miércoles, 13 de noviembre de 2013

¿Para Qué Sirven los Curas?

Nota original: Padre Juan Ávila Estrada para Aleteia

En un mundo que exalta el valor de lo light y de lo instantáneo, también el ámbito de la fe ha estado bajo la amenaza de lo facilista, efímero y superficial. Por ello  encontramos con demasiada frecuencia quienes están seguros que para llegar a Dios es innecesario y hasta un estorbo todo aquello o aquel que quiera hacerlo presente en el mundo. 


Quienes han construido una fe cómoda y “a su manera” no han tenido reparo alguno en dar al traste con los sacramentos y entre ellos el recurso del ministerio sacerdotal. Si bien es cierto que cada relación con Dios es personalizada, ven como inocuo que haya “hombres  tomados de entre los hombres, constituidos a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presenten también ofrendas y sacrificios por los pecados” (Hb.5,1). De esta manera cada quien opta por levantar una construcción sin herramientas de trabajo pues estiman que las propias manos pueden aserrar, clavar, cortar.
Es verdad que nadie puede establecer relaciones con Dios en vez de nadie. En esto cada uno de los hombres es irremplazable y no se puede pedir a otro que haga por uno mismo lo que se debe hacer, y la relación con el Trascendente es una de ellas. Pero también es verdad que en su plan de Salvación Dios ha establecido una Iglesia que es Madre y Maestra por medio de la cual otorga su Gracia santificante y se permite actuar de un modo humano para ser entendido por los humanos. Que Jesucristo, el Señor, se hubiera hecho hombre es una prueba de ello; no podría entenderse de otra manera poder acceder al Incognoscible, al eternamente Otro.  Para muchos, todo aquello que huela a puente, camino o acceso debe ser bombardeado para que de este modo el acercamiento a la divinidad sea inmediato y producto de la propia bondad humana. A veces estamos tan seguros de nosotros mismos que olvidamos las palabras de Jesús cuando afirma: “Nadie puede llegar al Padre sino es por mi…” (Jn. 14,1). Pero también aquellas otras  que dirigió a los discípulos cuando les dijo: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo…” (Jn. 20,21).

En ese sentido podemos comprender que la mediación de Cristo es ABSOLUTAMENTE  necesaria para el hombre que quiera llegar a una comunión perfecta con Dios. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt. 11,27).  El conocimiento y acercamiento a Dios es gratuidad de su Hijo Jesucristo. La eternidad de su sacerdocio es condición necesaria para realizar con Dios una alianza eterna que beneficie al hombre de todos los tiempos. Cristo es necesario porque Dios es necesario y sin Él el hombre nunca alcanzará el objetivo de su existencia; pero este sacerdocio ÚNICO de Jesús se ha prolongado a través del sacerdocio que dejó en su Iglesia, no como una copia burda y simbólica del sacerdocio del Señor sino como una participación de su ministerio, que la Iglesia ejerce de modo fiel, asistida por el Espíritu Santo para que de este modo, el hombre de todos los tiempos pueda acceder a Dios, siendo así instrumentos efectivos de comunión con Él.

No es esto, en modo alguno, una usurpación de la actividad salvadora de Jesús sino, por el contrario, un cumplimiento de su deseo de acercar a todos los hombre a Dios ya que lo que la Iglesia hace no lo hace por capricho propio sino por mandato expreso del Salvador  quien confió en ella y le confió a ella prolongar en todo tiempo y lugar su presencia en el mundo.

Pero nunca ha sido fácil aceptar la ayuda de nadie, la intercesión de nadie, la santificación a través de nadie. Es más fácil seguir empecinados en creer que todo se puede solo, que tenemos todas las fuerzas y recursos suficientes para alcanzar con nuestras manos el cielo y que es dable levantar nuevas torres de Babel que nos hagan “subir”  a la eternidad. La soberbia humana, que ha sido el gran pecado de todas las gentes, nos impide ver a un Dios que desciende como hombre, que se hace hombre, que elige hombres y santifica por medio de hombres, justamente porque el hombre no puede llegar a Dios a no ser que Dios llegue a él.

Como Cristo es necesario para llegar a Dios, es necesario el sacerdocio ministerial para alcanzarnos la Gracia de Cristo. Siempre nos dolerá, nos interpelará, nos incomodará que Dios haya querido hacer las cosas de manera tan “absurda” puesto que la experiencia enseña con dolor, que no todos logran ser epifanía de Dios y que, por el contrario, su vida desdice mucho de lo que deberían ser. Pero aún así Dios prefiere ser ocultado por el pecado de muchos que negarse a irradiar e inundar su Gracia en todo aquel que es capaz de aceptar la humilde intercesión de pecadores que son solo herramientas en manos de un excelente obrero.

Nadie puede amar a Cristo cabeza y despreciar su cuerpo que es la Iglesia. Ellos conforman un todo. Ni Cristo sin Iglesia y menos aún Iglesia sin Cristo.