Dice Santo Tomás, en un pensamiento lleno de significado y sujeto a mil
profundizaciones, que los seres creados (que son imperfectos si se
consideran individualmente), unidos en la armonía del universo
constituyen un conjunto perfecto. "Así, la perfección de cualquier cosa
considerada en sí misma es imperfecta, por ser parte de la perfección
del universo entero, resultante de la reunión de las perfecciones de las
cosas singulares", afirma el Aquinante en De Veritate (q.2 a. 2).
Perfecto es el universo en el sentido de que constituye un reflejo adecuado del Creador.
La grandeza del Creador tenía que reflejarse en un conjunto, en
conjuntos, pues los meros seres individuales, aún los más perfectos, no
lograrían ese cometido de una manera acabada. Dios, "pensó el orden del
universo consistente en la disposición diferenciada de las cosas",
expresa Santo Tomás en la Suma Teológica (I, q. 44, a. 3) Muchas cosas,
infinidad de cosas, diferentes, y ordenadas armónica y jerárquicamente:
Ese es el universo en el cual Dios quiso reflejarse; la grandeza de Dios
no permitía otra cosa.
Por ello hace muy mal el monomaníaco, y es fácil serlo.
El monomaníaco está fundamentalmente errado, porque poseyendo la sed
de infinito que todos los hombres tienen (sed de infinito que no es otra
cosa sino sed de Dios, aunque el monomaníaco no lo sepa), en lugar de
buscar a Dios equilibrada y desinteresadamente en el conjunto de los
seres, en el conjunto de la creación, va detrás solo de ése o de esa
línea que le proporcionó un placer que juzgó completamente
satisfaciente, o que por lo menos le dio engañosamente esperanza de
ello.
El monomaníaco va como cautivo detrás del placer que le produce su
manía, y no busca verdaderamente a Dios; él procura exclusivamente su
placer, su egoísmo. La persona que solo marcha detrás de algo, de un
tema, de un objeto, de un estilo, ciertamente probó con suma delectación
la fruición que ese algo le produjo, e hizo de ello su fin absoluto, su
adicción. Iluso es, pues allí no encontrará la felicidad que anhela,
sino que llegará a la esclavitud y la amargura.
Entretanto, y así como todo habitante de esta tierra de exilio, el
monomaniaco tiene también al alcance la solución para enderezar su vida:
contemplar y amar a Dios desinteresadamente en el conjunto de la
creación, en los conjuntos, lo que -si se hace con rectitud de
intención- le generará un placer bueno, profundo, espiritual, que no
saciará su sed de infinito por entero, pero que sí lo irá encaminando
hacia el Creador y le irá dando noticia de Él.
Las anteriores consideraciones ya nos generan una prevención, que es
contra los placeres extremos: ¡Cuidado! Ellos son comúnmente la trampa
que conduce al hombre en pecado original hacia la monomanía y al
egoísmo, hacia el vicio y la frustración. El hombre detrás del placer
sensible extremo es ya un hombre aprisionado, extraviado, tiranizado. El
hombre-placer-extremo es caldo de cultivo, por ejemplo, para la
esclavitud de la drogadicción.
Si es natural, legítimo y hasta querido por Dios sentir un casto
deleite observando un bello atardecer, el monomaníaco que fruyó con
ansia desmedida ese mismo atardecer fácilmente podrá tornarse "maníaco
de los atardeceres", despreciando en definitiva a Dios que también se
manifiesta en los amaneceres, en los cénit, a Dios que dejó su huella
también las montañas, en las llanuras, en todos los demás paisajes, en
el mar, en los hombres que son no solo vestigio sino semejanza de Dios,
en fin, a Dios que se "siente" de forma completa en todo el conjunto de
la Creación ...
Podría decirse al monomaniaco: oye tú extraviado, que hiciste de un
objeto o de un aspecto tu Dios, tienes razón en decir que sentiste al
Infinito en ese objeto, porque en él hay un vestigio de Dios, pero ese
objeto no es Dios.
¿Quieres salir de tu cárcel, ¡oh monomaníaco!, tú que ya has probado
las amargas hieles de la decepción o tal vez del vicio? Busca a Dios en
el conjunto de la creación. Rechaza como veneno, las monomanías y busca
los conjuntos. El procurar el conjunto ya te ayudará a ir recuperando el
equilibrio, te irá dando la paz, te irá desapegando de los objetos
individuales, y te irá ayudando a ver a Dios más que a las creaturas,
produciendo en ti un verdadero y sano deleite.
Y de entre esos conjuntos, sobre todo, admira y deléitate con ese
"conjunto" maravilloso que es la Iglesia, pináculo de los conjuntos,
Iglesia a través de la cual Dios nos envía por medio de sus sacramentos
su gracia, su fuerza, sin la cual el hombre caído no puede resistirse a
la tentación de los placeres extremos monomaníacos egoístas, sin la cual
el hombre no tiene la templanza para poder ir -libre y admirativo- del
canto de un canario, a una puesta de sol, o a la admiración de una
fisonomía humana que refleja grandeza, para luego regresar sin apego a
la admiración del canario. ‘Iglesia-conjunto' a cuya cabeza está todo un
Dios, que a la vez es Hombre, que igual que su Madre Santísima, también
contemplaba los conjuntos de su creación, y todo lo recogía y guardaba
en su corazón.