Analizábamos en una edición anterior que Plutón ya no era considerado un planeta de nuestro sistema solar, sino que pasaba, junto a otros cuerpos celestes, a conformar la categoría de “planeta enano”.
Así, la familia de planetas “reales” orbitando al Sol se reduce a 8 integrantes. Los 4 primeros (Mercurio, Venus, Tierra y Marte) son esferas rocosas, de tamaño relativamente pequeño, con escaso número de satélites y cuyo brillo aparente en el cielo es fruto de la luz que reflejan del propio Sol.
Los otros 4 (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) son grandes cuerpos gaseosos con un núcleo sólido, de tamaño notablemente mayor, con numerosos de satélites; además, están rodeados de anillos. Por otro lado, producen gran cantidad de energía de modo propio, más allá de aquella luz que reflejan del Sol.
Así, Júpiter, el mayor de los planetas, irradiada casi el doble de energía de aquella que recibe del Sol, si bien la mayor parte de la misma se encuentra en el espectro infrarrojo, invisible al ojo humano. El trabajo generado es del orden de los 3 mil billones de watts (o sea, sería capaz de mantener encendidas en simultáneo tres millones de millones de millones de lámparas de cien watts cada una). Saturno, Urano y Neptuno se comportan de un modo similar, aunque el monto energético es algo menor.
Existe un arduo debate acerca del origen de dicha energía. La explicación más defendida es la de la contracción gravitatoria, esto es, el planeta se “contrae” por su propia gravedad y la energía así surgida se expresa como radiación y calor. Sin embargo, esta hipótesis no explica la inmensa cantidad de watts generados.
Algunos astrofísicos han teorizado que el helio de la atmósfera de estos planetas es atraído a su vez por la gravedad hacia el núcleo sólido, por lo cual se genera una cierta cantidad extra de energía gravitatoria. De hecho, por análisis espectral se sabe que las atmósferas de Urano y Saturno tienen bajo contenido en helio. Sin embargo, existe abundancia de helio en la atmósfera de Júpiter, lo cual parece alejar esta posibilidad, al menos para ese planeta.
Una tercera presunción es la existencia en Júpiter de reacciones de fusión nuclear, esto es, fenómenos de generación de energía semejantes a los que suceden en el propio Sol. Lo concreto es que, de acuerdo a nuestros conocimientos actuales, se requiere una temperatura de cientos de miles de grados para el desarrollo de este prodigio, valores mucho más altos que los que sabemos existen en el núcleo de ese planeta.
Por otro lado, esta tercera hipótesis nos lleva a una sorprendente contradicción, ya que, si una estrella se define como un cuerpo celeste gaseoso con reacciones nucleares en su núcleo… ¿acaso Júpiter no se trata de un planeta, sino de una especie de estrella enana y por lo tanto nuestro sistema tiene dos soles?
O, al fin y al cabo… ¿ocurre tal vez que nuestros discretos modelos teóricos están muy lejos de comprender la fascinante diversidad de la Creación, concebida para maravilla del hombre y para gloria permanente de Dios?
Así, la familia de planetas “reales” orbitando al Sol se reduce a 8 integrantes. Los 4 primeros (Mercurio, Venus, Tierra y Marte) son esferas rocosas, de tamaño relativamente pequeño, con escaso número de satélites y cuyo brillo aparente en el cielo es fruto de la luz que reflejan del propio Sol.
Los otros 4 (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) son grandes cuerpos gaseosos con un núcleo sólido, de tamaño notablemente mayor, con numerosos de satélites; además, están rodeados de anillos. Por otro lado, producen gran cantidad de energía de modo propio, más allá de aquella luz que reflejan del Sol.
Así, Júpiter, el mayor de los planetas, irradiada casi el doble de energía de aquella que recibe del Sol, si bien la mayor parte de la misma se encuentra en el espectro infrarrojo, invisible al ojo humano. El trabajo generado es del orden de los 3 mil billones de watts (o sea, sería capaz de mantener encendidas en simultáneo tres millones de millones de millones de lámparas de cien watts cada una). Saturno, Urano y Neptuno se comportan de un modo similar, aunque el monto energético es algo menor.
Existe un arduo debate acerca del origen de dicha energía. La explicación más defendida es la de la contracción gravitatoria, esto es, el planeta se “contrae” por su propia gravedad y la energía así surgida se expresa como radiación y calor. Sin embargo, esta hipótesis no explica la inmensa cantidad de watts generados.
Algunos astrofísicos han teorizado que el helio de la atmósfera de estos planetas es atraído a su vez por la gravedad hacia el núcleo sólido, por lo cual se genera una cierta cantidad extra de energía gravitatoria. De hecho, por análisis espectral se sabe que las atmósferas de Urano y Saturno tienen bajo contenido en helio. Sin embargo, existe abundancia de helio en la atmósfera de Júpiter, lo cual parece alejar esta posibilidad, al menos para ese planeta.
Una tercera presunción es la existencia en Júpiter de reacciones de fusión nuclear, esto es, fenómenos de generación de energía semejantes a los que suceden en el propio Sol. Lo concreto es que, de acuerdo a nuestros conocimientos actuales, se requiere una temperatura de cientos de miles de grados para el desarrollo de este prodigio, valores mucho más altos que los que sabemos existen en el núcleo de ese planeta.
Por otro lado, esta tercera hipótesis nos lleva a una sorprendente contradicción, ya que, si una estrella se define como un cuerpo celeste gaseoso con reacciones nucleares en su núcleo… ¿acaso Júpiter no se trata de un planeta, sino de una especie de estrella enana y por lo tanto nuestro sistema tiene dos soles?
O, al fin y al cabo… ¿ocurre tal vez que nuestros discretos modelos teóricos están muy lejos de comprender la fascinante diversidad de la Creación, concebida para maravilla del hombre y para gloria permanente de Dios?
Revista Digital Fides et Ratio
Publicado en formato 1.0 en febrero de 2008