En mayo de 1922, el Padre Pío declaró lo siguiente al Obispo de
Melfi, Su Excelencia, Alberto Costa, y también al superior del convento,
el Padre Lorenzo de San Marcos, junto con 5 otros frailes. Uno de los
cinco hermanos, el Fray Alberto D’ Apolito de San Giovanni Rotondo, escribió
el relato de la siguiente manera:
Mientras estaba en el convento en una tarde de invierno después de
una fuerte nevada, él estaba sentado junto a la chimenea una noche en la
habitación, absorto en la oración, cuando un anciano, vestido con una
capa antigua todavía usada por los campesinos del sur de Italia, se
sentó junto a él. Respecto a este hombre dijo el padre Pío: «No me podía
imaginar cómo podría haber entrado en el convento en ese momento de la
noche ya que todas las puertas están bloqueadas. Le pregunté: ¿Quién
eres? ¿Qué quieres?»
El anciano le dijo: «Padre Pío, soy Pietro Di Mauro, hijo de Nicolás, apodado Precoco.» Él continuó diciendo, «yo morí en este convento el 18 de septiembre de 1908, en la celda número 4, cuando todavía era un asilo de pobres. Una noche, mientras estaba en la cama, me quedé dormido con un cigarro encendido, el cual incendió la colchón y he muerto, asfixiado y quemado. Todavía estoy en el purgatorio. Necesito una Santa Misa con el fin de ser liberado. Dios permitió que yo venga a pedirle su ayuda.»
De acuerdo con el Padre Pío: “Después de escucharlo, yo respondí: «Tenga la seguridad de que mañana celebraré la Santa Misa por su
liberación.» Me levanté y le acompañé hasta la puerta del convento, para
que pudiera salir. No me di cuenta en ese momento que la puerta estaba
cerrada con llave. La abrí y me despedí de él. La luna iluminaba la
plaza, cubierta de nieve. Cuando yo ya no lo vi delante de mí, fui
tomado por un sentimiento de miedo, cerré la puerta; volví a entrar en
la habitación de invitados, y me sentía débil.”
Unos días más tarde, el Padre Pío también contó la historia al padre
Paolino, y los dos decidieron ir a la ciudad, donde miraron las
estadísticas vitales para 1908 y encontraron que el 18 de
septiembre de ese año, un Pietro Di Mauro había, de hecho, muerto de
quemaduras y asfixia en la habitación número 4 en el convento, entonces
utilizado para personas sin hogar.
Por la misma época, el Padre Pío le dijo a Fray Alberto de otra
aparición de un alma del purgatorio. Él dijo:
"Una noche, cuando estaba absorto en la oración en el coro de la
pequeña iglesia fui sacudido y perturbado por el sonido de pasos, y
velas y jarrones de flores que se movían en el altar mayor. Pensé que
alguien debía estar allí, y grité: «¿Quién es?»”
"Nadie respondió. Volviendo a la oración, me molestaron de nuevo los
mismos ruidos. De hecho, esta vez tuve la impresión de que una de las
velas, que estaba en frente de la imagen de Nuestra Señora de la Gracia,
había caído. Con ganas de ver lo que estaba sucediendo en el altar, me
puse de pie, me acerqué a la reja y vi, a la sombra de la luz de la
lámpara del Tabernáculo, un hermano joven haciendo un poco de limpieza."
"Yo pensé que él era el Padre Leone que estaba reestructurando el
altar; y como ya era la hora de la cena, me acerqué a él y le dije: «Padre Leone, vaya a cenar, no es tiempo para desempolvar y reparar el
altar»”.
"Pero una voz que no era la voz del padre Leone me contestó: «yo no
soy el Padre Leone». «¿Y quién es usted?», le pregunté. «Yo soy un
hermano suyo que hice el noviciado aquí, mi misión era limpiar el altar
durante ese año del noviciado. Desgraciadamente en todo ese tiempo yo no
reverencié a Jesús Sacramentado, Dios Todopoderoso, como debía haberlo
hecho, mientras pasaba delante del altar, causando gran aflicción al
Sacramento Santo por mi irreverencia, puesto que El Señor se
encontraba en el tabernáculo para ser honrado, alabado y adorado. Por este serio descuido, yo estoy todavía en el Purgatorio. Ahora, Dios, por
su misericordia infinita, me envió aquí para que usted decida el tiempo
desde cuándo que yo podré disfrutar del Paraíso. Y para que Ud. cuide
de mí.»”
"Yo creí haber sido generoso con esa alma en sufrimiento, por lo que
exclamé: «usted estará mañana por la mañana en el Paraíso, cuando yo
celebre la Santa Misa»".
"Esa alma lloró: «Cruel de mí, que malvado fui.» Entonces lloró y
desapareció. Esa queja me produjo una herida tan profunda en el
corazón, la cual he sentido y sentiré durante toda mi vida. De hecho
yo habría podido enviar esa alma inmediatamente al Cielo, pero yo lo
condené a permanecer una noche más en las llamas del Purgatorio.”
Un día, estaba el Padre Pío en el monasterio charlando con otro
compañero monje. Ya era muy tarde y el Padre Pío decidió levantar la
sesión y que él se encargaba de cerrar todas las puertas, de apagar las
luces, etc. Se fue su compañero a dormir y el Padre Pío atrancó la puerta
de la entrada, pero cuando volvió por el pasillo se dio de bruces con un
señor de gafas y corbata. Un tipo normal, como de la calle. El Padre
Pío le preguntó quien era y como había entrado si estaban las puertas
cerradas. El caballerote contestó que él había entrado por la puerta y que sólo quería hablar un
minuto con el Padre Pío, quien sintió pena y le invitó a entrar en
una salita para charlar. El hombre se desahogó y le dijo que está
sufriendo muchísimo porque tenía un problema familiar muy grave. Toda su
familia estaba peleada por su culpa y no sabía como solucionarlo. El Padre Pío
le explicó un poco como debe de orar, que tenía primero que pedir perdón a Dios, reparar con la oración y con sacrificios. En fin, animó y dio esperanza a ese señor de gafas y corbata. Cuando
terminaron de hablar, el Padre Pío le invitó a salir; el señor se mostró muy
agradecido. Cuando estaban saliendo por la puerta hacia el pasillo, el
Padre Pío se dio la vuelta para dejarlo pasar. Al volver a mirar, el señor
había desaparecido. Y el Padre Pío, que era muy gracioso y tenía un
carácter muy alegre dijo: «Dios mío, otra alma del purgatorio, sólo me
pasan a mí estas cosas»”.