sábado, 1 de septiembre de 2012

La Búsqueda de la Felicidad y la Teoría de los Conjuntos

Nota original: Saúl Castiblanco para Gaudium Press

Dice Santo Tomás, en un pensamiento lleno de significado y sujeto a mil profundizaciones, que los seres creados (que son imperfectos si se consideran individualmente), unidos en la armonía del universo constituyen un conjunto perfecto. "Así, la perfección de cualquier cosa considerada en sí misma es imperfecta, por ser parte de la perfección del universo entero, resultante de la reunión de las perfecciones de las cosas singulares", afirma el Aquinante en De Veritate (q.2 a. 2).


Perfecto es el universo en el sentido de que constituye un reflejo adecuado del Creador.
La grandeza del Creador tenía que reflejarse en un conjunto, en conjuntos, pues los meros seres individuales, aún los más perfectos, no lograrían ese cometido de una manera acabada. Dios, "pensó el orden del universo consistente en la disposición diferenciada de las cosas", expresa Santo Tomás en la Suma Teológica (I, q. 44, a. 3) Muchas cosas, infinidad de cosas, diferentes, y ordenadas armónica y jerárquicamente: Ese es el universo en el cual Dios quiso reflejarse; la grandeza de Dios no permitía otra cosa.

Por ello hace muy mal el monomaníaco, y es fácil serlo.

El monomaníaco está fundamentalmente errado, porque poseyendo la sed de infinito que todos los hombres tienen (sed de infinito que no es otra cosa sino sed de Dios, aunque el monomaníaco no lo sepa), en lugar de buscar a Dios equilibrada y desinteresadamente en el conjunto de los seres, en el conjunto de la creación, va detrás solo de ése o de esa línea que le proporcionó un placer que juzgó completamente satisfaciente, o que por lo menos le dio engañosamente esperanza de ello.

El monomaníaco va como cautivo detrás del placer que le produce su manía, y no busca verdaderamente a Dios; él procura exclusivamente su placer, su egoísmo. La persona que solo marcha detrás de algo, de un tema, de un objeto, de un estilo, ciertamente probó con suma delectación la fruición que ese algo le produjo, e hizo de ello su fin absoluto, su adicción. Iluso es, pues allí no encontrará la felicidad que anhela, sino que llegará a la esclavitud y la amargura.

Entretanto, y así como todo habitante de esta tierra de exilio, el monomaniaco tiene también al alcance la solución para enderezar su vida: contemplar y amar a Dios desinteresadamente en el conjunto de la creación, en los conjuntos, lo que -si se hace con rectitud de intención- le generará un placer bueno, profundo, espiritual, que no saciará su sed de infinito por entero, pero que sí lo irá encaminando hacia el Creador y le irá dando noticia de Él.

Las anteriores consideraciones ya nos generan una prevención, que es contra los placeres extremos: ¡Cuidado! Ellos son comúnmente la trampa que conduce al hombre en pecado original hacia la monomanía y al egoísmo, hacia el vicio y la frustración. El hombre detrás del placer sensible extremo es ya un hombre aprisionado, extraviado, tiranizado. El hombre-placer-extremo es caldo de cultivo, por ejemplo, para la esclavitud de la drogadicción.

Si es natural, legítimo y hasta querido por Dios sentir un casto deleite observando un bello atardecer, el monomaníaco que fruyó con ansia desmedida ese mismo atardecer fácilmente podrá tornarse "maníaco de los atardeceres", despreciando en definitiva a Dios que también se manifiesta en los amaneceres, en los cénit, a Dios que dejó su huella también las montañas, en las llanuras, en todos los demás paisajes, en el mar, en los hombres que son no solo vestigio sino semejanza de Dios, en fin, a Dios que se "siente" de forma completa en todo el conjunto de la Creación ...

Podría decirse al monomaniaco: oye tú extraviado, que hiciste de un objeto o de un aspecto tu Dios, tienes razón en decir que sentiste al Infinito en ese objeto, porque en él hay un vestigio de Dios, pero ese objeto no es Dios.

¿Quieres salir de tu cárcel, ¡oh monomaníaco!, tú que ya has probado las amargas hieles de la decepción o tal vez del vicio? Busca a Dios en el conjunto de la creación. Rechaza como veneno, las monomanías y busca los conjuntos. El procurar el conjunto ya te ayudará a ir recuperando el equilibrio, te irá dando la paz, te irá desapegando de los objetos individuales, y te irá ayudando a ver a Dios más que a las creaturas, produciendo en ti un verdadero y sano deleite.

Y de entre esos conjuntos, sobre todo, admira y deléitate con ese "conjunto" maravilloso que es la Iglesia, pináculo de los conjuntos, Iglesia a través de la cual Dios nos envía por medio de sus sacramentos su gracia, su fuerza, sin la cual el hombre caído no puede resistirse a la tentación de los placeres extremos monomaníacos egoístas, sin la cual el hombre no tiene la templanza para poder ir -libre y admirativo- del canto de un canario, a una puesta de sol, o a la admiración de una fisonomía humana que refleja grandeza, para luego regresar sin apego a la admiración del canario. ‘Iglesia-conjunto' a cuya cabeza está todo un Dios, que a la vez es Hombre, que igual que su Madre Santísima, también contemplaba los conjuntos de su creación, y todo lo recogía y guardaba en su corazón.