneros cristianos.

Pese a la discrepancia notable en el número y calidad de tropas y naves, la victoria de la Santa Liga fue categórica. La historia naval ha intentado explicar este episodio con distintos argumentos, entre ellos:

- el impacto anímico producido por la rápida caída de líderes otomanos en el combate, sobre todo de Ali Pasha

- la potencia de los cañones de las naves venecianas (que en realidad constituían menos de la mitad de los buques de la Santa Liga)


Sin embargo, existen algunos elementos poco citados en nuestros textos de historia, que pueden aclararnos la situación:

- durante la batalla se realizó la procesión del Santo Rosario en la iglesia de Minerva

- la bandera enarbolada por la nave capitana en el combate llevaba a Cristo crucificado, y, al momento de ser elevada, la totalidad de la tripulación rezó de rodillas ante la inminente batalla.

- por separado, numerosos prisioneros liberados afirmaron haber tenido la visión de tropas celestiales cegando con humo al enemigo

- el papa Pío V, en Roma, a kilómetros de distancia y de acuerdo con el testimonio documentado por testigos presenciales, en el momento decisivo de la batalla clavó su mirada en el cielo diciendo «es hora de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas»

En señal de agradecimiento, causalmente, el propio Pío V instituyó entonces la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias. Fue su sucesor, Gregorio XIII, quien le dio a la fiesta su nombre actual: Nuestra Señora del Rosario (había sido justamente Pío V el que le había dado su forma tradicional al Rosario un par de años antes de Lepanto).

Clemente XI, ya en el siglo XVIII, extendió la fiesta a toda la Iglesia. Fue este mismo pontífice quien canonizó a Pío V en 1712. Y fue otro papa, en este caso San Pío X, quien la fijó el 7 de octubre, el mismo día en que el Mediterráneo fue testigo de un golpe de timón en la historia de la humanidad.
Publicado en formato 1.0 en abril de 2006

Grigio (el Perro de San Juan Bosco)

Probablemente uno de los hombres más destacados del siglo XIX fue San Juan Bosco, el sacerdote italiano quien construyó, a base de grandes sacrificios y merced a la Divina Providencia, la monumental obra de los salesianos, un pilar fundamental del desarrollo social de nuestra Patagonia.

Sabido es, por otra parte, que Don Bosco contaba con dones proféticos y en numerosos sueños vislumbró eventos colosales de su época y de los tiempos para él venideros. Pero quizás una de las manifestaciones más llamativas de su vida terrena haya sido su perro Grigio.

De hecho, Grigio es mencionado en prácticamente todas las biografías del santo, y son múltiples los testigos de sus aventuras. Grigio era, como lo indica su nombre, gris, de hocico fino, pelaje tupido y tamaño descomunal.

Apareció por primera vez en 1853, mientras Don Bosco recorría los arrabales de Turín, y, según las crónicas, fue decisiva su participación en al menos 4 intentos de robo o asesinato perpetrados contra su persona (por parte de grupos afines al conde Cavour, que veían en la Iglesia y en el santo adversarios de magnitud para la unificación italiana, amparada por la masonería en busca de la destrucción del Papado).

Así, gracias a las apariciones del gigantesco perro, Don Bosco logró sobrevivir según distintos biógrafos a:

- un intento de homicidio por arma de fuego

- una intentona de ahogamiento (que hubiera terminado con su vida terrena de no ser porque Grigio aprisionó el cuello del agresor con sus dientes)

- una agresión con arma blanca (la cual el santo controló en un principio a golpes de puño, pero luego fue Grigio quien impidió a los cómplices del agresor pasar a mayores)

- un ataque a golpes de puño de un grupo de valdenses, en el cual Grigio protegió al sacerdote en forma desequilibrante

En estos casos comprobados, la providencial aparición de Grigio salvó la vida del sacerdote. Y en una ocasión más, el propio San Juan Bosco se manifestó sorprendido porque, por única vez, al intentar salir de su casa, Grigio se apareció en la puerta con atemorizantes gruñidos, impidiéndole partir. Poco menos de media hora después, el perro había desaparecido. Don Bosco pudo enterarse en ese entonces de que, en las inmediaciones, le habían intentado tender una emboscada con el fin de asesinarlo... intento que quedó frustro porque el santo no pudo salir a la calle por obra de su perro.

Como comentario final, es de destacarse que Grigio dejó de presentarse cuando las persecuciones contra el santo menguaron.

¿Quién era en realidad Grigio, «El Gris» en las biografías en castellano? El perrazo no era una visión furtiva; era concreto y real, reconocido por todos los presentes que acompañaban a Don Boscos, pero jamás aceptó comida o abrigo y tenía la habilidad de desaparecer tan misteriosamente como había aparecido. La respuesta a la pregunta la encontramos en ese amigo único y fiel, asignado para nosotros el día mismo de nuestra concepción, para nuestra guarda en esta vida terrena. ¿Quién era Grigio, sino el ángel custodio de uno de los santos más extraordinarios de nuestro tiempo?

Las Flores de Bach

Si ustedes concurrieran a realizar una consulta médica para su hijo, y el pediatra iniciara la entrevista preguntándoles no sólo la fecha de nacimiento, sino también la hora y el lugar, y acto seguido lo vieran extrayendo una hoja plagada de símbolos incomprensibles para configurar su «carta astral»... ¿cuál sería su primera impresión?

Ocurre que lo que he descripto es el «sostén científico» de las llamadas flores de Bach o remedios florales de Bach, los cuales se basan en una serie de extractos vegetales procedentes de flores silvestres. Edward Bach fue un médico (microbiólogo, para mayores datos) que en las primeras décadas del siglo XX desarrolló su sistema de «curación», después de la inspiración surgida al presenciar conferencias de Rudolf Steiner.



Eduard Bach



Si bien la biografía de Steiner y su extensa obra están mencionadas en otros comentarios en esta sección, vale la pena mencionar brevemente que se trató de un «educador» austríaco, representante inicial de la Teosofía en Alemania y fundador luego de una de las estructuras sectarias más poderosas de nuestro tiempo, la antroposofía, de oscilante vinculación con el nazismo y probablemente el esqueleto básico de la mayor herejía de la historia, el movimiento de la Nueva Era.


Retomando a E. Bach, la antroposofía le sirvió de trampolín para el desarrollo de sus medicamentos. Conceptualmente, Bach sostenía que la humanidad se compone de 12 «grupos» perfectamente definidos, y cada individuo del género humano pertenecería a uno de esos grupos, con rasgos de precisos de personalidad y temperamento. Estos 12 «tipos» se corresponden con... ¡los 12 signos del zodíaco! («La enfermedad que padecemos no es un accidente sino que se ajusta a la ley de causa y efecto. Por lo tanto si damos una ojeada a nuestra carta natal, descubriremos cuál enfermedad estamos propensos a padecer, pero también sabremos el remedio floral a prescribir...», E. Bach dixit)


Con la inconfundible falacia argumental de la New Age acerca de los «remedios naturales», se prescriben estos fármacos «holísticos», confundiendo una y otra vez el concepto de «natural» con el de «seguro». Por otra parte, según sus defensores, las flores de Bach son preventivas y capaces de inducir a la gente para preocuparse por su bienestar mental y espiritual. («La acción de estos remedios consiste en elevar nuestras vibraciones y abrir nuestros canales de recepción hacia el Ser Espiritual, para que nuestra naturaleza haga fluir la particular virtud que necesitamos y barra con la causa que provoca daños en nosotros. Estos remedios, como la bella música o cualquier cosa gloriosa y edificante que nos inspire, pueden elevar nuestra verdadera naturaleza y acercarnos más al alma y, por ese mero acto, traer paz y alivio a nuestros sufrimientos. No curan por el hecho de atacar la enfermedad, sino porque hacen fluir en nuestros cuerpos las hermosas vibraciones de nuestra naturaleza más elevada, en presencia de la cual la enfermedad se derrite como la nieve al sol». Nuevamente, E. Bach dixit).



Los signos zodiacales (la base «científica» de las flores de Bach)

Luego el propio Bach incorporaría a los 12 fármacos previos un cuarteto más («los 4 ayudantes», correspondientes a los 4 puntos cardinales de la rueda zodiacal) a los que sumó otros 3 para configurar sus «7 ayudantes» en representación de los siete planetas visibles de la antigüedad.

Tras estos comentarios, quisiéramos concluir con algunas reflexiones:

Desde el punto de vista de la profesión médica

- suponer que los signos zodiacales describen nuestra conducta nos remite a los tiempos de la medicina totémica, a un pensamiento mágico sin el menor matiz de ciencia

- presumir que tinturas florales en bajas dosis elegidas en función de una carta natal prevendrán enfermedades carece del menor basamento científico

- proponer lo «natural» como sinónimo de «seguro» y sin riesgos de interacciones con otros tratamientos convencionales y científicamente demostrados resulta, al menos, antiético (no olvidemos que nuestros jóvenes son destruidos a diario por algo tan «natural» como el tabaco o la marihuana, dos plantas de hermoso aspecto decorativo...)

Desde el punto de vista de la Fe católica

- la astrología fue condenada ya en tiempos de Moisés como un signo de idolatría

- el zodíaco fue ideado en tiempo de una de las civilizaciones con mayor actividad ocultista de la historia (la asiriocaldea), y se basa en el aspecto del firmamento visible desde la Tierra... hace 40 siglos (el cual, por supuesto, ha cambiado completamente, fruto de los movimientos de los cuerpos celestes)

- no existen 12 «grupos» o «tipos» de humanos... somos en su totalidad hijos de Dios, creados a imagen y semejanza de Él, a Quien ofendemos a diario cada vez que engañamos a un hermano con una de estas patrañas integrantes de la religión del mundo globalizado, la Nueva Era.

Eva y la Ciencia

En una edición anterior hemos intentado en forma sinóptica explicar esa maravilla molecular que es el ADN. El citado ácido desoxirribonucleico es el transportador de la información necesaria para los seres vivos. En cada una de nuestras células, específicamente en el núcleo, el ADN se encuentra extraordinariamente compactado en estructuras llamadas cromosomas, las cuales se ven al microscopio como cromatina.




Un fibroblasto, típica célula de nuestro organismo. Se observa el núcleo con su cromatina (ADN compactado). El tamaño real de la célula es de 0.01 mm (10 µm)




Sin embargo, en casi todas de las células de nuestro organismo, existe una segunda estructura que contiene su propio ADN. Se trata de una pequeña «organela» denominada mitocondria, formación de menos de 1 µm de largo. Por medio de un proceso complejo llamado fosforilación oxidativa, que escapa a los objetivos concretos de este artículo, las mitocondrias se encargan de generar energía para nuestro metabolismo, aprovechando para ello el oxígeno que respiramos.





Una mitocondria dentro del mismo fibroblasto. Su tamaño real es de 0.5 µm (en un milímetro entrarían 2000 mitocondrias alineadas)


Son 3 los tipos celulares de nuestro organismo que no tienen mitocondrias: los glóbulos rojos, las plaquetas (ambas son células de la sangre que carecen de núcleo) y los espermatozoides. Esto nos permite deducir que heredamos la totalidad de nuestras mitocondrias a partir de nuestras madres, ya que sólo están presentes en el óvulo al momento de la concepción.


Por simple inferencia, si en función de los conocimientos actuales pudiéramos estudiar el ADN mitocondrial, sería sencillo realizar un verdadero árbol genealógico a nivel molecular y rastrear el origen de la especie humana, hasta toparnos con Eva, «la madre de todos los vivientes» (Gen 3,20). Intentando una analogía, el mecanismo de búsqueda se asemejaría a trazar una genealogía familiar en función del apellido, con la evidente diferencia de la trasmisión matriarcal (ADN mitocondrial) en un caso y la patriarcal (apellido) en el otro.


Es cierto que, siguiendo la misma analogía, así como un apellido puede «extinguirse» en nuestra cultura en el caso de descendientes exclusivamente femeninos, cabría esperarse algo similar en el caso del ADN mitocondrial y descendientes puramente masculinos. De hecho, en poblados pequeños de nuestra América Latina, es común ver que casi toda la población comparte un mismo apellido, lo cual podría explicarse por la existencia de una pareja única originaria, o bien por un puñado mínimo de parejas originarias de las cuales algunos apellidos se han extinguido.


Por otra parte, existe una dificultad adicional en el estudio del ADN mitocondrial. Al igual que el ADN nuclear o cromosómico, la molécula puede sufrir mutaciones. Una mutación, en términos prácticos, es un cambio de una base nitrogenada (A-T-C-G del que hablábamos en nuestro artículo anterior) por otra de las bases, modificando el contenido de la información.
Si bien la mayoría de los científicos presume que las mutaciones son fruto del azar, se ha demostrado la existencia de un valor relativamente «fijo» de mutaciones del ADN mitocondrial por año. Ese rango de mutaciones estables se ha denominado técnicamente reloj molecular, el cual es enormemente difícil de «calibrar».


Sin ir más lejos, un estudio publicado en la prestigiosa Nature Genetics allá por 1997, reveló una tasa de mutaciones cercana a una cada 33 generaciones, hecho éste completamente dispar en relación a los análisis tradicionales. Los propios autores (miembros, entre otros, del Laboratorio de Identificación de ADN de las Fuerzas de Seguridad de Estados Unidos y del Servicio de Ciencias Forenses británico) concluyeron que el hallazgo tenía enormes implicancias para la llamada «evolución» humana.


En la no menos sólida y prestigiosa Science, un año después, se describían los resultados de pericias de ADN mitocondrial de los restos mortales de los Romanov (la última dinastía de zares del Imperio Ruso, fusilados durante la Revolución Soviética), brindando en base a cálculos una tasa de mutaciones similar (una cada 25 a 40 generaciones, o bien una cada 500 a 800 años). Según estos hallazgos, mediante extrapolación de los datos, el propio artículo propone que la primera humana, de quien hemos heredado nuestras mitocondrias (Eva, para nosotros) habría vivido hace sólo 6000 ó 6500 años.


Resulta impactante percibir la contundente asociación entre esa fecha probable y la ofrecida en el Pentateuco, específicamente en el Génesis. Por otra parte, es de destacar que los primeros registros históricos de nuestra especie, los correspondientes a las ancestrales civilizaciones mesopotámicas, datan de esa misma época.


Estos hallazgos chocan con la asunción tradicional de que el Homo sapiens existe desde hace 100 a 200 mil años... pero que sólo ha dejado evidencia de desarrollo cultural e historicidad (esto es, de registros escritos) desde hace pobres sesenta siglos. Si esta hipótesis fuera cierta, durante al menos el 94% de nuestra existencia en la Tierra los humanos habríamos vividos en el más absoluto primitivismo, sin escritura, sin domesticar animales, sin sembrar cultivos, sin sepultar a los muertos, sin crear herramientas y sin utilizar la rueda hasta el denominado Neolítico.
Se destaca que, una vez más, los hallazgos científicos modernos, y muy en especial la biología molecular, representan un grosero obstáculo a la hipótesis de la evolución y nos acercan en forma progresiva a la (lamentablemente) perdida concepción de un origen monogénico de la especie humana, a partir de una única pareja originaria.

Eva y la Serpiente (grabado de la Biblia pauperum, 1440 dJC)

«Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres.» (Jn 8, 31-32)