Que son hombres y que tienen defectos, es cierto; que por ello habremos de ser misericordiosos y perdonarlos, también es cierto; pero que tengamos que tolerar malos tratos, desdenes y desprecios por parte de sacerdotes, no. Eso no puede tolerarse porque se corre el riesgo de que ese tipo de trato se vuelva cotidiano. La Iglesia está conformada por sacerdotes y por laicos y ambos deber ser recíprocos en el trato amable.
En la Audiencia general del miércoles 5 de mayo de 2010, Benedicto XVI explicó que es preciso “que los sacerdotes se dediquen con generosidad a la administración de los sacramentos, a dar a sus hermanos el tesoro de gracia que Dios ha puesto en sus manos, no como dueños, sino como servidores. Y, junto a esto, ayudar a los fieles a vivir plenamente la liturgia, el culto y los sacramentos como don divino gratuito y eficaz para la salvación”.
De los malos sacerdotes se sabe, ahora como nunca, que son pedófilos o que mantienen relaciones sexuales ilícitas, pero como de este deleznable estigma se ha hablado tanto, hemos olvidado que el ministerio sacerdotal también se ensucia de otras y de diversas maneras. Los curas pederastas han enlodado el rostro de la Iglesia, han ensuciado el ministerio, pero los clérigos déspotas han ahuyentado a millones de fieles, si no de la Iglesia, sí de sus iglesias, y esto es una tristeza.
No son pocos los sacerdotes que desprecian al laico porque lo creen ignorante de los contenidos de la Fe, que desdeñan al Pueblo porque no sabe conducirse durante las celebraciones litúrgicas, que se incomodan con los grupos parroquiales porque hacen ruido, usan los baños, mueven las sillas, los buscan, les piden consejo… ¿Qué sería de su parroquia si estuviera vacía? ¿Con quién celebrarían la Eucaristía? ¿A quiénes les predicarían el amor de Jesucristo nuestro Señor? Sin embargo… mantienen actitudes duras. Es porque su corazón está duro.
La vida del sacerdote no es fácil, pero tampoco lo es la vida de un padre o una madre de familia, la de un empresario o de un trabajador. Los malos sacerdotes son responsables de que muchos fieles abandonen la vivencia de la Fe o hayan abandonado la parroquia en la que han crecido y servido, para marchar a otra a esperar a que aquel mal sacerdote, que un día llegó a patear al rebaño, a deshacer lo bueno que hizo su antecesor y a imponerse, por miedo a perder poder, sea removido a otra parroquia. Son tan responsables de la disgregación del rebaño como los padres de familia son responsables del maltrato a sus hijos.
Este es un problema real y es, además, serio, porque el sacerdote actúa, bajo determinadas circunstancias, in nomine totius Ecclesiae (en nombre de toda la Iglesia) así como in persona Christi y por ello puede destrozar el corazón y los pensamientos de quienes con amor creemos y confiamos en Cristo-Jesús y en nuestra Iglesia.
El Catecismo de la Iglesia Católica establece en el párrafo 1552 que “El sacerdocio ministerial no tiene solamente por tarea representar a Cristo -Cabeza de la Iglesia- ante la asamblea de los fieles, actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el Sacrificio Eucarístico” y en el párrafo 1548 expresa que “En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa in persona Christi Capitis”.
Santo Tomás de Aquino explica en su Summa teológica que “El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Sí, ciertamente, aquél es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración sacerdotal recibida y goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo a quien representa”.
Como se ve, es muy triste que un sacerdote sea un mal sacerdote, por eso es tan grave su comportamiento despótico. Jesucristo se lo hace saber así a Santa Margarita María de Alacoque en una de sus tres apariciones: “Pero lo que traspasa mi Corazón más desgarradamente es que estos insultos los recibo de personas consagradas especialmente a mi servicio.”
Personalmente tengo el gusto de conocer a muchísimos sacerdotes buenos y sólo a unos pocos que mantienen actitudes ausentes de caridad cristiana; son el Judas Iscariote de nuestros días. Oremos por ellos y por su conversión, han de sufrir mucho por denostar y patear a las ovejas del rebaño del Señor.