Hace unos días, tocó a mi puerta una señora
que tiene un cargo en el Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Pensé que por
equivocación o por despiste había venido a parar a nuestra casa, donde no
militamos en el CDR desde hace casi una década. Pero la delgada mujer no
portaba esta vez una de esas citaciones de tono marcial para asistir a una
reunión o para hacer una guardia nocturna. En este caso, la traía ante nuestra
puerta un motivo completamente distinto. Sacó de su bolso un pequeño folleto de
color azul y nos anunció que durante el sábado 8 de septiembre habría
procesiones y misas por la Virgen de la Caridad del Cobre en varias iglesias de
La Habana.
No pude dejar de asombrarme de las vueltas bruscas que da la vida.
Hace apenas unos años, la misma señora era una feroz atea que identificaba a la
religión con la “contrarrevolución”, mientras que ahora nos invita a una
peregrinación católica. Le pregunté si repartir el plegable era una tarea que
le había asignado el CDR y para mayor asombro me aseveró “No, esto es una idea
mía”. ¡Increíble! La vecina que desde su balcón vigilaba hace unos años a todo
el que entrara al edificio con una bolsa o con un nuevo amigo, ahora invoca la
iniciativa de cada cual como algo a respetar. Bueno, el contraste al final me
alegró. Prefiero esta nueva actitud en ella que la anterior, pero no dejo de
preguntarme qué ha ocurrido.
Pues bien, en este año 2012 se celebran los
400 años de la aparición de la imagen de la Virgen de la Caridad, nuestra
patrona. Cachita, como se le conoce popularmente, es muy venerada a lo largo de
toda la Isla y ha trascendido la esfera religiosa para erigirse en un emblema
de cubanía. También está sincretizada en la santería con la deidad conocida
como Oshún. Se le asocia con una serie de atributos que provienen de su imagen
católica, como son el manto dorado, los tres hombres en un bote que aparecen al
pie en sus estampas y el niño que acurruca en sus brazos. Pero además está
ligada a elementos como la zalamería, la
feminidad, el amor y los bailes sensuales, características que provienen de su
contraparte en la religión yoruba. En una Isla ajiaco… nuestra patrona no
podría ser menos.
Una sencilla imagen de la Virgen de la Caridad
fue encontrada en los albores del siglo diecisiete en la oriental bahía de Nipe.
Dos hombres y un adolescente llamados Juan (los tres Juanes) la hallaron
flotando en sus aguas. Así que Cachita, rescatada de entre las olas por
aquellos brazos, vino a convertirse en la María de un pueblo que siglos después
se lanzaría al estrecho de la Florida en balsas, puertas convertidas en
embarcaciones y camiones hermetizados para lograr que flotaran. La Virgen
Mambisa que también estuvo junto a quienes exigían con el filo del machete la
independencia cubana de España, ahora adorna los altares de compatriotas
desperdigados por todo el globo terráqueo. Tiene su ermita en Miami, como tiene
su santuario en Santiago de Cuba… y hasta incontables altares en apartamentos
de Madrid… Cachita fue así nuestra primera balsera, sólo que ella no escapaba
sino que venía, no quería alcanzar otros horizontes sino quedarse para siempre
aquí.
Su templo principal, ubicado en Santiago de
Cuba, se conoce como El Cobre, por la cercanía con yacimientos de ese mineral.
En el salón de entrada de la concurrida Iglesia –la Capilla de los Milagros-
alternan trozos de cabellera dedicados por muchachas que consiguieron casarse
con algún extranjero y zapatitos de bebés desahuciados por la ciencia pero que
lograron sobrevivir. Reposan también brazaletes del Movimiento 26 de julio,
llevados hasta allí por rebeldes que una vez tuvieron escapularios y después
terminaron prohibiéndolos. En una esquina, una cartulina recuerda a los
disidentes encarcelados durante la Primavera Negra de 2003. Únicamente bajo el
manto de Cachita puede convivir una pluralidad así.
El Santuario de El Cobre permanece lleno cada
día, de creyentes de toda una vida y otros que apenas si saben rezar un
padrenuestro. Muchos de esos que se fingieron antirreligiosos mientras fue
pecado ideológico tener en la sala un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús,
ahora se confiesan católicos, santeros, Testigos de Jehová o adventistas del
Séptimo Día. El destape cubano discurre en un sentido muy peculiar y
sorpresivo, va desde el agnosticismo hacia la fe; transita de la duda al credo.
Los crucifijos ya no se guardan bajo las camisas y los altares con santos se
emplazan a la vista pública en las salas de miles de casas. Ha retornado la
costumbre de bautizar a los hijos, después de varias generaciones que no
recibieron ese sacramento. Las bodas por la Iglesia vuelven a estar de moda y
en los hospitales se ha hecho una escena común la aplicación de la
extremaunción. Las clases de catecismo están llenas de niños cuyos padre
tuvieron que aprender en las escuelas cuando pequeños que “la religión es el
opio de los pueblos”. La historia nacional parece haber cerrado un ciclo de
fusiles para comenzar otro de rosarios.
Y no sólo la religión, también la Iglesia como
institución ha ganado terreno en nuestra sociedad en los últimos años. Ha conseguido,
entre otros logros, la posibilidad de abrir un nuevo seminario para formar
sacerdotes. En la televisión nacional se transmiten las misas católicas en
ciertas fechas señaladas y el propio discurso político se ha deshecho de sus
antiguas consignas antirreligiosas. Hasta mi fundamentalista vecina, militante
del Partido Comunista y miembro activa de los CDR, ha regresado a la fe. Ya no
nos llama al trabajo voluntario, sino a la misa; ya no me dice “compañera” sino
“hermana”. Para rematar, ha cambiado la foto de un Fidel Castro uniformado que
tenía en su comedor por una imagen de Cachita vestida con su traje dorado, a
los pies de la Virgen tres hombres en una balsa la miran todo el tiempo.
P.D.: Este texto breve es parte de otro más
extenso publicado en la revista Letras Libres.