Hoy, 1ro de mayo de 2011, el siervo de Dios Juan Pablo II (1920-2005) es elevado al honor de los altares en condición de Beato por su más firme colaborador y actual sucesor, el papa Benedicto XVI. Desde San Pío X, el más firme defensor reciente de la Iglesia contra las herejías del modernismo y la masonería, ningún otro vicario de Cristo había sido reconocido de este modo.
Además de su tierra natal (Polonia, cuna también de Santa Faustina, quien en su Diario citó a Nuestro Señor Jesucristo al afirmar que de esa nación "surgirá una chispa que preparará al mundo para Mi última venida"), los argentinos tenemos suficientes motivos para conmemorar este acto como algo que impacta profundamente en nuestras vidas.
En efecto, desde el Cono Sur debemos a Juan Pablo II haber evitado una finalización aún más cruenta del conflicto bélico con Gran Bretaña por nuestras Islas Malvinas en 1982. El entonces Papa visitó ambas naciones en la etapa final de esa guerra. Algunos años antes, merced a la activa gestión de las cúpulas episcopales de Argentina y Chile, su mediación impidió que dos países hermanados por sus orígenes y su historia se embarcaran en una barbarie fraticida que hubiera desembocado en una catástrofe inconmensurable.
Su Papado, signado por la devoción a María Santísima, marcó una particular etapa de la Historia que se circunscribe, sin dudas, en la proximidad inminente de la Parusía. Con su especial carisma y su especial dedicación a la juventud, no dudo en defender en todo momento la cultura de la vida al oponerse a las aberraciones del aborto, la eutanasia y la guerra. Al mismo tiempo, la humanidad entera debe a Juan Pablo II su condición de bastión de la lucha contra el marxismo y contra el reduccionismo capitalista.
Desde América Latina ("la tierra de la esperanza") en sus propias palabras, nos sentidos honrados en venerar a este nuevo Beato y le solicitamos que ore por nosotros desde la Patria Celestial.