domingo, 19 de mayo de 2013

Pentecostés

Fragmentos de la Audiencia General de Pentecostés de 1989 (Beato Juan Pablo II)

Según la tradición religiosa de Israel, Pentecostés era originariamente la fiesta de la siega. “Tres veces al año se presentarán todos tus varones ante Yahveh, el Señor, el Dios de Israel” (Ex 34, 23). La primera vez era con ocasión de la fiesta de Pascua; la segunda, con ocasión de la fiesta de la siega, y la tercera, con ocasión de la fiesta de las Tiendas.


La fiesta de la siega, de las primicias de tus trabajos, de lo que hayas sembrado en el campo” (Ex 23, 16) se llamaba en griego Pentecostés, puesto que se celebraba 50 días después de la fiesta de Pascua. Solía también llamarse fiesta de las semanas, por el hecho de que caía siete semanas después de la fiesta de Pascua. Luego se celebraba por separado la fiesta de la cosecha, hacia el fin del año (cf. Ex 23, 16; 34, 22). Los libros de la Ley contenían prescripciones detalladas acerca de la celebración de Pentecostés (cf. Lv 23, 15 ss.; Nm 28, 26-31), que a continuación se transformó también en la fiesta de la renovación de la Alianza (cf. 2 Co 15, 10-13), como veremos a su tiempo.


La bajada del Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre la primera comunidad de los discípulos de Cristo que en el Cenáculo “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu” en compañía de María, la madre de Jesús (cf. Hch 1, 14), hace referencia al significado veterotestamentario de Pentecostés. La fiesta de la siega se convierte en la fiesta de la nueva “mies” que es obra del Espíritu Santo: la mies en el Espíritu (...)

Acerca del Espíritu Santo Jesús había prometido: “Si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7). Verdaderamente el agua que mana del costado atravesado de Cristo (cf. Jn 19, 34) es la señal de este “envío”. Será una efusión “abundante”: incluso, un “río de agua viva”, metáfora que expresa una especial generosidad y benevolencia de Dios que se da al hombre.
Pentecostés, en Jerusalén, es la confirmación de esta abundancia divina, prometida y concedida por Cristo mediante el Espíritu.

Las mismas circunstancias de la fiesta parecen tener en la narración de Lucas un significado simbólico. La bajada del Paráclito sucede efectivamente, en el apogeo de la fiesta. La expresión usada por el Evangelista alude a una plenitud, ya que dice: “Al llegar el día de Pentecostés...” (Hch 2, 1). Por otra parte, San Lucas refiere incluso que “estaban todos reunidos en un mismo lugar”, lo que indica la totalidad de la comunidad reunida: “todos reunidos”, no sólo los Apóstoles, sino también la totalidad del grupo originario de la Iglesia naciente, hombres y mujeres, en compañía de la Madre de Jesús. Es un primer detalle que conviene tener presente. Pero en la descripción de aquel acontecimiento hay también otros detalles que, siempre desde el punto de vista de la “plenitud”, se revelan igualmente importantes.

Como escribe Lucas, “de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban... y quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (Hch 2, 2. 4). Observemos la insistencia en la plenitud (“llenó”, “quedaron todos llenos”). Esta observación puede relacionarse con lo que dijo Jesús al irse a su Padre: “pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hch 1, 5). Bautizados” quiere decir “inmersos” en el Espíritu Santo: es lo que expresa el rito de la inmersión en el agua durante el bautismo. La “inmersión” y el “estar llenos” significan la misma realidad espiritual, obrada en los Apóstoles, y en todos los que se hallaban presentes en el Cenáculo, por la bajada del Espíritu Santo (...)

Pentecostés, ―la antigua fiesta de la siega―, ha adquirido ahora en Jerusalén un significado nuevo, como una especial “mies” del divino paráclito. Así se ha cumplido la profecía de Joel: “... yo derramaré mi Espíritu en toda carne” (Jl 3, 1).