miércoles, 1 de mayo de 2013

La Historia de las Letras: un Cuento para Aprender

Autor: Padre José Martínez Colin

Un lector me envío un bonito y original cuento que, aunque no dice el nombre del autor, tiene una valiosa moraleja. A continuación lo transcribo con leves variaciones.


Hace ya mucho tiempo, muchos miles de años, que las líneas lograron organizarse y formar letras. Al principio fue muy difícil para ellas. Se requirió que renunciaran a su individualidad, para depender unas de otras. Lo aceptaron y terminaron por alegrarse gracias a la posibilidad nueva que adquirieron.



Originalmente surgió la A, luego la E y la I, y las otras dos vocales; y unas a otras se oyeron con placer; aunque, a decir verdad, con cierta envidia, al compararse unas con otras. Así también brotó la B, la C y la D, y con ellas sus hermanas consonantes, hasta alcanzar la Z. Se sentían un poco inferiores, porque su sonido no era como el de las vocales; pero al fin aprendieron a depender de éstas, y así también empezaron a sonar.


Hubo una hermanita muda, con frecuencia olvidada, la “h”, que no era ni vocal ni consonante; y llegó también la Y, extranjera hasta en su nombre, y orgullosa de llenar las dos funciones.


Total: El abecedario estaba listo, e incluía rarezas como la X, de múltiples sonidos; la extraña K, que apenas si se usa; la W, extranjera también; la Ñ, de dos trazos; la CH y la LL, que siempre ocupan doble espacio, y la R, con dos sonidos y dos looks: R y RR.


Nada tenían que hacer aquellas letras, y parecían felices en su ocio: Pero no por siempre… Dos de ellas discurrieron unirse, y llamaron a sus dos gemelas y, así, por primera vez se pudo leer MAMÁ.


A unas no les pareció bien perder su independencia, al tener que aceptarse y adaptarse unas a otras. Pero se convencieron que valía la pena, para llegar a ser algo más que un sonido: un concepto.


Aprendieron, pues, a tolerarse, y así hubo PAPÁ, AGUA, PAN y luego hubo también VINO; con lo que se inició el Reino de la Palabra y la Alegría.


Aun la H misma, la muda, fue aceptada; pues sin ella no podía escribirse HIJO, ni HERMANO. Y habiendo PAPÁ, MAMÁ, HIJOS y HERMANOS, empezó el Reino del Amor.


Muy difícil fue el proceso de la U, que por sí misma ya sonaba sola. Andaba en la NUBE y en la LUNA, y se le invitó a una renuncia nueva: volverse muda con tal de que pudiera haber JUGUETES y GUITARRAS, para goce de niños y de enamorados. Además, se le pidió que aceptara dos puntitos cursis para que llegara la CIGÜEÑA...  Y todavía hay quien le reprocha que por ella llegaran la GUERRA y la VERGÜENZA.


Con el tiempo, las letras aceptaron incluso un código ortográfico, que aunque las limitaba les daba belleza y orden.


Cayeron en manos de seres superiores, que usaron de ellas en sus libros, y aun se esmeraron para embellecerlas y adornarlas. Así quedaron a veces sublimadas y otras no tanto: integraron la Biblia y el Quijote, Edipo Rey, varias Constituciones y en la Prensa diaria de todos los países.


Por ser útiles, murieron a sí mismas. Y hoy atraviesan el mundo haciendo posible la aldea global. ¡Benditas letras, que supieron aprender a tolerarse y a convivir unas con otras! Sólo así se volvieron inmortales.


¿Podremos algún día los seres humanos llegar a renunciar a nosotros mismos para amar a los demás?