Fuente: AICA (texto completo en este enlace)
Ante el clima de enfrentamiento y confrontación muy marcados que viven
los argentinos, el obispo de San Isidro, monseñor Oscar Ojea, consideró
necesario hacerse eco del lema que, providencialmente, el papa Benedicto
XVI propuso para la próximo Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará
el 1º de enero de 2013: "Bienaventurados los que buscan la paz".
“La bienaventuranza que leemos en el evangelio nos habla de la paz
como un trabajo: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se
llamarán Hijos de Dios». Se trata de una realidad a construir, una
realidad que no solamente no está dada, sino que siempre necesita
atención, que siempre necesita que la alimentemos. Allí es donde
interviene nuestra libertad”, subrayó en su mensaje de Navidad.
El prelado estimó que “El Adviento, con la esperanza de Jesús
viniendo a nuestro encuentro, es una buena oportunidad para arrancar los
yuyos del corazón y remover la tierra en torno a la reconciliación para
que vuelva a florecer con una fuerza nueva en nosotros”.
Tras preguntarse dónde necesita ser construida la paz, respondió que
“en primer lugar, en el propio corazón; allí es donde comienza el
camino y el trabajo por la paz, tratando de establecer la concordia con
nosotros mismos, con los demás y con Dios”.
“El trabajo en favor de la paz continúa con los hermanos. Primero
con los más cercanos, buscando con nuestros familiares, amigos,
compañeros y vecinos los acuerdos y los puntos de encuentro. Tratar de
comprender sus puntos de vista y acompañarlos en sus necesidades es una
manera concreta de trabajar por la paz en nuestro entorno”, agregó.
El obispo sanisidrense indicó, además, que “el círculo más amplio es
el de la paz social de los argentinos. Allí el panorama es complejo:
estamos divididos, enfrentados, sospechamos unos de otros, creando un
clima de desconfianza en el que no logramos ponernos de acuerdo en
proyectos comunes. El horizonte se presenta bastante amenazador si no
comenzamos a trabajar decididamente por la paz”.
“Tenemos una terrible experiencia histórica de violencia y
enfrentamiento entre nosotros, que viene de muy lejos. Se trata de una
vieja herida mal curada que vuelve a abrirse y sangra. Hoy revivimos
viejos conflictos que nos han enfrentado, heridas que no han
cicatrizado”, lamentó.
Asimismo, advirtió que “han aparecido nuevas formas de violencia que
han empezado a cobrarse vidas a través de la inseguridad, que nos
afecta a todos, en especial a los más pobres. Nuestros chicos mueren en
los barrios sin que sus nombres ni las circunstancias de sus muertes
aparezcan en los diarios”.
“Muchos jóvenes atrapados por la droga viven sin presente y sin
futuro. La experiencia de estar junto a ellos nos revela la situación
más compleja y desafiante que debemos enfrentar como argentinos. Se
trata de una herida grave, que no puede ser negada por la nostalgia del
pasado ni ocultada por la huida a un futuro ilusorio, ya que tiene la
fuerza de algo presente y actuante. Es una enfermedad de mal pronóstico,
pero ni aún este grave problema que tenemos logra unirnos como pueblo”,
aseveró.
Monseñor Ojea sostuvo que “no podemos detenemos excesivamente en las
divisiones que nos impiden avanzar. Hoy esta falta de reconciliación es
nuestra herida social, y a las heridas hay que aceptarlas, atenderlas y
curarlas. Si uno las está tocando todo el tiempo, finalmente se
infectan y el mal es más grave. Sin ignorar nuestra herida, tenemos que
seguir adelante, mirando bien todos los signos de vida y salud de
nuestro cuerpo social: las iniciativas solidarias de los jóvenes, las
acciones en bien de los hermanos que mucha gente buena inicia y
sostiene, las grandes posibilidades de crecimiento que tenemos como
nación. El suelo en el que crece la paz es el de la verdad, la justicia y
la reconciliación, que son las condiciones para que sea fuerte”.
“Sería bueno reflexionar sobre cómo nos tratamos unos a otros;
nuestro lenguaje, silencios y descalificaciones impiden que nos
escuchemos y vamos perdiendo el ejercicio del diálogo. ‘Bienaventurados
los que buscan la paz’, que es una recompensa en sí misma, pero además
‘porque seremos llamados Hijos de Dios’. Precisamente, Jesús, el Hijo de
Dios que nace esta Navidad es ‘Príncipe de la Paz’. Que Él nos enseñe a
trabajar por la paz, para que podamos reconocernos unos a otros, todos
los hombres y mujeres, como hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Que
María nos reúna en la familia de hermanos que somos, y que san Isidro,
que sabía del trabajo de la tierra, nos enseñe a cultivar la paz en
nosotros y entre nosotros”, pidió en el final.