viernes, 5 de julio de 2013

El Banco del Vaticano

Nota original: Roberto O'Farrill para Ver y Creer

Si Benedicto XVI inició su pontificado abriendo fuego contra curas pedófilos, sacudiendo el árbol para que cayeran los frutos podridos, es posible que el Papa Francisco pase a la historia por abrir fuego contra el Instituto para las Obras de Religión -IOR por sus siglas-, mejor conocido, aunque mal llamado, Banco del Vaticano.


El instituto, desde que fue establecido por Pio XII en 1942, ha sido dolor de cabeza de muchos papas y, posiblemente, causante indirecto de la muerte de Juan Pablo I como lo suponen teorías no demostradas, aunque sí sospechosas, que hacen suponer que el Papa Luciani se lanzaría a desentrañar y limpiar la extraña relación del IOR y de su Presidente, el arzobispo Paul Marcinkus, con los banqueros, vinculados con la mafia, Michelle Sindona y Roberto Calvi, una relación que salió a la luz pública a partir de la quiebra del Banco Ambrosiano. La sana intención de Juan Pablo I se agravó cuando el periodista Mino Pecorelli hizo pública una lista con los nombres de más de 120 personajes afiliados a la logia masónica Propaganda Due -P2 por sus siglas-, entre ellos el mismo Paul Marcinkus, el cardenal Jean Villot y el cardenal Agostino Casaroli.
Se sostiene la teoría de que durante su última cena, el 28 de septiembre de 1978, Juan Pablo I le hizo saber al cardenal Secretario de Estado, Jean Villot, que haría una limpieza profunda en la Curia Romana y en el IOR. Al día siguiente el Papa fue encontrado muerto en su cama del apartamento apostólico. Esta teoría conspirativa permanece abierta aunque el comunicado oficial establece que el Santo Padre murió de un paro cardiaco. Lo cierto es que las reformas que el Papa Luciani pretendía implementar nunca pudieron concretarse.
Benedicto XVI decidió publicar, el 30 de diciembre de 2010, una Carta Apostólica en forma de Motu proprio sobre la prevención y lucha contra actividades ilegales en el ámbito financiero y monetario, adoptada como ley por la Santa Sede, y conocida desde el momento de su publicación como “Ley CXXVII” o “Ley 127”. En el documento pontificio, Benedicto XVI fijó su compromiso en la adopción de principios e instrumentos jurídicos promovidos por la comunidad internacional para luchar contra el blanqueo de dinero y la financiación del terrorismo; estableció que la ley se aplicara a los Dicasterios de la Curia romana y a todos los organismos y entidades dependientes de la Santa Sede; constituyó la Autoridad de Información Financiera (AIF) a la que dotó de amplia competencia en investigación; delegó a los órganos judiciarios del Estado de la Ciudad del Vaticano a ejercitar la jurisdicción penal ante los Dicasterios de la Curia Romana y de todos los organismos y entidades dependientes de la Santa Sede; y fijó estrictos controles sobre el dinero en efectivo que entre y salga del Estado Vaticano.
Aun con vida -gracias a Dios- Benedicto XVI puede ser un importante asesor del Papa Francisco para acabar de una buena vez y para siempre con el dolor de cabeza de los últimos siete pontífices: el tristemente célebre IOR. Así, empeñado Francisco en atacar el asunto con mano firme, el 15 de junio nombró a Mons. Battista Mario Salvatore Ricca, como nuevo Prelado de la Comisión Cardenalicia de Vigilancia del IOR; el 26 de junio instituyó una Comisión Pontificia que investigará el funcionamiento del IOR a fin de que cumpla con el espíritu para el que fue creado y para que impregne también los principios del Evangelio a las actividades de carácter económico y financiero; el 28 de junio, luego de la detención de Mons. Nunzio Scarano, un contador de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, acusado del presunto delito de lavado de activos, el Padre Federico Lombardi -Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede- señaló que el Vaticano está disponible para una colaboración plena; y finalmente hasta ahora, el 1 de julio se dio a conocer la renuncia de Paolo Cipriani, director general del IOR, y de su subdirector Massimo Tulli.
En estos días cobran especial relevancia las palabras que el Papa Francisco pronunció durante una homilía el 11 de junio cuando afirmó que “San Pedro no tenía una cuenta en el banco”. Su dicho y los recientes escándalos financieros en el Vaticano nos llevan a preguntarnos si no estamos acaso ante la inminente desaparición del IOR. Si es así, ¿Podrá Francisco concretar lo que Juan Pablo I y Benedicto XVI no pudieron finalizar? Mientras tanto, es muy sano que el Santo Padre permanezca como huésped de la Casa Santa Martha y no del apartamento apostólico. Para él esto es un asunto vital.