jueves, 1 de junio de 2006

Los anticonceptivos orales


Aproximadamente unas 100 millones de mujeres utilizan anticonceptivos orales (ACO) en el mundo actual. La eficacia del procedimiento para impedir el embarazo orilla en promedio el 95% y se acerca al 99% si no existen fallas en el modo propuesto de utilización (el cual no es simple de comprender).


A estas «espectaculares» cifras habría que adicionarle el volumen de ganancias de las empresas farmacéuticas, no menor a los 1 500 millones de dólares mensuales a nivel mundial, tan sólo para este rubro.


Debemos recordar a nuestros lectores algunos conceptos acerca de Biología de la Reproducción para detallar porque, además de un magnífico negocio para los laboratorios, estos productos son un gran peligro para el género humano.


Las mujeres en edad fértil viven periódicamente un ciclo menstrual, el cual se inicia con el primer día de la menstruación («el día 1»). A partir de ese momento, a raíz de complejos mecanismos hormonales que escapan al objetivo de este artículo, las concentraciones de estrógenos empiezan progresivamente a aumentar, hasta que se llega a un nivel máximo.


Ese nivel máximo gatilla a su vez cambios en la actividad de un segundo juego de hormonas llamadas gonadotrofinas, lo que da como resultado la ovulación, esto es, la liberación del óvulo listo para ser fecundado («el día 14» en la mayor parte de las mujeres).


Pasadas unas 72 h, comienza el predominio de una hormona llamada progesterona por encima de los estrógenos, situación que persiste un par de semanas hasta que:

- ocurre una nueva menstruación, reiniciándose el circuito, en caso de que no haya ocurrido la fecundación («nuevo día 1»), o bien...

- se produce la unión de las gametas (espermatozoide + óvulo), se da origen a una nueva vida humana y ocurre la implantación del embrión en el endometrio.


Estos comentarios sirven como introducción para comprender el mecanismo de acción de los ACO. Su principal forma de actuar es inhibiendo la ovulación, merced a la administración de dosis altas de las propias hormonas que nuestro organismo segrega (es por esto que también se los llama anovulatorios o contraceptivos hormonales).


Sin embargo, cuando este mecanismo falla, actúan IMPIDIENDO LA IMPLANTACIÓN DEL EMBRIÓN, esto es, evitando que un ser humano de horas o pocos días de vida anide en la pared uterina. Dicho sin eufemismos, su segundo mecanismo de acción es el aborto.


Al margen de este mecanismo genocida, los ACO provocan efectos adversos en al menos el 40% las mujeres que los utilizan. Si bien es cierto que en la mayor parte de los casos se trata de efectos menores, el riesgo de episodios vasculares de toda índole es indudablemente más elevado que en aquellas mujeres que no los utilizan.


En mi personal experiencia, me he topado con infartos de miocardio, accidentes cerebrales vasculares, tromboembolismos de pulmón, trombosis venosas profundas (incluyendo venas cerebrales) y trastornos conductuales varios, atribuidos al uso de los ACO. El grueso de la literatura internacional coincide con estas afirmaciones, en número de miles de casos, y los invito a tal fin a consultarla (incluyendo medios que avalan abiertamente a estos fármacos, como New England Journal of Medicine o Contraception).


Quizás parezca redundante, pero no podemos dejar de mencionar que estas drogas no protegen contra ninguna infección de transmisión sexual, incluyendo al VIH.


Además de violar el primero de los derechos humanos (el derecho a la vida, en este caso del embrión), se expone a las mujeres al riesgo de enfermedades invalidantes en nombre de la libertad sexual. Parece que nos sigue costando comprender que no hay libertad sin Dios.

Publicado en versión 1.0 en junio de 2006

Antroposofía: medicina y educación

Como mencionábamos en la primera parte de esta nota, un análisis exhaustivo del movimiento antroposófico demandaría horas de discusión. Sin embargo, existen aristas particularmente riesgosas a las que brindaremos prioridad, tanto desde la óptica de la ciencia como de la de nuestra Fe en el ÚNICO Camino, Verdad y Vida, Nuestro Señor Jesucristo.

Para comprender como este pensamiento neopagano ha penetrado en aspectos centrales de la sociedad como son la salud y la educación, debemos remarcar que la Antroposofía es una ardiente defensora de la patraña de la reencarnación.

Quizás no sea redundante destacar que el centro de nuestra Fe e incluso de la antropología cristiana es el hecho consumado de la Resurrección de Jesús, quien fue torturado y asesinado para redención de los pecados de todos nosotros. Sin embargo, venció a la muerte y al tercer día resucitó de entre los fallecidos en su cuerpo glorioso, como nos lo narran los Evangelios.

San Pablo, quien fuera vigoroso perseguidor del naciente cristianismo hasta el hecho fabuloso de su conversión, reafirma este concepto, narrándonos en una de sus cartas que «está reservado a los hombres morir una sola vez y tras esto, juicio» (Hebreos 9,27).

Rudolf Steiner tomó del politeísmo hinduista la idea de la reencarnación, creada en el valle del Indo hace siglos con el objeto de justificar el sistema de castas sociales y adjudicar a factores «del karma» la imposibilidad de moverse de un estrato social al otro, al adjudicar la condición de paria a «malos actos en vidas previas».

La creencia en la reencarnación es absolutamente incompatible con la Fe católica (implica la negación de la resurrección a la que aludimos al rezar el Credo) y por otra parte carece de toda clase de basamento científico, ya que coloca al mismo nivel la vida humana y la del resto de las criaturas vivientes (de hecho, no es casual que los ultraecologistas sean en su mayor parte defensores de la reencarnación, y ubiquen en un plano superior a las respetables vidas de focas y ballenas que a la de los niños famélicos, abortados, torturados o esclavos del mundo).

La medicina antroposófica se basa precisamente en la reencarnación, esto es, considera que la unidad biosocial que es la persona humana se encuentra afectada por los sucesos de «vidas pasadas», a las cuales los «iniciados» pueden acceder mediante la lectura de las «Crónicas Akáshicas». Las mismas serían «registros» de las citadas «vidas pasadas» en los cuales se encontrarían las soluciones para los problemas de salud del presente.

Es cierto que la medicina actual concibe a la salud como un estado de equilibrio y bienestar biológico, psicológico y social, y no como a la mera ausencia de enfermedad. Pero la contaminación de esta idea con conceptos esotéricos, con pensamientos mágicos propios del Neolítico y, sobre todo, con la más absoluta falta de bases científicas objetivas (flores de Bach, homeopatía, «holística» y un aterrador etcétera), convierte a los miembros del equipo de salud que la practican en vulgares hechiceros. De hecho, existen médicos, enfermeros, fisioterapeutas y fonoaudiólogos cultores de esta «disciplina» en el mundo en general... y en nuestro atormentado país en particular.



Rudolf Steiner



Sin embargo, lo más peligroso de esta secta no está en su penetración en el equipo de salud... sino en la educación de nuestros hijos. Existe toda una estructura escolar encargada de difundir estas ideas en los niños mediante la pedagogía Waldorf. Como ya hemos mencionado, Rudolf Steiner creó su movimiento como un desprendimiento de otra secta, la teosofía, tras discrepancias con sus líderes de entonces. Inició así su prolífica actividad en conferencias, libros de texto y revistas, incluyendo «Lucifer Gnosis» (como revista entre 1904 y 1908) y «Los Niños de Lucifer» (1907), entre otras producciones.

El nombre de «pedagogía Waldorf» procede de la fábrica de cigarrillos Waldorf Astoria de Stüttgart, en la arrasada Alemania de 1919, donde se le propuso a Steiner dar comienzo a un proyecto educativo, inicialmente para los hijos de los empleados y a posteriori abierto a la comunidad. Así, en septiembre del citado año vio su nacimiento la Die Freie Waldorfschule (la Escuela Independiente Waldorf).

A partir de entonces, los colegios Waldorf se diseminaron por el resto de Europa y luego se sembraron en otras partes del planeta, sin que Argentina sea la excepción. Llamativamente (o no) los particulares currículos Waldorf lograron amoldarse a los distintos sistemas educativos de cada nación y distrito donde se han instalado.

En esta peculiar modalidad educativa se evita el aprendizaje dirigido. De hecho, las escuelas Waldorf no tienen director o estructuras jerárquicas convencionales y los establecimientos guardan relativa autonomía entre sí. Los cursos se organizan por periodos de 7 años, durante los cuales un mismo docente lleva a su grupo de alumnos a lo largo del tiempo. No existen los libros de texto, sino que los niños y niñas son «guiados» por medio de sus experiencias personales, grabados, dibujos, cuentos de hadas, expresión corporal, danzas… sin dudas, un muestrario que se define con un vocablo que se encuentra nefastamente de moda: holístico.

No debemos olvidar que la doctrina de una verdadera secta se halla detrás de este modelo curricular. De hecho, en la Conferencia Internacional de Docentes Waldorf de 1996 se declaró que «los conceptos de karma y reencarnación son la base de toda educación verdadera». La organización que hemos citado sobre los periodos de 7 años se relaciona con la concepción antroposófica de 3 etapas madurativas de los jóvenes formadas por septenios: la madurez física (los primeros siete años), la madurez «etérea» (de los ocho a los catorce) y madurez del cuerpo astral (de los quince a los veintiuno).

De acuerdo con esta doctrina, estos septenios tienen repercusiones físicas que marcan cada etapa (sin ir más lejos, los alumnos de un jardín de infantes Waldorf no pueden pasar al nivel primario hasta que no pierden su primer diente...).

Como corresponde a cualquier secta iniciática, el componente esotérico suele estar reservado sólo a ciertos integrantes; muchos padres desconocen que dejan a sus hijos a cuidado de lobos con piel de cordero, y en su mayor parte ignoran las bases de la Antroposofía. De hecho, la imagen de los chicos en un ambiente «natural» (como en todo grupo de la Nueva Era, el ecofascismo es parte integral del movimiento), danzando juntos y relatando cuentos de hadas es poco menos que encantadora.

Seguramente resultara menos encantador saber que, entre otras cosas, los niños creerán en el contexto pedagógico Waldorf que las hadas, los gnomos y otras figuras son seres reales, e incluso responsables de actos perpetrados por los docentes o los propios niños. Tampoco resultará agradable saber que aquellos niños que no «ven» a los duendes serán reprendidos, o que si un pequeño es zurdo debería ser corregido (de acuerdo con las enseñanzas de Steiner) por tratarse de un defecto kármico arrastrado de una vida anterior...

Es probable que tampoco resulte muy bello que los alumnos aprenderán que, a lo largo de la historia humana, fueron desarrollándose una raza tras otra, en diversos órdenes jerárquicos, hasta llegar a la supremacía de la raza aria, hacia la cual una minoría tiende a evolucionar y una gran masa tiende a decaer.

Quizás les parezca increíble, pero como les hemos relatado previamente, estas escuelas existen en nuestro país, se están insertas en nuestros currículos y tenemos numerosos alumnos egresadas de ellas. El servidor que escribe estas líneas tuvo oportunidad de visitar uno de estos establecimientos en el norte del Gran Buenos Aires, llevándose en sus ojos la pasmosa imagen de numerosos cuadros de seres espectrales adornando las paredes, muchos de ellos sin rostro, y combinando sus colores según las enseñanzas de Rudolf Steiner.

Gráfico que corresponde al logo de una escuela Waldorf en Lima


Tal vez el mejor comentario final para esta breve exposición sea recordar una y otra vez la absoluta incompatibilidad entre nuestra Fe católica y su visión integral de la educación de los jóvenes, y la doctrina oscurantista que se esconde detrás de la pedagogía Waldorf, admitida dentro de los patrones curriculares de nuestros ministerios, que sólo pueden llevar a nuestros niños y sus familias a la confusión y a acentuar la brecha entre el Creador y sus criaturas.

Publicado en 2 partes en formato 1.0 entre junio y julio de 2006

El Diluvio Universal: Aproximación Científica


El acontecimiento del Diluvio Universal, descripto con detalles en el libro del Génesis, es rememorado de un modo u otro por distintas culturas en todo el planeta. Este solo hecho habla a las claras de un fenómeno global, relatado entre otros por mayas, incas, aztecas, sumerios, caldeos, chinos, pueblos nórdicos, culturas subsaharianas y un larguísimo etcétera donde se entremezclan distintas épocas y civilizaciones.

Pese a todo, intentar brindar una explicación científica a este cataclismo no ha resultado simple; como podemos imaginar, un hecho de semejante envergadura ha debido modificar para siempre la fisonomía, el clima y la biosfera en forma permanente. Se han establecido distintos argumentos con bases más o menos sólidas, de las cuales quisiéramos comentarles aquel que parece contar con contenidos más firmes.

En otro artículo de esta edición, hemos descripto el llamado efecto invernadero, responsable en nuestros días del clima de Venus. Ese planeta hermano presenta en los niveles más altos de la atmósfera una capa de nubes formadas por gases simples (dióxido de carbono, sulfuros, etc.) los cuales le permiten retener calor.

Imaginemos ahora un planeta Tierra antiguo, hace más de 40 siglos, con una atmósfera en la cual existía una condición similar... pero con nubes de vapor de agua. Nos encontraríamos ante un mundo más cálido, con vegetación exuberante y nutricia. Además, la temperatura en el Ecuador sería tan sólo unos grados mayores que en los Polos. Los mares, de menor profundidad y extensión que los actuales, estarían atiborrados de arrecifes coralinos y de variedad de especies.

El verdadero vergel disperso por el planeta sería una magnífica fuente de alimentos para la fauna, permitiendo incluso el desarrollo de criaturas de tamaño colosal.

Ahora, supongamos que esa inmensa masa de vapor de agua se convirtiera en una titánica e irrepetible precipitación que durante 40 días consecutivos se derrumbara sobre el planeta, barriendo con costas, continentes, flora y fauna, generando un mundo distinto, con grandes mares ocupando 3/4 partes de la superficie mundial y con la desaparición del efecto invernadero, dando paso al variado clima de nuestro planeta actual.

El monte Ararat (frontera entre Armenia y Turquía), sitio de detención del Arca


Es destacable que en ambos modelos planetarios («antediluviano» y actual) puede existir la vida tal cual la conocemos. También es digno de mencionar que existen restos de bosques (carbonizados o petrificados) en regiones del mundo actualmente desérticas o glaciarias, o que se han encontrado arrecifes de coral hundidos en territorio antártico. Es asimismo destacable la coexistencia de la especie humana con fauna colosal que hoy dejarían en ridículo a rinocerontes e hipopótamos (los megaterios, gliptodontes y macrauquerias de las pampas, por ejemplo, coincidieron con los pueblos originarios de la Argentina) .

Por otro lado, es difícil explicar la desaparición en tiempos modernos de elefantes y equinos de territorio americano cuando muchos subfósiles nos revelan que existieron aquí hace unos pocos miles de años.



Probable imagen del Arca de Noé (tomada por el ejército turco en 1960)

Más allá de la discusión, el momento histórico del Diluvio se caracterizaba por la corrupción del género humano hasta proporciones previamente desconocidas, siendo la catástrofe el fruto de dicha declinación. Quizás es prudente concluir este ensayo con las palabras de San Pedro nos dejó por escrito en el capítulo 3 de su Segunda Carta:

«(3) Sabed ante todo que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, (4) que dirán en son de burla: « ¿Dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los Padres, todo sigue como al principio de la Creación». (5) Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, (6) y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del Diluvio, (7) y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos. (8) Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día. (9) No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa su paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión. (10) El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá.»

Publicado en formato 1.0 en junio de 2006