Ha cobrado debate público en los últimos tiempos la denominada «contracepción de emergencia», también llamada en distintos medios «la píldora del día después». Creemos importante mencionar, con la mayor de las objetividades, que ese debate es estéril, ya que no existe duda alguna de la naturaleza potencialmente abortiva de este tratamiento, y por tanto es moralmente reprobable y jurídicamente delictivo.
Es prudente que recordemos que, en el momento de la fecundación, un espermatozoide masculino y el óvulo femenino dan lugar a un individuo, genéticamente distinto de sus padres y por tanto nueva persona desde ese mismo instante, como hemos detallado en un artículo previo.
En una amplia mayoría de las ocasiones, el embrión es concebido en una de las trombas de Falopio. Desde allí, inicia un proceso de migración, mientras sus células se dividen aún sin diferenciarse en tejidos. Finalmente, el embrión se anida en la capa más interna del útero, llamada endometrio, en un proceso conocido con el nombre técnico de implantación. En esta etapa interviene una hormona denominada gonadotrofina coriónica (una de sus fracciones, la beta-hCG o «subunidad beta», es la sustancia que se mide en sangre u orina con el fin de confirmar analíticamente un embarazo).
Si bien se utilizan distintos fármacos en la llamada anticoncepción de emergencia, en Occidente la droga más difundida a tal fin es el levonorgestrel. Esta hormona es un progestágeno sintético, esto es, un producto de laboratorio emparentado con la progesterona, hormona habitualmente participante del ciclo sexual femenino. El levonorgestrel ya se utilizaba como parte de distintos anticonceptivos orales, fundamentalmente en los llamados monofásicos, aunque en dosis menores que en las «píldoras del día después».
El levonorgestrel es capaz, a la dosis de 75 microgramos utilizados en estos comprimidos, de actuar en los siguientes niveles:
Es prudente que recordemos que, en el momento de la fecundación, un espermatozoide masculino y el óvulo femenino dan lugar a un individuo, genéticamente distinto de sus padres y por tanto nueva persona desde ese mismo instante, como hemos detallado en un artículo previo.
En una amplia mayoría de las ocasiones, el embrión es concebido en una de las trombas de Falopio. Desde allí, inicia un proceso de migración, mientras sus células se dividen aún sin diferenciarse en tejidos. Finalmente, el embrión se anida en la capa más interna del útero, llamada endometrio, en un proceso conocido con el nombre técnico de implantación. En esta etapa interviene una hormona denominada gonadotrofina coriónica (una de sus fracciones, la beta-hCG o «subunidad beta», es la sustancia que se mide en sangre u orina con el fin de confirmar analíticamente un embarazo).
Si bien se utilizan distintos fármacos en la llamada anticoncepción de emergencia, en Occidente la droga más difundida a tal fin es el levonorgestrel. Esta hormona es un progestágeno sintético, esto es, un producto de laboratorio emparentado con la progesterona, hormona habitualmente participante del ciclo sexual femenino. El levonorgestrel ya se utilizaba como parte de distintos anticonceptivos orales, fundamentalmente en los llamados monofásicos, aunque en dosis menores que en las «píldoras del día después».
El levonorgestrel es capaz, a la dosis de 75 microgramos utilizados en estos comprimidos, de actuar en los siguientes niveles:
- impedir la ovulación, o sea, la liberación del óvulo por parte del ovario (es el mismo mecanismo por el cual se lo incluye entre los anticonceptivos orales)
- impedir la fecundación, o sea, la unión del espermatozoide y el óvulo ya liberado
- impedir la implantación, o sea, la anidación del nuevo individuo en un endometrio apto para su desarrollo. Es este el mecanismo por el cual el levonorgestrel resulta abortivo, ya que la persona única, irrepetible y formada a imagen y semejanza de Dios desde el momento de la concepción es asesinada en el seno materno.
Este mecanismo de acción del levonorgestrel es bien conocido desde hace años, lo cual ha generado conflictos éticos en los países autodenominados del Primer Mundo. Sin embargo, el Poderoso Caballero Don Dinero, en las palabras del poeta, ha logrado que, en Estados Unidos, se haya intentado poner límites a la objeción de conciencia de los profesionales farmacéuticos mediante analogías que rozan con lo absurdo (May pharmacists refuse to fill prescriptions for emergency contraception?, publicado en la prestigiosa New England Journal of Medicine en 2004. La revista es accesible desde aquí en forma gratuita para casi toda Latinoamérica).
Sin embargo, es aún más aterrador advertir que en los prospectos de levonorgestrel disponibles en la Argentina en muchos casos se ha OMITIDO la potencialidad abortiva del medicamento. Además de una clara violación a la legislación (gracias a Dios y pese a todas las presiones seculares, el aborto en la Argentina aún es considerado un delito), se ha ocultado deliberadamente información clave para las usuarias... con la necesaria complicidad de estratos oficiales.
Por otro lado, las altas dosis de progestágenos se asocian con importantes riesgos maternos, incluyendo vómitos persistentes, sangrado digestivo, crisis hipertensivas y los aún desconocidos efectos a futuro sobre la fertilidad.
En resumidas cuentas, nos enfrentamos a un nuevo intento por legalizar el genocidio abortista en nuestras naciones latinoamericanas. Además de importar el método desde estados genocidas y paganos como los «países centrales»...
· ¿cuánto tardaremos en importar la limitación a la objeción de conciencia?
· ¿cuánto tiempo pasará para que los profesionales de la salud comprometidos con la vida integren listas negras de objetores a la hora de resistir estas formas larvadas de homicidio?
· ¿en cuántos meses más nuestra legislación permitirá el reparto gratuito de esta droga en hospitales y centros de salud?
· ¿cuánto tiempo más permaneceremos de brazos cruzados...?
Nuestra tarea diaria desde el plano científico, con hechos objetivos, y desde el plano de nuestra Fe, con la oración continua y decidida, impedirá que la muerte de niños no nacidos empañe aún más el deseo de Nuestro Señor Jesucristo de salvación para todo el género humano.
«El afán de dinero es la raíz de todos los males del mundo» (1 Tim; 6,10)
Publicado en formato 1.0 en enero de 2007