Con frecuencia se oyen veces pidiendo más participación de la mujer no sólo en la vida eclesial ordinaria, sino en ministerios jerárquicos, con la posibilidad de la ordenación sacerdotal, como lo hacen algunas confesiones no católicas. Cerrarles esta puerta es juzgado como una discriminación, una cerrazón a los nuevos tiempos, un machismo que ya debería ser superado.
Es
verdad que, en general, son las mujeres quienes más participan en las
celebraciones, en las catequesis, en las diversas áreas de la pastoral
social. Son quienes más se acercan al sacramento de la reconciliación.
Son las más disponibles para muchas de las iniciativas parroquiales. Su
presencia siempre ha sido significativa. Sin embargo, no es esto lo que
se pide. Se exige la ordenación no tanto para el diaconado, sino para el
presbiterado y el episcopado. No faltó algún despistado sacerdote,
seducido por su propaganda mediática, que dijo que llegará el tiempo en
que habrá una mujer como Papa.
Que las mujeres siempre han
desarrollado variados servicios, todos lo constatamos. Mi abuela fue
líder religiosa en mi pueblo, durante mi infancia. Una tía fue la única
catequista del lugar. Sin ellas no habría vida y movimiento en muchas de
nuestras parroquias. Todavía falta camino para avanzar en algunas
poblaciones indígenas, pero poco a poco los varones van reconociendo que
ellas también valen, que son inteligentes y que pueden servir en muchas
tareas pastorales, indispensables para el crecimiento de la vida
cristiana en las comunidades.
Iluminación
Al respecto, dijo el Papa Francisco en su vuelo de Brasil a Roma: “Una
iglesia sin las mujeres es como el Colegio Apostólico sin María. El
papel de la mujer en la Iglesia no es sólo la maternidad, sino que es
más fuerte: es como el icono de la Virgen, Nuestra Señora; ¡aquella que
ayuda a crecer a la Iglesia! ¡Piensen que Nuestra Señora es más
importante que los Apóstoles! ¡Es más importante! La Iglesia es
femenina: es Iglesia, es esposa, es madre. No se puede entender una
Iglesia sin las mujeres, pero mujeres que estén activas en la Iglesia,
con sus perfiles, que llevan adelante. En la Iglesia, debemos pensar en
la mujer en esta perspectiva de opciones arriesgadas, pero como mujeres.
Esto se debería explicar mejor. Creo que no hemos hecho todavía una
profunda teología de la mujer.
Compromiso
Pastores y fieles debemos revisar
nuestra apertura a esta mayor participación de las mujeres en los
consejos parroquiales, en los centros de formación teológica, en la
preparación de los futuros sacerdotes, en cargos pastorales no sólo
parroquiales, sino también diocesanos e internacionales, etc.
Lamentamos que haya mujeres que
se resisten a recibir la comunión eucarística de manos de una mujer,
incluso de una religiosa, pero la aceptan sólo de manos de un sacerdote.
Con paciencia y comprensión, hemos de educarles y educarnos en el plan
de Dios para la mujer, que de ninguna manera es discriminatorio, aunque
sí distribuye los servicios en forma diferenciada. Sólo a las mujeres
confió la gran dignidad y el enorme servicio de ser madres.
En definitiva, como recordaba Juan Pablo II, "el
único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad (cf. 1 Cor
12-13). Los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros,
sino los santos" (22-V-1994). A ser santos hemos de aspirar todos, y es más santo quien más ama, quien más sirve a los demás.