miércoles, 1 de octubre de 2008

Las Cruzadas

El profesor del Departamento de Historia de la Universidad de San Luis (Estados Unidos), Thomas Madden, fue entrevistado en 2005 por la agente de noticias Zenit, después de la publicación de su libro "Una historia concisa de las Cruzadas", en el cual, a partir de datos objetivos, logró desmitificar algunos aspectos inherentes a esta leyenda negra de la historia de la Iglesia.

Reproducimos a continuación el contenido de esos comentarios, según fueron publicados en la edición 495 de El Observador En Línea, importante medio católico digital que se edita desde México.


Las cruzadas no fueron como nos las han pintado popularmente
Nuevos hallazgos permiten a un historiador desenmascarar los mitos


Los cruzados no eran ávidos depredadores o colonizadores medievales, como afirman algunos libros de historia, afirma un experto, Thomas Madden, profesor asociado de la Facultad de Historia de la Universidad de San Luis (Estados Unidos) y autor de A Concise History of the Crusades («Breve Historia de las Cruzadas»). Madden ha recorrido los mitos más difundidos sobre los cruzados, y con los nuevos descubrimientos históricos ha encontrado que carecen de fundamento:

Mito número 1: Las cruzadas eran guerras de agresión contra un mundo musulmán pacífico


Esta afirmación es completamente errónea. Desde los tiempos de Mahoma los musulmanes habían intentado conquistar el mundo cristiano, y a finales del siglo XI ya habían conquistado dos terceras partes. Y los imperios musulmanes siguieron expandiéndose llegando hasta los mismos confines de Europa. Las agresiones provenían, por tanto, de la parte musulmana. Llegados a un cierto punto, la parte que quedaba del mundo cristiano no tenía más remedio que defenderse si no quería sucumbir bajo la conquista islámica.


Mito número 2: Los cruzados llevaban crucifijos, pero lo único que les interesaba era conquistar riquezas y tierras


Hace tiempo se afirmaba que en Europa había un número excesivo de nobles segundones adiestrados en las artes de la guerra caballeresca, pero privados de tierras feudales. Las cruzadas, por tanto, eran como una válvula de escape que impulsaba a estos hombres guerreros a salir de Europa, hacia tierras por conquistar a expensas de otros. La historiografía moderna ha destruido este mito. Hoy sabemos que eran más bien los primogénitos de Europa los que respondieron al llamamiento del Papa en 1095 y a la consiguiente cruzada. Ir a una cruzada era una operación muy costosa. Los señores se veían obligados a vender o hipotecar las propias tierras para conseguir los fondos necesarios.
Como los soldados de hoy, los cruzados medievales se sentían orgullosos de cumplir con su deber, pero al mismo tiempo deseaban volver a casa. Tras los éxitos espectaculares de la Primera Cruzada, con la conquista de Jerusalén y de gran parte de Palestina, sólo una mínima parte de los soldados se quedó para consolidar y gobernar los nuevos territorios. Asimismo, el botín era escaso; aunque los cruzados hubieran soñado con grandes riquezas, casi ninguno logró ni siquiera recuperar los gastos.

Sin embargo, el dinero y la tierra no eran el motivo para lanzarse a la aventura de una cruzada. Iban a expiar los pecados y ganarse la salvación mediante las buenas obras en una tierra lejana. Afrontaban gastos y fatigas porque creían que, yendo a socorrer a sus hermanas y hermanos cristianos en Oriente, habrían acumulado riquezas que ni el orín ni la polilla las corroen.

Mito número 3: Cuando los cruzados conquistaron Jerusalén, en 1099, masacraron a todos los hombres, mujeres y niños de la ciudad, hasta inundar las calles de sangre

El principio moral aceptado en todas las civilizaciones de la época era que una ciudad que se había resistido a la captura y había sido tomada por la fuerza, pertenecía a los vencedores. Y esto no incluía sólo los edificios y los bienes, sino los habitantes. Por esta razón, cada ciudad o fortaleza tenía que sopesar si podía permitirse resistir a los sitiadores o negociar los términos de la rendición. En el caso de Jerusalén, se intentó la defensa hasta el último momento, y cuando la ciudad cayó, fue saqueada. Se dio muerte a muchos habitantes pero otros muchos fueron rescatados o liberados.

Hay que observar que en las ciudades musulmanas que se rindieron a los cruzados la gente no fue atacada. Se incautaban sus propiedades y se les dejaba libres de profesar la propia fe.


Mito número 4: Las cruzadas eran una forma de colonialismo medieval revestido de oropeles religiosos

Occidente en la Edad Media no era una cultura poderosa y dominante. Quien era potente, acomodado y opulento era el Oriente musulmán. Europa era el Tercer Mundo. Los Estados cruzados, fundados tras la primera cruzada, no eran nuevos asentamientos de católicos en un mundo musulmán, semejantes a las colonizaciones británicas en América, sino puestos de avanzadilla. La finalidad última de los Estados cruzados era defender los santos lugares en Palestina, especialmente Jerusalén, y proporcionar un ambiente seguro para los peregrinos cristianos que visitaban aquellos lugares.

Los europeos no obtenían beneficios económicos de estos Estados; por el contrario, los gastos de las cruzadas gravaban fuertemente sobre los recursos europeos. Mientras los musulmanes combatían entre ellos, los Estados cruzados estaban a salvo; pero, cuando los musulmanes se unieron, fueron capaces de derrumbar las fortificaciones, tomar las ciudades, y en 1291 expulsar a los cristianos.

Mito número 5: Las cruzadas se hicieron también contra los judíos

Ningún Papa ha lanzado jamás una cruzada contra los judíos. Durante la Primera Cruzada, una numerosa banda de malhechores, no pertenecientes al ejército principal, invadieron las ciudades de Renania y decidieron depredar y asesinar a los judíos que allí residían. Esto se produjo en parte por pura avidez y en parte por una errónea concepción por la que los judíos, en cuanto responsables de la crucifixión de Cristo, eran objetivos legítimos de la guerra.

El papa Urbano II y los papas sucesivos condenaron enérgicamente estos ataques contra los judíos. Los obispos locales y los otros eclesiásticos y laicos trataron de defender a los judíos aunque con poco éxito.

De modo parecido, durante la fase inicial de la segunda cruzada, un grupo de renegados asesinó a muchos judíos en Alemania, antes de que san Bernardo lograra alcanzarlos y detenerlos. Estas desviaciones del movimiento eran un indeseado subproducto del entusiasmo de las cruzadas, pero no eran el objetivo de las cruzadas.
Publicado en formato 1.0 en octubre de 2008