En 1978, la embriaguez del Mundial de Fútbol, con la victoria argentina, nos hizo olvidar, por un momento, la pesadilla que vivíamos, con etapas cada vez más terribles. Primero había sido el estado de terror creado por la guerrilla revolucionaria que, además de convulsionar a la sociedad, había puesto en jaque a las comisarías y a los cuarteles. Después, fue el terror que impuso el Estado, con un estilo de represión que emuló el vivido en la Alemania nazi con Himmler y en la Rusia soviética con Laurenti Beria, cuyas consecuencias todavía lloramos.
Pasada la resaca de la borrachera del Mundial, ¿nos hacía falta otra? ¿Y esta vez con sangre, en una guerra con la nación hermana de Chile? Nadie en el pueblo la quería. Sin embargo, un laudo arbitral sobre tres islas inhóspitas en el lejano Sur, rechazado por la Argentina, comenzó a proyectar su fantasma. Éste se corporizó y agigantó tanto que la guerra pareció inevitable. ¿Cómo enfrentarlo y vencerlo?
Hubo medios de prensa que propiciaron la paz, gestiones de representaciones diplomáticas ante las dos naciones, en especial de las dos Nunciaturas Apostólicas, tiras y aflojas dentro de ambas Fuerzas armadas. Y, desde el comienzo del conflicto, conversaciones entre los Episcopados.
Pero ¿quiénes fueron los que miraron de frente al fantasma, y se propusieron vencerlo, como David a Goliat, con el arma sencilla de una intervención pacificadora, que reportó la victoria de la paz para nuestros pueblos?
Sólo recordaré los pasos dados por el Episcopado argentino, y también por el chileno, ante la Santa Sede, y las respuestas de ésta, hasta que el Papa Juan Pablo II aceptó actuar como mediador entre la Argentina y Chile. O sea, las gestiones realizadas durante poco menos de cuatro meses, entre el 26 de agosto, cuando fue elegido el Papa Juan Pablo I, y el 22 de diciembre de 1978 diciembre, cuando el Papa Juan Pablo II decidió enviar a un representante suyo especial.
Monseñor Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia (imagen del Diario La Nación de Buenos Aires)
El cónclave del Papa Luciani (agosto 1978)
El 6 de agosto de 1978 murió el Papa Pablo VI, incansable apóstol de la paz. El Cónclave que eligió al Papa Juan Pablo I se realizó los días 25 y 26 de agosto. El sábado 26, poco antes de las 18,30 hs., resultó elegido el Cardenal Albino Luciani, patriarca de Venecia.
Esa misma noche, tras escoger su nuevo nombre como Juan Pablo I, recibió el saludo y la obediencia de los Cardenales electores. Cuando llegó el turno del Cardenal Primatesta, Arzobispo de Córdoba y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, le dijo: “Le hago presente la obediencia de todo el Episcopado argentino. Le pido por la pronta beatificación del Cura Brochero y de Fray Mamerto Esquiú. Y hoy, sobre todo, le pido que tenga una palabra sobre la cuestión del Beagle”. Y le anunció que le enviaría una carta. El día 30 de agosto, durante la reunión del Papa con el Colegio Cardenalicio, éste le comentó al Cardenal: ‘Leí su carta y lamento todo lo que dicen los diarios”.
Ciertamente que los Cardenales de Argentina y Chile, Raúl Silva Henríquez, Juan Carlos Aramburu y Raúl Francisco Primatesta, conversaron en los pasillos del Cónclave sobre el peligro de una guerra. Pero también lo hicieron formalmente. El domingo 27 por la mañana, el Cardenal Silva Henríquez se entrevistó con el Cardenal Primatesta. “Una guerra sería un suicidio, le dijo. No es una iniciativa que cuente con el apoyo popular de los chilenos”. Y enterado de lo que el Cardenal Primatesta le había dicho al Papa, prometió hacer lo mismo. Y ambos quedaron en pedirle que dijera alguna palabra a los Episcopados para alentar su accionar de paz.
El domingo 3 de septiembre, día del inicio del ministerio del Supremo Pastor, llamado antes de la “entronización” o “coronación”, entre las numerosas misiones especiales llegadas a Roma, estaba el Presidente de la Argentina, Tte. General Jorge Rafael Videla. No le había sido fácil sortear la oposición interna para viajar. De Chile estaba el Ministro de Relaciones Exteriores, D. Hernán Cubillos Sallato. Durante el saludo protocolar posterior a la Misa, ¿el Papa intercambió alguna palabra con cada uno de dichos representantes sobre la preocupante cuestión? No es fácil saberlo.
Sin embargo, la semillita de la futura mediación estaba sembrada. Pero habría que cultivarla y defenderla de muchas malezas y abrojos.
Reunión de Obispos argentinos y chilenos en Mendoza (septiembre 1978)
El martes 5 de septiembre, en Buenos Aires, se reunió la Comisión Permanente del Episcopado Argentino. Se dispuso hacer una reunión entre Obispos argentinos y chilenos, para redactar un documento conjunto exhortando a la paz. Tal reunión era propiciada desde noviembre de 1977 por el Obispo de San Felipe, Francisco de Borja Valenzuela Ríos, Presidente de la Conferencia Episcopal Chilena, pero estaba demorada por recelar la parte argentina de su oportunidad. El miércoles 6, al sumarse a la reunión los dos Cardenales recién llegados, la votación fue fácil. Y se resolvió que una Comisión episcopal integrada por el Cardenal Primatesta, y por los Arzobispos Vicente Zaspe, de Santa Fe, y Olimpo Maresma, de Mendoza, se reuniese con representantes del Episcopado Chileno para redactar una declaración exhortando a la paz.
La reunión se concretó en Mendoza, casi de inmediato los días 11 y 12 de septiembre. De la parte chilena vinieron Mons. Valenzuela y Mons. Fresno. Y se redactó el “Mensaje de los obispos de Argentina y Chile sobre la Paz”, que se publicó el día 12. Sin perder tiempo, ya el día anterior, los Presidentes de ambos Episcopados, el Cardenal Primatesta y Mons. Valenzuela, le enviaron una carta al Papa Juan Pablo I, pidiéndole “una paterna intervención ante nuestros respectivos gobernantes para confirmarlos en la decisión cristiana de resolver las diferencias limítrofes por los caminos de la paz”.
La respuesta papal no tardó en llegar. El 20 de septiembre, nueve días antes de su inesperada muerte, el Papa Luciani escribió a los Obispos de la Argentina y de Chile, exhortando “a que, con toda la fuerza moral a vuestra disposición, hagáis obra de pacificación, alentando a todos, gobernantes y gobernados, hacia metas de entendimiento mutuo y de generosa comprensión para con quienes, por encima de barreras nacionales, son hermanos en humanidad, hijos del mismo Padre, a Él unidos por idénticos vínculos religiosos”.
El cónclave del Papa Wojtyla (octubre 1978)
Juan Pablo II (papa entre 1978 y 2005)
Los miembros del Colegio Cardenalicio se reunieron nuevamente en Cónclave en Roma entre el 14 y 16 de octubre. El día 16, a las 18,18, la chimenea comenzó a despedir la famosa “fumata bianca”. Media hora después, el Cardenal Pericle Felici hizo el asombroso anuncio de la elección de un Cardenal no italiano, proveniente de Polonia, país de régimen comunista, el Arzobispo de Cracovia Carlos Wojtyla, que tomó el nombre de Juan Pablo II.
Es muy probable que esa noche, en el saludo al nuevo Papa, los tres Cardenales de la Argentina y Chile, Silva Henríquez, Aramburu y Primatesta, le hayan hecho presente la delicadísima situación que se vivía entre las dos naciones y lo interesasen en la propuesta hecha al Papa Luciani. Ciertamente lo hicieron el día 18, durante la primera audiencia del Papa a los Cardenales. Cuando llegó el turno del Cardenal Primatesta, a su saludo el Papa le respondió: “Polonia y la Argentina están muy lejanas del centro, pero quizás vivan situaciones más o menos semejantes. Ahora tenemos que estar muy unidos”. Al día siguiente, 19 de octubre, los tres Cardenales, le dirigieron una carta de dos páginas, “para solicitar su alto consejo y apoyo en las difíciles circunstancias que amenazan la paz de nuestras naciones”, y “reiterar nuestro pedido” de intervención de la Santa Sede ante los gobiernos de las dos naciones. El Cardenal Siva Henríquez, por su parte, fue recibido por el Papa en audiencia privada, el martes 24 de octubre.
No deja de tener interés que los Presidentes de ambos países se hiciesen presentes con telegramas. En el de Augusto Pinochet se lee: “Confiamos en que nos iluminéis con cristiana bondad”. El domingo 22 de octubre, para la inauguración oficial del nuevo pontificado, ambos países enviaron misiones especiales. La de la Argentina, representada por el Ministro de Relaciones Exteriores, Vicealmirante Oscar Antonio Montes. Y la de Chile, por el Dr. Enrique Ortúzar Escobar, Miembro del Consejo de Estado. Además, el Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, D. Hernán Cubillos Sallato, fue recibido por el Papa en audiencia privada el día 30. Más allá de la cortesía propia de esos eventos, ¿se trataba de tantear la posibilidad de una intervención papal?
En Buenos Aires, el Presidente Videla lo intentaba desde su viaje a Roma. En una cena en la Nunciatura, a la que Mons. Pio Laghil invitó también a los Cardenales, el Presidente los tomó aparte para preguntarles cuáles serían las posibilidades de acudir al Papa en ese problema, si no sería cosa fuera de lugar. Los Cardenales respondieron que ya habían considerado ese tema con el Nuncio, y que acudir al Papa, no como árbitro, sino como mediador, podría ser interesante.
Pugna entre el fantasma de la guerra y el empeño por la paz (noviembre-diciembre 1978)
A pesar de los tanteos y esfuerzos, el fantasma de la guerra siguió tomando cuerpo. Se dispuso, por tanto, que la Asamblea del Episcopado a reunirse en noviembre de 1978, tratase el tema de la paz. Sobre su conveniencia se venía especulando desde la reunión de la Comisión Permanente en marzo de ese año. Fue así que la Asamblea episcopal, el 18 de noviembre publicó una enjundiosa carta pastoral, “La Paz es obra de todos”, de nueve capítulos, orientada a desarmar el corazón de los cristianos y de la opinión pública, a armarlo espiritualmente para la paz, desistiendo de recurrir a la violencia en todos los ámbitos de la vida. Un capítulo está dedicado a “la paz y la naciones”, referido directamente a la situación entre la Argentina y Chile. Y otro, a “la paz interior”, referido a la situación nacional, especialmente la derivada de la represión del Estado, que el Mundial no había logrado hacer olvidar.
Viaje relámpago a Roma del Cardenal Primatesta (diciembre 1978)
Cardenal Raúl Francisco Primatesta (1919 - 2006)
Qué información sobre los preparativos para la guerra tenía el Cardenal Primatesta, no es fácil conocerlo. A comienzos de diciembre, estando en Córdoba, decide un viaje relámpago a Roma. Le pide a Miguel Pérez Gaudio, su encargado de prensa, hacer un llamado telefónico “persona a persona” con el Cardenal Villot, Secretario de Estado. Luego informa por teléfono de su decisión al Presidente de la Nación, y parte. El hecho que el Cardenal es miembro del Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, que se reúne por esos días, es una buena pantalla para ocultar el motivo más profundo de su viaje.
Apenas llegado a Roma, el Cardenal se entrevistó con el P. Cavalli, del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, encargado del área “Argentina”, para preparar la entrevista con el Papa. El Santo Padre lo mandó llamar enseguida. El Cardenal estaba muy preocupado. El Papa, un tanto receloso. La cuestión no era fácil. Había un laudo arbitral de por medio. En un momento el Cardenal le dice: “Perdóneme, Santidad, si la Santa Sede no tomara interés en este asunto y llega a declararse la guerra…”. El Cardenal se cortó allí.
Roma da pronto una buena señal. El 12 de diciembre, el Papa Juan Pablo II dirigió una carta a los Presidentes de la Argentina y de Chile, en vista del encuentro que ese día tenían los Cancilleres de ambos países en Buenos Aires, haciendo votos para que “el coloquio allane el camino para una ulterior reflexión, la cual, obviando pasos que pudieran ser susceptibles de consecuencias imprevisibles, consienta la prosecución de un examen sereno y responsable del contraste”.
El Cardenal se entrevistó también con Monseñor Casaroli, responsable del Consejo mencionado, y con el Cardenal Villot, secretario de Estado. El 17 de diciembre, en el aeropuerto de Roma de regreso a Buenos Aires, el Cardenal es despedido por el Embajador Rubén Blanco con malas noticias. “El Presidente de la República me acaba de comunicar que el estallido es cuestión de horas”. El Cardenal le pidió que fuera a verlo a Mons. Casaroli y le explicara todo.
Último round entre el fantasma de la guerra y el don de la paz (diciembre 1978)
Llegado a Buenos Aires 18 de diciembre, el Cardenal se rehúsa hablar con los periodistas. El 19, por la mañana, preside la reunión de la Comisión Permanente del Episcopado, informa de su gestión ante la Santa Sede, pide el apoyo de la Comisión, e informa que a las 11 horas tiene una audiencia con el Presidente de la Nación. Frente a la sugerencia de los Obispos de esperar su regreso antes de hablar a Roma, el Cardenal es taxativo: “La diferencia horaria los obligará a hablar a Roma recién mañana. Y eso es demasiado”. No quiere forzar a la Comisión a dar su consentimiento a su iniciativa. Pero insiste en que, desde que llegó de Roma, hay una situación mucho más urgente, y pregunta si ante eso es posible que los Obispos no digan nada al Papa. Los Obispos resuelven, entonces, enviar el siguiente telegrama: “Ante urgencia crítica situación Episcopado Argentino pide al Santo Padre interponga su paternal influencia de manera apremiante ante Gobiernos Argentino y Chileno, para encontrar caminos de convivencia, equidad y paz”.
El Cardenal sale para la audiencia con el Presidente de la Nación. La Comisión Permanente sigue sesionando y resuelve invitar al Episcopado chileno a hacer igual gestión ante la Santa Sede, y, además, con fecha 20 de diciembre, publica un breve comunicado de exhortación a la paz, recomendando la lectura de la carta pastoral.
El viernes 22, en Roma, en la reunión con el Colegio de Cardenales para los saludos natalicios, el Papa Juan Pablo II revela que, “en el día de ayer (jueves 21), frente a las noticias siempre más alarmantes que llegaban sobre el agravamiento y la posible precipitación de la situación, temida por no pocos como inminente, hice conocer a las partes mi disposición – e incluso el deseo- de enviar a las dos capitales un representante mío especial, para tener informaciones más directas y concretas sobre las respectivas posiciones y para examinar y buscar juntos las posibilidades de una composición honorable y pacífica de la controversia. A la noche ha llegado la noticia de la aceptación de tal propuesta por parte de ambos Gobiernos, con expresiones de gratitud y de confianza”.
David voltea a Goliat y embate final
David había derribado al gigante Goliat. Faltaba el golpe de gracia. El embate final para degollarlo, aunque largo y difícil de dar, comenzó casi enseguida. El día de Navidad, el Cardenal Antonio Samoré, representante especial del Papa, acompañado de un joven sacerdote español, Faustino Sainz Muñoz, partió de Roma rumbo a Buenos Aires y Santiago de Chile. El 26 comenzaron las rondas de entrevistas. El 8 de enero de 1979, los Cancilleres de Argentina y de Chile, reunidos en Montevideo, suscribieron un acta por la que ambos Gobiernos acordaron solicitarle al Sumo Pontífice Juan Pablo II que actúe “como Mediador con la finalidad de guiarlos en las negociaciones y asistirlos en la búsqueda de una solución del diferendo para el cual ambos Gobiernos convinieron buscar el método de solución pacífica que consideraran más adecuado”.
El miércoles 24 de enero de 1979 el Papa Juan Pablo II aceptó actuar como mediador. Lo que siguió después está ampliamente documentado.
El Cardenal Primatesta, apóstol de la paz entre la Argentina y Chile
Al Cardenal no me vinculó una relación de afecto. Pero siempre sentí respeto por él. Y en situaciones delicadas lo consulté. Aunque no era muy sonriente, nunca lo vi irritado. A veces me parecía titubeante. Pero varias veces admiré su capacidad de resolución. Por ejemplo, cuando se redactó el documento “Iglesia y Comunidad Nacional”, y algunos Obispos perfeccionistas hubiésemos deseado su postergación. Pero fue en la crisis entre la Argentina y Chile cuando el Cardenal mostró al máximo su capacidad de decisión. El que ayer titubeaba en reunirse con los Obispos chilenos, de pronto viaja a Roma, y, contra toda humana prudencia, logra del Papa una desacostumbrada intervención.
Los argentinos no tenemos idea de la magnitud de los males de los que nos salvó la mediación del Papa Juan Pablo II y de los beneficios que nos ha reportado. Esto vale también de la paciente y sabia labor realizada por el Cardenal Antonio Samoré, en llevar a cabo la tarea concreta de la mediación. Pero vale, igualmente, de la labor del Cardenal Raúl Francisco Primatesta para lograr una intervención papal ante los dos gobiernos, que desembocó en la mediación.
Tal vez no se le levante un monumento, como en justicia lo merecería según el sentir de muchos. Pero el Cardenal tiene ya levantado un monumento: el más bello y perdurable de todos, esculpido por el mismo Jesús en las Bienaventuranzas del Sermón del Monte: “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5,9).
Publicado en formato 1.0 en febrero de 2009