lunes, 7 de abril de 2014

La Oración como Hijos

Autor: Padre José Martínez Colin

1) Para saber

Consideramos la vez pasada cómo el Papa Francisco señalaba a los sacramentos como medio para la transmisión fiel de la fe. Más delante en su encíclica añade que también mediante la oración se transmite, pues “en ella, el cristiano aprende a compartir la misma experiencia espiritual de Cristo”. En concreto, apunta que la oración por excelencia es el Padrenuestro. Al rezarla estamos ejercitando nuestra fe y nos ayuda a vivir también de fe, pues recordamos que somos hijos de Dios y vivimos como tales.


2) Para pensar

Los niños son sencillos y en su forma de hablar lo reflejan. Sucedió en la ciudad de Culiacán que a un señor maduro, de unos sesenta y cinco años, que laboraba en una escuela, un alumno pequeño le preguntó: “¿Cuántos años tienes?” El señor le contestó con otra pregunta: “¿Cuántos crees que tenga?” El niño pequeño lo miró de arriba abajo y le contestó con mucha sencillez: “No sé. Sólo sé contar hasta cien”.
Los niños tratan con mucha confianza a las personas no importando la edad o la posición que ocupan, y lo muestran al “tutear” a todo el mundo. Aunque también influye la costumbre que se tenga en lugar.
Para que haya trato entre dos personas es necesario entablar un diálogo. Y Dios no es la excepción. ¿Cuál es el modo correcto de hablarle a Dios? ¿Lo podemos “tutear” o es mejor hablarle de “usted”? ¿No sería falta de respeto hablarle a Dios de “tú”?
Un autor contemporáneo nos saca de dudas. Es Enrique Monasterio quien hace una comparación acertada. Dice que el corazón de cada persona se parece a su propia casa. La casa suele mantenerse cerrada y sólo dejamos entrar a quienes queremos. Y aun así, a algunas personas sólo permitimos que entren hasta la sala. Mientras más queridas sean las personas, se les tiene más confianza y pueden entrar más a la casa. Algunas, de mucha confianza, entran incluso “hasta la cocina”.
Con Dios podemos tutearlo con toda sencillez, porque Él puede entrar “hasta la cocina” de nuestro corazón. Nuestro Señor Jesucristo nos vino a decir que a Dios no le disgusta que le tratemos con confianza, incluso le agrada. Al enseñarnos el Padrenuestro nos descubre que Dios es nuestro Padre y así nos dirijamos a Él.

3) Para vivir

Llamar “Padre” a Dios no es solo un permiso que tenemos, sino una realidad. En la medida en que nos comportemos como hijos de Dios, estaremos dando testimonio con nuestra vida de lo que creemos y lo compartimos con los demás.
Al llamarle a Dios como “Padre nuestro”, sentimos desde ese momento que formamos parte de su familia y recordamos que todos somos hermanos. No es como cuando una familia nos invita a comer a su casa. Es mucho más. Realmente formamos parte de la familia de Dios, somos de su “casa”.
Podemos estar seguros de que como buen Padre, se preocupa por todos nosotros. Ya Jesús mismo nos recordaba con muy bellas palabras: “Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen más que ellas?” (Mt 6, 27-33). Pensemos si sabemos depositar esa confianza y sencillez en nuestro Padre Dios.
Para ejercitar y sentirnos hijos de Dios, podemos procurar rezar el “padrenuestro” varias veces al día: al empezar el día; al concluir, como una forma de darle las “buenas noches”. Y, por supuesto, cuantas veces queramos durante el día