Más de ciento cincuenta mil personas han asistido el 17 de febrero en la Plaza de San Pedro al penúltimo ángelus de Benedicto XVI antes de dejar el pontificado. El Papa, que se asomó a la ventana de su estudio a mediodía, centró su meditación dominical en la Cuaresma, “tiempo de conversión y de penitencia en preparación a la Pascua”.
“La Iglesia, que es
madre y maestra - ha dicho- llama a todos sus miembros a renovarse en el
espíritu, a reorientarse decididamente hacia Dios, renegando el orgullo
y el egoísmo para vivir en el amor. En este Año de la Fe, la Cuaresma
es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio base
de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto implica siempre una
lucha, un combate espiritual, porque el espíritu del mal, naturalmente,
se opone a nuestra santificación, y trata de desviarnos del camino de
Dios. Jesús, después de haber recibido la “investidura” como Mesías,
“ungido por el Espíritu Santo, en el bautismo en el Jordán, fue
conducido por el mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el
diablo. Al comenzar su ministerio público, Jesús tuvo que desenmascarar y
rechazar las falsas imágenes de Mesías que el
tentador le proponía. Pero estas tentaciones son también falsas imágenes
de hombre, que en todo tiempo acechan a la conciencia, disfrazándose de
propuestas convincentes y eficaces, e incluso buenas”.
El núcleo central de
estas tentaciones, ha explicado Benedicto XVI “consiste siempre en
instrumentalizar a Dios para los propios fines, dando más importancia al
éxito o a los bienes materiales. El tentador es astuto: no instiga
directamente al mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que lo que
cuenta es el poder y la satisfacción de las necesidades primarias. De
este modo, Dios pasa a ser secundario y se reduce a un medio;en
definitiva se hace irreal, no importa, se desvanece. En último análisis,
en las tentaciones está en juego la fe, porque está en juego Dios. En
los momentos decisivos de la vida, pero - pensándolo bien -en todo
momento, nos encontramos frente a una encrucijada: ¿Queremos seguir al
yo o a Dios? ¿Al interés individual o al verdadero Bien, a aquello que
es “realmente” bueno?.”
“Como nos enseñan los
Padres de la Iglesia, las tentaciones forman parte del “descenso” de
Jesús a nuestra condición humana, al abismo del pecado y de sus
consecuencias. Un “descenso” que Jesús recorrió hasta el final, hasta la
muerte de cruz y el infierno de la extrema lejanía de Dios”, pero como
afirma San Agustín, “Jesús ha tomado nuestras tentaciones para darnos su
victoria. ¡No tengamos miedo de afrontar, también nosotros, el combate
contra el espíritu del mal!: lo importante es que lo hagamos con Él, con
Cristo, el Vencedor”, ha concluido el pontífice.
Después de la oración
mariana el Papa ha agradecido a todos la oración y el afecto que ha
sentido estos días. “Os suplico- ha dicho- que continuéis rezando por mí
y por el próximo Papa, así como por los Ejercicios espirituales que
empezaré esta tarde junto a los miembros de la Curia romana”. También ha
saludado a la “amada ciudad de Roma”, ya que entre las personas que
llenaban la Plaza de San Pedro se encontraba una delegación del
municipio encabezada por el alcalde.