jueves, 1 de mayo de 2008

La Realidad del Infierno (segundo de 3 artículos)

Recordamos que, en la primera parte de esta colección de ensayos, hemos considerado el mea culpa que como católicos debemos realizar por hablar pobremente de la realidad del Infierno. Tentados por el propio demonio y arrastrados por los vientos del relativismo moral, negamos implícitamente una contundente verdad de nuestra Fe. A tal fin, seguimos adelante con nuestros artículos al respecto, en esta oportunidad repitiendo las aseveraciones de José Ureña Toledo, volcadas en un sitio español dedicado a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Algunos engaños básicos de Satanás en nuestros días

► Satanás no existe (se parte con frecuencia del falso principio de que los ángeles no existen). Así el enemigo puede actuar con muchísima más libertad. Están lamentablemente equivocados quienes piensan que tan sólo debe creerse lo que ha sido proclamado como dogma de Fe dentro de la Iglesia. Precisamente una verdad tan esencial como la Resurrección de Cristo, sin la cual nuestra fe cristiana perdería todo su valor, no ha sido jamás declarada como dogma de fe. Pero la razón ha sido que se trata de una verdad tan clara en la Sagrada Escritura, y que ningún teólogo de categoría se atrevió a negar, que no se ha considerado necesario hacer una declaración dogmática ex profeso. Pues bien: aunque no se trate ciertamente de algo tan importante, ocurre algo análogo con la existencia del diablo. La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, atendiendo al requerimiento de Pablo VI, se expresó así en junio de 1975: "Las afirmaciones sobre el diablo son asertos indiscutibles de la conciencia cristiana. Si bien la existencia de Satanás y de los demonios no ha sido nunca objeto de una declaración dogmática, es precisamente porque parece superflua, ya que tal creencia resulta obvia para la fe constante y universal de la Iglesia, basada sobre su principal fuente, la enseñanza de Cristo..."

Con anterioridad, en noviembre de 1972, el Cardenal Joseph Ratzinger, siguiendo la doctrina del mismo Papa, había negado el punto de vista de ciertos teólogos que no consideran al demonio como un ser personal: «se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehúsa reconocer [esta entidad espiritual] como existente... o que la explica... como una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias... el demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando.» O sea, fuerzan el lenguaje de la Escritura y de la constante enseñanza de la Iglesia, hasta tergiversarlo y aún darle la vuelta, quienes únicamente pretenden ver en el demonio algo así como un personaje inventado por la mente del hombre, de modo más o menos espontáneo, y a quien éste señala como el responsable de todos sus males.
Hilando más fino, no pocos pseudoteólogos actuales enseñan que, cuando en la escritura se habla del demonio, no hay que atribuir a este término un significado literal, es decir, no debe entenderse que el diablo es un ser personal: sólo se trataría de representar el mal, incluidas nuestras bajas tendencias, como una persona de extraordinaria maldad. El Malo (el demonio) pasaría así a ser la simple representación simbólica del mal. Pero este concepto del diablo, interpretado como un mero símbolo, se opone frontalmente al Magisterio de la Iglesia. Basta con leer atentamente lo expresado en 1975 por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y con anterioridad, en 1972, por el Cardenal Ratzinger.

El propio Pablo VI, cuando advirtió con su penetrante inteligencia que los errores teológicos de más nefastas consecuencias se habían introducido en el interior mismo de la Iglesia, pronunció estas graves palabras: «se diría que, a través de alguna grieta, ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios... ¿cómo ha ocurrido esto? Ha habido un poder perverso: el demonio» (29-VI-72).

En cuanto a Juan Pablo II, ya en 1986, dedicó una serie de catequesis sobre Satanás y los otros demonios, refiriéndose también a los Santos Ángeles (audiencias de julio y agosto). Recordemos que hoy abundan los teólogos que, cuando menos, ponen en duda la existencia de los ángeles (entiéndanse como seres espirituales dotados de entendimiento y voluntad). Pero cuestionar este punto de la doctrina cristiana no es algo inocente y falto de interés. Con extraordinaria agudeza, escribe Winklhofer: «Si quisiéramos librarnos de la existencia de los ángeles, se debería revisar radicalmente la misma Sagrada Escritura y con ella toda la historia de la Salvación» (Die welt der engel, ettal 1961, p. 144, nota 2; en Mysterium salutis, II, 2, p. 796). Naturalmente, si empezamos negando la existencia de los ángeles, deberíamos negar la existencia de Satanás y de los otros demonios (ángeles todos ellos); es más, también el origen mismo del mal en la Creación, incluyendo la tentación a nuestros primeros padres y su caída consecuente. Perdería su sentido el pecado original y la redención misma. ¿Y cómo explicar adecuadamente la finalidad del Sacramento del Bautismo? Por otra parte, ¿qué sentido tendría el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por Pío IX?... etc. Atacar el aserto de la existencia de los ángeles sería sembrar el caos en la doctrina cristiana. Pero eso se da a menudo por obra de sedicentes teólogos más o menos irresponsables, inspirados seguramente por el padre de la mentira. Satanás sabe lo que se hace.

Muy consciente de ello, como es obvio, la Iglesia, basándose en la Sagrada Escritura, ha enseñado desde el comienzo la existencia de los ángeles como seres puramente espirituales, creados por Dios, en el símbolo niceno-constantinopolitano, doctrina que confirmó en el Concilio Lateranense IV (1215), cuya formulación recogió el Concilio Vaticano I: «[Dios] creó de la nada juntamente al principio del tiempo, a ambas clases de creaturas: las espirituales y las corporales, es decir, el mundo angélico y el mundo terrestre; y después, la creatura humana que, compuesta de espíritu y cuerpo, los abraza, en cierto modo, a los dos». (Concilio Vat. I, const. dogm. De Fide Catholica, ds 3.002). (texto citado por Juan Pablo II en su audiencia general del 6-VIII-1986). Ahora bien, el diablo o Satanás y los otros demonios no son más que los ángeles que se rebelaron contra Dios: «fueron creados buenos por Dios, pero se hicieron malos por su propia voluntad.» (Conc. Lateranense IV, año 1215). (cit. por el mismo Papa, Audiencia General 13-VIII-1986).

Para terminar este comentario, y con el fin de subrayar el carácter de engaño satánico que entraña el negar la existencia del demonio, atendamos a la autorizada enseñanza de Juan Pablo II: «El influjo del espíritu maligno puede 'ocultarse' de forma más profunda y eficaz: pasar inadvertido corresponde a sus 'intereses': la habilidad de Satanás en el mundo es la de inducir a los hombres a negar su existencia en nombre del racionalismo y de cualquier otro sistema de pensamiento que busca todas las escapatorias con tal de no admitir la obra del diablo.» (Audiencia General 13-VIII-86).


► A Dios no se le puede amar directamente en modo alguno: sólo se le puede amar en el hombre. Prácticamente: homo homini Deus (el hombre es el verdadero y único dios para el hombre).

► Es más fácil amar a Dios que amar al hombre, hasta el punto de que amar a Dios viene a ser una evasión para desentenderse de los hombres. ¡Cómo si amar a Dios verdaderamente no implicara amar lo que Dios ama: al hombre y al mismo Dios con entrega absoluta! De ese engaño se deriva que ni se ama realmente a Dios ni se ama al hombre.

► No es cierto que hay que amar a Dios sobre todo otro ser.

► Lo que importa sólo aquí en este mundo es el amor en sentido horizontalista, prescindiendo así de la fe y de la esperanza, que deben estar unidas al amor -contra la enseñanza diabólica- mientras vivimos en la tierra. Ciñéndonos ahora sólo a la fe y el amor: no importa la fe, sino el amor, olvidándose de que si no hay fe, no puede darse un amor sobrenatural y perfecto (1ra Tim 1,5). Satanás sugiere frecuentemente la fraternidad al estilo masónico, incitando a interpretar acomodaticiamente y de modo erróneo a San Pablo cuando éste sitúa al amor como la reina de las virtudes (porque es la virtud o el ejercicio que perdurará en la otra vida). Se quita así importancia al ateísmo, con tal de que se dé el imposible utópico de que haya auténtico amor sin fe en este mundo.

► Lo primero que hay que hacer con los pobres es "llenarles la barriga" (se suele preferir esta expresión en castellano), lo cual, en principio, parece de lo más realista y sensato. Pero ¿qué hay muchas veces detrás de esta insistencia? ¿se les llena de verdad el estómago y se les conforta y adoctrina también hablándoles de Dios, tema éste por cierto muy urgente?

► Hay que respetar las otras creencias y no predicar a Cristo. Hablar de Cristo sería una imposición. Pero ¿es faltar el respeto a otros creyentes equivocados o insuficientemente informados exponerles la verdad plena? No nos extrañemos de la decadencia del impulso misionero en muchas partes del mundo.

► No comprender que hemos de sufrir en la tierra para santificarnos, a imitación de Jesucristo, envolviendo este radical rechazo al dolor bajo frases tan bonitas como que la Resurrección es más importante que la Pasión, sin caer en la cuenta de que para que haya Resurrección hay que pasar por la Pasión. ¡Satanás nos ciega fácilmente con el hedonismo!

► Mantener una actitud hipercrítica ante los casos de apariciones marianas o de Jesús, negándolas prácticamente todas "a priori", so capa de prudencia. Lo que decimos de las apariciones es aplicable igualmente a los milagros. Con ello se niega en la práctica la Resurrección, porque de este modo se opone uno a la convicción de que Jesús sigue vivo, así como su Santa Madre, y, por tanto, ambos pueden manifestarse como seres libres y sabios que son, de acuerdo con las necesidades y contingencias que van presentándose en la historia del hombre.

► La eficacia de la evangelización, del apostolado, etc. depende sobre todo de nuestras programaciones humanas y de nuestra actividad (en realidad, activismo en muchos casos). Se prescinde así de la vida interior, fuente de la exterior, con lo que ésta última se vuelve ineficaz, estéril y complicada.

► El Infierno no existe y, si existe, "en él no hay nadie" (sic, como si fuera un lugar físico), afirmación esta equivalente en la práctica a la anterior. El hombre se confía así y no teme al estado en que ciertamente puede caer por sus pecados. Este aserto viene unido a la consideración, parcialmente hecha, de que Dios es amor o, dicho de otro modo, misericordia, olvidándose de que en él misericordia y justicia son la misma cosa, como ocurre con todos lo demás atributos divinos, aparte de que es el mismo hombre quien elige el camino que conduce a su perdición. La existencia del infierno, como un castigo eterno para los condenados, así como la de un premio igualmente eterno para los justos o elegidos, es un dogma de fe definido solemnemente por el Magisterio de la Iglesia en el Concilio Lateranense IV (1215): «Jesucristo... ha de venir al fin del mundo, para juzgar a los vivos y a los muertos, y dar a cada uno según sus obras, tanto a los réprobos (o condenados) como a los elegidos (o justos): todos los cuales resucitarán con sus propios cuerpos que ahora tienen, para recibir según sus obras –buenas o malas–: aquéllos, con el diablo, castigo eterno; y éstos, con Cristo, gloria sempiterna» (De Fide Catholica, cap. 1).

► Pensar que todo lo nuevo, por el hecho de ser nuevo, es siempre lo mejor y que negar este principio, presupuesto como una especie de axioma, es merecer los más humillantes calificativos. De este modo, Satanás nos mantiene preparados para aceptar todos los nuevos errores (a menudo sólo errores resucitados de viejos tiempos) que él va sembrando o proponiendo. Con este fin ha potenciado el valor supuestamente positivo de todo término y toda actitud que impliquen innovación, así como el negativo de todo lo que implique volverse a los valores del pasado. Pero imponer o proponer, como dicotomía básica, lo moderno / lo antiguo es superficial, acrítico y fundamentalmente necio. Previo a ello es distinguir lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto, lo conveniente de lo nocivo, etc.

► Tendencia "materializante" y franco materialismo. como ya enseñaba Nietzsche, orientado por Satanás, lo espiritual no se ve porque no existe.

► Descuido de la oración, incluso entre las almas consagradas, como ineficaz. Se sustituye por el activismo, las lecturas de libros perniciosos (frecuentemente heréticos), la televisión, periódicos innecesarios, etc.

► Superficialidad frente a la reflexión profunda. La verdad es que hoy tendemos a ahogarnos en un océano de palabras y de imágenes; pero faltan personas de reflexión profunda y que a la vez sepan sintetizar su pensamiento.

► Relativismo total y desenfrenado. Cada cual tendría "su" verdad, no existiría ninguna verdad universal y absolutamente válida en ningún sentido. ¡Buena preparación para no ponerse de acuerdo en el diálogo y para combatir la Verdad revelada!

► Con el pretexto de que la realidad en general evoluciona constantemente (?), ataque a principios fundamentales y a la misma enseñanza de Dios y su Iglesia -cambiarlo todo a troche y a moche, caóticamente, secundando a Satanás.

► Ecuación o, si se prefiere, igualdad: progreso = mayor libertad, "no sólo para hacer el bien, sino también el mal" (como supo ver y expresar Pablo VI ya en su tiempo). Así se considera lícito y moral prácticamente todo: anarquía, libertinaje, licencia...

► Arruinar ciertas palabras, como la de "pecado", considerando que representan conceptos anticuados y hasta ridículos. Igualmente se hace con diversos puntos de vista verdaderamente sabios y hasta con formas de devoción en otros tiempos consideradas venerables por personas eminentes por su santidad y su ciencia (Rosario, Corazón de Jesús, etc.)

► Bajo el pretexto de un auténtico ecumenismo, sincretismo disolvente entre las diversas religiones, de manera que apenas se llega a un vago deísmo o a unas prácticas y teorías que no comprometen a nada.

► Desplazar la responsabilidad personal a la social o a las estructuras sociopolíticas.

► Cambiar el concepto genuino de religión por el de sociología, abierta o solapadamente. Posición afín: la tendencia a considerar el Reino de Dios como algo que se refiere de modo especial a este mundo temporal.

► Un concepto de educación en el cual cada vez se exige menos, con el pretexto de respetar la libertad del educando. Este permisivismo ha dado y sigue dando, como frutos fáciles de observar, la desintegración de la moral y la ética en grandes sectores del mundo.

► Tildar toda autoridad firme, sea lícita o no lícita, de autoritarismo, dictadura, etc. Quien tiene alguna forma de autoridad actúa muchas veces blandamente, cediendo en lo que no es justo y procurando por todos los medios "parecer simpático", llevado por el temor y el puro deseo de aprobación.

► Pretender resolverlo todo democráticamente, como si el número de votos fuera decisivo para establecer principios éticos, religiosos, etc. o modificarlos. Ello se ha erigido hoy en muchos países en un dogma inatacable. Poniendo Satanás de manifiesto ante los hombres la verdad del notable valor que tiene la democracia como régimen especialmente político, pasa a la exageración, universalización y absolutización de ese valor: la misma verdad dependería del número de votos.

► Fuerte tendencia a interpretar toda la Biblia de forma simbólica, pretextando la existencia en ella -hecho real- de diversos géneros literarios y la manifestación de otra cultura muy diferente de la nuestra. Como casi siempre, Satanás sugiere lúcidamente buenas razones para, desconcertando luego a las almas, apartarlas de la verdad y el bien. Así la palabra de Dios llega a ser, no sólo distorsionada, sino incluso negada, o, cuando menos, puesta seriamente en duda.

► Sobre todo en el caso de muchos intelectuales, convencimiento más o menos profundo de que la religión (sea cual sea) se reduce a una serie de creencias y mitos pertenecientes a épocas muy primitivas, en que imperaba la ignorancia, y que deben considerarse plenamente superados por nuestra cultura actual, en la cual la ciencia y la técnica ofrecen las soluciones más adecuadas y correctas a las necesidades del hombre. Dios no existe o es innecesario. Y, como dice un personaje de Dostoiewsky: "Si Dios no existe, todo está permitido". Es la conclusión de Satanás mismo.