Plutón fue descubierto en 1930, a raíz de deducir su presencia por las perturbaciones sufridas por la órbita de Neptuno. Dado que no es visible a simple vista por la distancia que separa a la Tierra de este cuerpo celeste, fue necesario el uso de instrumental astronómico para verlo por primera vez.
Considerado el noveno planeta del Sistema Solar desde entonces, poco se ha sabido de él, más allá del hallazgo de un satélite, bautizado como Caronte en 1978. Desde hace casi 100 años, en consecuencia, hemos aprendido acerca del Sistema Solar, dando como verdad asentada la existencia de estos 9 mundos orbitando en torno al Sol de acuerdo a las leyes de Kepler. Los libros escolares de texto tanto de nuestros padres como de nuestros hijos nos han mostrado ese modelo como la realidad aceptada por la ciencia.
Sin embargo, la International Astronomical Union, fundada en 1909, ha emitido una resolución a principios de 2007 donde se redefine el concepto de «planeta», aclarando que se trata de cuerpos celestes que orbitan en torno al Sol, con suficiente fuerza gravitacional para mantener una forma esférica y equilibrio hidrostático, y que mantiene despejada la vecindad de su órbita. Se crea además la figura del «planeta enano», que comparte la casi totalidad de la definición, exceptuando lo relativo a la vecindad de la órbita.
En la misma resolución, se considera a Plutón el prototipo de los planetas enanos, permitiendo así que estructuras como Caronte y los recientemente descubiertos Dysnomia y Dyx (antes nuevas lunas de Plutón) se incorporen a esta categoría.
No podemos negar que los nuevos conocimientos en Astronomía en particular, y en la ciencia en general, obligan acaso a muchas revisiones conceptuales. Sin embargo, debemos hacer mención a que también es innegable que a lo largo de décadas o siglos los científicos no revisan aquello que está «aceptado» como verdad. Muchas hipótesis y teorías son reevaluadas con frecuencia, pero no ocurre lo mismo que aquellas presunciones en la que esas mismas teorías están basadas.
Es claro que las ciencias no pueden prescindir de la trascendencia, sin la cual nuestra humana interpretación de muchos hechos se deshace en la incomprensión.