Si
Benedicto XVI inició su pontificado abriendo fuego contra curas
pedófilos, sacudiendo el árbol para que cayeran los frutos podridos, es
posible que el Papa Francisco pase a la historia por abrir fuego contra
el Instituto para las Obras de Religión -IOR por sus siglas-, mejor
conocido, aunque mal llamado, Banco del Vaticano.
El instituto, desde que fue establecido
por Pio XII en 1942, ha sido dolor de cabeza de muchos papas y,
posiblemente, causante indirecto de la muerte de Juan Pablo I como lo
suponen teorías no demostradas, aunque sí sospechosas, que hacen suponer
que el Papa Luciani se lanzaría a desentrañar y limpiar la extraña
relación del IOR y de su Presidente, el arzobispo Paul Marcinkus, con
los banqueros, vinculados con la mafia, Michelle Sindona y Roberto
Calvi, una relación que salió a la luz pública a partir de la quiebra
del Banco Ambrosiano. La sana intención de Juan Pablo I se agravó cuando
el periodista Mino Pecorelli hizo pública una lista con los nombres de
más de 120 personajes afiliados a la logia masónica Propaganda Due -P2
por sus siglas-, entre ellos el mismo Paul Marcinkus, el cardenal Jean
Villot y el cardenal Agostino Casaroli.
Se sostiene la teoría de que durante su
última cena, el 28 de septiembre de 1978, Juan Pablo I le hizo saber al
cardenal Secretario de Estado, Jean Villot, que haría una limpieza
profunda en la Curia Romana y en el IOR. Al día siguiente el Papa fue
encontrado muerto en su cama del apartamento apostólico. Esta teoría
conspirativa permanece abierta aunque el comunicado oficial establece
que el Santo Padre murió de un paro cardiaco. Lo cierto es que las
reformas que el Papa Luciani pretendía implementar nunca pudieron
concretarse.
Benedicto XVI decidió publicar, el 30 de diciembre de 2010, una Carta Apostólica en forma de Motu proprio
sobre la prevención y lucha contra actividades ilegales en el ámbito
financiero y monetario, adoptada como ley por la Santa Sede, y conocida
desde el momento de su publicación como “Ley CXXVII” o “Ley 127”. En el
documento pontificio, Benedicto XVI fijó su compromiso en la adopción de
principios e instrumentos jurídicos promovidos por la comunidad
internacional para luchar contra el blanqueo de dinero y la financiación
del terrorismo; estableció que la ley se aplicara a los Dicasterios de
la Curia romana y a todos los organismos y entidades dependientes de la
Santa Sede; constituyó la Autoridad de Información Financiera (AIF) a la
que dotó de amplia competencia en investigación; delegó a los órganos
judiciarios del Estado de la Ciudad del Vaticano a ejercitar la
jurisdicción penal ante los Dicasterios de la Curia Romana y de todos
los organismos y entidades dependientes de la Santa Sede; y fijó
estrictos controles sobre el dinero en efectivo que entre y salga del
Estado Vaticano.
Aun con vida -gracias a Dios- Benedicto
XVI puede ser un importante asesor del Papa Francisco para acabar de una
buena vez y para siempre con el dolor de cabeza de los últimos siete
pontífices: el tristemente célebre IOR. Así, empeñado Francisco en
atacar el asunto con mano firme, el 15 de junio nombró a Mons. Battista
Mario Salvatore Ricca, como nuevo Prelado de la Comisión Cardenalicia de
Vigilancia del IOR; el 26 de junio instituyó una Comisión Pontificia
que investigará el funcionamiento del IOR a fin de que cumpla con el
espíritu para el que fue creado y para que impregne también los
principios del Evangelio a las actividades de carácter económico y
financiero; el 28 de junio, luego de la detención de Mons. Nunzio
Scarano, un contador de la Administración del Patrimonio de la Sede
Apostólica, acusado del presunto delito de lavado de activos, el Padre
Federico Lombardi -Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede-
señaló que el Vaticano está disponible para una colaboración plena; y
finalmente hasta ahora, el 1 de julio se dio a conocer la renuncia de
Paolo Cipriani, director general del IOR, y de su subdirector Massimo
Tulli.
En estos días cobran especial relevancia
las palabras que el Papa Francisco pronunció durante una homilía el 11
de junio cuando afirmó que “San Pedro no tenía una cuenta en el banco”.
Su dicho y los recientes escándalos financieros en el Vaticano nos
llevan a preguntarnos si no estamos acaso ante la inminente desaparición
del IOR. Si es así, ¿Podrá Francisco concretar lo que Juan Pablo I y
Benedicto XVI no pudieron finalizar? Mientras tanto, es muy sano que el
Santo Padre permanezca como huésped de la Casa Santa Martha y no del
apartamento apostólico. Para él esto es un asunto vital.