martes, 1 de abril de 2008

Beata Ana María Taigi

Ana María nació en 1799 en Siena (Italia), en el seno de una familia pobre. Su padre se vio obligado a partir a Roma, ubicando a la pequeña en una escuela que debió cerrar tras una epidemia de viruela.

Así, casi analfabeta, Ana creció en el contexto de la pobreza extrema en un arrabal de la capital italiana, donde su padre consiguió un puesto como obrero. Víctima de violencia familiar, la joven aprendió a coser, con lo cual ayudaba a conseguir sustento para los suyos. La extrema dureza que vivía encontraba consuelo en la oración.

Se generó en el lugar donde trabajaba su padre un puesto de sirvienta, y él llevó para allí a Ana María y a su madre. Ambas fueron admitidas para esa tarea, con lo cual sus necesidades materiales mejoraron. Rápidamente Ana María se destacó por su capacidad de trabajo alegrando sensiblemente a sus empleadores. Allí conoció a Domingo Taigi, obrero que trabajaba en el lugar, con quien se casó y tuvo 7 hijos.

Un día en que Domingo y Ana María fueron a visitar la Basílica de San Pedro, un santo sacerdote, el padre Ángel, sintió que cuando ella pasaba por frente a él, una voz en la conciencia le decía: "Fíjese en esa mujer. Dios se la va a confiar para que la dirija espiritualmente. Trabaje por su conversión, que está destinada a hacer mucho bien". El padre grabó bien la imagen de Ana, pero ella se alejó sin saber aquello que había sucedido.

Guiada sin dudas por el Espíritu Santo, la joven comenzó a sentir un deseo inmenso de encontrar un sacerdote que la dirigiera espiritualmente. Recorrió varios templos pero ningún religioso parecía querer comprometerse a ayudarla. Pero en una ocasión vio al padre Ángel, el cual al verla llegar le dijo: "Por fin ha venido, buena mujer. La estaba aguardando. Dios la quiere guiar hacia la santidad. No desatienda esta llamada de Dios". Y le contó las palabras que había escuchado el día que la vio por primera vez en la Basílica de San Pedro.

Se inició una nueva etapa en la vida de Ana María, bajo la dirección espiritual del padre Ángel y su lema "La mejor penitencia es la paciencia", que demostró cuando su marido estallaba con su mal carácter. Madrugaba desde tempranas horas para organizar los estudios de los pequeños y educarlos de la mejor manera posible.

A partir de entonces, Ana María comenzó a percibir visiones del futuro, en medio de la imagen de una suerte de globo de fuego que se le aparecería con frecuencia. Cardenales, sacerdotes, obreros y gente de las más diversas profesiones comenzaron a acercarse para consultarla, anunciando sucesos por venir o eventos ya ocurridos... que ni siquiera podía transcribir en un papel.

Su marido dejó escrito: "Cuando llegaba a mi casa la encontraba llena de gente desconocida que venía a consultar a mi mujer. Pero ella tan pronto me veía, dejaba a cualquiera, aunque fuera un monseñor o una gran señora y se iba a atenderme, y a servirme la comida, y a ayudarme con ese inmenso cariño de esposa que siempre tuvo para conmigo. Para mí y para mis hijos, Ana María era la felicidad de la familia. Ella mantenía la paz en el hogar, a pesar de que éramos bastantes y de muy diversos temperamentos. La nuera era muy mandona y autoritaria y la hacía sufrir bastante, pero jamás Ana María demostraba ira o mal genio. Hacía las observaciones y correcciones que tenía que hacer, pero con la más exquisita amabilidad. A veces yo llegaba a casa cansado y de mal humor y estallaba en arrebatos de ira, pero ella sabía tratarme de tal manera bien que yo tenía que calmarme al muy poco rato. Cada mañana nos reunía a todos en casa para una pequeña oración, y cada noche nos volvía reunir para la lectura de un libro espiritual. A los niños los llevaba siempre a la Santa Misa los domingos y se esmeraba mucho en que recibieran la mejor educación posible".

Por meses y años tuvo que sufrir una gran sequedad espiritual y angustias interiores, que ofreció por los pecadores. Antes de morir padeció 7 meses de dolorosa agonía, sufriendo la pena de ver morir a 4 de sus 7 hijos.

Anunció también graves peligros y males que iban a llegar a la Santa Iglesia Católica y en verdad que llegaron. Pidió a Dios y obtuvo de Él que mientras que ella viviera no llegara una epidemia de tifus a Roma... y así sucedió. Ana murió el 9 de junio de 1867, llegando la epidemia a la capital 8 días después. Su cuerpo se conserva incorrupto en Roma.


Beata Ana María, ruega por nosotros.
Publicado en formato 1.0 en abril de 2008