De hecho, todas las estrellas que vemos en el firmamento pertenecen a la misma galaxia que nuestro propio Sol, la denominada Vía Láctea. Se estima en términos groseros que nuestra galaxia incluye unos 100 mil millones de estrellas en total (sí, un uno seguido de once ceros). Simplemente para asombrarnos aún más de la grandeza de la Creación, las galaxias pueden reunirse, por atracción gravitatoria, en la inmediata proximidad de otras para formar grupos o, utilizando un anglicismo, clusters.
Por ejemplo, nuestra galaxia de la Vía Láctea forma junto con, entre otras, la galaxia de Andrómeda y las Nubes de Magallanes el llamado Grupo Local, un cluster de aproximadamente unas 20 galaxias.
Representación de la Vía Láctea
Desde un punto de vista convencional, se ha estimado que la mayoría de los cúmulos de galaxias son casi tan antiguos como la edad estipulada para el Universo todo. Sin embargo, como hemos mencionado, el factor que permite esta cohesión entre los monumentales grupos de estrellas es la fuerza de gravedad, lo cual ha generado algunos inconvenientes para la comprensión del modelo.
Sin entrar en tecnicismos que podrían resultar desalentadores, es importante que recordemos que la gravedad es una fuerza de atracción entre dos cuerpos dados y que depende:
--> en forma directamente proporcional, de la masa de esos cuerpos (a mayor masa, mayor es la fuerza de atracción)
--> en forma inversamente proporcional, del cuadrado de la distancia que separa a esos cuerpos (a mayor distancia, menor es la fuerza de atracción, siendo este componente de aún mayor influencia que el de las masas)
Un buen ejemplo es notar que, entre la Tierra y usted, a la hora de evaluar la fuerza de la gravedad, contraponemos los millones de toneladas del planeta contra las pocas decenas de kilos del lector, por un lado, y la nula distancia que los separa, por el otro, y se comprende fácilmente porque la Tierra lo atraerá indudablemente hacia sí misma.
Galaxia del Sombrero (NGC 5128)
Pensemos ahora en masas de trillones de toneladas, de gran influencia, separadas por centenares de trillones de kilómetros, de aún muchísima mayor influencia. Pese a eso, las galaxias se mantienen próximas en los mencionados clusters. Se han tejido algunas hipótesis para explicar porque, pese a que no hay suficiente masa en las galaxias para mantenerse unidas, las vemos organizadas en bellos grupos unidos por la gravedad:
--> ¿existe quizás masa que no hemos medido? De hecho, el déficit de masa en los cálculos más optimistas para mantener a los cúmulos unidos es de cerca del 70%. Se ha especulado que no se ha medido la totalidad del hidrógeno presente en las galaxias; sin embargo, con los métodos actuales de análisis esta hipótesis parece poco probable.
--> ¿solucionan el problema los «agujeros negros»? Vale que aclaremos que los mencionados agujeros negros son estrellas en la fase terminal de su vida, las cuales han colapsado sobre sí mismas por efecto de su propia gravedad, atrayendo hacia sí todo cuanto está a su alrededor. De hecho, la fuerza de gravedad en ellas es tan grande que logran atraer a la propia luz que generan, y de allí su denominación de agujeros negros. Dado que estos cuerpos son increíblemente densos, concentran en unos pocos centímetros cúbicos varios miles de millones de toneladas, por lo cual aportarían la masa no medida. El gran problema de esta hipótesis es que bastaría con unos pocos agujeros negros por galaxia para que estas fueran rápidamente «atraídas» y destruidas en su interior...
--> ¿tal vez ocurre que el Universo es mucho más reciente de los que pensamos, y simplemente los cúmulos de galaxias no han tenido aún tiempo real para separarse, fruto de que la gravedad ha sido vencida por las distancias? De acuerdo a esta hipótesis, algunos cálculos arrojan la sorprendente cifra máxima de cuatro millones de años para la existencia de los cúmulos.
Como hemos mencionado en otras oportunidades, la ruptura aparente entre la ciencia y la Fe tiene su origen en la soberbia del género humano, incapaz de interpretar la Creación con los ojos del asombro, la admiración y el respeto, a partir del acto de amor ex nihilo de Dios Padre.