sábado, 1 de junio de 2013

Un Encuentro Inesperado (la Historia de un Rosario)

Autor: Padre José Martínez Colin

Cuando Jim le dijo a su esposa que casualmente se había encontrado con un personaje, su esposa le aclaró que nada era casual, sino “causal”, es decir, todo tiene su causa y es para algo. Efectivamente, no era casualidad su encuentro inesperado con la madre Teresa de Calcuta.


Fue hace años cuando Jim Castle abordó el avión en 1981. Estaba muy cansado después de una semana llena de reuniones y se disponía a descansar en su asiento. Cerró los ojos y oía cómo los pasajeros pasaban, y el ruido de los equipajes. Pero de repente, hubo un silencio total... Jim volteó para ver qué pasaba y se quedó boquiabierto. Por el pasillo, venían dos monjas vestidas en hábitos blancos con un borde azul. Reconoció la cara que estaba en la portada de la revista TIME y aparecía con frecuencia en la televisión: una piel arrugada, pequeña, ojos cálidos... Las dos monjas se detuvieron y Jim se sorprendió que su compañera de vuelo sería precisamente la propia Madre Teresa de Calcuta.

Ya acomodados, la Madre Teresa y su compañera sacaron sus rosarios. Cada decena de cuentas, tenía diferente color. La madre le aclaró: “Cada decena representa varias áreas del mundo… Rezo por los pobres y moribundos de cada continente”.

Comenzó el vuelo y las dos monjas comenzaron a rezar en voz baja. Aunque Jim no se consideraba católico practicante, inexplicablemente se encontró envuelto en el rezo.

Cuando terminaron, la Madre Teresa se volvió hacia él y una sensación de paz lo envolvió: “Joven, ¿rezas el Rosario frecuentemente?” Él tuvo que admitir que no lo hacía. Ella tomó su mano, y mirándolo a los ojos, sonrió: “Bueno, lo harás de ahora en adelante”, mientras dejaba su Rosario en la palma de la mano de Jim.

Más tarde, en el aeropuerto, Jim le explicaba a Ruth, su esposa, lo ocurrido, y por qué traía un Rosario en la mano: “Es como encontrarse con una verdadera hermana de Dios”.

Meses más tarde, visitaron a Connie, una amiga que tenía cáncer. “Voy a luchar y no me daré por vencida”, decía Connie a Jim. Entonces Jim le contó sobre su encuentro con la madre Teresa y el rosario: “Quédatelo, puede que te sirva”. Connie le contestó: “Gracias, espero poder regresártelo”.

Después de un año... Connie lo visitó: “Lo mantuve conmigo todo el tiempo… El médico dijo que no sería fácil, he tenido cirugía, quimioterapia; pero el mes pasado, me hicieron otra cirugía, y el tumor ¡ha desaparecido!”, por eso te regreso agradecida el Rosario”.

En el otoño de 1987, Liz, cuñada de Jim, cayó en una gran depresión por problemas matrimoniales. Le pidió prestado el rosario. Lo puso junto a su cama y cuando se sentía deprimida, lo tomaba, rezaba el Rosario y sentía que no estaba sola: “Era como si una mano me consolaba”, le dijo. Gradualmente, Liz mejoró su vida, y regresó también el Rosario a Jim.

Después, una noche de 1988, un amigo le llamó por teléfono: tenía a su mamá en coma y le pedía el Rosario. Tenía la esperanza que con éste Rosario su mamá pudiera morir en paz; y así fue: “La enfermera nos dijo que mi mamá podía oír; entonces le expliqué la historia de este Rosario y fue como si su semblante se relajara, lo sujetó todo el tiempo, hasta que minutos más tarde, se nos fue”.

El poder del rosario está en la intercesión de la Virgen María ante Dios. Frecuentemos este rezo con la seguridad de ser escuchados.