Versión al castellano: Zenit
Usted entró en el noviciado de la Compañía de Jesús a los 20 años en Madrid. ¿Por qué y cuándo fue el cambio a Camboya?
- Monseñor Enrique Figaredo Alvargonzález: Yo buscaba un
encuentro con Dios y lo tuve en mi noviciado, cuando
estaba estudiando filosofía. Pero cuando acabé la carrera económica, mi
razonamiento era que quería poner los rostros a esos números que había
estudiado, así que le dije a mi provincial que quería ser
voluntario para refugiados y aprender de esas personas. Pensé que los
refugiados eran los que me iban a enseñar cómo es ese Jesús, ese Cristo
sufriente. Estaba preparado para cualquier cosa y de repente me llegó
una carta de Bangkok, del Servicio Jesuita para los Refugiados: “Te
esperamos aquí el 1 de septiembre”. Esa carta llegó en mayo, todavía no
había hecho los exámenes de fines de carrera y bueno, me puso muy
nervioso…
Además Camboya estaba aún en guerra…
-Monseñor Figaredo: Sí, sí…tuve que mirar en el mapa cómo era
aquello. Las primeras fotos que vi de camboyanos estaban todos con el
'cromá', con esta prenda que llevo. El cromá es un pañuelo, un fular que
en Camboya es multiusos; se usa tanto para el sudor como para taparte
del sol, como toalla, o como hamaca para que duerman los pequeños. Si
tuviéramos que escoger un símbolo de Camboya para identificar al pueblo, tendríamos que escoger al cromá. Entonces, cuando yo llevo
este cromá es un poco como llevar a Camboya conmigo.
Usted llegó en septiembre de 1985 a una Camboya que estaba en guerra, ¿cuál fue su primera impresión?
-Monseñor Figaredo: Bueno, primero miedo... muerto de miedo. Cuando fui
a los campos de refugiados fue una odisea. Había que pasar 5
controles militares y cada vez que pasabas uno de ellos, las cosas
se hacían más oscuras: los militares vestidos de negro, poco
sonrientes, te pedían tus papeles de una manera muy violenta. Cuando
llegué a la puerta de campo de refugiados (eso nunca lo olvidaré) se
abrió el paso a nivel y entramos. De repente vi niños, muy mal
vestidos, descalzos, ¡pero alegres! Recuerdo mucha alegría, vida…vida,
vida en plenitud, aunque vivían encerrados en un campo de refugiados,
digamos como prisioneros de guerra.
¿Y qué pasó entonces?
-Monseñor Figaredo: Entonces fui a visitarles y me recibió Jhaimét,
que era el jefe, el líder de ellos. Me acuerdo muy bien: estaba de
pie con sus muletas, le faltaba una pierna, la otra la tenía malherida y
le faltaba un ojo. Yo no hablaba en camboyano, pero había un chico que
me tradujo. Me dijo: “he oído que vienes a ayudarnos”, y yo (muerto de
miedo), “sí, sí…”. “Pues no te preocupes, te diré que es lo que
necesitamos”. En ese momento sentí una paz impresionante, por decir
así, la voz de Dios era Jhaimét que me decía: “no te preocupes, aquí te
acogemos, te queremos…”
Camboya
es un país de una mayoría budista, o sea que en estos campos de
refugiados, la mayor parte de la gente también son de religión budista
¿no?
-Monseñor Figaredo: Sí, sí, mayoritariamente budistas. Por supuesto
que hay católicos, pero pocos. Además la guerra se encargó de que
desaparecieran. Mucha gente fue asesinada: sacerdotes, obispos, todo el
mundo… En los campos quedaba como un pequeño resto de Israel, de
cristiandad, pequeñas familias, muchas veces sin cabeza de familia. En
la mayoría era una viuda; a veces no había ni esa cabeza de familia,
eran hijos de católicos pero sin gran formación y ellos también
requerían una ayuda especial.
En la ceremonia de toma de posesión de la Prefectura
Apostólica, hubo una superviviente que dio su testimonio y habló de la
iglesia de Camboya como “una iglesia que en los últimos 30 años había
sido una iglesia de lágrimas y sangre”. Se refería a la persecución de
los Khmer rojos de Pol Pot, a lo que está usted haciendo referencia...
¿La iglesia de Camboya es una iglesia mártir?
-Monseñor Figaredo: Sí, es una iglesia mártir. La iglesia de Camboya
fue arrasada totalmente. Todos nuestros líderes, como le decía antes,
los obispos, los sacerdotes, las religiosas, los muchos catequistas
fueron asesinados. El que no fue asesinado murió de hambre o de
enfermedad y la comunidad quedó muy mal. Hoy en día tenemos 2 sitios
en Camboya en donde nos acordamos de los mártires. El 7 y el 8 de mayo
nos acordamos de ellos. Pero en la memoria de estos mártires también
crecemos en la fe, porque han sido personas que murieron con la fe viva. El
obispo Paul Tep Im Sotha, primer prefecto apostólico de Battambang, al
que yo sucedo, 2 días antes de morir celebró una misa, dio la
bendición a todos y les dijo: “malos tiempos vienen, cuidad de vuestra
fe, cuidad la fe de unos a otros”. Se acabó la misa, salió en coche y lo
asesinaron. El obispo Joseph Chhmar Salas, de Phnom Penhg fue nombrado
obispo cuatro días antes de que los Jemeres Rojos entraran en Phnom
Penhg; su obispado fue en los campos de los arrozales…
…Que eran como campos de concentración, hay que explicar eso ¿verdad?
-Monseñor Figaredo: Eso es, y en esos campos de concentración él
ejercía de pastor y visitaba a los católicos. Rezaba y celebraba la
eucaristía con muchísimas limitaciones, pero lo hacía. Cuidaba de su
gente como una persona pobre y terminó muriendo de hambre y de
enfermedad. Después de su muerte, su cruz pectoral la recogieron sus
padres, y la gente se reunía a rezar en torno a la cruz pectoral del
obispo Salas.
Un testimonio que a usted le debe dar mucha fuerza ahora que
si bien ya no es --gracias a Dios--, una iglesia mártir, aún sigue
siendo una iglesia que sufre necesidad…
-Monseñor Figaredo: Así es. Después de Pol Pot vino un régimen
comunista pro-vietnamita que hizo sufrir mucho a la gente, que no dio
libertad religiosa, por lo que las personas siguieron padeciendo y sufriendo en
pobreza y sufriendo por libertad. Y bueno, la memoria de todos nuestros
mártires nos da mucha fuerza porque los hemos visto entregándose en el
sufrimiento, y nuestros católicos también han pasado por muchísimo
sufrimiento y hoy dan testimonio con su vida.