domingo, 1 de julio de 2007

La Lepra


En otro artículo podemos deleitarnos con la formidable tarea del Beato Damián de Molokai, y su apostolado para con los enfermos de lepra. La sola mención de la enfermedad parece remontarnos a tiempos ignotos, relatando una plaga del pasado que sólo habita en los libros de Historia. Nada más lejos de la realidad.

En muchos países, la lepra es bastante más frecuente de lo que las personas, incluidos los profesionales médicos, pueden sospechar. La OMS estima que, a nivel mundial, una de cada cuatro personas está al menos expuesta a la enfermedad, con mayor prevalencia en áreas tropicales y con un número total de casos mundiales cercano a los 15 millones. En el caso de la Argentina, las regiones del Litoral y del Chaco son las que reportan mayor número de casos.

El diagnóstico de la lepra no es difícil de establecer; la mayoría de los casos se presentan bajo patrones clínicos que permiten su reconocimiento, siempre que se conozcan los signos clínicos y el laboratorio que permiten confirmar su diagnóstico… y que se recuerde que la enfermedad existe.

La lepra, también llamada enfermedad de Hansen, es una entidad infecciosa, crónica, que afecta de forma casi exclusiva al género humano atacando sobre todo los troncos nerviosos periféricos y la piel, si bien potencialmente puede afectar cualquier órgano. En el siglo XXI es posible su curación sin lesiones permanentes si el diagnóstico es precoz. De lo contrario, puede causar mutilaciones, deformidades e invalidez, razones del estigma que ha acompañado a la lepra a lo largo de la historia y de todas las culturas.

La causa de la lepra es una bacteria llamada Mycobacterium leprae, descubierta en 1873 y emparentada biológicamente con el bacilo de la tuberculosis. La fuente de contagio del germen es un paciente portador de la enfermedad y a través del tracto respiratorio, más que de la propia piel. Un dato fundamental para comprender a esta enfermedad es que un importante componente de la misma consiste en la predisposición de cada persona para adquirir o no lepra; un viejo adagio de la medicina dice que «no se contagia lepra quien quiere, sino quien puede».

Izquierda: paciente afectada de lepra lepromatosa. Derecha: el bacilo de Hansen en una biopsia

Ocurre que la predisposición de cada individuo y su estado inmunitario (fuertemente relacionado con aspectos sociales y económicos) son claves para que ese individuo adquiera o no lepra tras exponerse a la bacteria. Incluso esto se vincula con la forma de evolución de la enfermedad en cada persona en particular.

Gran parte de las lesiones deformantes son fruto de la afectación neurológica, ya que a consecuencia de la misma se altera la sensibilidad de manos, pies y rostro, sufriendo inadvertidos traumatismos, quemaduras y heridas… así se altera la arquitectura natural de los dedos y de la cara

Sin embargo, el tratamiento de la lepra según las pautas expuestas de hoy día es muy efectivo: la capacidad de contagio desaparece en pocas semanas y la mejoría clínica se hace evidente en pocos meses. Más allá de esta información, la asociación entre la pobreza socioeconómica y esta enfermedad se ha manifestado a lo largo de los siglos, y la mayor parte de los enfermos afectados no llega jamás a la consulta o bien accede a ella tardíamente.

Acercarse a estos pacientes, evitando su marginación y ofreciendo verdaderas chances de tratamiento integral (médico, psicológico y sobre todo social) es un desafío más cercano a lo ético y moral que a lo realmente sanitario. Acaso el ejemplo de hombres como el Beato Damián pueda servirnos de guía para el auxilio de nuestros hermanos enfermos de modo integral y cristiano.

«El afán de dinero es la raíz de todos los males del mundo» (1 Tim; 6,10)