Anne Catherine Emmerick nació el 8 de septiembre de 1774, en Flamsche, diócesis de Münster en Alemania, siendo además bautizada en ese mismo día.
Desde muy pequeña gozó del don de comprender el latín litúrgico y ya desde los cuatro años fue bendecida con visiones de la Historia Sagrada, incluyendo la Creación, la caída de los ángeles malvados, la vida de los patriarcas del Antiguo Testamento, la Encarnación, Pasión y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Además de sus visiones, tenía locuciones interiores y frecuentes estados de éxtasis.
Sus visiones eran lo suficientemente intensas para sentirse verdaderamente transportada hacia los sitios y épocas en cuestión, resultándole hasta más familiares los rostros de Noé, Elías o la Santísima Virgen que los de sus contemporáneos en Alemania.
Este don se vio acompañado de enormes sufrimientos y un estado de progresiva postración por enfermedad. Pese a la oposición de su familia, ingresó en 1802 a la vida religiosa en el monasterio de Agnetenberg, en Dülmen.
La guerra contra las huestes de Napoleón llevó a la supresión del monasterio por los gobernantes, donde fue forzosamente enclaustrada. Recibió entonces los estigmas de Jesucristo y la enfermedad la llevó a la inmovilidad definitiva, nutriéndose durante 11 años solamente de la Sagrada Eucaristía. Por otro lado, en su condición de alma víctima, Ana Catalina ofrecía sus penitencias y sufrimientos por los pecadores.
Fue sometida a distintas investigaciones por las autoridades de la diócesis y por las tropas napoleónicas. Durante este periodo final de su vida experimentó la pasión de Nuestro Señor, la cual describió con claridad en su alemán natal.
Su compatriota escritor, Clemens Brentano, al tener noticia de ello, comenzó a transcribir los relatos de Ana Catalina en sus diarios. Brentano, reconocido ateo, se convirtió a la fe católica y empezó a visitar diariamente a la vidente, a quien releía los textos para corroborar su fidelidad. De este modo, durante 6 años, el escritor volcó al papel volúmenes sobre la vida terrena de Jesucristo, de la Santísima Virgen, de los apóstoles y Santos, sin olvidar los relatos de la Creación.
El lunes 9 de febrero de 1824, Ana Catalina falleció con sólo 50 años de vida. Al fallecer la religiosa, Brentano ordenó sus textos, preparando un índice y editándolos. En primer lugar se publicó «La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo». El escritor alemán comenzó entonces a ordenar las visiones de la «Vida de María», pero murió antes de concluir su trabajo. Distintos especialistas luego editaron los «Diarios» y compilaron las visiones sobre la Iglesia, el Antiguo Testamento, la Vida Pública de Jesús y la Iglesia naciente. Muchas de ellas se encuentran disponibles en América Latina gracias a editoriales locales.
Entre otras pruebas históricas, fue merced a una de sus visiones que se logró encontrar la casa de la Santísima Virgen en Éfeso.
Fue declarada Venerable a fines del siglo XIX, pero su beatificación llegó recién por Juan Pablo II en octubre de 2004. «Llevó consigo los estigmas de la Pasión del Señor y recibió carismas extraordinarios que empleó para consuelo de numerosos visitantes. Desde el lecho desarrolló un gran y fructífero apostolado», constató el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins, al leer el decreto de reconocimiento del milagro ante el Santo Padre.
¡Beata Ana Catalina Emmerick, ruega por nosotros!
Desde muy pequeña gozó del don de comprender el latín litúrgico y ya desde los cuatro años fue bendecida con visiones de la Historia Sagrada, incluyendo la Creación, la caída de los ángeles malvados, la vida de los patriarcas del Antiguo Testamento, la Encarnación, Pasión y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Además de sus visiones, tenía locuciones interiores y frecuentes estados de éxtasis.
Sus visiones eran lo suficientemente intensas para sentirse verdaderamente transportada hacia los sitios y épocas en cuestión, resultándole hasta más familiares los rostros de Noé, Elías o la Santísima Virgen que los de sus contemporáneos en Alemania.
Este don se vio acompañado de enormes sufrimientos y un estado de progresiva postración por enfermedad. Pese a la oposición de su familia, ingresó en 1802 a la vida religiosa en el monasterio de Agnetenberg, en Dülmen.
La guerra contra las huestes de Napoleón llevó a la supresión del monasterio por los gobernantes, donde fue forzosamente enclaustrada. Recibió entonces los estigmas de Jesucristo y la enfermedad la llevó a la inmovilidad definitiva, nutriéndose durante 11 años solamente de la Sagrada Eucaristía. Por otro lado, en su condición de alma víctima, Ana Catalina ofrecía sus penitencias y sufrimientos por los pecadores.
Fue sometida a distintas investigaciones por las autoridades de la diócesis y por las tropas napoleónicas. Durante este periodo final de su vida experimentó la pasión de Nuestro Señor, la cual describió con claridad en su alemán natal.
Su compatriota escritor, Clemens Brentano, al tener noticia de ello, comenzó a transcribir los relatos de Ana Catalina en sus diarios. Brentano, reconocido ateo, se convirtió a la fe católica y empezó a visitar diariamente a la vidente, a quien releía los textos para corroborar su fidelidad. De este modo, durante 6 años, el escritor volcó al papel volúmenes sobre la vida terrena de Jesucristo, de la Santísima Virgen, de los apóstoles y Santos, sin olvidar los relatos de la Creación.
El lunes 9 de febrero de 1824, Ana Catalina falleció con sólo 50 años de vida. Al fallecer la religiosa, Brentano ordenó sus textos, preparando un índice y editándolos. En primer lugar se publicó «La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo». El escritor alemán comenzó entonces a ordenar las visiones de la «Vida de María», pero murió antes de concluir su trabajo. Distintos especialistas luego editaron los «Diarios» y compilaron las visiones sobre la Iglesia, el Antiguo Testamento, la Vida Pública de Jesús y la Iglesia naciente. Muchas de ellas se encuentran disponibles en América Latina gracias a editoriales locales.
Entre otras pruebas históricas, fue merced a una de sus visiones que se logró encontrar la casa de la Santísima Virgen en Éfeso.
Fue declarada Venerable a fines del siglo XIX, pero su beatificación llegó recién por Juan Pablo II en octubre de 2004. «Llevó consigo los estigmas de la Pasión del Señor y recibió carismas extraordinarios que empleó para consuelo de numerosos visitantes. Desde el lecho desarrolló un gran y fructífero apostolado», constató el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins, al leer el decreto de reconocimiento del milagro ante el Santo Padre.
¡Beata Ana Catalina Emmerick, ruega por nosotros!
Publicado en formato 1.0 en mayo de 2008