Nota original: AICA
En sus palabras previas a la oración mariana del Ángelus, celebrada en
la Plaza de San Pedro ante los miles de peregrinos que se congregaron a
pesar del caluroso verano romano, el papa Francisco afirmó que “el
encuentro con Jesús vivo, en su gran familia que es la Iglesia, llena el
corazón de alegría, porque lo llena de vida verdadera, de un bien
profundo que no pasa y no se marchita: lo vimos en los rostros de los
chicos de Río” y señaló que los jóvenes, particularmente sensibles al
vacío de significado, con esta experiencia de la JMJ deben afrontar el
veneno del vacío de una sociedad que los ilusiona con el consumismo.
“La verdadera riqueza es el amor de Dios compartido con los
hermanos” expresó explicando que el evangelio de este domingo “advierte
propiamente sobre el absurdo de basar la propia felicidad sobre el
tener”
El obispo de Roma enmarcó su reflexión en la maravillosa experiencia
vivida en Brasil con la JMJ, a la que calificó como “una nueva etapa en
la peregrinación de los jóvenes a través de los continentes con la cruz
de Cristo”.
“Las JMJ no son ‘fuegos de artificio’, sino etapas de un largo
camino”, constató el Sucesor de Pedro. “Los jóvenes no siguen al Papa,
siguen a Jesucristo llevando su cruz. Y el Papa los guía y los acompaña
en este camino de fe y de esperanza”.
Texto completo de las palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas,
El pasado domingo estaba en Río de Janeiro. Se concluía la Santa
Misa y la Jornada Mundial de la Juventud. Pienso que todos juntos
tenemos que dar gracias al Señor por el gran don que ha sido este
evento, para el Brasil, para América Latina y para el mundo entero. Ha
sido una etapa en la peregrinación de los jóvenes a través de los
continentes con la Cruz de Cristo. Nunca tenemos que olvidar que las
Jornadas Mundiales de la Juventud no son “fuegos de artificio”,
finalizados en sí mismo; son etapas de un largo camino, iniciado en
1985, por iniciativa del Papa Juan Pablo II. Él confió a los jóvenes la
Cruz y dijo: vayan y yo iré con ustedes! Y así fue; y esta peregrinación
de los jóvenes continuó con el Papa Benedicto, y gracias a Dios también
yo he podido vivir esta maravillosa etapa en Brasil. Recordemos
siempre: los jóvenes no siguen al Papa, siguen a Jesucristo, llevando su
Cruz. Y el Papa los guía y acompaña en este camino de fe y de
esperanza. Agradezco por esto a todos los jóvenes que han participado,
incluso con sacrificios. Y agradezco al Señor también por los otros
encuentros que tuve con los Pastores y el pueblo de aquel gran País que
es el Brasil, como también con las autoridades y los voluntarios. El
Señor recompense a todos aquellos que han trabajado para esta gran
fiesta de la fe.
También quiero subrayar mi gratitud; muchas gracias a los
brasileños, buena gente la del Brasil, un pueblo de gran corazón, no me
olvido de su calurosa bienvenida, de sus saludos, de sus miradas, tanta
alegría, un pueblo generoso, pido al Señor los bendiga tanto.
Quisiera pedirles que recen conmigo para que los jóvenes que han
participado en la Jornada Mundial de la Juventud puedan traducir esta
experiencia en su camino cotidiano, en los comportamientos de todos los
días; y que puedan traducirlo también en elecciones importantes de vida,
respondiendo a la llamada personal del Señor. Hoy en la liturgia
resuena la palabra provocante de Qoèlet: “Vanidad de vanidades… todo es
vanidad” (1,2). Los jóvenes son particularmente sensibles al vacío de
significado y de valores que a menudo los circunda. Y lamentablemente
pagan las consecuencias. En cambio, el encuentro con Jesús vivo, en su
gran familia que es la Iglesia, llena el corazón de alegría, porque lo
llena de vida verdadera, de un bien profundo, que no pasa y no se
marchita: lo hemos visto en los rostros de los chicos de Río. Pero esta
experiencia tiene que afrontar la vanidad cotidiana, el veneno del vacío
que se insinúa en nuestra sociedad basada en el beneficio y en el
tener, que ilusionan a los jóvenes con el consumismo. El Evangelio de
este domingo nos advierte justamente sobre el absurdo de basar la propia
felicidad sobre el tener. El rico se dice a sí mismo: “Alma mía, tienes
bienes almacenados… descansa, come, bebe y date buena vida. Pero Dios
le dice: Necio esta misma noche morirás. Y aquello que has acumulado
¿para quién será?” (cfr Lc 12,19-20).
Queridos hermanos y hermanas la verdadera riqueza es el amor de
Dios, compartido con los hermanos. Aquel amor que viene de Dios y hace
que nosotros lo compartamos con nosotros; y nos ayudemos entre nosotros.
El que hace la experiencia no teme la muerte y recibe la paz del
corazón. Confiemos esta intención, esta intención de recibir el amor de
Dios y compartirlo con los hermanos, a la intercesión de la Virgen
María.