martes, 1 de agosto de 2006

Malthus y su Triste Herencia


Thomas Robert Malthus fue un economista británico, nacido en 1766 y fallecido en 1834. Sus estudios en Economía se efectuaron en la prestigiosa Universidad de Cambridge, donde además de formó en aspectos religiosos, actuando como clérigo protestante anglicano en Surrey cuando contaba con 32 años.




Thomas Malthus




Sin embargo, no fue la faceta espiritual la que brindó a Malthus trascendencia histórica. Por el contrario, sus trabajos sobre recursos y demografía han sido los que aún destilan tristes consecuencias. Este economista liberal, fiel a las lecturas de Adam Smith, fue quien forjó conceptos que influyeron a Darwin, Marx, Engels y las políticas de control de la natalidad del siglo XXI.



Robert Malthus redactó diversas obras, entre las cuales debemos destacar su Ensayo sobre el principio de la población, publicado por primera vez en 1798. En este trabajo, el economista nos decía que «en el reino animal y en el vegetal la naturaleza ha distribuido con mano rica y pródiga las semillas de la vida. En comparación, ha sido parca en cuanto al sitio y alimentación necesarios para hacerlos crecer. Los gérmenes de la vida contenidos en nuestra pequeña tierra, si tuvieran suficiente alimentación y sitio para extenderse, podrían llenar millones de mundos en algunos millares de años... En los animales y plantas sus efectos son el derroche de semillas, la enfermedad y la muerte prematura. En el hombre, la miseria y el vicio»



Estas palabras son casi la sinopsis de la llamada teoría poblacional de Malthus, según la cual la población tiende al crecimiento de un modo geométrico, mientras que la oferta de alimentos para dicha población crece de un modo aritmético. Así, como corolario, al existir demasiadas bocas para alimentar con pocos alimentos disponibles, la naturaleza responde con hambrunas, enfermedades, guerras y otras calamidades para reducir la “explosión demográfica” y, en consecuencia, regular la disponibilidad de recursos.



En suma: la fertilidad llevaría a la crisis social y financiera de la sociedad o, en términos concretos, los pobres son los únicos culpables y responsables de su propia pobreza y de sus consecuencias.



Malthus fue enormemente influyente en los círculos políticos y económicos de su tiempo, sobre todo en la Gran Bretaña de la Revolución Industrial y en pensadores y economistas posteriores, entre ellos los liberales John Mill y David Ricardo (quien en sus Principios de Economía Política y Tributación citaba que «el crecimiento de la población provoca escasez de tierras productivas»), y, aunque no lo crean, en Marx y Engels.



Sin embargo, el impacto más penetrante de la ideología de Malthus ocurriría, de modo hasta paradójico, en el terreno de la Biología. Charles Darwin leyó atentamente el mencionado Ensayo sobre el principio de la población, según él mismo afirma en sus "Cuadernos sobre la transmutación de las especies", los cuales fueron el borrador para la construcción de su obra máxima, El Origen de las Especies de 1859. Partiendo del concepto de que los seres vivos se multiplicarían en forma exponencial, frente a un crecimiento mucho más discreto de los recursos disponibles, se produciría una competencia feroz por los alimentos, con el triunfo inexorable del más fuerte (del más apto, «the fittest» en la expresión original de Darwin).



Estos procesos llevarían al autoperfeccionamiento de la naturaleza y al surgimiento de nuevas especies más «perfectas» que las previas.






Charles Darwin



Escasos años después, Pasteur y Koch sentaron las bases para reconocer que Malthus estaba equivocado en su dinámica de las poblaciones, ya que hasta las primitivas colonias de bacterias se regulan por factores propios y externos diferentes a la disponibilidad de recursos, logrando una estabilidad poblacional temprana. Este hecho es hoy conocido en los primeros años de las carreras universitarias vinculadas a la biología, incluyendo la Medicina.


Asimismo, experiencias en el siglo XX por parte de biólogos y etólogos han demostrado que factores similares influyen en la regulación poblacional de organismos superiores.


¿Acaso la hipótesis de la evolución no es más que el fruto equivocado de la adaptación a las ciencias naturales de una errónea teoría económica que intentó explicar una inexistente dinámica poblacional?


Sin embargo, esta insólita extrapolación de la economía a las ciencias biológicas no se extinguió con el evolucionismo darwiniano, sino que lamentablemente salpicaría a otros aspectos de la Biología, en especial el de las ciencias de la Salud.



El modelo poblacional malthusiano desemboca en el concepto práctico de que los pobres son culpables de su propia pobreza, ya que su tasa de crecimiento es ampliamente superior al desarrollo de los recursos (despropósito conocido como teoría de la seguridad alimentaria). De hecho, esta era la explicación brindada por Malthus para las guerras, las epidemias y otras calamidades, como mecanismos de «autodepuración» de la naturaleza. En otras palabras, el humano no es un ser transcendente, sino tiene una existencia utilitaria; el pobre debería ser eliminado por libre competencia, ya que consume recursos sin producirlos.


Es prudente mencionar que ese es el mismo argumento que utilizó el estado nazi para exterminar sistemáticamente a enfermos mentales, primero, y a judíos, católicos, opositores y prisioneros después, para desembocar finalmente en la eugenesia... políticas criminales que buscaban el control poblacional. A la hipotética «selección natural» de Darwin y a la «autodepuración» de Malthus, se le agregaron la «selección artificial», controlada por el Estado nazi, el mismo que sancionaba leyes que penaban la muerte de animales domésticos (¿no les recuerda a ciertas organizaciones actuales, que condenan la muerte de focas y ballenas mientras apoyan al aborto de niños?)




Malthus (siglo XIX), Hitler (siglo XX), ¿la ONU (siglo XXI)?



Por más increíble que parezca, el guante del liberal Malthus fue recogido por los totalitarios nazis del siglo XX y por sus primos globalizadores del siglo XXI, quienes creen que, en nombre de la selección artificial, debe ejercerse el dominio sobre la transmisión de la vida, según la cual un hijo es un derecho y no un don.


Así, llegamos a un «Primer Mundo» con tasas de natalidad despreciables, sostenidas por la anticoncepción y el aborto. La población de estos países centrales (productores de anticonceptivos hormonales y dispositivos intrauterinos, con los cuales enriquecen sus bolsillos al venderlos a nuestro Tercer Mundo) envejece lustro tras lustro, contando con un amplio porcentaje de sus adultos en edad jubilatoria, con lo cual el ciclo malthusiano se reinicia (individuos que consumen recursos financieros y de salud, y que no producen dinero)... ¿Cuánto tardarán estas naciones en disponer a la eutanasia entre sus leyes, con todos los argumentos falaces que puedan imaginarse, en una nueva selección artificial?


Este panorama desolador, sin embargo, no debe aterrarnos. Los católicos sabemos que Cristo ya ha vencido en la historia a la muerte y sus seguidores; el único Camino, Verdad y Vida está entre nosotros, guiándonos hacia su Reino definitivo por un angosto sendero. Sólo la oración y el cumplimiento de su ley natural, eterna e inmutable, nos llevará como hermanos hacia el destino trascendente para el que la especie humana ha sido creada.