sábado, 1 de julio de 2006

Mercurio: un Dilema


De acuerdo con los modelos actualmente aceptados, la edad del sistema solar en el cual vivimos se acercaría a los 4 500 millones de años, cuando, "por fruto del azar", un cúmulo de gases (la «nebulosa solar»), por acción de diversas fuerzas (en especial la de gravedad) habría empezado a condensarse en los cuerpos sólidos y gaseosos que lo conforman. Dentro de esos "productos de la causalidad" se encontrarían nuestro planeta y todas sus formas de vida, incluyéndonos a usted y a mí, frutos de lo aleatorio y presuntamente sin sentido y sin fines trascendentes.


Si bien sería muy interesante abrir un debate filosófico, moral o teológico acerca de esta hipótesis del origen fortuito de la especie humana, el objetivo de este artículo es otro: retroceder aún más en el tiempo y establecer ese mismo debate, pero en relación con nuestro sistema solar completo.



Una forma más que llamativa de hacerlo es empezar por el benjamín de los planetas: Mercurio. Como un fugaz recordatorio, detallaremos que Mercurio es el planeta más cercano al Sol, uno de los más pequeños (*), careciente de atmósfera y con varias particularidades que lo hacen, como a todo lo creado, único.






Dentro de los planetas sólidos, Mercurio tiene la inusual particularidad de ser el de mayor densidad, según los datos recolectados desde el envío de la sonda Mariner 10 en 1974 hasta entrado el siglo XXI. Sin embargo, sólo podría explicarse esta realidad merced a la existencia de un núcleo planetario constituido fundamentalmente por hierro, ocupando al menos un 75% del diámetro de Mercurio.
No obstante, esto resulta una abierta contradicción al modelo de nebulosa solar que habría dado origen a los planetas: en un marco de desarrollo gradual de los planetas por acción de la gravedad sobre esa presunta nebulosa, se hace imposible encajar esta evidencia científica. Por otra parte, si realmente nuestro sistema solar tiene miles de millones de años de edad, ese núcleo claramente debe hallarse en estado sólido debido a que, por el pequeño tamaño de Mercurio, el núcleo ha tenido sobrado tiempo para congelarse.






A estos «detalles», debemos agregar uno aún más impactante... y es que Mercurio es uno de los planetas que poseen campo magnético. Es momento quizás de recordar que en aquellos planetas con núcleo formado por metal fundido, el movimiento de rotación es capaz de generar un campo magnético que hace que el planeta se comporte como un gran imán con polos (fundamento, entre otras cosas, del uso de las brújulas en la Tierra). Sin embargo, Mercurio posee un campo magnético activo y detectable, pero con un núcleo metálico francamente denso y sólido.

Una hipótesis ad hoc plantea que quizás el núcleo de Mercurio esté formado por sulfuro de hierro (una sal de hierro y azufre), por lo cual podría haberse conservado en estado líquido a lo largo de millones de años. El conflicto con esta aseveración es que el azufre es un elemento fácilmente volátil por lo cual no podría haberse preservado en el modelo de nebulosa solar que discutíamos líneas arriba.

Caben a esta altura una serie de especulaciones:

-> Primera posibilidad: los vastos conocimientos actuales de física cuántica, electricidad y magnetismo son burdamente incapaces de explicar la cotidiana realidad, incluyendo a nuestras simples brújulas inventadas en el siglo XI;

-> Segunda posibilidad: Mercurio es un «cuerpo agregado», procedente por algún mecanismo incierto de otra parte del universo e insertado en el sistema solar (otra hipótesis ad hoc semejante se ha intentado para explicar la composición química de la Luna y sus diferencias con la Tierra)

-> Tercera posibilidad: el sistema solar es mucho más joven de lo que se especula, motivo por el cual Mercurio conserva todavía su campo magnético aún con un núcleo sólido

-> Cuarta posibilidad (¿complemento de la anterior?): el sistema solar tiene un diseño inteligente, que nuestra diminuta ciencia ateista pretende negar...