Nota original: Hugo Ochipinti para Gaudium Press
Hace unos días me encontré con un problema difícil de responder. Era
algo tan sencillo pero que me enredó la cabeza por varias horas de
pensamiento suelto.
Domingo es un día que de por sí es muy tranquilo, el periodo de
descanso. Fuera de un religioso o un sacerdote, para los cuales es el
día de más actividad pues es la jornada en que más se sacrifican por el
bien de las almas, para un fiel es un día sosegado.
En uno de esos domingos calmos y soleados, después de escuchar Misa
por la mañana fui a pasear a un parque en las afueras de la ciudad.
Sentado me fijaba en la naturaleza que Dios creó, y mis ojos cayeron
sobre una hoja en el suelo que se movía... Las hojas no se mueven
-pensé- y analizando la hoja vi que por debajo de ella había una
diminuta hormiga, que con una fuerza extraordinaria llevaba sobre sí ese
objeto 10 veces mayor que él. Era una hormiga roja, muy pequeña, de una
especie rara para mí pues no era como las que solía ver en la ciudad. Y
no era una sola, pues hasta ese momento no me había dado cuenta de que
era una fila interminable de ellas que iban y venían a lo largo de mi
campo visual. Como es obvio en un extremo estaría el hormiguero, fin
último del "paseo" y el otro extremo era un árbol del cual estaban
extrayendo los pedazos de hojas.
Al principio mi curiosidad cayó sobre el tipo de hormiga que nunca
antes había visto, si bien que son cosas a las que no se dan mucha
importancia, pues es un ser tan insignificante que la mayoría de las
veces pasa desapercibido, pero luego quedé admirado con la capacidad de
organización y orden de estos insectos. Parecían un escuadrón bien
ordenado de trabajadores. Luego me vino la cabeza como son incontables.
Estas son unas de las mil y mil millones de hormigas que existen en el
mundo, de las que existieron y que existirán. Me saltó la duda ¿para que
Dios creó tantas hormigas? En la catequesis me enseñaron que Dios se
manifiesta a través de la Creación, pero ¿con qué fin creó tantos
animales muchos de los cuales jamás el hombre los podrá conocer? Imagine
un tucán nacido en el interior del Amazonas, en zonas en donde el
hombre jamás llegó y que morirá sin ser conocido por él ¿qué fin tiene?
¿Será que Dios me quiere dar una lección?
Pensando en estos problemas, en cierto momento como si fuese un
"flash" fotográfico se iluminó mi mente con el siguiente pensamiento. Todas las cosas expresan de algún modo la infinita perfección de
Dios. Cada ser que existe es un mensaje de Dios que me dice: "Hijo mío, a
través de las hormigas reflejo el orden y la laboriosidad que existe en
mí en un grado infinitamente superior. La belleza de todos los tucanes,
la delicadeza de todos los colibrís, la fuerza de todos los leones que
existieron, existen y existirán me reflejan a Mí. Y sumando todas esas
cualidades que existirán a lo largo de toda la historia no son sino una
pálida idea de lo que Yo soy realmente, y de lo que verás en el convivio
eterno conmigo en el cielo".
En ese instante me cayó a la cabeza el recuerdo del Evangelio leído
ese mismo día en el cual Nuestro Señor Jesucristo decía "¡Jerusalén,
Jerusalén ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina
reúne a sus pollitos bajo las alas, y no habéis querido!" (Cf. Mt.23,
37) y entendí mejor como Dios quiere manifestarnos su grandeza, su
bondad y cariño y que sólo de nuestra parte falta querer, observando con
ojos sobrenaturales la riqueza de la creación que colocó a nuestro
alrededor.