Nota original: Rafael Luciani en Teología Hoy
Jesús vive en medio de personas e instituciones que buscan el control
total del poder político para permanecer en él. Era muy extraño
encontrar a alguien que creyera que el poder podía usarse para servir, y
no como un medio para el enriquecimiento propio y la sumisión del otro.
Quienes alcanzaban cargos importantes hacían lo posible por socavar la
esperanza de un futuro mejor. Por ello, Jesús denuncia a los que «atan
cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de
los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mt 23,4).
Su propuesta no versa sobre un poder político alternativo; Jesús no
pretende sustituir a las legiones romanas, ni convertir a las
autoridades religiosas. Les dice: «mi reino no es de este mundo. Si mi
reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo
no fuera entregado» (Jn 18,36). Él está empeñado en desmontar esa
«lógica deshumanizadora». ¿De qué modo? Primero, asumiendo una actitud
profética: así se presentó como «testigo de la verdad» (Jn 18,36-37) y
no como «agente de la violencia y la mentira» (Mt 11,12) e hizo ver cómo
quien se aferra al poder luego teme perderlo. Segundo, mostrando con
«palabras y acciones» que sí es posible vivir de un modo humano: él vive
«atrayendo a todos» (Jn 12,32) sin alejar o exclusión alguna; «cargando
con el otro» (Mt 8,17; 11,28-30) sin descargarse en nadie; «sanando los
corazones» (Is 61,1) para que no triunfen el resentimiento y la
avaricia.
El verdadero poder es el que humaniza. Las comunidades cristianas lo
recogen en la oración del Magnificat (Lc 1,46-55). Es un poder que
refuta a quienes ven en el otro a un enemigo para humillarlo y
convertirlo en víctima; es uno que se solidariza con el que sufre (Mc
8,31). No quiere ser un rey alternativo (Mt 4,8-10; Lc 4,5-8), rechaza
su exaltación pública (Jn 6,15); no acepta los puestos privilegiados (Mc
10,37-38), ni el honor de los vínculos familiares (Mc 12,35-37);
repudia el colaboracionismo existente entre algunos religiosos y
políticos de su época. Dios o el César, pero no los dos a la vez (Mc
12,17).
Jesús no anuncia una utopía que no pueda hallar un lugar
sociopolítico, pero tampoco hizo una oferta ideológica para reemplazar
las formas de gobierno, sustituyendo a los centros de poder: romanos,
herodianos y autoridades del Templo. Su vida fue un acontecimiento que
sorprendió a los desesperanzados y cansados de la realidad, porque hacía
ver que sí era posible una «forma de hablar y de actuar» que podía
anticipar una nueva historia y recrear nuestros modos de ser, una que
devolviera la dignidad negada y la confianza perdida. Es lo que Jesús
trata de hacer (Mt 4,7; Lc 4,12) al reunir a «todas» las ovejas, sin
exclusión, y «denunciar» a los que actuaban con impiedad y velaban por
sí mismos (Lc 4,8; Mt 4,10). ¿Podemos vivir una humanidad que ofrezca
«palabras y acciones» de vida nueva?