Son extraordinarias las fallas e incongruencias de la teoría darwiniana. Hace mucho tiempo dejó de ser unánime entre los investigadores, por carecer de métodos científicos, y viene siendo desmentida por varias ramas de la ciencia. En estos momentos la paleontología es el principal argumento contra esa teoría.
Observando el documento fósil, queda clara la existencia de una sucesión jerárquica de formas de vida a lo largo del tiempo. Cuanto más antiguos los estratos fósiles, más inferiores son las especies de la escala biológica.
Ese aumento de la complejidad de las formas de vida en el transcurso de la historia es bastante utilizado por los evolucionistas como un argumento a favor de sus hipótesis. Se coloca tales animales en secuencia y se tiene la impresión de que unos descienden de los otros, como si constituyesen un filón genealógico, desde las formas de vida más simples hasta las actuales.
Pero hay un problema que no puede ser ignorado: si la evolución de una ameba, a lo largo de historia, se dio de manera que resultase en seres más complejos hasta llegar a la amplitud casi sin fin de organismos que tenemos hoy, sería imprescindible entonces que hayan existido millares de formas de transición de los seres, pasando de una especie hasta sucesivamente convertirse en otra.
Esto sería así, si dependiese de Darwin. Sin embargo, esos animales de transición -los famosos eslabones perdidos entre las especies - nunca fueron encontrados. La discontinuidad en el registro fósil es tan contundente para el evolucionismo, que el propio Darwin afirmó "tal vez fuese la objeción más obvia y más seria" a su teoría. La confirmación de la hipótesis evolucionista quedó condicionada al descubrimiento de los eslabones perdidos. Pero pasaron ya dos siglos y todavía continúan perdidos.
Cuando vemos la aparición de novedades evolutivas, o sea, la aparición de nuevos grupos de plantas y animales, esto ocurre como un rayo, o sea, abruptamente, no hay evidencias de que existan enlaces entre esos nuevos grupos y sus antecesores, inclusive porque en algunos casos esos animales están separados por inmensos intervalos de hasta más de cien millones de años.
El doctor G. Sermon, especialista en genética de los microorganismos, director de la Escuela Internacional de Genética General y profesor de la Universidad de Peruggia, y el Dr. R. Fondi, profesor de paleontología de la Universidad de Siena, en el libro Dopo Darwin, crítica all´ evoluzionismo, afirman en ese sentido que "se es forzado a reconocer que los fósiles no dan muestras de ningún fenómeno evolutivo... Cada vez que se estudia una categoría cualesquiera de organismos y se acompaña su historia paleontológica, siempre se acaba encontrando una repentina interrupción exactamente en el punto donde -según la hipótesis evolucionista- deberíamos encontrar una conexión genética con la cepa reproductora más primitiva. A partir del momento en que eso acontece, no puede ser interpretado como un algo secundario: debe ser considerado como un fenómeno primordial de la naturaleza".
El ejemplo más ululante de discontinuidad en el registro fósil es el que nos deparamos en el paso del período precámbrico al cambriano. En el primero encontramos cierta variedad de microorganismos, bacterias, algas azules, etc. Repentinamente, en el Cámbrico, una infinidad de invertebrados muy complejos: erizos de mar, crustáceos, medusas, moluscos. Ese fenómeno resulta tan extraordinario, que lo conocemos como "explosión cámbrica"; ahora bien, si la evolución fuese una realidad, el surgimiento de esa vasta gama de especies del cambriano, debería haber estado imprescindiblemente precedida por una serie de formas de transición entre los seres unicelulares del pre-cambrico y los invertebrados del cambriano. Nunca fueron encontradas en el registro fósil. Por cierto, éste es un punto que ningún evolucionista ignora.
Otro hecho es el que los organismos siempre permanecen los mismos, desde cuando surgen hasta su extinción, y como mucho, presentan variaciones dentro de la propia especie.
Aún cuando un animal presentase características de dos grupos diferentes, no podría ser tratado como un eslabón real en cuanto a los demás estados intermediarios no fuesen descubiertos.
Las riquezas de las informaciones fósiles viene actuando contra los postulados evolucionistas. Varias hipótesis de secuencias involutivas ya fueron descartadas o modificadas por tratarse de alteraciones en el registro fósil (tal como la evolución del caballo en América del norte).
El propio padre de la paleontología, el Barón de Couvier, vislumbró en esta sucesión jerárquica de los seres vivos, en vez de una evolución, una confirmación de la idea bíblica de la creación sucesiva. Las grandes duraciones de la historia geológica, que a primera vista parecen favorecer a las especulaciones de los evolucionistas, en realidad proveen objeciones.
Cabe recordar que San Agustín, analizando la Creación en seis días del Génesis, tiene el cuidado de no interpretar día como un intervalo de veinticuatro horas. El Santo Doctor, interpreta día siendo luz, y luz de los Ángeles testimoniando la creación hecha por Dios. Los seis días hablan de un orden en la Creación, y no propiamente de una medida de tiempo.
Observando el documento fósil, queda clara la existencia de una sucesión jerárquica de formas de vida a lo largo del tiempo. Cuanto más antiguos los estratos fósiles, más inferiores son las especies de la escala biológica.
Ese aumento de la complejidad de las formas de vida en el transcurso de la historia es bastante utilizado por los evolucionistas como un argumento a favor de sus hipótesis. Se coloca tales animales en secuencia y se tiene la impresión de que unos descienden de los otros, como si constituyesen un filón genealógico, desde las formas de vida más simples hasta las actuales.
Pero hay un problema que no puede ser ignorado: si la evolución de una ameba, a lo largo de historia, se dio de manera que resultase en seres más complejos hasta llegar a la amplitud casi sin fin de organismos que tenemos hoy, sería imprescindible entonces que hayan existido millares de formas de transición de los seres, pasando de una especie hasta sucesivamente convertirse en otra.
Esto sería así, si dependiese de Darwin. Sin embargo, esos animales de transición -los famosos eslabones perdidos entre las especies - nunca fueron encontrados. La discontinuidad en el registro fósil es tan contundente para el evolucionismo, que el propio Darwin afirmó "tal vez fuese la objeción más obvia y más seria" a su teoría. La confirmación de la hipótesis evolucionista quedó condicionada al descubrimiento de los eslabones perdidos. Pero pasaron ya dos siglos y todavía continúan perdidos.
Cuando vemos la aparición de novedades evolutivas, o sea, la aparición de nuevos grupos de plantas y animales, esto ocurre como un rayo, o sea, abruptamente, no hay evidencias de que existan enlaces entre esos nuevos grupos y sus antecesores, inclusive porque en algunos casos esos animales están separados por inmensos intervalos de hasta más de cien millones de años.
El doctor G. Sermon, especialista en genética de los microorganismos, director de la Escuela Internacional de Genética General y profesor de la Universidad de Peruggia, y el Dr. R. Fondi, profesor de paleontología de la Universidad de Siena, en el libro Dopo Darwin, crítica all´ evoluzionismo, afirman en ese sentido que "se es forzado a reconocer que los fósiles no dan muestras de ningún fenómeno evolutivo... Cada vez que se estudia una categoría cualesquiera de organismos y se acompaña su historia paleontológica, siempre se acaba encontrando una repentina interrupción exactamente en el punto donde -según la hipótesis evolucionista- deberíamos encontrar una conexión genética con la cepa reproductora más primitiva. A partir del momento en que eso acontece, no puede ser interpretado como un algo secundario: debe ser considerado como un fenómeno primordial de la naturaleza".
El ejemplo más ululante de discontinuidad en el registro fósil es el que nos deparamos en el paso del período precámbrico al cambriano. En el primero encontramos cierta variedad de microorganismos, bacterias, algas azules, etc. Repentinamente, en el Cámbrico, una infinidad de invertebrados muy complejos: erizos de mar, crustáceos, medusas, moluscos. Ese fenómeno resulta tan extraordinario, que lo conocemos como "explosión cámbrica"; ahora bien, si la evolución fuese una realidad, el surgimiento de esa vasta gama de especies del cambriano, debería haber estado imprescindiblemente precedida por una serie de formas de transición entre los seres unicelulares del pre-cambrico y los invertebrados del cambriano. Nunca fueron encontradas en el registro fósil. Por cierto, éste es un punto que ningún evolucionista ignora.
Otro hecho es el que los organismos siempre permanecen los mismos, desde cuando surgen hasta su extinción, y como mucho, presentan variaciones dentro de la propia especie.
Aún cuando un animal presentase características de dos grupos diferentes, no podría ser tratado como un eslabón real en cuanto a los demás estados intermediarios no fuesen descubiertos.
Las riquezas de las informaciones fósiles viene actuando contra los postulados evolucionistas. Varias hipótesis de secuencias involutivas ya fueron descartadas o modificadas por tratarse de alteraciones en el registro fósil (tal como la evolución del caballo en América del norte).
El propio padre de la paleontología, el Barón de Couvier, vislumbró en esta sucesión jerárquica de los seres vivos, en vez de una evolución, una confirmación de la idea bíblica de la creación sucesiva. Las grandes duraciones de la historia geológica, que a primera vista parecen favorecer a las especulaciones de los evolucionistas, en realidad proveen objeciones.
Cabe recordar que San Agustín, analizando la Creación en seis días del Génesis, tiene el cuidado de no interpretar día como un intervalo de veinticuatro horas. El Santo Doctor, interpreta día siendo luz, y luz de los Ángeles testimoniando la creación hecha por Dios. Los seis días hablan de un orden en la Creación, y no propiamente de una medida de tiempo.