1) Para saber
El santo padre Francisco con motivo de la
Navidad nos mostraba a Cristo como la Luz del mundo que viene a iluminar
nuestras tinieblas. En su Encíclica, que lleva precisamente el nombre de “La
luz del fe”, nos indica que Jesús nos ha traído este gran don de la fe que nos
alumbra.
En próximos artículos recorreremos algunos
puntos significativos de la encíclica a fin de estar en sintonía con los
intereses del Papa y que este importante documento no solo no quede en el
olvido, sino que podamos sacar enseñanzas provechosas que nos permitan conocer
y vivir mejor nuestra fe.
En la antigüedad, dice el Papa, el mundo
pagano desarrolló el culto al Sol. El hombre intuía los beneficios que vienen
con él: luz, calor… Sin embargo esa luz no es capaz de iluminar toda la
existencia del hombre. Aunque se consideraba poderoso al sol, dice San Justino, “no se ve que haya
alguien dispuesto a morir por su fe en el sol”.
Con Cristo sí queda iluminada toda la
realidad: nos muestra quién es Dios, quien es el hombre mismo, para qué está en
el mundo, de donde viene y adónde va. Pero para poder ver esas verdades es
preciso creer, la fe es necesaria. La fe nos ilumina el entendimiento, es una
luz que nos permite conocer más allá de lo que nos permiten nuestros ojos.
2) Para pensar
Si el hombre pierde de
vista hacia dónde dirige su vida, será fácil que quede atrapado y perdido en
cualquier lugar.
Cuentan del gran escritor
inglés Chesterton que era muy despistado. En una ocasión que iba viajando en
tren, el revisor le pidió su boleto. Chesterton empezó a buscarlo pero no lo
encontraba. Revisaba todos sus bolsillos y no lo hallaba. Se iba poniendo cada
vez más nervioso, comenzando a sudar. Entonces el revisor, que lo conocía, le
dijo: “Tranquilo, no se preocupe, no le voy a cobrar otro boleto”. Pero el
escritor le repuso: “No me importaría pagar otro boleto; lo que me preocupa y
mucho, es que he olvidado a dónde voy”.
La fe nos da esa luz que hace que no nos
perdamos por los mil caminos que tiene la vida.
3) Para vivir
Aunque algunos han
contrapuesto la fe a la verdad, como el pensador Nietzsche, ello no es así.
Precisamente porque la verdad es muy amplia, requerimos de la fe para que,
junto con la razón, logremos alcanzarla. El beato y próximo santo Juan Pablo II
lo recordaba en una de sus encíclicas que hay que tener muy presente hoy en día:
“La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se
eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del
hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para
que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí
mismo” (Introducción, “Fe y razón”).