jueves, 1 de mayo de 2008

Los Husitas

Prácticamente la totalidad de los cismas surgidos en el cristianismo, acaso con la excepción del arrianismo, han tenido su origen en motivaciones económicas y políticas, sutilmente ocultas con apariencias teológicas. Acaso el movimiento husita de fines del siglo XIV nos demuestra con claridad esta realidad.

De hecho, puede considerarse a la herejía husita como una suerte de prólogo de la Reforma protestante. Ha tomado su nombre de Jan Hus, sacerdote checo que llegó a ser rector de la Universidad de Praga. Profundamente nacionalista, este gran orador aprovechó la repulsión de sus conciudadanos contra el dominio alemán para protestar contra los abusos en la distribución en las indulgencias.

Hus se consideró a sí mismo el intérprete verdadero de las Sagrado Escrituras, exigiendo de la autoridad papal una reforma de la Iglesia. El arzobispado de Praga prohibió sus prédicas, lo cual provocó la expulsión de Hus y sus principales discípulos de la ciudad. El antipapa Alejandro V decidió finalmente su excomunión en 1412.

Sin embargo, tres años después el papa Gregorio XII lo convocó al Concilio Ecuménico de Constanza a fines de que intentara defender sus teorías, las cuales fueron condenadas al ser consideradas una herejía.

La situación fue aprovechada políticamente por el emperador alemán Segismundo, quien condenó a muerte a Hus y sus principales discípulos, lo cual motivó sublevaciones en la población, quien consideraba a Hus como un prócer. De hecho, Hus es considerado clave en la difusión de la cultura y la literatura de su pueblo, siendo el creador del háček que simplificó notablemente la escritura popular en lengua checa.

Pese a ello, la pérdida del jefe del movimiento llevó a sucesivas divisiones entre los husitas, incluyendo a aquellos que se alzaron en armas contra el poder imperial. Este último grupo, también conocido como taboritas, liderado por Ziska, se convirtió en un verdadero ejército, responsable de masacres de cientos de católicos checos, alemanes y húngaros. Para mediar la situación de tensión, el papa Martín V ofreció a los husitas participar en el Concilio de Basilea para pacificar el interior del Imperio.

Los taboritas propusieron la eliminación de los bienes del clero y la pena de muerte para aquellos sacerdotes que se encontraran en pecado mortal. La resistencia inicial obtenida concluyó con el retiro de los husitas del concilio. Sin embargo, los obispos enviaron en actitud de mediación a un grupo de teólogos a la capital checa con el objeto de revisar dichas propuestas: los husitas moderados llegaron así a un acuerdo conocido como Compactata, logrando con esto la vuelta a la comunión con la Iglesia Católica. Los taboritas, sin embargo, rechazaron esta postura, llevando a un nuevo enfrentamiento militar que concluyó con la batalla de Lipania en 1434, la cual significó la disolución de los husitas.

Las notables similitudes con la Reforma explican acaso porque los últimos seguidores del movimiento se incorporaron oportunamente a los discípulos de Lutero casi cien años después.