sábado, 1 de septiembre de 2012

Carta de una Religiosa Argentina desde la Guerra Civil en Siria

Fuente Original: AICA

Desde hace más de un año y medio, la prensa mundial y nacional informa diariamente el drama que vive Siria, donde la guerra civil ha provocado la muerte de miles de personas y la huida de muchos otros miles hacia los países limítrofes.

En medio del tronar de las bombas y del llanto de los niños y las madres, una joven religiosa argentina que está misionando en Siria, la hermana Celina, de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, rama femenina del Instituto del Verbo Encarnado, envió a su familia una carta en la que narra la situación de la gente en el conflicto bélico, su actividad de ayuda a los que sufren, e incluso sus dudas acerca de su permanencia en ese país.

El padre Ricardo Carey, superior provincial del Instituto del Verbo Encarnado, hizo llegar a AICA una copia de esa carta, cuyo texto, por considerarlo de mucho provecho espiritual, se publica a continuación:

La carta

Querida Familia:

¡Hola! ¡Alabado sea Jesucristo! Ya es muy tarde y no puedo dormir, por eso es que me puse a escribir… He dado muchas vueltas en la cama rezando el Rosario pero no hay caso. Los ruidos de las bombas son cada vez más cerca y seguidos. No es que tenga miedo, ¡para nada! Sólo que no puedo dejar de pensar en la pobre gente que está sufriendo. Los padres de familia, las pobres madres desesperadas por proteger a sus hijitos, los jóvenes soldados que están lejos de sus familias y que no saben si van a pasar la noche. En fin… No me queda más que encomendárselos a nuestra Madre del Cielo para que interceda ante Dios y tenga misericordia de todos nosotros. Y por otro lado no puedo dejar de dar gracias a Dios por todo lo que nos da cada día, aun en medio de tanta confusión.

Como todos sabrán, ya hace más de un año y medio que comenzaron los disturbios en el país y hasta el día de hoy no se sabe qué va a pasar. Todo empezó con algunas manifestaciones en distintas partes del país; luego la oposición se fue organizando y tomaron algunas ciudades importantes y hoy en día ya se habla de guerra civil.

La situación se está volviendo caótica. Ahora nos cortan cada vez más horas de luz y lo mismo pasa con el agua. En algunos barrios más populares llegan a pasar hasta 10 horas al día sin luz y como estamos en verano, las temperaturas llegan a 47 grados en el día y por la noche 40. No hay combustible así que de a poco también se va parando el trabajo. El gas está carísimo… Hasta hace unos meses costaba 300 LS [libra siria] la garrafa y ahora cuesta 3.500 LS. Para que se den una idea, el sueldo de un empleado es de unas 8.000 LS al mes y ahora casi la mitad del sueldo lo gasta en una garrafa. Y así está todo de caro, los alimentos, la carne, la fruta y hasta cuesta conseguir pan. La gente está con mucho miedo y triste, sin esperanzas. Hay muchos cristianos que han dejado el país y los pocos que quedan están viendo cómo hacer para irse.

Nosotros seguimos aquí, haciendo presencia y ayudando en lo que se puede. El otro día me preguntaban si tenía sentido seguir en esta misión como estaba la situación y me quedé pensando y le hice la misma pregunta a Dios. No tardó mucho en darme la respuesta. Al rato llegó una señora llorando muy preocupada, pidiendo solo ser escuchada y con el árabe medio atravesado (como lo hablamos) darle un pequeño consejo, una palabrita de consuelo, un apretón de mano.

Después, los jóvenes de la Iglesia nos pidieron si podían venir a quedarse en nuestra casa algunos días para poder hacer algo distinto. Les dijimos que sí e hicimos 3 días de campamento. Aunque no parezca, es muchísimo lo que se puede hacer con la sola presencia, la gente lo valora mucho y para ellos es un ejemplo. Estos mismos jóvenes nos han pedido si pueden hacer Ejercicios Espirituales. Así que también está esa idea, poder hacerles ese bien, para que puedan descubrir la verdad. Para que descubran, en definitiva, a Cristo, el único que merece ser servido, por el cual ¡vale la pena perderlo todo!

Yo estoy bien, ¡estoy muy bien! Tengo una gran tranquilidad y paz en mi alma. Siento la misma felicidad que sentí el día que hice mis votos perpetuos, el día que decidí darle mi vida a Dios para siempre. Y creo que es por eso que estoy tan bien, porque es ahora cuando Él me pide que dé muestras de mi verdadero amor.

La única cosa que me tenía preocupada eran mis padres, sobre todo mi mamá y su precaria salud. He pensado muchas veces en dejar la misión para no hacerlos sufrir a ellos, para que no vaya a ser motivo de que la salud de mi mamá empeore y sin embargo el otro día cuando hablé con ella y le conté la verdad de lo que estamos pasando, me dijo: “Hija, quedate tranquila que yo estoy muy bien. Por mí no quiero que dejes nada y no olvides que lo más importante es la caridad con los demás. No dudes nunca en dar un plato de comida al que lo necesite, aunque tengas que sacarte la comida de la boca. Cuídense y sean prudentes. Dios los cuida y El no va dejar que les pase nada”.

Realmente, las palabras de mi madre me llenaron el corazón y me dieron más aliento para seguir adelante, para darlo todo (¡como ella misma me dijo y me ha enseñado siempre!). Me sentí orgullosa de ser su hija. Por eso también no puedo dejar de dar gracias a Dios por los padres que me regaló.

El mundo podría pensar: ¿qué clase de madre es aquella que prefiere tener a su hija lejos, en un país en guerra, sabiendo que en cualquier momento le puede pasar algo? Ese es el verdadero amor de una madre, un amor desinteresado, que lo da todo ¡sin esperar nada! Estoy más que segura que ella en estos momentos se muere por poder tenerme a su lado, pero entiende mi misión, sabe que es Dios el que me ha puesto en este lugar y es por algo. Sabe que no hemos sido hechos para este mundo, que aquí solo estamos de paso. Y lo más importante de todo esto, es que ella también sabe que hay un premio que vamos a recibir las dos si somos fieles a la voluntad de Dios…

Por eso no tengo ninguna duda que esto que estamos pasando redunda en un bien muy grande. Sé que sus oraciones, dolores y sufrimientos hacen que yo esté bien aquí donde estoy. Y sé también que mis oraciones y sacrificios hacen que ella esté fuerte y bien, a pesar de su enfermedad. ¡Dios no nos deja nunca!

No menos mérito tiene todo lo que hace mi padre. Aunque de modo silencioso y sin expresarlo, sufre igual pero me apoya. ¡Dios les regale el Cielo a los dos porque se lo tienen merecido!

Tampoco puedo dejar de dar gracias por mi otra familia, mi Familia Religiosa. Es muy importante el apoyo que me dan mis superiores y la preocupación que tienen por nosotros. Y también mis compañeros de misión que me edifican con su ejemplo y sus ganas de seguir aquí a pesar de todo lo que pasa.

Bueno, ya me voy despidiendo. Pero antes quiero pedirles dos cosas: 

1. Que no dejen de rezar por nosotros, por nuestra misión, por tanta gente que está sufriendo, por la paz no solo de Siria si no del mundo entero.

2. Que sean agradecidos con Dios por todo lo que nos da. No se queden en las pequeñeces y tonteras del mundo, en lo material, en lo que no llena el alma. Cuando tengan cualquier problema o dificultad sepan que hay otro que la está pasando peor, que hay otro que tiene dolores más grandes, que hay personas que sufren mucho más. Ofrezcan cada cosa de cada día por aquellos que más lo necesitan. Cuiden el alma, porque todo lo demás pasa… Como dijo tan hermosamente San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”

Sepan que los quiero mucho y que los extraño un montón a todos, pero que estoy muy unida a ustedes por la oración. Mientras tanto, Familia mía, porque no nos separemos, llévenme en sus corazones, que en mi corazón los llevo. Dios los bendiga y María los proteja siempre…

¡Un fuerte abrazo hasta lo eterno! Celina.