jueves, 5 de diciembre de 2013

Un Tiempo Retenido

Nota original: Roberto O'Farrill para Ver y Creer

Dios ingresó a nuestro mundo en la noche de Navidad, en el tierno niño del pesebre de Belén, en un acontecimiento tan grande que Dios quiso prepararlo durante siglos y anunciarlo por boca de los profetas para despertar en nosotros un tiempo de espera de este acontecimiento tan lleno de un misterio que nos sobrepasa, pero tan claro para todos en la historia de la humanidad. Los hombres de antes de la Navidad se preguntaban acerca de las diversas profecías: ¿Cómo es que vendrá como hijo de hombre? ¿Cómo podrá nacer de una virgen? porque toda profecía no es clara hasta que se cumple. Aquel fue el primer Adviento, el primer tiempo de espera en la llegada del Mesías al mundo.

El pasado domingo primero de diciembre inició el Adviento, un tiempo litúrgico que actualiza aquella preparación a la llegada del Mesías. Así lo expresó el papa Francisco durante el rezo del Ángelus en la plaza de San Pedro: “Este día tiene un encanto especial porque nos hace sentir profundamente el sentido de la historia. Volvemos a descubrir la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y su misión, y toda la humanidad, los pueblos, civilizaciones, culturas, todos en un viaje a través de los caminos del tiempo. Al igual que en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de partir, de levantarse, de recuperar el sentido de la meta de la propia existencia, así para la familia humana es siempre necesario renovar el horizonte común hacia el que nos encaminamos. El mejor modelo a seguir para caminar por la vida es la Virgen María en el momento del Magnificat. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y activa vigilancia”.


El tiempo del Adviento, de cuatro semanas previas a la celebración de la Navidad, busca impulsar a todo creyente a meditar en este gran misterio y a contemplar a Jesús que nació en la humildad de un establo y en una pobreza en la que se manifiesta la gloria del cielo.
Pero el Adviento es también un tiempo en el que se unen pasado, presente y futuro, como explicó san Bernardo, hace casi 900 años, en su sermón para Adviento: “Justo es, hermanos, que celebren con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no piensen únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10), sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagan objeto de sus continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en sus corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda! Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres. En la última, ‘todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron’ (Lc 3,6; Is 40,5). La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad. Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo”.
El Adviento también nos hace ver que la nuestra es una generación que vive en la espera del regreso del Señor, como lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica en su párrafo 673: “Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente, aun cuando a nosotros no nos ‘toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad’ (Hch 1,7). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento, aunque tal hecho y la prueba final que le ha de preceder estén ‘retenidos’ en las manos de Dios”.
En efecto, nadie conoce el día ni la hora porque es un tiempo que, como vuelve a explicar el Catecismo, en su párrafo 674, Dios soltará “antes del regreso de Cristo” cuando “la Iglesia deba pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes”. Mientras tanto, vivimos en un tiempo que es retenido por la mano de Dios.