La principal causa de mortalidad en Occidente no la constituyen, pese a lo difundido por ministerios y organizaciones internacionales, las enfermedades cardiovasculares, los tumores ni los accidentes.
La principal causa de muerte en la región del mundo autoproclamada cristiana es el aborto. Sólo como fruto del uso de los dispositivos intrauterinos (DIU) fallecen 50 millones de niños por año, la misma cifra de muertos que en la Segunda Guerra Mundial en su totalidad.
En un momento en el cual diversos intereses económicos a nivel mundial (y sus respectivos sicarios en nuestros pobres países) intentan imponer el aborto en América Latina, creemos que es momento de hacer mención a Bernard Nathanson.
El citado médico, de origen judío, fue conocido durante años como «el rey del aborto». Nathanson, según sus propias palabras en el Congreso de Conversos de Ávila (2002) ha sido el responsable directo de la muerte de 75 mil niños, incluyendo sus propios hijos.
Nathanson dirigía en Nueva York una clínica con 35 colegas a cargo, un plantel de 85 enfermeras... y un aborto cada 12 minutos, esto es, una máquina genocida superior a cualquiera de las temibles dictaduras de nuestros países de la segunda mitad del siglo XX... en pleno corazón de la «civilización» occidental. La clínica se llamaba Centro de Salud Reproductiva y Sexual (¿no les recuerda a las leyes sobre el tema en Argentina?) y Nathanson la dirigió hasta 1979.
Nathanson nació y creció en Nueva York, en el seno de una familia judía no practicante. Su padre, Joey Nathanson, había abdicado de su fe durante la Universidad y estuvo a punto de no casarse con quien sería la madre de Bernard, Harriet Dover, pero esta última amenazó con suicidarse si la boda no se concretaba. A posteriori, Bernard Nathanson se crió en un ambiente competitivo y lleno de rencillas, y también hizo apostasía de su fe hebrea a los 13 años.
Bernard continuó los pasos de su padre y estudió Medicina en Montreal. En 1945 comenzó su relación con una compañera de estudios de nombre Ruth, quien quedó embarazada. Al solicitarle consejo a su padre para contraer matrimonio, éste le recomendó abortar al niño, lo cual efectuaron en forma ilícita, poniendo a Ruth al borde de la muerte. Poco después, la relación con ella se interrumpió, al privilegiar Nathanson su carrera profesional por sobre la relación sentimental.
Tras obtener su título médico, Nathanson se incorporó al Hospital de Mujeres de Nueva York, donde entró en contacto con Larry Lader, colega ginecólogo, cofundador de la Liga de Acción Nacional por el Derecho al Aborto en 1969. Con argumentos falaces, incentivaron la idea de que la Iglesia Católica era la responsable de la muerte de las mujeres que se practicaban abortos ilegales.
Nathanson se involucró en forma directa en el tema en 1971, cuando se hizo cargo de la clínica mencionada líneas arriba. Junto a la realización de partos y cesáreas, se practicaban abortos a escala genocida. Paralelamente, la actividad proselitista de Nathanson y los suyos desembocó en la legalización del aborto en 1973.
En 1979 Nathanson dejó su cargo en la clínica y se convirtió en el Jefe del Servicio de Obstetricia del Saint Luke´s Hospital. La ecografía comenzaba a hacerse más disponible y precisa, y era posible observar la belleza de la cinética del corazón fetal.
«En esa época no sabíamos nada del feto, no teníamos forma de medirlo, ni verlo, ni confirmar su humanidad. Nuestro interés se centraba en la mujer, no en el bebé, pero cuando dejé la clínica y fui director de obstetricia en el Saint Luke Hospital de Nueva York, algo cambió», comentaría el propio Nathanson. «Allí empezábamos a tener la tecnología con la que hoy contamos. Por primera vez pudimos estudiar al ser humano en el vientre y descubrimos que no era distinto de nosotros: comía, dormía, bebía líquidos, soñaba, se chupaba el dedo, igual que un niño recién nacido. La verdad era que esto era un ser humano con dignidad, dada por Dios, que no debía ser destruido o dañado».
Nathanson dejó de practicar abortos y, en función de la tecnología ecográfica, logró crear el hoy conocido documental “El grito silencioso” en 1984, en el cual se observa en tiempo real la succión, descuartizamiento y muerte de un niño de 12 semanas de vida intrauterina. «Los proabortistas dijeron que era un montaje. Yo les he animado siempre a que, si piensan así, que hagan ellos su propia película de un aborto real, con sus propias imágenes. Nunca lo han hecho, porque saben muy bien lo que se vería», comentaría meses después el propio Nathanson.
En la prestigiosa revista médica The New England Journal of Medicine, editada desde 1812 y leída semanalmente por médicos de todas las latitudes, escribió un comentario sobre su experiencia con los ultrasonidos, reconociendo que en el feto existía vida humana: «el aborto debe verse como la interrupción de un proceso que de otro modo habría producido un ciudadano del mundo. Negar esta realidad es el más craso tipo de evasión moral» (sic).
El camino de la vuelta a Dios de Nathanson se iniciaría con el famoso psiquiatra Karl Stern, exiliado judío-alemán durante el nazismo, quien se había convertido al cristianismo en 1943 y autor de su autobiografía “El Pilar de Fuego”. La lectura del mismo y la concurrencia a actos de grupos provida iniciaron la chispa de la conversión del propio Nathanson. «Por primera vez en toda mi vida de adulto, empecé a considerar seriamente la noción de Dios, un Dios que había permitido que anduviera por todos los proverbiales circuitos del infierno, para enseñarme el camino de la redención y la misericordia a través de su gracia», expresaría, para agregar «ese pensamiento contradecía todas las dieciochescas certezas que tan queridas habían sido para mí; en un instante convirtió mi pasado en una repugnante ciénaga de pecado y maldad; me acusó y condenó de graves crímenes contra los que me amaban y contra aquellos que ni siquiera conocí; y a la vez -milagrosamente- me ofreció una reluciente chispa de esperanza, en la creencia, cada vez más firme, en que, hace dos milenios, Alguien había muerto por mis pecados y mi maldad».
Tentado por el suicidio y por la New Age, Nathanson pasó por el alcohol, las benzodiacepinas, los libros de autoestima y el psicoanálisis, hasta que llegó el momento del padre John McCloskey. «Él fue mi guía, mi Virgilio en el infierno. Me convencí de la verdad, de que la gran mentira ya no dominaba mi vida. Ahora mi trabajo "provida" salía del corazón y del alma, no sólo del cerebro».
El doctor Bernard Nathanson ha escrito, entre otros, el libro The Hand of God. A Journey from Death to Life by the Abortion Doctor Who Changed His Mind. («La mano de Dios. Un viaje de la muerte a la vida por el Dr. Aborto, que cambió su mente»). Pronto se convirtió en el blanco de fuerzas siniestras, incluyendo amenazas de muerte para él y su familia, para quienes una conversión semejante se convirtió en un peligro para sus intereses económicos: en diciembre de 1996, en la Catedral de S. Patricio de Nueva York, el Cardenal John O´Connor le administró los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Su madrina fue Joan Andrews, conocida defensora del movimiento provida en los Estados Unidos.
El increíble ejemplo de la conversión de Nathanson nos señala la omnipotencia de la gracia de Dios. Como inquietante final, vale citar unos párrafos del libro de Nathanson, en el cual sugiere un futuro siniestro en virtud del nuevo interés de las grandes corporaciones financieras mundiales: imponer la eutanasia: «Basándome en mi experiencia con una modalidad similar de paganismo extremo, puedo predecir que habrá empresarios que montarán pequeños y discretos sanatorios para aquellos que deseen morir o hayan sido persuadidos o coaccionados o engañados por los médicos (...). Pero eso no será más que la primera fase. Cuando los “tanatorios” prosperen y se expandan, formando cadenas de clínicas y redes de concesionarios, los economistas tomarán el mando, y recortarán gastos y costes corrientes a medida que aumente la competencia. En su versión final, los “tanatorios” (reorganizados, eficientes y económicamente intachables) se parecerán más que a ninguna otra cosa a las fábricas de producción en serie en que se han convertido las clínicas abortistas, y (en una fase posterior) a los hornos de Auschwitz».