miércoles, 1 de diciembre de 2010

La Vida después de la Vida

Con este título muchos autores a lo largo de los años han tratado de escribir sobre lo que pasa después de que termina nuestra existencia terrenal; entre las más destacadas está la famosa Dra. Elizabeth Kübler-Ross, cuya obra de alguna manera impulsa e inaugura todas las reflexiones sobre las llamadas Experiencias Cercanas a la Muerte o Near Death Experience como se les conoce en inglés idioma en que ha sido muy prolífica esta literatura y que centralmente sostiene que inmediatamente después de expirar la persona entra en un estado de paz profunda y comienza un viaje a través de un túnel al final del cual brilla una luz inmensa que atrae al ser y a su particular circunstancia.

Nosotros sabemos además por nuestra Fe, que después de nuestra llegada a la otra vida, habrá de iniciarse nuestro juicio particular y que dependiendo de nuestras obras, acciones y pensamiento así como de haber reconocido en Jesús al Hijo Único de Dios y a nuestro Salvador, habremos de alcanzar por la gracia y misericordia de Dios, la Vida Eterna en la Casa del Padre, no sin antes en la gran mayoría de los casos, pasar por el proceso de purificación total que toda alma que entre en el Cielo, debe cumplir en el real y existente Purgatorio.

En este mes de Noviembre en que la Iglesia y nosotros los fieles conmemoramos a los llamados Files Difuntos, en realidad se nos da la oportunidad especialísima de contribuir muy importantemente a la salvación de las  Almas del Purgatorio, dándole con ello a nuestro Salvador Jesucristo una de las mayores alegrías que él espera de nosotros como continuadores de su obra salvífica, pues irónicamente por esos misterios de la Justicia Divina y Perfecta, Jesús ansiando tener ya a su lado esas almas por las que tan alto precio pagó, no puede o quizá ya no debe hacer más para eliminar, apurar o acortar el proceso purificatorio de esas almas, pues por su parte ya hizo lo más grande y trascendente que fue ganarles el derecho a la salvación y a la vida eterna. Tampoco esas almas benditas, pueden ayudarse en nada para acortar sus penas y sufrimientos, entre ellos el más doloroso que es saberse separadas de la amistad y contacto con Dios después de haberlo visto a la cara y haber conocido y comprendido la grandeza de su Amor; solamente nosotros los que aún vivimos, los que nos encontramos en esta Iglesia Militante aquí en la Tierra tenemos el don de acortar, reducir, suavizar e impulsar a esas Almas a su felicidad plena y a la continuación de su evolución espiritual dentro de la Casa de Nuestro Padre Eterno, donde ya el enemigo no existe y con él tampoco la enfermedad, la decadencia, la tristeza y la muerte.

Por eso este mes de Noviembre, previo a la grande y enorme fiesta de la Navidad con la que se cierra cada año de nuestra vida en esta Tierra, tenemos la gran oportunidad de prepararnos a recibir de nuevo a nuestro Salvador, orando y ofreciendo toda clase de sufragios a nuestro alcance, como son la Misas, la Confesión, la Eucaristía y el Rosario entre otros, precisamente por la salvación de las Ánimas del Purgatorio y tendremos la certeza de que nada hará más feliz a Jesús a nuestra madre la Virgen María y a San José, que ver ingresar al Paraíso a un mayor número de hijos del Eterno, que fueron la razón y la causa eficiente precisamente de que existiera la Navidad.

Adicionalmente a este gran regocijo de la Sagrada Familia y de la Santísima Trinidad misma, ya podemos imaginar la gratitud de muchos hermanos y hermanas nuestros, muchos de los cuales inclusive son nuestros parientes, por haber podido alcanzar la Gloria y acortar la separación y el sufrimiento, ¡cuánto intercederán por nosotros y cuánto velarán por nuestro último momento para acompañarnos al encuentro de nuestro Salvador y de nuestro Padre y Creador!; podemos estar seguros, después de tener amigos así en la Eternidad, nunca jamás volveremos a estar solos, ni aquí ni allá.
 
Lleguemos pues al pesebre decembrino, al lado del niño del tambor, con nuestras manos llenas de muchos nombres de niños, de hombres y mujeres para quienes fuimos esa escalera que los llevó al Cielo y con el corazón lleno de mucha esperanza de que con el nuevo nacimiento de Cristo, este oficio de ser seres humanos, seguirá valiendo la pena.
 
Eduardo Sastre de la Riva
Gólgota OnLine