Nota original: Padre Juan Ávila Estrada para Aleteia
En un mundo que exalta el valor de lo light y de lo instantáneo, también
el ámbito de la fe ha estado bajo la amenaza de lo facilista, efímero y
superficial. Por ello encontramos con demasiada frecuencia quienes
están seguros que para llegar a Dios es innecesario y hasta un estorbo
todo aquello o aquel que quiera hacerlo presente en el mundo.
Quienes
han construido una fe cómoda y “a su manera” no han tenido reparo alguno
en dar al traste con los sacramentos y entre ellos el recurso del
ministerio sacerdotal. Si bien es cierto que cada relación con Dios es
personalizada, ven como inocuo que haya “hombres tomados
de entre los hombres, constituidos a favor de los hombres en lo que a
Dios se refiere, para que presenten también ofrendas y sacrificios por
los pecados” (Hb.5,1). De esta manera cada quien opta por
levantar una construcción sin herramientas de trabajo pues estiman que
las propias manos pueden aserrar, clavar, cortar.
Es verdad que nadie puede establecer relaciones con Dios en vez de
nadie. En esto cada uno de los hombres es irremplazable y no se puede
pedir a otro que haga por uno mismo lo que se debe hacer, y la relación
con el Trascendente es una de ellas. Pero también es verdad que en su
plan de Salvación Dios ha establecido una Iglesia que es Madre y Maestra
por medio de la cual otorga su Gracia santificante y se permite actuar
de un modo humano para ser entendido por los humanos. Que Jesucristo, el
Señor, se hubiera hecho hombre es una prueba de ello; no podría
entenderse de otra manera poder acceder al Incognoscible, al eternamente
Otro. Para muchos, todo aquello que huela a puente, camino o acceso
debe ser bombardeado para que de este modo el acercamiento a la
divinidad sea inmediato y producto de la propia bondad humana. A veces
estamos tan seguros de nosotros mismos que olvidamos las palabras de
Jesús cuando afirma: “Nadie puede llegar al Padre sino es por mi…” (Jn. 14,1). Pero también aquellas otras que dirigió a los discípulos cuando les dijo: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo…” (Jn. 20,21).
En ese sentido podemos comprender que la mediación de Cristo es
ABSOLUTAMENTE necesaria para el hombre que quiera llegar a una comunión
perfecta con Dios. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”
(Mt. 11,27). El conocimiento y acercamiento a Dios es gratuidad de su
Hijo Jesucristo. La eternidad de su sacerdocio es condición necesaria
para realizar con Dios una alianza eterna que beneficie al hombre de
todos los tiempos. Cristo es necesario porque Dios es necesario y sin Él
el hombre nunca alcanzará el objetivo de su existencia; pero este
sacerdocio ÚNICO de Jesús se ha prolongado a través del sacerdocio que
dejó en su Iglesia, no como una copia burda y simbólica del sacerdocio
del Señor sino como una participación de su ministerio, que la Iglesia
ejerce de modo fiel, asistida por el Espíritu Santo para que de este
modo, el hombre de todos los tiempos pueda acceder a Dios, siendo así
instrumentos efectivos de comunión con Él.
No es esto, en modo alguno, una usurpación de la actividad salvadora de
Jesús sino, por el contrario, un cumplimiento de su deseo de acercar a
todos los hombre a Dios ya que lo que la Iglesia hace no lo hace por
capricho propio sino por mandato expreso del Salvador quien confió en
ella y le confió a ella prolongar en todo tiempo y lugar su presencia en
el mundo.
Pero nunca ha sido fácil aceptar la ayuda de nadie, la intercesión de
nadie, la santificación a través de nadie. Es más fácil seguir
empecinados en creer que todo se puede solo, que tenemos todas las
fuerzas y recursos suficientes para alcanzar con nuestras manos el cielo
y que es dable levantar nuevas torres de Babel que nos hagan “subir” a
la eternidad. La soberbia humana, que ha sido el gran pecado de todas
las gentes, nos impide ver a un Dios que desciende como hombre, que se
hace hombre, que elige hombres y santifica por medio de hombres,
justamente porque el hombre no puede llegar a Dios a no ser que Dios
llegue a él.
Como Cristo es necesario para llegar a Dios, es necesario el sacerdocio
ministerial para alcanzarnos la Gracia de Cristo. Siempre nos dolerá,
nos interpelará, nos incomodará que Dios haya querido hacer las cosas de
manera tan “absurda” puesto que la experiencia enseña con dolor, que no
todos logran ser epifanía de Dios y que, por el contrario, su vida
desdice mucho de lo que deberían ser. Pero aún así Dios prefiere ser
ocultado por el pecado de muchos que negarse a irradiar e inundar su
Gracia en todo aquel que es capaz de aceptar la humilde intercesión de
pecadores que son solo herramientas en manos de un excelente obrero.
Nadie puede amar a Cristo cabeza y despreciar su cuerpo que es la
Iglesia. Ellos conforman un todo. Ni Cristo sin Iglesia y menos aún
Iglesia sin Cristo.