Nota original: Alfonso Aguiló Pastrana para Fluvium
El conocido director
de cine italiano Franco Zeffirelli jamás ha escondido la verdad
sobre su nacimiento. Su padre natural, Ottorino Corsi, que era mercader
de seda, estaba casado, pero no con la que fue su madre, Alaide Garosi.
"Yo sé
bien -explicaba- lo que significa nacer contra el parecer de los demás,
porque soy hijo ilegítimo. Mi nacimiento fue un escándalo.
Mi madre, que era modista, perdió toda la clientela que tenía
en la buena sociedad florentina. Y desde el primer momento tuvo que
vencer mil obstáculos para que yo naciera. Hasta su madre,
mi abuela, quería que abortase. Le decían que yo estaría
condenado al ostracismo. Y sin embargo, ella se negó en redondo
a abortar.
"He pasado
la infancia en una situación irregular, pero siempre bajo el
signo del amor, y esto sí que me ha influido. Mi madre perdió
sus clientes, pero decía que no le importaba nada.
"Yo soy
una especie de aborto frustrado. Estoy en el mundo un poco por casualidad.
Quizá por eso aprecio más el milagro de la vida."
Es obligado reconocer
que, en este campo, a veces somos testigos de verdaderas tragedias
humanas. Tragedias que nos hacen comprender la necesidad de apostar
con valentía en favor de la mujer, que es quien, en casos como
este, suele pagar el más alto precio por su maternidad (y más
alto aún cuando opta por destruirla).
Muchas veces,
la mujer es víctima del egoísmo masculino, cuando el
hombre que ha contribuido a la concepción de la nueva vida,
no quiere luego hacerse cargo de ella y echa la responsabilidad sobre
la mujer. Precisamente cuando la mujer tiene mayor necesidad de la
ayuda del hombre, este se comporta como un cínico egoísta,
que antes fue capaz de aprovecharse del afecto y de la debilidad,
pero luego es refractario a todo sentido de responsabilidad por el
propio acto.
Es una pena que
por la presión del egoísmo masculino, o de ese ambiente
de intolerancia social, se fomente tantas veces el aborto en mujeres
que querrían ser madres pero claudican ante esas crueles muestras
de incomprensión. La única actitud honesta en este caso
es la de una radical solidaridad con la mujer.
Son personas
que pueden haber cometido un error, pueden haberse equivocado, pueden
haber sido débiles; pero, una vez que eso ya ha sucedido, hay
que saber comprender, y dar facilidades a esas personas para que puedan
vivir con dignidad.
No es lícito
dejarlas solas. En casos como estos, la experiencia de los centros
asesores es que la mujer no quiere suprimir la vida que lleva en su
seno. Si es ayudada, y si al mismo tiempo es liberada de la intimidación
del ambiente circundante, entonces es capaz de apostar por la vida,
incluso con heroísmo.
El origen de
una vida puede ser ilegítimo, pero si esa vida ya existe, la
sociedad debe protegerla, venga de donde venga. De lo contrario, en
nombre de la moralidad se puede forzar a cometer un grave atentado
contra la vida del más inocente de todos los afectados por
el problema.