Un simpático lector me pide que explique por qué la Iglesia –a pesar de ser la pregonera de la Verdad– ha sido tan combatida a lo largo de su historia. Él quiere saber también por que son tan combatidos en nuestros días los católicos verdaderos, que no pactan con los errores del siglo, y se mantienen fieles a las enseñanzas inmutables de Nuestro Señor Jesucristo.
Me parece que el lector podría haber ampliado más el campo de su pregunta. Las persecuciones perpetradas contra la Iglesia y contra los verdaderos católicos de nuestros días, son el prolongamiento histórico de las que sufrió Nuestro Señor Jesucristo.
¿Cómo explicar que el Hombre–Dios, que es la Verdad, el Camino y la vida, haya sufrido persecución, al punto de haber sido crucificado entre dos vulgares ladrones?
A esa pregunta, responde luminosamente uno de los mayores Doctores de todos los tiempos, el gran San Agustín, obispo de Hipona. Reproduzco aquí –adaptándolo ligeramente, para una más fácil comprensión del lector contemporáneo– la enseñanza del Doctor de los siglos IV y V.
Comentando la célebre palabra de Terencio: “La verdad engendra odio“, San Agustín preguntar cómo se puede explicar un hecho tan ilógico. (Confesiones, libro X, capítulo XXIII). En efecto, dice, el hombre ama naturalmente la felicidad. Ahora, ésta es la alegría nacida de la verdad. Así es una aberración que alguien vea como enemigo quien predica la verdad en nombre de Dios.
Enunciado así el problema, el Santo Doctor da la explicación. La naturaleza humana es tan propensa a la verdad que, cuando el hombre ama algo contrario a la verdad, él quiere que este algo sea verdadero. De este modo, cae en el error, persuadiéndose de que es verdadero lo que en la realidad es falso. Es necesario que alguien le abra los ojos. Pero, como el hombre no admite que se le muestre que se engañó, no tolera por eso que se le demuestre el error en que se encuentra.
Y el doctor de Hipona observa: ¡De este modo, ciertos hombres odian la verdad, por amor a aquello que tomaron como verdadero! Ellos aman la luz, pero no a quien los censura… la aman cuando se les muestra, la odian cuando ella les hace ver lo que ellos son.
Por su deslealtad, tales hombres sufren en verdad el siguiente castigo: no quieren ser dados a conocer, sin embargo ella los desenmascara. Y, a pesar de eso, la verdad continúa velada a sus ojos. “Es así, es así, es precisamente así que está hecho el corazón humano. Ciego y perezoso, indigno y deshonesto; se oculta pero no admite que nada le sea ocultado. De este modo le sucede que no consigue huir de los ojos de la verdad, pero la verdad huye de sus ojos“.
Con estas palabras concluye San Agustín su magistral comentario. ¿Sería posible aplicar este pensamiento lo que nos rodea? Dejo la cuestión a la sagacidad del lector.
Plinio Corrêa de Oliveira (extracto de Folha de Sao Paulo, 23/4/1972)
Publicado inicialmente por AccionFamilia