lunes, 1 de septiembre de 2008

El Ateísmo y la Ciencia de Hoy

A Dios se le puede conocer por distintos caminos. Hay gente que ha llegado al conocimiento de Dios por una experiencia personal, porque lo siente, porque lo vive, por una vivencia íntima. Lo ha te­nido tan cerca, tan dentro de sí, que no puede du­dar de su existencia. Como el que ha tenido un do­lor de muelas; no necesita que le expliquen qué es.

Es el caso de san Pablo o de André Frossard, como dice en su libro "Dios existe, yo me lo encon­tré". Entró ateo en una iglesia y salió católico. Pero no es éste el único modo ni el más fre­cuente de conocer a Dios.

Vamos a reflexionar sobre lo que significa co­nocer a Dios por medio del entendimiento. No se trata de reducir la fe a la razón. La fe trasciende la razón, pero es razonable. Si no lo fuera, los cre­yentes seríamos unos estúpidos.

Por otra parte, ya nos lo dijo san Juan: «A Dios no lo ha visto nadie. Dios es espíritu.» Con los ojos de la cara, a Dios no se le ve. Eso no es nuevo. Eso lo sabemos de siempre. A Dios no lo ha visto nadie. A Jesucristo sí, porque Jesucristo es Dios hecho Hombre, con cuerpo de hombre; pero a Dios-Creador no lo ha visto nadie, pero esto no significa que Dios no exista.


Hay muchas cosas que existen y no se ven con los ojos de la cara. Los ojos no ven lo muy pequeño, y por eso necesitamos un microscopio; ni lo muy le­jano, y por eso nos servimos de unos prismáticos. Y, desde luego, los ojos no sirven para conocer el amor. ¿Se puede negar que existe el amor? Si sois padres de familia, tenéis amor a vuestras esposas, a vuestros hijos. Los solteros tienen amor a su no­via. ¿Quién ha visto el amor? ¿De qué color es el amor? ¿Es azul? ¿Es rojo? ¿Es verde? ¿Qué forma tiene el amor? ¿Es triangular? ¿Es cuadrado? ¿Es rectangular? Vemos personas que se aman, pero el amor no se ve. ¡Y el amor existe! Pero el amor es algo espiritual. El amor no se pesa con una ba­lanza, el amor no se mide con un metro, porque la balanza y el metro sirven para pesar y medir co­sas materiales. Existe amor y existen grados de amor. Hay quien ama mucho y hay quien ama poco.

Padre Loring


Ni el telescopio sirve para ver a Dios ni el mi­croscopio para ver a Cristo en la Eucaristía. Tam­poco el ojo capta una sinfonía de Beethoven ni el oído admira un cuadro de Velázquez. Para cada conocimiento es necesario el órgano adecuado. Los sentidos son una fuente de conocimientos, pero no son la única ni la mejor. Cuando Des­cartes dice: «pienso, luego existo» hace un razonamiento totalmente válido, aunque sea al margen de los sentidos.

Los sentidos ayudan a la inteligencia, que ope­ra con los datos que éstos le proporcionan. Los mismos sentidos se complementan mutuamente para la percepción de la realidad, pero solos no bastan.

Hay cosas que nuestros ojos no ven pero exis­ten. Así es Dios. Dios es algo espiritual a quien no vemos, pero lo vamos a conocer por el entendimiento. Y lo que conocemos por el entendimiento vale más que lo que conocemos por los ojos.

Los ojos muchas veces nos engañan. Muchas veces ves una cosa con los ojos, y parece lo que no es. Y no sólo ocurre con fantasmas sino también con cosas corrientes. Miramos la luna llena, y ¿qué vemos en el horizonte? Un gran disco rojo precioso. Los ojos, ¿qué nos dan? Un disco. Lo que nos dan los ojos es que la luna es como un plato. Sin embargo, la luna es esférica. Nosotros, mediante el estudio, sabemos que la luna es esfé­rica como una pelota. ¡Los ojos nos engañan!

Si en invierno nos asomamos de noche a con­templar el cielo estrellado, detrás del gigante Orión vemos la preciosidad de Sirio, una de las estrellas más inestables que conocemos. Pues puede que lo que estemos viendo ya no exista. Si­rio ha podido haber explotado y todavía no lo percibimos, puesto que la luz de la explosión tardará ocho años en llegar a nosotros. Está a ocho años luz. Podemos estar viéndola y que ya no exista.

Muchas veces lo que vemos con los ojos es mentira, y tenemos que usar el entendimiento para tener una noción clara de la verdad, porque los ojos pueden engañarnos. Por eso digo que cuan­do conocemos una cosa con el entendimiento tie­ne más fuerza que cuando la conocemos sólo con los ojos.

Nosotros vamos a conocer a Dios por el enten­dimiento, porque si conocemos algo mediante el entendimiento bien aplicado podemos estar seguros de que no nos equivocamos. Pongamos un ejemplo.

Si alguien me demostrara matemáticamente que el hijo es más viejo que su madre, aunque yo no supiera dónde está el fallo de la demostración, no por eso me dejaría convencer, pues mi enten­dimiento me advierte claramente que se trata de un engaño, porque yo sé que es imposible que el hijo sea mayor que su madre.

Si yo digo: «No he contado las estrellas del cie­lo, no sé cuántas hay; pero me atrevo a afirmar que el número de estrellas es... » ¡No las he contado!, pero estoy convencido de que nadie me pue­de convencer de lo contrario si afirmo que el ­mero de las estrellas es par o impar.

Claro, si no es par, es impar. Porque en vues­tro entendimiento sabéis que el número que sea, cualquiera que sea, o será par o impar. El enten­dimiento lo comprende y no hay vuelta de hoja.

Si digo: «el todo es mayor que su parte» me das la razón. Con el entendimiento caes en la cuenta de que el todo es siempre mayor que su parte. El conjunto de la humanidad es siempre mayor que parte de la humanidad. Leer un libro entero siempre es más que leer una parte del li­bro.

Estos conocimientos que adquirimos con el entendimiento bien aplicado tienen mucha más fuerza, más firmeza, más seguridad, que las cosas que vemos con los ojos. Lo comprendemos con tanta claridad y con tanta seguridad que tenemos la certeza de que nunca nadie puede convencer­nos de lo contrario.

Por lo tanto, aunque a Dios no se le ve con los ojos de la cara, no importa. Lo conocemos con el entendimiento, que tiene más fuerza todavía.

Padre Loring (de su libro "Motivos para creer")

Publicado en formato 1.0 en septiembre de 2008