jueves, 1 de junio de 2006

El Diluvio Universal: Aproximación Científica


El acontecimiento del Diluvio Universal, descripto con detalles en el libro del Génesis, es rememorado de un modo u otro por distintas culturas en todo el planeta. Este solo hecho habla a las claras de un fenómeno global, relatado entre otros por mayas, incas, aztecas, sumerios, caldeos, chinos, pueblos nórdicos, culturas subsaharianas y un larguísimo etcétera donde se entremezclan distintas épocas y civilizaciones.

Pese a todo, intentar brindar una explicación científica a este cataclismo no ha resultado simple; como podemos imaginar, un hecho de semejante envergadura ha debido modificar para siempre la fisonomía, el clima y la biosfera en forma permanente. Se han establecido distintos argumentos con bases más o menos sólidas, de las cuales quisiéramos comentarles aquel que parece contar con contenidos más firmes.

En otro artículo de esta edición, hemos descripto el llamado efecto invernadero, responsable en nuestros días del clima de Venus. Ese planeta hermano presenta en los niveles más altos de la atmósfera una capa de nubes formadas por gases simples (dióxido de carbono, sulfuros, etc.) los cuales le permiten retener calor.

Imaginemos ahora un planeta Tierra antiguo, hace más de 40 siglos, con una atmósfera en la cual existía una condición similar... pero con nubes de vapor de agua. Nos encontraríamos ante un mundo más cálido, con vegetación exuberante y nutricia. Además, la temperatura en el Ecuador sería tan sólo unos grados mayores que en los Polos. Los mares, de menor profundidad y extensión que los actuales, estarían atiborrados de arrecifes coralinos y de variedad de especies.

El verdadero vergel disperso por el planeta sería una magnífica fuente de alimentos para la fauna, permitiendo incluso el desarrollo de criaturas de tamaño colosal.

Ahora, supongamos que esa inmensa masa de vapor de agua se convirtiera en una titánica e irrepetible precipitación que durante 40 días consecutivos se derrumbara sobre el planeta, barriendo con costas, continentes, flora y fauna, generando un mundo distinto, con grandes mares ocupando 3/4 partes de la superficie mundial y con la desaparición del efecto invernadero, dando paso al variado clima de nuestro planeta actual.

El monte Ararat (frontera entre Armenia y Turquía), sitio de detención del Arca


Es destacable que en ambos modelos planetarios («antediluviano» y actual) puede existir la vida tal cual la conocemos. También es digno de mencionar que existen restos de bosques (carbonizados o petrificados) en regiones del mundo actualmente desérticas o glaciarias, o que se han encontrado arrecifes de coral hundidos en territorio antártico. Es asimismo destacable la coexistencia de la especie humana con fauna colosal que hoy dejarían en ridículo a rinocerontes e hipopótamos (los megaterios, gliptodontes y macrauquerias de las pampas, por ejemplo, coincidieron con los pueblos originarios de la Argentina) .

Por otro lado, es difícil explicar la desaparición en tiempos modernos de elefantes y equinos de territorio americano cuando muchos subfósiles nos revelan que existieron aquí hace unos pocos miles de años.



Probable imagen del Arca de Noé (tomada por el ejército turco en 1960)

Más allá de la discusión, el momento histórico del Diluvio se caracterizaba por la corrupción del género humano hasta proporciones previamente desconocidas, siendo la catástrofe el fruto de dicha declinación. Quizás es prudente concluir este ensayo con las palabras de San Pedro nos dejó por escrito en el capítulo 3 de su Segunda Carta:

«(3) Sabed ante todo que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, (4) que dirán en son de burla: « ¿Dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los Padres, todo sigue como al principio de la Creación». (5) Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, (6) y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del Diluvio, (7) y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos. (8) Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día. (9) No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa su paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión. (10) El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá.»

Publicado en formato 1.0 en junio de 2006