sábado, 1 de marzo de 2008

El gnosticismo

Con el nombre de gnosticismo se conoce a un grupo de doctrinas ocultistas y religiosas, con amplio predominio de los antiguos paganismos, amalgamadas en un gran sincretismo.
Conocemos en la actualidad que los primeros gnósticos se nutrieron de raíces mesopotámicas, durante el tiempo del cautiverio babilónico del pueblo judío. De allí obtuvieron elementos panteístas y de culto a los astros, los cuales se fusionaron con la temible Kabbalah. Esta asociación nefasta fue progresivamente intentando ser racionalizada hasta desprenderse de parte de su contenido dogmático, el cual fue reemplazado con ideas astrológicas, en algunos casos, y doctrinas filosóficas en otros.

Este aspecto racionalista del movimiento gnóstico fue progresivamente imponiéndose, llegándose a la conclusión de que la verdad sólo podía alcanzada mediante el uso de la razón. Así, siendo quizás excesivamente sinópticos, el gnosticismo llegó al concepto de la existencia de un nivel de conocimiento de la Verdad superior a la Fe, la «gnosis». Sólo este conocimiento, revelado por seres superiores a un grupo de elegidos (iniciados), constituía la garantía de la salvación del hombre.


Bajo esta concepción, no sólo se demolía el recurso de la Fe, sino que se dejaba de lado la importancia de las buenas obras. Por otro lado, la mayor parte de los gnósticos dio lugar a la concepción dualista. Esto significa que creían que la totalidad de lo existente (el Bien y el mal, la materia y lo inmaterial) provenía de una divinidad que se encontraba fuera del contacto con el mundo.


Así, con una divinidad puramente espiritual y ajena al Universo, encontraron en la figura de una suerte de semidios (Demiurgo) al creador del mundo material, tanto del bien como del mal (esto es, los gnósticos consideran al mal como una realidad positiva y creada y no como la ausencia del bien). La consecuencia inmediata fue el desprecio al concepto judeocristiano de pecado y por supuesto a los Sacramentos del naciente cristianismo del siglo I.

En aquellos tiempos, consideraron a Nuestro Señor Jesucristo como la encarnación de un ser espiritual intermedio, cuyas enseñanzas sólo podían comprenderse merced al conocimiento gnóstico; de hecho, entendían a la redención como un simple acto de iluminación espiritual.


Fueron muchas las tendencias gnósticas en los albores de nuestra era, pero acaso merecen destacarse 2 de sus representantes en particular: Valentín (acaso el compilador y propagador más importante de esta corriente de pensamiento entre judíos y egipcios) y Simón el Mago, citado en el capítulo 12 de los Hechos de los Apóstoles y que llegó a identificarse a sí mismo como una encarnación espiritual divina, siendo incluso adorado por muchos de sus seguidores.


Vale destacar que, según la Sagrada Escritura, Simón el Mago intentó «comprar» la facultad de los Apóstoles de hacer milagros en nombre de Jesucristo, siendo rechazado por ellos. De allí se aplica el nombre de «Simonía» actualmente para el comercio con lo sagrado.


Acaso la más notable de las características del movimiento gnóstico, históricamente desaparecido hacia el siglo IV, es que sus enseñanzas han ido adquiriendo un perfil moderno, siendo tomadas entre otros por muchos iluministas de la Edad Moderna, por el nazismo alemán del siglo XX y sobre todo por el actual movimiento de la Nueva Era, verdadero florecimiento de esta absurda divinización del hombre que se opone abierta y francamente al mensaje de los Evangelios.