La confusión de los tiempos y la abundancia de hombres y mujeres que viven de acuerdo a sus gustos y caprichos; que cambian de opinión según la moda vigente; que en el fondo se aman a sí mismos; y que nunca se comprometen con la Verdad absoluta da lugar al nacimiento de la intolerancia de los tolerantes.
En efecto, fue a partir de Voltaire en el s. XVIII que surgen los dogmas de la intolerancia y que los enciclopedistas franceses pusieron de moda, dando nacimiento a una de las épocas de mayor persecución e intolerancia en contra de la Iglesia Católica. En 1753 Voltaire escribió "El Tratado sobre la Tolerancia", el cual no le impidió burlarse de los doce apóstoles que habían trabajado para hacer crecer el Cristianismo, afirmando que con uno solo (él mismo) bastaría para destruir a la Iglesia, y de ahí su célebre frase "aplastad al infame" o "aplastad a la infame", grito de guerra que se escuchó en contra de Jesucristo y de la Iglesia Católica.
La Historia corrobora los frutos de la "tolerancia" postulada por Voltaire: la Revolución Francesa. Es una extraña "tolerancia" que llevó a la muerte al Rey, a la nobleza, a una parte del pueblo y hasta a los mismos revolucionarios. Es esta extraña "tolerancia" la que ha sido precursora de los grandes genocidios del siglo XX y cuya semilla no fue sino la mentada revolución. Proclamando el culto a la libertad y a la razón destruyeron muchísimos y valiosos edificios y objetos de arte religioso, y en un altar de la Catedral de París entronizaron a una prostituta: la diosa razón.
Toda esta raíz ha inoculado en la cultura y civilización del tiempo presente, siempre escondida bajo un ropaje de democracia, relativismo y progresismo. Para que quede claro, para los "tolerantes" no hay leyes universales; para los "tolerantes" sólo se acepta lo que es conocido por la razón. Para los "tolerantes" todo es relativo y cambiante, especialmente la moral. Para los "tolerantes" una idea o una norma será válida en la medida en que sea conforme a las ciencias empíricas y las técnicas que de ella se deriven. Para los "tolerantes" sólo se acepta lo que diga la mayoría democrática y que esté conforme a la ciencia, o a lo que creemos que es científico. La "tolerancia" no acepta la religión Católica, pues ésta es el mayor ejemplo de intolerancia, pues pretende mostrar una Verdad revelada por Dios en forma absoluta. Y esa es una idea intolerable pues la religión, dicen los "tolerantes", sólo debe relegarse al interior de las conciencias, de los templos, y no puede influir para nada en la sociedad, en el estado, ni en el progreso humano. En suma, la tolerancia y la libertad deben ser entendidas conforme los "tolerantes" lo determinen.
Así, si alguien no está de acuerdo con estas tesis se le acusará de intolerante, de fanático, retrógrado, fundamentalista o cualquier otro adjetivo. Por tanto, el ejemplo de mayor intolerancia es la religión Católica y todos aquellos que en su nombre pretendan hablar con la Verdad. Aquellos que defiendan los derechos de los padres a educar a sus hijos conforme a sus principios cristianos son intolerantes. Quien defienda la ley natural y el Decálogo de Moisés será juzgado de intolerante. Quien defienda el matrimonio entre hombre y mujer, defienda la vida desde el momento de la concepción, y no acepte las uniones del mismo sexo será también juzgado de intolerante. Y aquí no cabe diálogo ni consenso pues a los "tolerantes" no les interesa el diálogo sereno y respetuoso con los que piensan distinto, que en realidad es un signo característico de la verdadera tolerancia.
En esta guerra todo se vale: la intoxicación informativa, el libertinaje sexual, los anticonceptivos, la opinión de la mayoría, el chantaje, etc. Y si alguien osa levantar la voz contra sus campañas y opiniones será tachado inmediatamente de intolerante y dirán: ¡nadie tiene derecho a imponer sus ideas a otros!, aunque esa presunta "imposición" esté fundada en la Verdad, en la ley natural, en argumentos de razón, en datos científicos o estadísticas sociales.
Por eso estamos viviendo ahora la cultura del relativismo, que en el fondo no es sino una doctrina filosófica suicida, ya que para ellos el relativismo es una verdad absoluta, cayendo así en la intolerancia que tanto critican. Este relativismo ha envenenado a la civilización actual, la ha degradado pues ya no está fundada en valores absolutos y trascendentes. Está condenada al fracaso, y con ella fracasarán todos los que se siguen empeñando en enarbolar la bandera de la "tolerancia", que en el fondo les lleva a la nada, a un nihilismo hipócrita.
En otras palabras, el relativismo que impera hoy es intolerante con el que admite verdades absolutas que den sentido a su existencia. Y a quien no acepte el relativismo, se le denomina precisamente intolerante, dogmático y fundamentalista.
En conclusión, o el hombre de hoy pone su confianza en el único absoluto que es Dios, o pondrá su absoluto en cualquier otro ídolo relativo: el dinero, la razón, el progreso, el estado, el partido político, el sexo o hasta en un equipo de fútbol.
Luis Eduardo López Padilla